Hombres se ofrecen para trabajar en Johanesburgo. / SIPHIWE SIBEKO (REUTERS)
Esta imagen es una metáfora de la crisis: fontaneros, pintores, electricistas, soldadores, albañiles y demás profesiones sentados en el barrio de Glenvista, de Johanesburgo, en espera de que alguien les contrate por un día. Pasaron los oropeles y los focos del Mundial de fútbol, las vuvuzelas y los aplausos, y se quedó la realidad con sus deudas y conflictos. En el Primer Mundo las imágenes del desempleo, el que afecta a los locales, se concentran en las puertas de las oficinas llamadas de forma exagerada y optimista de empleo. Una de las diferencias entre un mundo y otro está en los rostros: aquí, una cierta esperanza de hallar un trabajo, aunque sea menor; allá, nada, solo un presente continuo y bacheado. Para los pobres no existe globalización de la riqueza, ni movimiento de capitales y de personas, para ellos, lo único global y papable es su mundo de miseria. Lo que muestra la fotografía no está tan lejos de nosotros. Contrataciones con un "eh, tú, el del bigote, puedes subir al coche" son frecuentes para los emigrantes. Los que tienen suerte se encaraman ese día al andamio sin contrato ni seguros. Es La ley de silencio (On the waterfront), la película de Elia Kazan y Marlon , que se repite crisis a crisis.