Salvador Camarena

Sobre el autor

es periodista y locutor de radio. Se ha propuesto hacer de este espacio una red de amigos en el continente.

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Guía para entender qué le pasó a Felipe Calderón

Por: | 29 de noviembre de 2012

Nunez
 Esta es una versión del texto leído durante la presentación este miércoles del libro Crónica de un sexenio fallido, de Ernesto Núñez, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara

El libro Crónica de un sexenio fallido, de Ernesto Núñez, es una provocación. Estamos ante el primero de los grandes textos que podrían escribirse sobre el conjunto del sexenio de Felipe Calderón. Pero este libro posee mucho más que el valor de la oportunidad. Es, ya lo decía antes, una provocación. Es un libro para periodistas que el público general va a disfrutar y a agradecer. Es un libro que a cualquier lector dará un cincelado retrato de lo que fue el Calderonato (2006-2012); pero para los profesionales es mucho más, es una hoja de ruta.

Al terminar de leer este texto compuesto de 11 sólidas crónicas y algunos sabrosos anexos muchos sentirán la necesidad de retomar lo que Núñez comienza muy bien. Sentirán la obligación de contribuir a desentrañar cómo fue que se jodió este sexenio, la obligación de tratar de aportar algo para descubrir si alguna vez este gobierno pudo ser más de lo que terminó siendo: una administración de extravíos. Sentirán ganas de reportear para despejar la duda sobre cómo fue --tragedias aparte-- que un grupo de jóvenes que en su momento fue capaz de derrotar primero a un presidente (así haya sido Vicente Fox, era el poder presidencial el que estaba en 2005 detrás del precandidato Santiago Creel) y luego de descarrilar a ese fenómeno político sin par que fue el Andrés Manuel López Obrador de 2006, cómo fue que después de esas dos grandes faenas ese equipo se desfondó, incapaz una vez en el gobierno de articularse de manera efectiva para consolidar nada, ninguna agenda, ni la de la justicia, ni la de la competencia, ni la de la productividad, ni la de la transparencia, ni la de las telecomunicaciones, ni la del combate a la pobreza. Es cierto que en este sexenio hubo avances –ampliación en la cobertura en la salud y algo de infraestructura pueden ser mencionados, lo mismo que el mantenimiento de las variables macroeconómicas. Pero es demasiado poco para el presidente de un partido que estaba llamado a demostrar que había una vía distinta a la priísta, una manera panista de ejercer el poder.

De eso trata este libro. Las pistas que Ernesto aporta –varias de ellas inéditas-- constituyen coordenadas que al final nos dejarán claro cuánto más hemos de hacer, todos, luego de este gran primer paso que es este libro, para recuperar lo que estuvo detrás de un sexenio fallido, como lo bautiza el autor, fallas que, como ciudadanos, no deberíamos tratar de ver ajenas del todo a nosotros.

Antes de empezar un mínimo desglose de mi lectura de este libro, debo decir tres cosas. Primero, hice un libro de la crónica de campaña de Felipe Calderón Hinojosa y al presentarlo creí, lo dije en un chat, que el hoy presidente era subestimado como político. Me equivoqué, qué duda cabe. Segundo deslinde. Estuve presente, por diversas razones, en alguno de los momentos descritos en el libro. Tercero: manifestaré mi amistad a Ernesto de la única manera que la entiendo, señalando también algunos momentos del volumen que creo que desmerecen la alta calidad del libro en su conjunto.

Comienzo con esto último para luego pasar a lo fundamental. No existe periodista que de repente no se desborde en algún momento de su redacción. Lo único que reprocharía a Ernesto es que dos o tres líneas del libro pierden la verticalidad del rigor que llena las restantes páginas: ocurre cuando narra que el equipo del entonces presidente electo comenzó a “comer en restaurantes exclusivos, beber en lujosos bares”. Y se pone de ejemplo del cambio de estatus de esos jóvenes colaboradores el que una colaboradora de Max Cortázar llegara un día en un auto Minicooper. No me gustó el tono y el asumir que un caso, sin documentos, sirve de demostración. El tono porque no creo en eso que alguien ha llamado periodismo resentido. Creo en el periodismo. ¿Es noticia que un señor rico use trajes de marca? No. Lo contrario sí sería noticia. Punto. ¿Es noticia que vayan a “lujosos bares”? No, la noticia sería comprobar que algo de esos “gustos” provocó o influyó en que esta administración no funcionara.

