No está probado que beber té genere pensamientos radicales. Sus defensores, entre los que me encuentro, sostienen lo contrario, que es diurético, es decir, ayuda a eliminar toxinas. Debe de ser que cuando se asocia a la política sus propiedades cambian peligrosamente. En EEUU, por ejemplo, los miembros del Tea Party (que toman el nombre de la revuelta del té en Boston contra la metrópoli Inglaterra) se presentan como un movimiento ciudadano, fresco, generador, ajeno a la política profesional, apartidista y un poco antisistema (no confundir con los antiglobalización). Se trata de una visión sesgada y errónea porque en realidad son la extrema derecha que agitada desde el canal de televisión Fox News trata de ocupar el Partido Republicano (demasiado centrista, al parecer) y ganar poder en Washington. Pueden conseguirlo el 2 de noviembre.
Su agenda es muy poco liberal: no al matrimonio gay, no al aborto, no al Estado (piden menos Gobierno; ¿dónde? ¿En Nueva Orleans? ¿En Wall Street para salvar al sistema financiero de sus excesos?), no a la discriminación positiva, no la inmigración ilegal, no al gasto "excesivo" en la lucha contra el sida cuando la prioridad deberían ser las enfermedades cardíacas (Christine O'Donnell dixit ), sí al rezo en las escuelas, sí a las armas, sí a la mano dura en las escuelas...
Los candidatos de este movimiento van a ser los protagonistas. Estos comicios son importantes porque podrían generar una Cámara de Representantes y un Senado hostiles a Barack Obama, a su política y a lo que representa, y también a su color, pero esto no se puede decir porque se enfadan (ver comentarios anteriores). Estas son las personas claves del movimiento.