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lleva más de 30 años de dedicación a la cobertura de la actualidad internacional, la mitad de ellos vividos en EE UU y América Latina. Actualmente, es corresponsal en Washington.

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Antonio Caño

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Una carta al presidente

Por: | 31 de octubre de 2011

Cada día, al final de la jornada, a las ocho en punto de la noche, Barack Obama encuentra sobre su mesa de despacho una carpeta con los asuntos más urgentes a tratar a la mañana siguiente. Es lo que se conoce en la Casa Blanca como "los deberes" del presidente. Dentro de esa carpeta hay otra más pequeña de color morado que contiene diez cartas enviadas a Obama y que sus colaboradores han escogido entre las miles que recibe todos los días. Son cartas de ciudadanos anónimos que cuentan sus problemas cotidianos y que recurren al presidente en busca de ayuda y comprensión.

Obama firma una carta en la Casa Blanca
(Foto: Pete Souza)

La tradición de escribir cartas al presidente se remonta a los tiempos del primero de ellos, George Washington, y se ha mantenido de forma constante hasta el día de hoy. Unos recibieron más y otros menos, en función de su popularidad y de las dificultades de los tiempos. Cuando la tecnología introdujo la alternativa del correo electrónico, en época de Bill Clinton, el volumen anual de correspondencia en el número 1.600 de la Avenida Pennsylvania ascendió hasta los más de dos millones de cartas diarias.

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Club de Prensa en NTN24

Por: | 28 de octubre de 2011

Un blog "americano"

Por:

Una de las controversias más frecuentes relacionadas con Estados Unidos tiene que ver con el uso de la palabra americano para referirse a los ciudadanos de este país. Esa es la expresión que emplean los habitantes de Estados Unidos y también la que se utiliza con mayor frecuencia en el lenguaje común. Los americanos hablan de sí mismos como eso, como americanos. Y cuando dos españoles, polacos o argentinos conversan en privado sobre los americanos, les llaman así, americanos. "Americanos, os recibimos con alegría", decía la copla de Bienvenido Mr. Marshall. Pedimos un café americano cuando lo queremos al estilo del que se hace en EE UU y llamamos americana a la chaqueta que no hace juego con el pantalón, como vimos por primera vez en las películas americanas de los años cuarenta. Sin embargo, ese término está excluido del lenguaje oficial en muchos países, entre ellos España, y prohibido en varios medios de comunicación, entre ellos EL PAÍS. Quienes lo utilizan en el ámbito público son considerados automáticamente como proamericanos.

Pueden entenderse dos objeciones para el uso de la palabra americano, una de carácter lingüístico y otra de significado político. Es muy fácil descartar la primera. El diccionario de la Real Academia Española admite el uso de americano como sinónimo de estadounidense y define la primera palabra como "natural de América". No se le negará a los habitantes de Estados Unidos su pertenencia a América y, por tanto, su condición de americanos. Por supuesto, también son americanos los bolivianos, los chilenos y los guatemaltecos. Pero eso no impide que lo sean los americanos de Estados Unidos de América. Si se descarta la palabra americano porque puede confudir la totalidad con la parte, habría que descartar también la palabra estadounidense, que podría referirse a los Estados Unidos Mexicanos, o el término norteamericano, que le corresponde igualmente a la población de Canadá. Ya que tanto americano como norteamericano como estadounidense podrían llevar a confusión, siguiendo esa lógica, los habitantes de este país se quedarían sin gentilicio nacional. Serían solo californianos, tejanos o neoyorquinos.

Parece, pues, que la prevención sobre el uso de americano tiene que ver más con la política. Al prohibir esa palabra se trataría de contradecir la voluntad de los americanos de trasladar su imperio al lenguaje. Se llaman a sí mismo americanos, sospechan quienes se niegan a usar ese término, porque desprecian al resto de los habitantes del continente y se creen que éste les pertenece en exclusiva. Plantémosle cara, pues, en el lenguaje, ya que no podemos hacerlo en otros terrenos, sería la actitud consecuente con ese pensamiento.

Resistir a la pujanza de un país tan poderoso como Estados Unidos para proteger tradiciones culturales y lingüísticas seguramente es un buen empeño. Pero, desde mi punto de vista, no es la palabra americano el mejor lugar para hacerlo. He sido testigo de muchos casos en los que la prohibición de esa expresión ha dado lugar a resultados grotescos. En alguna ocasión se me cambió la mención a "la revolución americana" por el de "revolución estadounidense", tergiversando sin contemplaciones una historia que conocería el nacimiento de Estados Unidos bastantes años después de aquel episodio. Como afirma mi compañero en esta causa Josep Colomer, el títular de la cátedra Príncipe de Asturias de la Universidad de Georgetwon, llamarle estadounidense a los americanos es como llamarles reinounidenses a los británicos, republicafederalenses a los alemanes o comunidadautonomicenses a los catalanes.

