Del blog 'Y si nos quitan lo bailao'?
Actualizado a las 16.00 /
Podemos estar tranquilos: Anders Behring Breivik está loco. No tiene barba ni piel aceitunada ni turbante ni habla en idiomas incomprensibles. No es un 'Otro', de los que salen en la televisión armados con un Kaláshnikov, uno que entra como un guante en los estereotipos, y desde el abismo cultural que separa nos hace sentir a salvo. Cuando son islámicos los asesinos no los llamamos locos, solo fanáticos.
O como dice mi compañera Verónica Calderón: "Si es blanco es uno; si es árabe son todos". Detrás de un fanatismo no hay preguntas incómodas, indagaciones; solo antiterrorismo.
Breivik es blanco, rubio y cristiano. Pasea por las mismas calles, compra las mismas marcas de ropa, acude a los mismos colegios. Es blanco, de esos que llaman de raza pura. Esa cercanía preocupa, conmociona a una sociedad europea que se encuentra en un laberinto: necesidad de inmigrantes (menor con la crisis; sin trabajo, vienen menos y se van más) y rechazo a la multiculturiedad, un rechazo mutuo, del que está y del que llega.
¿Cómo es posible que con la misma educación, la misma alimentación, el mismo aire respirado existan personas tan opuestas: el monstruo y el héroe? La locura es la explicación que nos salva, que permite pensar: 'yo nunca lo haría', 'mis hijos nunca lo harían'. La locura es la explicación que lo cubre todo, que evita y aplaza las preguntas incómodas, las que carecen de respuestas. ¿Cuáles son las causas del odio profundo de una extrema derecha que ya no se contenta con gritar, raparse la cabeza, patear a mendigos o profanar tumbas?