Esta es una versión del texto leído durante la presentación este miércoles del libro Crónica de un sexenio fallido, de Ernesto Núñez, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara
El libro Crónica de
un sexenio fallido, de Ernesto Núñez, es una provocación. Estamos ante el primero de
los grandes textos que podrían escribirse sobre el conjunto del sexenio de
Felipe Calderón. Pero este libro posee mucho más que el valor de la
oportunidad. Es, ya lo decía antes, una provocación. Es un libro para
periodistas que el público general va a disfrutar y a agradecer. Es un libro
que a cualquier lector dará un cincelado retrato de lo que fue el Calderonato (2006-2012);
pero para los profesionales es mucho más, es una hoja de ruta.
Al
terminar de leer este texto compuesto de 11 sólidas crónicas y algunos sabrosos
anexos muchos sentirán la necesidad de retomar lo que Núñez comienza muy bien.
Sentirán la obligación de contribuir a desentrañar cómo fue que se jodió este
sexenio, la obligación de tratar de aportar algo para descubrir si alguna vez este
gobierno pudo ser más de lo que terminó siendo: una administración de extravíos.
Sentirán ganas de reportear para despejar la duda sobre cómo fue --tragedias
aparte-- que un grupo de jóvenes que en su momento fue capaz de derrotar primero
a un presidente (así haya sido Vicente Fox, era el poder presidencial el que
estaba en 2005 detrás del precandidato Santiago Creel) y luego de descarrilar a
ese fenómeno político sin par que fue el Andrés Manuel López Obrador de 2006, cómo
fue que después de esas dos grandes faenas ese equipo se desfondó, incapaz una
vez en el gobierno de articularse de manera efectiva para consolidar nada,
ninguna agenda, ni la de la justicia, ni la de la competencia, ni la de la
productividad, ni la de la transparencia, ni la de las telecomunicaciones, ni
la del combate a la pobreza. Es cierto que en este sexenio hubo avances –ampliación
en la cobertura en la salud y algo de infraestructura pueden ser mencionados, lo
mismo que el mantenimiento de las variables macroeconómicas. Pero es demasiado
poco para el presidente de un partido que estaba llamado a demostrar que había
una vía distinta a la priísta, una manera panista de ejercer el poder.
De
eso trata este libro. Las pistas que Ernesto aporta –varias de ellas inéditas--
constituyen coordenadas que al final nos dejarán claro cuánto más hemos de
hacer, todos, luego de este gran primer paso que es este libro, para recuperar
lo que estuvo detrás de un sexenio fallido, como lo bautiza el autor, fallas
que, como ciudadanos, no deberíamos tratar de ver ajenas del todo a nosotros.
Antes
de empezar un mínimo desglose de mi lectura
de este libro, debo decir tres cosas. Primero, hice un libro de la crónica de
campaña de Felipe Calderón Hinojosa y al presentarlo creí, lo dije en un chat,
que el hoy presidente era subestimado como político. Me equivoqué, qué duda
cabe. Segundo deslinde. Estuve presente, por diversas razones, en alguno de los
momentos descritos en el libro. Tercero: manifestaré mi amistad a Ernesto de la
única manera que la entiendo, señalando también algunos momentos del volumen que
creo que desmerecen la alta calidad del libro en su conjunto.
Comienzo
con esto último para luego pasar a lo fundamental. No existe periodista que de
repente no se desborde en algún momento de su redacción. Lo único que reprocharía
a Ernesto es que dos o tres líneas del libro pierden la verticalidad del rigor
que llena las restantes páginas: ocurre cuando narra que el equipo del entonces
presidente electo comenzó a “comer en restaurantes exclusivos, beber en lujosos
bares”. Y se pone de ejemplo del cambio de estatus de esos jóvenes
colaboradores el que una colaboradora de Max Cortázar llegara un día en un auto
Minicooper. No me gustó el tono y el asumir que un caso, sin documentos, sirve
de demostración. El tono porque no creo en eso que alguien ha llamado periodismo
resentido. Creo en el periodismo. ¿Es noticia que un señor rico use trajes de
marca? No. Lo contrario sí sería noticia. Punto. ¿Es noticia que vayan a “lujosos
bares”? No, la noticia sería comprobar que algo de esos “gustos” provocó o
influyó en que esta administración no funcionara.