Un poco de calma. Déjemosnos de estas batallas estériles. Todos sabemos de quién hablamos cuando hablamos de los americanos. Nadie puede sentirse ofendido. Si algún día se crean los Estados Unidos de Europa, sus habitantes serán llamados europeos, por mucho que Rusia, Ucrania o Bielorrusia, europeos también, no formen parte de esa entidad. En realidad, ya ocurre así en la práctica. La mayoría de los latinoamericanos que conozco no se sienten heridos por el hecho de que los ciudadanos de este país se llamen a sí mismos americanos. Es más, de esa manera es como les llaman ellos también. No estoy dentro de la cabeza de los americanos y no se con certeza si tienen un propósito político al usar esa palabra. Pero mi experiencia en este país me hace pensar que no, que la utilizan con la misma naturalidad con la que otros usan el término español. Más, si cabe. Si les dices que te ofenden, lo dejan de usar y basta. No es una cuestión de principios para ellos.

Un blog de este periódico se llama The American Way of Life porque todo el mundo identifica fácilmente lo que significa el estilo de vida americano, cosa muy diferente al estlo de vida estadounidense. Existe el sueño americano, no el sueño de Estados Unidos. Incluso quienes odian esa palabra, la usan para protestar por el imperialismo americano, no del imperialismo estadounidense, y aceptan el término afroamericano para referirse a los americanos de raza negra.

En la medida de lo posible, llamemos a las cosas por su nombre. 

The Situation Room

Por: | 25 de octubre de 2011

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La sala principal de The Situation Room. 

La presidencia de Estados Unidos es el más importante centro de poder del mundo. Ninguna otra institución, ni siquiera de carácter internacional, toma decisiones que afecten a un mayor número de personas de más países. En la medida en que los intereses norteamericanos son de carácter planetario, en la Casa Blanca se despachan diariamente asuntos que afectan a lugares remotos y a millones de inviduos que ni siquieran saben que, en alguna medida, están siendo gobernados desde aquí.

La cultura del espectáculo que impera en este país ha reflejado ese gran poder en multitud de símbolos que sirven para hacerlo más evidente y próximo a los ojos de los ciudadanos. Uno de esos símbolos es lo que se conoce con el nombre de The Situation Room, el despacho más inaccesible del Ala Oeste, el lugar en el que se discuten los asuntos más secretos. Es una oficina de gran valor operativo dentro del edificio presidencial. Pero es también una representación del poder americano. Su sola mención evoca momentos de enorme trascendencia histórica y resume la compleja estructura de mando de una superpotencia. Por eso ha sido varias veces reproducida en el cine y la televisión y da nombre al principal programa político de la CNN.

The Situation Room, que puede traducirse malamente como Sala de Situaciones o Sala de Crisis, no es, en realidad, una sala, sino un complejo de 13 despachos y habitaciones preparados con una tecnología que los hace impermeables a cualquier tipo de espionaje exterior y que permite establecer, con garantías, comunicaciones con embajadores y líderes mundiales o entre los distintos organismos del Gobierno. También conocida como War Room, está situada justo un piso por debajo del Despacho Oval y, en contra de lo que pueda pensarse, no es subterránea, no es un búnker ni nada por el estilo. La semana pasada fue utilizada por Obama para comunicarle al primer ministro de Irak su decisión de retirar todas las tropas norteamericanas de ese país antes del final de este año. El momento estelar de esa sala durante esta Administración fue el del seguimiento en directo de la operación en que un comando de Navy Seals mató a Osama Bin Laden, que dio lugar a esa famosa foto en la que todos los rostros, especialmente el de Hillary Clinton, reflejaban los instantes de tensión que estaban viviendo.

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Seguimiento de la muerte de Bin Laden. (Foto: Pete Souza)

Fue construida por orden del presidente Kennedy en 1961, después de haber concluido, me parece que equivocadamente, que el fiasco de Bahía de Cochinos se debió en gran medida a la falta de buenas comunicaciones con los principales responsables de la operación. No tuvo, sin embargo, un gran protagonismo durante la crisis de los misiles, que Kennedy dirigió principalmente desde el Despacho Oval. Entonces era una instalación mucho más modesta, de solo tres espacios y menos sistemas de protección.

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The Situation Room en 1962. 

Cada presidente la ha utilizado de forma más o menos intensa, de acuerdo a sus particulares preferencias y caprichos. Johnson la usó tanto durante el seguimiento de la guerra de Vietnam que hizo instalar allí su mejor sillón. Nixon, sospechoso de todo, confiaba más en su propio despacho. Kissinger sí era, en cambio, un visitante asiduo. Como lo fue después Bush padre.

Johnson
Johnson sigue los movimientos
militares en Vietnam.

Kissinger
 Kissinger, en The Situation Room.

