Morgue del hospital de El Najar, en Rafah. / SAID KHATIB (AFP).
El conflicto palestino-israelí tiene un grave problema: los adjetivos no les dejan ver el bosque, ni el sol. Tampoco nos dejan ver a nosotros, los que financiamos la ausencia de paz. Con los adjetivos en la cartuchera, en las bocachas de los lanzadores de los cohetes Qasam, en el fuselaje de los F-16 y de los helicópteros Apache, en muchas crónicas periodísticas que toman partido es imposible el diálogo honesto. Con tanto odio sobre la mesa, la paz es un concepto, no una propuesta, ni un objetivo. La paz es parte de la propaganda, un disimulo de la guerra.
Tierras ocupadas, cada una con su año: 1948, 1967, 2008...; miedos y odios, refugiados, olivos, colonos, víctimas, muros, apartheid, abuso, atentados. Los escollos son tantos que nadie sabe por dónde empezar. Los escollos permanecen durante décadas para que nadie sepa por donde empezar. Son el seguro de los partidos de la guerra, de su beneficio electoral y económico. El mayor de todos, el que agrava los anteriores, es la ausencia de coraje político, de liderazgo. El reparto actual es mediocre: Mahmud Abbas-Abu Mazen, Hamás, Benjamín Netanyahu y su ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman. A uno le sobra pulsilaminidad, a los otros les falta valentía, generosidad.
La revista Foreign Policy, poco sospechosa en estas cuestiones, publicó hace unos días una lista titulada: The world leaders (outside of Egypt) who are freaking out the most, que podríamos traducir por 'los lideres mundiales (fuera de Egipto) que más están alucinando' con los cambios que se están produciendo en el mundo árabe. El número 1 es Netanyahu, por delante del dictador de Yemen Alí Abdulá Saleh y el presidente iraní, Mahmoud Ahmadineyad. Significativo.
Mientras todos miran a Libia, y a Siria, cuya revuelta es creciente y sangrienta, y a Costa de Marfil, aunque solo sea para disimular que nunca miramos a África, el Gobierno israelí y Hamás han reactivado su lucha particular. A los habitantes de Gaza les cayeron dos males: Israel y Hamás.