La luz. Una foto-cuadro es luz y su ausencia, opuestos que permiten la aparición de figuras, objetos, casas, paisajes... De vida y muerte. Hay fotografías que solo muestran lo fotografiado, son mayoría, las de todos, las de cada día. Muy pocas son capaces de narrar una historia sin palabras, son las periodísticas, las literarias.
En esta imagen se ve a dos personas que no sonríen, que se esconden, cada uno detrás de su muralla. El soldado estadounidense, protegido por la tecnología, introduce los datos biométricos de un sospechoso en la aldea de Yahya Khel, en la provincia de Paktika. El afgano, cubierto por la manta tradicional de su país, la que sirve de cama y abrigo simultáno, observa desde ningún sitio con la esperanza de que no le encuentren. Les alumbra la luz de una linterna. Así es Afganistán, un mundo en sombra que a veces alumbramos con linternas. La linterna muestra la visión de unos metros, el resto permanece oscuro. Hablamos, creamos estrategias, decidimos el futuro de millones informados por el foco de una linterna.
La fotografía es la representación de un duelo. Cada uno con sus armas: yo, los satélites; yo, las montañas y sus rugosidades. No vemos sus ojos. Los del afgano parecen mirar hacia dentro. No destilan miedo, ni resignación, quizá hartura. Observa desde su promontorio al soldado extranjero armado con aparatos de un mundo ajeno. Su cuerpo le dice: paciencia, disimulo. Es la historia de Afganistán: millones de civiles disimulando ante los británicos, ante los soviéticos, ante los muyaidín, ante los talibán, ante los norteamericanos, ante sí mismos. Todos reducidos a personajes secundarios de su vida.
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