 

El valor estratégico que la Sala de Situaciones tiene en este momento no se alcanzó hasta la reforma que Bush hijo mandó hacer en 2007. Fue entonces cuando se la extendió en tamaño y en ocupación. Bush le dio acceso a ese territorio, reservado hasta entonces únicamente para el Consejo Nacional de Seguridad, al Departamento de Seguridad Interior, que él creó después de los ataques del 11 de septiembre, y a los miembros de su Gabinete personal. Fue desde allí desde donde se dirigieron los momentos principales de las guerras de Irak y Afganistán. En una ocasión Bush lo hizo acompañado del único líder extranjero que ha sido invitado a ese lugar, Tony Blair.

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Bush y Blair se comunican con los mandos militares en Irak.

Hoy es una instalación imprescindible para el trabajo del presidente. Funciona de forma permanente 24 horas al día y 365 días al año. De ello se ocupa un equipo de medio centenar de personas, en su mayoría militares, que, además, cada mañana a las seis en punto tienen listo un informe para el presidente. Desde la Sala de Situaciones, Obama conversa con los jefes del Pentágono y con algunos gobernantes de otros países con los que es necesario tratar asuntos especialmente delicados, como Karzai. Las comunicaciones visuales se establacen en la sala principal del complejo, donde hay instalada una mesa de reuniones convencional y seis pantallas para el seguimiento de las conversaciones. Por supuesto no hay ventanas al exterior, aunque sí unos cuadros electrónicos que las simulan. Todas las llamadas telefónicas se hacen desde unas cabinas provistas de aparatos y líneas seguras. Una versión más modesta de la Sala de Situaciones está instalada a bordo del Air Force One, el avión presidencial.

Todas estas sofisticaciones tecnológicas no son, como se ha demostrado muchas veces, garantía de que no se producen filtraciones de secretos o de que Estados Unidos dispone de información privilegiada sobre todos los sucesos. Los errores cometidos por este país en materia de espionaje a lo largo de la historia son graves y cuantiosos. Probablemente la mejor función que cumple The Situation Room es la de alimentar el mito del poder americano

Michelle

Por: | 21 de octubre de 2011

Si no se conoce el papel ejemplarizador que debe de cumplir el presidente de Estados Unidos, no se puede comprender la importancia capital que tiene su esposa en el éxito general de su gestión. A diferencia de Europa, un presidente norteamericano es el símbolo de los valores que comparten los ciudadanos de este país, no solo un administrador temporal de los bienes comunes. Su figura se utiliza como modelo en las escuelas y como referencia constante para el estímulo de toda la nación. El fragor de la política cotidiana prima con frecuencia sobre esa función. Pero, aún así, el presidente es, como el himno o la bandera, un emblema de esta democracia al que siempre se recibe con una ovación en el Congreso y ante quienes se ponen de pie los periodistas en las conferencias de prensa.

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El presidente Obama y la primera dama después de comprar calabazas en Carolina del Norte. (Foto: Susan Walsh / AP)

Es indudable que no todos los presidentes de Estados Unidos han tenido una conducta personal merecedora de ese respeto. Se rinde deferencia a la institución, no a la persona. Pero se confía, muchas veces con enorme decepción, en que la persona esté a la altura del cargo, y por esa razón se examina su pasado, se investigan sus aficiones, se cuestiona sobre sus creencias, sus principios y sus relaciones familiares. Y por eso también se observa con enorme atención a su mujer. No ha habido aún ningún caso de una presidenta, por lo que no existen pruebas de que eso ocurra a la inversa. Solo ha habido un presidente soltero en la historia, James Buchanan, y otro que se casó durante su presidencia, Grover Cleveland. De los siete que enviudaron en ejercicio, cuatro volvieron a casarse mientras estaban en la Casa Blanca.

Practicamente siempre, por tanto, los norteamericanos han tenido una primera dama. Entre las más recientes, casi todas mejoraron a sus maridos. Unas, con un gran protagonismo, como Hillary Clinton o Nancy Reagan, y otras desde una posición más oscura, como Barbara y Laura Bush, la esposas, respectivamente del primer y el segundo presidente George Bush. El mito indudable es Jacqueline Kennedy. Sin embargo, es Eleanor Roosevelt la unánimemente reconocida como la mejor primera dama de la historia. Su biografía y su ejemplo dan para varios post, así es que me limito a remitirles a la numerosas publicaciones al respecto, como el magnífico libro de Jean Edward Smith FDR.

¿Qué tal Michelle Obama? Su marido y los asesores de su marido tienen una enorme confianza en ella, como demuestra el hecho de que, con bastante sorpresa, le hicieran hablar junto al presidente este miércoles (vídeo) durante la gira en autobús que ha hecho por los estados de Carolina del Norte y Virginia. Los responsables de prensa de la Casa Blanca nos advirtieron antes de un acontecimiento que no nos podíamos perder. El acontecimiento resultó ser Michelle.

