Ryszard Kapuscinski escribió, entre otras obras mayúsculas, El emperador. Es la recreación de la corte de Haile Selassie, último monarca absoluto de Etiopía, de sus locuras convertidas en ley y costumbre, en pompa desmedida y ridícula, como la importancia del cuidador de los treintaitantos resposapiés del monarca. Esta foto recuerda a aquella desmesura del poder, un molde eterno que se fotocopia y repite.
En la imágen se ve a un funcionario reducido a una estatua encorbatada, traje oscuro y manos tranquilas sobre las rodillas, marciales, como los pies de un soldado en posición de firme. El hombre mira hacia a un lado sin alterar la sensación de inmovilidad general. Quizá sea una presencia inesperada, una curiosidad o un cambio previsto en las ordenanzas del boato excesivo para relajar el cuello y aumentar la jornada.
El hombre rígido es un vigilante chino. Su misión: vigilar una cortina cerrada, impedir que nadie cruce al otro lado. Desconocemos el valor de lo que protege, el acontecimiento que no puede ser visto por otros. Quizá sea el guardían de lo prohibido sin importar qué esconde, porque lo que defiende es mucho más trascendente que un objeto o una reunión de principales; lo que defiende el hombre de la cortina es el derecho del poder absoluto a prohibir absolutamente.