Mañana es el día: el hachazo, las dos Españas de Antonio Machado, una brutalidad que se duplica. Mal asunto, pasen 75 años o diez siglos. Muerto el dictador en la cama, en noviembre de 1975, arrancó la Transición, un periodo apasionante, hermoso. Se habló de reconciliación, pero se hizo con fórceps, sin justicia ni memoria histórica. Setenta y cinco años después miles de personas siguen olvidadas en fosas prohibidas, sin nombre, sin voz. La España de hoy es una España que no nace de las palabras, de los reconocimientos, sino de la frialdad de la mudez obligada.
En el cine Madrid, en la plaza del Carmen, viví en aquellos años una noche de esperanza. Acababan de estrenar 'Canciones para después de una guerra' de Basilio Martín Patiño. En la planta baja, los fachas; en la de arriba, los rojos. Cuando sonaba una canción facha, los rojos pateaban el suelo mientras que los de abajo cantaban. Cuando sonaba una canción de la República, los nostálgicos del franquismo pateaban, mientras los rojos cantaban. Al terminar, todos, cada uno emocionado con su memoria, con su España machadiana, se mezclaron en el vestíbulo. En ese lugar de confluencia no hubo lucha ni insultos, solo miradas, algún tipo de complicidad perdida entre tanta guerra y tanto odio.