La idea es que Michelle humaniza a Obama, le complementa ese lado frío y académico que a veces ofrece el presidente. Michelle ha sido descubierta haciendo la compra en un supermercado de precios bajos, como cualquier ama de casa en estos tiempos difíciles, lleva a la familia a comprar calabazas para Halloween y consigue sacar a su pareja a cenar en privado algún que otro fin de semana. También cumple con las obligaciones tradicionales de las primeras damas, como visitar colegios y preocuparse por la alimentación familiar. Pero ella ha extendido esa labor hasta convertirla en una causa a favor de una mejor nutrición para toda la población. Ayudada por algunos cocineros relevantes, entre ellos el español José Andrés, Michelle impulsa diversos proyectos para que los norteamericanos coman de forma más sana.

Al principio del mandato llevó ese propósito hasta algunos extremos, como el de abrir un mercadillo de alimentos naturales todos los jueves en las calles próximas a la Casa Blanca, lo que generó gigantescos problemas de tráfico, o el de construir un huerto en la residencia presidencial. Parece ser que el huerto sigue aquí, pero nadie ha vuelto a hablar de él.

En plena Obamamanía, Michelle quiso recuperar el papel social que la Casa Blanca tuvo con Jacqueline y organizaba todos los miércoles unas reuniones informales a las que asistían congresistas, políticos y periodistas de renombre. El clima político en seguida se deterioró mucho en Washington, y esas terturlias son ya muy esporádicas.

No se puede calificar a Michelle de una mujer sencilla. Usa ropa cara, se peina con sofisticación y guarda las distancias. No soy capaz de decir si los norteamericanos la quieren. Aunque esto sea un asunto intratable en este país, su raza ejerce una cierta influencia en la proximidad afectiva con sus compatriotas. Pero lo que sí es seguro es que la respetan. Nunca, ni en los más sangrantes cruces de acusaciones, se la ha incluido como blanco de críticas. Solo una vez, precisamente con ocasión de su semana de vacaciones en Marbella en el verano de 2010, se le hicieron algunos reproches por la elección de un lugar que aquí se considera tan elitista. Su popularidad supera el 60% -69% en una encuesta de Fox este año- y, aunque hay algunos síntomas de que puede estar a la baja, Michelle es todavía claramente un activo para el presidente.

Un lehendakari en Washington

Por: | 20 de octubre de 2011

Contra lo que pueda parecer, la visita de un lehendakari a Washington no es un evento tan exótico ni extraordinario. La de Patxi López puede incluso acabar siendo oportuna.

Patxi López durante su intervención en Washington
Patxi López durante su intervención en Washington.
Foto: Cristina F. Pereda.

No es portada en The Washington Post -tampoco la del presidente del Gobierno español lo es-, pero se ha entrevistado con algunas personalidades sobre asuntos de transparencia y sociedades abiertas, ha hablado con investigadores y promotores de nuevas tecnologías y ha pronunciado una conferencia en la universidad Johns Hopkins en la que no ha reclamado derechos nacionales sino que ha aportado algunas ideas sobre la crisis que afecta a Europa. Por esta ciudad desfilan a diario muchas figuras con una agenda más modesta.

La visita coincide, además, con un resurgimiento informativo del conflicto vasco por la reciente conferencia internacional y la expectativas de una inminente declaración de ETA. Así es que los aficiondos a la política española han prestado cierta atención al viaje y algunos colegas me han llamado con curiosidad. Por cierto, es llamativa la facilidad que tenemos los periodistas para escribir de aquello de lo que nos acabamos de enterar y lo difícil que resulta explicar un problema al que uno está emocionalmente vinculado desde hace 30 años, mucho más hacerlo con cierta objetividad.

Washington ha conocido antes a otros lehendakaris. Ardanza llegó a ser recibido por Ronald Reagan en la Casa Blanca en 1988 e Ibarretxe visitó el Congreso en 1994. Son muy conocidas las raíces vascas de algunas poblaciones de este país, sobre todo en los Estados del noroeste, en Idaho, Oregón, California y el Estado de Washington, donde todavía se calcula que viven unos 50.000 descendientes de antiguos pastores vascos y de los inmigrantes atraídos por la fiebre del oro a mitad del siglo XIX. Existe un importante museo de cultura vasca en Boise y numerosas asociaciones y clubes que protegen la herencia vasca en distintas ciudades norteamericanas, incluida esta. Ha habido vascos famosos en el Senado -Robert Laxalt- y en el Salón de la Fama de béisbol -Ted Williams-. Actualmente, el republicano John Garamendi, de California, prolonga la presencia de sangre vasca en la Cámara de Representantes. Roberto Goizueta presidió la Coca-Cola, y probablemente los vascos más influyentes del país hoy en día, la familia Unanue, fundó y dirige la marca de conservas españolas Goya.