Quizá está mal el reproche que hago a Ernesto sobre ese tono que se coló, sobre esa falta de contundencia que no fue editada. Porque sin quitarle responsabilidad al autor, en esas líneas eché de menos la mano de un editor. Pero este libro no es como otros donde hay párrafo tras párrafo de aseveraciones inverosímiles. Por eso destaqué lo que creo que pudo ser mejor, que es casi nada, para que ya hablemos de lo que está muy bien. Vayamos a eso.

El libro de Núñez permite hacer una pregunta toral: ¿tuvo este gobierno un proyecto? Y si lo tuvo, ¿cuál fue? Ernesto no cae en el facilismo tan en boga de decir que este presidente se quiso legitimar con la guerra antinarco. Más bien nos va mostrando, regla número uno del periodismo --mostrar, narrar--, cómo en efecto Calderón se resigna y opta “por un triunfo cuestionado pero seguro en lugar de uno legítimo pero incierto” al ceder a lo que sus colaboradores César Nava y Germán Martínez, abogados como él, le aconsejan: no aceptar el voto por voto. Y ese pecado original le perseguirá todo el sexenio. A él, una persona que ya era famosa por sus inseguridades, por ser dado a dudar, le recomiendan que se conforme con una situación endeble. Felipe Calderón comienza en el puesto de mayor responsabilidad pública con un déficit insondable de confianza. Queda claro que él debió haber convencido a su equipo de aceptar el voto por voto, porque él es el que se conoce mejor. Ese es, creo yo, la pista principal que se desprende del arranque de este libro: Calderón debió haber convencido a su equipo del voto por voto ya no digamos porque eventualmente habría sido lo mejor para México, sino porque como recupera Ernesto el que más lo necesitaba era él y, eventualmente, su presidencia.

Así como no entendemos al Foxismo sin la esposa de Vicente Fox. Así como el Zedillismo no se comprendería sin la ruptura de Ernesto Zedillo con Carlos Salinas. Así el libro de Ernesto aporta elementos para decir que el de Calderón será un sexenio cuyos límites no se podrán entender sin recordar que el presidente no fue líder, no tuvo equipo y no tuvo proyecto. Parece una obviedad, no lo es. Todos lo intuíamos pero ahora Núñez confirma esa hipótesis.

Sabemos que el infortunio se ha cebado con este gobierno. Perder en sendos percances aéreos a dos secretarios de Gobernación es algo que puede desajustar tremendamente cualquier maquinaria organizacional. Más aún si una de las tragedias se cobra la vida de Juan Camilo Mouriño, el “alter ego” que por fin había encontrado Calderón. Dado eso por descontado, el libro de Núñez es puntual en describir cómo el malogrado secretario de Gobernación de origen español ya era, al momento de la lamentabilísima tragedia donde murieron otros servidores públicos más, un funcionario de poder menguante, tocado por las sospechas surgidas de los contratos que había firmado, como apoderado de una empresa familiar, con PEMEX. En otras palabras, la tragedia es inconmensurable, pero el desorden gubernamental no surgió de ella necesariamente.

Dónde entonces está la clave de esta administración atascada. En los elementos apuntados por Núñez: un equipo, que tiene en César Nava el máximo ejemplo de cómo alguien puede pasar de promesa a total decepción, y en un líder que se fue quedando solo y que salvo la retórica de la guerra, en ningún momento se vio que empeñara su capital político para otra causa: no lo hizo para revertir una injusticia como la de la tragedia de la guardería ABC, no lo hizo para impulsar una agenda como el decálogo con el que trata de relanzar su presidencia a la mitad de su mandato, no lo hace hizo para cambiar la forma de hacer política cuando incluso reprodujo el patrón priísta de nombrar delegados estatales de las secretarías de Estado con fines electorales antes que de administración pública, y no lo hizo para castigar casos de exuberante desorden y presunta corrupción como en el asunto de la Estela de Luz.

