Una calle de Hackney, norte de Londres. / KERIM OKTEN (EFE).
Aute canta a una Atenas en llamas, alterada por la crisis económica, los recortes y la corrupción. Lo que sucede en Londres, y en otras ciudades -Birmingham, sobre todo- tiene que ver con la misma crisis, con la falta de oportunidades y de futuro de miles de jóvenes, pero su expresión nada tiene que ver con la legitimidad griega y otras expresiones de rabia que tratan de ser pacíficas.
EFE.
Lo que muestran las imágenes es vandalismo, hooliganismo, hombres encapuchados y enmascarados; no hay eslóganes, ideas, propuestas, solo una furia destructora cuyas víctimas son los pequeños comercios, personas tan o más castigadas por la crisis.
La pobreza y las tensiones raciales son la gasolina que aviva el incendio, como sucedió en las banlieues de París. Existe un Cuarto Mundo paralelo, dentro del Primer Mundo, que la mayoría no ve. En la Gran Vía, las Ramblas o Oxford Street conviven los turistas, las tribus urbanas, el teatro; dos calles más allá, las drogas, las prostitutas, los chulos, la ciudad con otra ley. Conviven el Bronx y Wall Street en apenas unos metros cuadrados. Sin mezclarse. Como si sus habitantes tuvieran memorizados unos recorridos, unos rieles que jamás se cruzan.
Pero un día, una chispa, casi siempre una muerte a manos de la policía, confunde los mapas y la ciudad descarrila, arde, se conmociona. La última vez ocurrió en los años ochenta, cuando Margaret Thatcher, la Dama de Hierro, mantuvo y ganó un pulso a los mineros, a los sindicatos, y abrió las puertas al nuevo capitalismo, al de hoy, al de la ley del más fuerte. Londres estalló por donde suele estallar la capital británica, por Brixton, un barrio depauperado del sur.
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