Sobre la vinculación de Estados Unidos a los asuntos vascos se ha escrito en abundancia. José Antonio Aguirre estableció en Nueva York su primer gobierno en el exilio hasta 1946 y dio clases en la universidad de Columbia. Siguiendo su ejemplo, también Ibarretxe optó por un breve descanso universitario en este país tras salir de Ajuria Enea. La sociedad norteamericana, que creó su democracia en la lucha contra un imperio invasor, siempre ha simpatizado con las batallas independentistas y los movimientos de liberación. Ayudado por la presencia de una amplia colonia irlandesa en posiciones de poder, la versión nacionalista de un pequeño País Vasco que defiende sus tradiciones y su libertad frente a la presión de un viejo imperio decadente, ha encontrado fácilmente simpatizantes en Estados Unidos.

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El lehendakari José Antonio Ardanza y el presidente
Ronald Reagan en el despacho oval en 1988.

Los lehendakaris han gozado habitualmente en Washington, por tanto, de un ambiente favorable en el que dar rienda suelta a su patriotismo. Eso cambió bastante cuando el 11 de septiembre de 2001 este país descubrió el peligro del terrorismo, y, con George W. Bush en la Casa Blanca y José María Aznar en Moncloa, empezaron a circular otras versiones muy diferentes sobre las causas del conflicto vasco. Ahora se han encontrado por primera vez con un lehendakari socialista, lo que confunde un poco, no solo porque no sea nacionalista, sino por el hecho de que pertenezca al mismo partido que gobierna en la capital desde donde supuestamente se oprime a los vascos. Puede parecer una simplificación, pero todos los problemas se ven de forma muy elemental cuando se observan a unos pocos kilómetros de distancia de su foco.

El hecho es que, entre unas razones y otras, la causa vasca ha perdido bastante seguimiento en Estados Unidos. O, más bien, ha perdido parte del componente sentimental que la sostuvo en un tiempo. La cosa se ha normalizado, y la presencia de un lehendakari tecnócrata que hablaba de los gobiernos 2.0 y presumía de su actividad en Twitter ha venido a certificarlo. Hoy en Estados Unidos se presta mucho más atención a otros problemas de España. El conflicto vasco se ha convertido más en un objeto de estudio académico que una preocupación política. 

¿Ayudará o perjudicará a Obama el movimiento Ocupar Wall Street?

Por: | 18 de octubre de 2011

Olvidemos la polémica sobre su verdadera dimensión. En política, con bastante frecuencia, los hechos no valen por lo que son sino por la percepción que de ellos se tiene. Mucho más en un caso, como el de Ocupar Wall Street (OWS), cuya presencia es más virtual que real y cuyo poder radica en su capacidad de resonancia, no en su respaldo popular. El hecho es que la clase política, al menos por ahora, lo ha incorporado a su agenda y forma parte ya del debate nacional.

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Manifestantes de OWS. (Foto: Flickr)

El principal responsable de Obama 2012, David Axelrod, ha pronosticado que OWS "será un tema en la próxima campaña electoral". El propio Obama se ha referido en términos positivos a ese movimiento, al que ha definido como "expresión de la frustración de los ciudadanos", y, después de algunas primeras declaraciones críticas, Eric Cantor, el número dos del Partido Republicano en el Congreso, también ha mostrado su "comprensión" con los ocupantes, con los que ha coincidido en que "existe demasiada disparidad de ingresos" en Estados Unidos.

Nadie sabe aún hasta dónde puede llegar esa manifestación de protesta y nadie quiere, por tanto, ganarse abiertamente su hostilidad. Los demócratas calculan que OWS puede ayudar a movilizar a sus bases, bastantes decepcionadas con Obama. Los republicanos cuentan con que, en la medida en que el movimiento amplifica la queja por la situación económica, aportará votos de castigo contra el actual presidente.

¿Quién está en lo cierto? ¿Ayudarán o perjudicarán los ocupantes a Obama? Mi pronóstico es que, después de una primera fase en la que, efectivamente, este movimiento constituye una pequeña inyección de moral para la izquierda, este modelo de protesta perjudicará al presidente. Estas son mis razones:

- El populismo es el terreno de la derecha. Como se ha comprobado con el Tea Party, el Partido Republicano es capaz de incoporar y sacarle rendimiento electoral al populismo de extrema derecha. Aún pagando algún precio, en forma de indisciplina y tensiones de liderazgo, la oposición ha sabido aglutinarse en torno al Tea Party y ha ganado vitalidad y potencia de fuego gracias a ese movimiento. En cambio, el Partido Demócrata, aunque con un lejano pasado de populismo, es desde hace muchos años el partido del establishment. Tanto sus dirigentes como su mensaje actual son refractarios al izquierdismo que representa OWS.

- Obama es un líder centrista. Pese a la ofensiva actual por los impuestos a los ricos, la naturaleza de Obama es la de un político moderado y conciliador. Quizá algunos malinterpretasen sus promesas de cambio en 2008, pero la realidad es que nunca se postuló como un candidato de izquierdas. Su eslogan más repetido aquel año fue el de "acabar con la división entre Estados rojos y Estados azules para fortalecer los Estados Unidos de América". Su próxima campaña electoral estará basada en su contraste con el radicalismo que ofrecen los candidatos republicanos. En algún momento de la misma, recuperará su perfil centrista y decepcionará a los seguidores de OWS.