A propósito, me detengo un minuto en el capítulo de Bicentenario, abuso y fractura, apartado donde Ernesto nos habla de “La Vicepresidenta”, como se refiere Núñez a Patricia “Paty” Flores. A ella dedica el autor algunas cuantas páginas. Yo le creo a Núñez cuando dice que con su renuncia en julio de 2010 Flores “se  llevaba consigo los secretos mejor guardados del sexenio”. Ernesto, ¿para cuándo el libro dedicado íntegramente a Paty Flores? Y esa pregunta no es solo para el autor, sino para todos nosotros.

En el libro encontrarán historias de pequeños y tontos abusos, como autocontratase entre panistas para hacer supuestos estudios legislativos; de sorprendentes regalos, como cuando miembros del gabinete recibieron una pistola; incluye la revelación del increíble origen de la casaca militar que usaría Calderón en la infausta fecha de su visita a Michoacán cuando iba a formalizar el inicio de esta pesadilla llamada guerra antinarco. Repasa la obsesión de Calderón por vengarse de Manuel Espino (dicen que uno debe cuidar especialmente el tamaño de sus adversarios), la llegada y el manejo de calamidades impredecibles como la Influenza AH1N1 y el descontrol frente a otras que debieron preverse, como el terrorismo de los narcotraficantes en Morelia y Ciudad Juárez; repasa la vocación accidental de un presidente que se ve forzado a volver a nivel humano cuando acepta reunirse con víctimas que le regañarán y harán evidente que su equipo, su gabinete, hizo todo por salvarse, por quedar muy lejos del dolor de las víctimas, de las necesidades de la población.

Ernesto revela la existencia de tempranos documentos sobre el combate a los criminales que hablaban de otros enfoques que fueron desechados por razones desconocidas; recuerda que el mandatario fue lerdo y tortuoso a la hora de publicar leyes y reglamentos que la población demandaba como la Ley de víctimas o la Ley 5 de junio, y que fue malo, muy malo para ganar elecciones.

Al cerrar el libro, asalta la pregunta ¿quiénes entonces terminan contentos con este intenso pero frustrante sexenio? Con Calderón y con Fox el PAN confirmó aquella vieja caricatura donde a ese partido se le retrataba como uno más los alfiles de los barones de la iniciativa privada. Son los empresarios, y no todos, porque siempre hay excepciones, los que no se quejan de este presidente al que, oh paradoja, hasta hace muy poco le disgustaban los empresarios.

Al finalizar el libro y el mandato no queda más remedio que pensar que para Felipe Calderón la presidencia de la República se terminó por convertir solo en un fin, no en un medio. El fin fue que un panista ocupara la Presidencia, concluir el ciclo iniciado por los fundadores. Pero una vez ahí, al menos este panista, no supo llevar al país a un rumbo específico, y quien no define una ruta es siempre sorprendido por las circunstancias, que caprichosamente le obligan a cambiar de destino hasta extraviarlo.

Supongo que con el tiempo se ponderarán en justa medida los aciertos de este gobierno. Pero entre tanto mini y macro escándalo, algunas anécdotas o sucesos que vivimos este sexenio se nos pudieron haber borrado completamente de la memoria. Me ocurrió con el caso de Luis Téllez. Ernesto recupera el tema de las grabaciones en las que el ex secretario de Comunicaciones y Transportes acusaba a Carlos Salinas de robarse la partida secreta presidencial. Quizá lo borré de mi memoria como una especie de conjuro, porque Téllez dijo también por aquellas fechas una cosa que ha resultado profética. “Me cae que extraño al PRI”, expresó el entonces colaborador de Calderón. Lo último que hay que agradecer, es un decir, a Calderón es precisamente que haya contribuido, con un mal gobierno y al haber desfalcado políticamente a su partido, al retorno de los tricolores. Pero uno qué culpa, algunos no extrañábamos nada al tricolor, y hasta eso hay que anotar ahora a la cuenta de Felipe Calderón Hinojosa, protagonista estelar de la crónica de un sexenio fallido, un libro que nos deja mucha tarea por delante.