Quizá
está mal el reproche que hago a Ernesto sobre ese tono que se coló, sobre esa
falta de contundencia que no fue editada. Porque sin quitarle responsabilidad
al autor, en esas líneas eché de menos la mano de un editor. Pero este libro no
es como otros donde hay párrafo tras párrafo de aseveraciones inverosímiles.
Por eso destaqué lo que creo que pudo ser mejor, que es casi nada, para que ya
hablemos de lo que está muy bien. Vayamos a eso.
El
libro de Núñez permite hacer una pregunta toral: ¿tuvo este gobierno un
proyecto? Y si lo tuvo, ¿cuál fue? Ernesto no cae en el facilismo tan en boga
de decir que este presidente se quiso legitimar con la guerra antinarco. Más
bien nos va mostrando, regla número uno del periodismo --mostrar, narrar--, cómo
en efecto Calderón se resigna y opta “por un triunfo cuestionado pero seguro en
lugar de uno legítimo pero incierto” al ceder a lo que sus colaboradores César
Nava y Germán Martínez, abogados como él, le aconsejan: no aceptar el voto por
voto. Y ese pecado original le perseguirá todo el sexenio. A él, una persona
que ya era famosa por sus inseguridades, por ser dado a dudar, le recomiendan
que se conforme con una situación endeble. Felipe Calderón comienza en el
puesto de mayor responsabilidad pública con un déficit insondable de confianza.
Queda claro que él debió haber convencido a su equipo de aceptar el voto por
voto, porque él es el que se conoce mejor.
Ese es, creo yo, la pista principal que se desprende del arranque de este
libro: Calderón debió haber convencido a su equipo del voto por voto ya no
digamos porque eventualmente habría sido lo mejor para México, sino porque como
recupera Ernesto el que más lo necesitaba era él y, eventualmente, su
presidencia.
Así
como no entendemos al Foxismo sin la esposa de Vicente Fox. Así como el Zedillismo
no se comprendería sin la ruptura de Ernesto Zedillo con Carlos Salinas. Así el
libro de Ernesto aporta elementos para decir que el de Calderón será un sexenio
cuyos límites no se podrán entender sin recordar que el presidente no fue líder,
no tuvo equipo y no tuvo proyecto. Parece una obviedad, no lo es. Todos lo intuíamos
pero ahora Núñez confirma esa hipótesis.
Sabemos
que el infortunio se ha cebado con este gobierno. Perder en sendos percances aéreos
a dos secretarios de Gobernación es algo que puede desajustar tremendamente
cualquier maquinaria organizacional. Más aún si una de las tragedias se cobra
la vida de Juan Camilo Mouriño, el “alter ego” que por fin había encontrado
Calderón. Dado eso por descontado, el libro de Núñez es puntual en describir cómo
el malogrado secretario de Gobernación de origen español ya era, al momento de
la lamentabilísima tragedia donde murieron otros servidores públicos más, un
funcionario de poder menguante, tocado por las sospechas surgidas de los
contratos que había firmado, como apoderado de una empresa familiar, con PEMEX.
En otras palabras, la tragedia es inconmensurable, pero el desorden
gubernamental no surgió de ella necesariamente.
Dónde
entonces está la clave de esta administración atascada. En los elementos apuntados
por Núñez: un equipo, que tiene en César Nava el máximo ejemplo de cómo alguien
puede pasar de promesa a total decepción, y en un líder que se fue quedando
solo y que salvo la retórica de la guerra, en ningún momento se vio que empeñara
su capital político para otra causa: no lo hizo para revertir una injusticia
como la de la tragedia de la guardería ABC, no lo hizo para impulsar una agenda
como el decálogo con el que trata de relanzar su presidencia a la mitad de su
mandato, no lo hace hizo para cambiar la forma de hacer política cuando incluso
reprodujo el patrón priísta de nombrar delegados estatales de las secretarías
de Estado con fines electorales antes que de administración pública, y no lo hizo
para castigar casos de exuberante desorden y presunta corrupción como en el asunto
de la Estela de Luz.
