EEUU tuvo hace casi 30 años un secretario de Defensa que estableció la estrategia de las operaciones militares en el exterior después del trauma de Vietnam. Se llamó Doctrina Weinberger. Constaba de tres puntos: objetivos definidos, puerta de salida clara y apoyo de la opinión pública. Su jefe, Ronald Reagan, y sucesores la aplicaron en la isla de Granada, Panamá y en las intervenciones menos visibles de El Salvador y Nicaragua. Las guerras del siglo XXI de Irak y, sobre todo, de Afganistán, demuestran que la doctrina se ha olvidado. En Afganistán no hay objetivos claros, ni puerta de salida ni apoyo social. El periodista Bob Woodward, investigador junto a Carl Bernstein del Watergate, ha publicado un libro titulado Las guerras de Obama, en el que disecciona una Administración Obama dividida y confusa sobre qué hacer en el país asiático.
El panorama que dibuja Woodward, quien tuvo acceso a documentos y personas, incluido el presidente, no solo es desalentador para el futuro de la guerra de Afganistán (ya se ha superado en septiembre el número de muertos de todo 2009; 530 frente a 521), sino que lo es más para el futuro político de Obama, pues muestra una Administración caótica repleta de odios y enfrentamientos.