- Las elecciones las deciden los independientes. Ambos partidos saben que sin ellos no hay victoria posible. Los independientes apoyaron en 2008 a Obama como castigo a Bush, y en 2010 a los republicanos como castigo a Obama. El presidente confía en que en 2012 podrá recuperar a muchos independientes atemorizados por el extremismo conservador, pero esa estrategia fracasará si aparece en el escenario el extremismo de OWS.

- OWS divide el voto de los jóvenes. En la medida en que es muy improbable que este movimiento acabe apostando abiertamente por Obama, su presencia solo va a servir para desorientar más a los jóvenes y dividir sus votos. La campaña de Obama espera que ese sector de la población se decante en el útlimo momento por el presidente ante la falta de alternativas mejores. En la medida en que los ocupantes de Wall Street ofrecen otras opciones, como de la política callejera o incluso el voto por otras expresiones radicales, como la del candidato republicano Ron Paul, no ayuda a la reelección de Obama. Es un argumento algo cínico, pero válido.

- OWS no aporta votos hispanos o negros. El movimiento no goza de ningún respaldo entre esas dos comunidades. No compensa, por tanto, con esos votos, tan necesarios, los que se pueden perder por las otras razones.

La oficina contigua al Despacho Oval

Por: | 17 de octubre de 2011

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David Plouffe (Foto: Getty)

La oficina más próxima al Despacho Oval, en la fachada sur del Ala Oeste, frente al monumento a Washington y el National Mall, la ocupa un hombre de 44 años procedente de Delaware cuyo nombre es David Plouffe, el personaje más influyente ahora en este territorio. No es la máxima autoridad formal. El que manda aquí es William Daley, el jefe de Gabinete, otra figura enigmática y poderosa de la que hablaremos en otra oportunidad. Pero a quien más atención prestan los oídos del presidente en estos momentos es a David Plouffe, su principal asesor político.

Plouffe llegó a esta oficina a principios de este año con la misión de sacar a Obama de las aguas turbulentas por las que atravesaba en ese tiempo y conducirlo triunfalmente hasta las elecciones de 2012. Su especialidad es esa, preparar campañas electorales. Y su ocupación actual es la de dotar al presidente del perfil adecuado para afrontar la próxima. Eso significa, influir en su agenda, participar en la redacción de sus discursos, aconsejar sobre el tono a emplear y decidir las consignas que se deben emitir. Nadie aquí tiene el poder absoluto sobre el presidente. Esto es una variedad de monarquía en la que el acceso al rey está cuidadosamente tasado y controlado. En cada área de la actividad presidencial hay diferentes personas y niveles entre los que hay pactar una determinada estrategia. Sin embargo, dentro de ese complejo equilibrio, Plouffe sobresale actualmente como un individuo de especial consideración.

Plouffe ha pasado casi toda su carrera asesorando a candidatos demócratas en diferentes contiendas electorales. Su mayor responsabilidad en Washington fue la de formar parte del Gabinete del líder demócrata en la Cámara de Representantes Richard Gephardt a finales de los años noventa. En 2007 se sumó a la campaña presidencial de Obama como número dos, inmediatamente por debajo de David Axelrod. Los dos David formaron un tándem espectacular que creó la campaña más innovadora y exitosa que se recuerda en la historia política de este país. Axelrod, que ya está en Chicago trabajando para 2012, era el principal rostro de cara al exterior, pero Plouffe era el hombre con mayor imaginación y capacidad de improvisación. Algunos de los detalles de esa campaña los recuerda el propio Plouffe en el libro que publicó el año pasado, The Audacity to Win, que aprovecho para recomendar como el mejor testimonio escrito sobre aquel trabajo.

Ahora intenta trasladar aquella experiencia a las necesidades actuales. Quizá esta vez la empresa no sea más difícil -en 2007 prácticamente nadie creía en la posibilidad de que Obama llegase a ser presidente-, pero sí es muy diferente. Tras aquella frase de "la audacia de la esperanza", creada por Plouffe, se encerraba la oferta de un candidato verdaderamente innovador que animaba a los votantes a creer en un cambio que parecía imposible. Tras ese mensaje se organizó un enorme movimiento de base que ayudó a traer dinero a la campaña y a llevar votos a las urnas.

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Una reunión en la Casa Blanca. Plouffe, primero a la derecha. Daley, a la izquierda de Obama (Foto: White House).