A
propósito, me detengo un minuto en el capítulo de Bicentenario, abuso y
fractura, apartado donde Ernesto nos habla de “La Vicepresidenta”, como se
refiere Núñez a Patricia “Paty” Flores. A ella dedica el autor algunas cuantas
páginas. Yo le creo a Núñez cuando dice que con su renuncia en julio de 2010 Flores
“se llevaba consigo los secretos
mejor guardados del sexenio”. Ernesto, ¿para cuándo el libro dedicado íntegramente
a Paty Flores? Y esa pregunta no es solo para el autor, sino para todos
nosotros.
En
el libro encontrarán historias de pequeños y tontos abusos, como autocontratase
entre panistas para hacer supuestos estudios legislativos; de sorprendentes regalos,
como cuando miembros del gabinete recibieron una pistola; incluye la revelación
del increíble origen de la casaca militar que usaría Calderón en la infausta
fecha de su visita a Michoacán cuando iba a formalizar el inicio de esta
pesadilla llamada guerra antinarco. Repasa la obsesión de Calderón por vengarse
de Manuel Espino (dicen que uno debe cuidar especialmente el tamaño de sus
adversarios), la llegada y el manejo de calamidades impredecibles como la
Influenza AH1N1 y el descontrol frente a otras que debieron preverse, como el
terrorismo de los narcotraficantes en Morelia y Ciudad Juárez; repasa la vocación
accidental de un presidente que se ve forzado a volver a nivel humano cuando acepta
reunirse con víctimas que le regañarán y harán evidente que su equipo, su
gabinete, hizo todo por salvarse, por quedar muy lejos del dolor de las víctimas,
de las necesidades de la población.
Ernesto
revela la existencia de tempranos documentos sobre el combate a los criminales
que hablaban de otros enfoques que fueron desechados por razones desconocidas;
recuerda que el mandatario fue lerdo y tortuoso a la hora de publicar leyes y
reglamentos que la población demandaba como la Ley de víctimas o la Ley 5 de
junio, y que fue malo, muy malo para ganar elecciones.
Al
cerrar el libro, asalta la pregunta ¿quiénes entonces terminan contentos con este
intenso pero frustrante sexenio? Con Calderón y con Fox el PAN confirmó aquella
vieja caricatura donde a ese partido se le retrataba como uno más los alfiles
de los barones de la iniciativa privada. Son los empresarios, y no todos,
porque siempre hay excepciones, los que no se quejan de este presidente al que,
oh paradoja, hasta hace muy poco le disgustaban los empresarios.
Al
finalizar el libro y el mandato no queda más remedio que pensar que para Felipe
Calderón la presidencia de la República se terminó por convertir solo en un
fin, no en un medio. El fin fue que un panista ocupara la Presidencia, concluir
el ciclo iniciado por los fundadores. Pero una vez ahí, al menos este panista,
no supo llevar al país a un rumbo específico, y quien no define una ruta es
siempre sorprendido por las circunstancias, que caprichosamente le obligan a
cambiar de destino hasta extraviarlo.
Supongo que con el tiempo se ponderarán en
justa medida los aciertos de este gobierno. Pero entre tanto mini y macro escándalo,
algunas anécdotas o sucesos que vivimos este sexenio se nos pudieron haber
borrado completamente de la memoria. Me ocurrió con el caso de Luis Téllez.
Ernesto recupera el tema de las grabaciones en las que el ex secretario de
Comunicaciones y Transportes acusaba a Carlos Salinas de robarse la partida
secreta presidencial. Quizá lo borré de mi memoria como una especie de conjuro,
porque Téllez dijo también por aquellas fechas una cosa que ha resultado profética.
“Me cae que extraño al PRI”, expresó el entonces colaborador de Calderón. Lo último
que hay que agradecer, es un decir, a Calderón es precisamente que haya
contribuido, con un mal gobierno y al haber desfalcado políticamente a su
partido, al retorno de los tricolores. Pero uno qué culpa, algunos no extrañábamos
nada al tricolor, y hasta eso hay que anotar ahora a la cuenta de Felipe Calderón
Hinojosa, protagonista estelar de la crónica de un sexenio fallido, un libro
que nos deja mucha tarea por delante.