Hoy ese grado de ilusión es imposible de reproducir y, por tanto, tampoco será fácil repetir la movilización de hace cuatro años. Pero Plouffe es un hombre paciente y pragmático que sabe que aún quedan muchas cosas por ocurrir antes de las próximas elecciones. Esta no es una carrera de velocidad sino de resistencia. Plouffe sostiene que la cifra de desempleo en sí misma -9,1% en octubre- no va a ser el factor fundamental en 2012, sino la percepción que los electores tengan sobre quién está haciendo más esfuerzos por mejorar la economía y quién es más sensible a laos problemas de la clase media. Plouffe ha explicado también en varias ocasiones que los votantes más decisivos son los que se definen como independientes, entres quienes Obama ganó en 2008 pero que se decataron por los republicanos en las legislativas de 2010. El presidente tiene que recuperar su confianza si quiere obtener la reelección.

Desde esos dos principios, la economía y el voto independiente, está Plouffe trabajando para 2012. A él se le atribuye la estrategia actual de hacer que el presidente recorra el país defendiendo su proyecto de ley contra el desempleo y dejando claro que, si no sale adelante, no es por su culpa suya sino por el obtruccionismo republicano. La otra parte del plan, la del cortejo a los independientes, llegará en una fase posterior, después de que se haya garantizado el apoyo de las filas propias. Plouffe sabe de esto y cree que los independientes todavía no se han inclinado a favor de nadie. Queda mucho partido. Hay tiempo. No se puede decir que no haya nervios en el Ala Oeste. Pero no en la oficina de Plouffe. Él sabe lo que hace. 

Esperando a Hillary

Por: | 14 de octubre de 2011

Aunque no tiene su oficina en este Ala Oeste, la conoce bien porque vivió aquí ocho años y ahora entra y sale de ella con frecuencia, al menos una vez por semana. Su nombre también suena constantemente entre estas paredes, a donde podría regresar algún día como jefa. El futuro de Hillary Clinton sigue siendo motivo de especulación por muchos esfuerzos que ella haga por desmentir cada uno de los rumores que surgen. El último y el que más ha circulado en los últimos meses es el de que, a partir de 2012, intercambiaría su puesto con el vicepresidente Joe Biden para situarse en la plataforma de salida para las elecciones de 2016.

Clinton y Obama charlan en los jardines de la Casa Blanca

Obama y Clinton conversan en los jardines de la Casa Blanca, en abril de 2009.
(Foto: Pete Souza)

En una entrevista esta misma semana en la cadena NBC ha vuelto a decir que "no hay ninguna posibilidad" de que eso ocurra. Pero ya se sabe que los desmentidos de los políticos son la antesala de la confirmación y, en el caso de Hillary Clinton, después de tantos años de esfuerzos por ser la primera presidenta del país, cuesta creer que renunciara ahora a ello si viese la más mínima oportunidad.

Todo es todavía una conjetura, la incubadora en la que se engendran muchas noticias en Washington. Pero si ese conjetura se prolonga y parece tan creíble es porque está sostenida en hechos ciertos: Hillary Clinton ha sido una gran secretaria de Estado, ha demostrado condiciones sobradas para la presidencia y no es otean en el horizonte líderes demócratas capaces de hacerle seria competencia. Además, aunque llevemos muchos años oyendo hablar de ella, es muy joven: este mes de octubre cumple 64 años. Es decir, podría tomar posesión en enero de 2017 con 69 años, menos de la edad que tenía Ronald Reagan al llegar a la Casa Blanca. La esperanza de vida ha aumentado en estos treinta años y es más alta aún en las mujeres.

Clinton y Obama en el Air Force One
El presidente y la Secretaria de Estado, durante un viaje
oficial en el Air Force One. (Foto: Pete Souza)

La carrera de Hillary Clinton ha sido una auténtica montaña rusa. Ha pasado de la admiración al odio con más frecuencia de la que ha cambiado de peinado. En fases sucesivas, se la ha tratado con miedo por su audacia, con envidia por su inteligencia, con piedad por las afrentas sufridas en su matrimonio, con recelo por sus confesadas ambiciones, con desprecio por su pugna con Obama y, finalmente, con enorme respeto por su saber perder.

Ahora ha llegado a un punto de madurez en el que combina con armonía todas esas virtudes y defectos y goza de la simpatía general. Es la política más popular del país. Según una encuesta de Bloomberg, el mes pasado, dos teceras partes de los norteamericanos tenían una opinión favorable de ella, y un 34% consideran que las cosas irían mejor en Estados Unidos si Hillary Clinton fuese hoy presidenta. Aunque en el Ala Oeste no son muy partidarios de estas comparaciones, muchos demócratas meditan en silencio si no hubiera sido mejor haberla elegido a ella en 2008. Lo cierto es que, desde el Departamento de Estado no ha ofrecido nunca una sola muestra de deslealtad a Obama, a quien se ha cuidado de no hacer sombra. El presidente, a su vez, la ha dejado brillar sin demostrar celos jamás. El tándem ha funcionado a la perfección.

Tanto, que es justo preguntarse ahora por qué no extenderlo y potenciarlo cuatro años más. Hillary Clinton ya ha dicho varias veces que no quiere seguir al frente de la diplomacia norteamericana. ¿Qué puede hacer entonces? ¿Una organización internacional? No hay ninguna a su altura. ¿Gobernadora de Nueva York? Muy local. ¿Volver al Senado? !Nooooo! ¿Retirarse y quedarse en casa? Menos aún. Así pues, queda la candidatura a la vicepresidencia, con la esperanza de que Obama sobreviva en 2012, se despeje la incertidumbre económica y llegue a 2016 como la candidata presidencial obligada y segura.

Hillary Clinton nos ha confundido antes muchas veces. Cuando la dábamos por divorciada, después del espectáculo Lewinsky, se unió más que nunca a Bill Clinton. Cuando la dábamos por presidenta, apareció Obama. Cuando la imaginábamos moviéndole el piso al nuevo presidente, apareció como su más fiel servidora. Quizá ahora nos vuelva a contradecir y decida disfrutar de su pensión en Chappaqua. Apuesten.

Con ustedes, Mark Knoller

Por: | 13 de octubre de 2011

Después de mi incursión en el bajo Manhattan, es casi un placer el reencuentro con la rutina del Ala Oeste y con gente como Mark Knoller. Quizá muchos de ustedes no sepan quien es Mark Knoller, un simple periodista. Pero me ha parecido imprescindible que los seguidores de este blog lo conozcan y he decidido dedicarle este post.


Mark Knoller explica los datos catalogados sobre Obama en el año 2010.

Mark Knoller es el principal corresponsal en la Casa Blanca de CBS Radio, pero su influencia y su prestigio en este lugar exceden con mucho al de su cargo. Knoller sabe más que nadie de lo que ha sucedido en los últimos años entre estas paredes y posee un mejor archivo sobre las actividades presidenciales que el propio Servicio Secreto. Cuando un periodista tiene una duda sobre qué ocurrió exactamente y cuándo, se lo pregunta a Knoller, no al jefe de prensa, siempre que el célebre colega esté de buen humor, por su supuesto.

El término celebridad no es exagerado. Desde la jubilación de Helen Thomas, Knoller es el periodista sobre quien más reportajes se han hecho y a quien más veces se ha entrevistado, precisamente por su reconocida sabiduría y otras particularidades de su personalidad y su estilo.

Con 59 años de edad, Knoller ha cubierto de forma estable la Casa Blanca para CBS desde la presidencia de George Bush padre, pero ha seguido de forma intermitente para otros medios a todos los presidentes desde Gerald Ford. Antes de la era de Internet, en los años de Bill Clinton, se le ocurrió elaborar lo que el llama "un diario" en el que anotar cada cosa, grande o pequeña, que hacía el presidente: cuántos minutos hablaba, qué adjetivos utilizaba con más frecuencia, de qué colores se vestía, cuántas horas pasaba fuera de la Casa Blanca, cuánto descansaba y otros cientos de detalles que pasan inadvertidos a los más atentos biógrafos.

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Knoller cataloga en Twitter detalles como el tipo de
bolígrafo con el que firma Obama.

Esos diarios fueron creciendo hasta convertirse en la más extensa base de datos existente sobre los últimos presidentes norteamericanos. Está absolutamente todo, y aunque muy pocos han sido los privilegiados a los que Knoller les ha permitido el acceso, él mismo demuestra frecuentemente el valor de su documentación con la exhibición de cifras en medio del briefing regular o en algunas conferencias de prensa.

De Obama ha demostrado saber, por ejemplo, que hasta sus últimas vacaciones de agosto, había hecho diez viajes considerados vacacionales con una duración de entre dos y 12 días cada uno, para un total de 61 días de asueto desde que es presidente. Además de las 20 visitas que ha realizado a Camp David, donde ha pasado un total de 48 días. También sabe cuántas frases de sus discurso han empezado por "déjenme decirlo claramente" o en cuántas expresiones ha coincidido con su antecesor. 

En una ocasión, le rebatió a George W. Bush el número de jornadas de descanso que éste se atribuía porque, cómo le recordó Knoller, cuando se iba de Washington el viernes a las dos de la tarde el presidente se lo contaba como día trabajado. Atento a la jugada, el periodista lo anotaba en su diario como medio día de vacaciones.

Es evidente el esfuerzo que esto requiere. "Al final de cada día dedico alrededor de una hora a tomar nota de todo lo sucedido", ha explicado Knoller. Sus compañeros creen que se puede permitir ese lujo porque su vida privada es escasa y no tiene mayor vicio que el del periodismo. Él mismo reconocía hace poco en un tweet que sus últimas vacaciones fueron de cinco días en Las Vegas en 2004. Circula en la sala de prensa de la Casa Blanca la leyenda de que, en realidad, vive en un coche entre montones de periódicos viejos.

Lo del coche no lo sé, pero desde luego el mínimo cubículo que es su oficina en la Casa Blanca es un laberinto de pilas de papeles entre las que solo Knoller es capaz de moverse. Con una voz radiofónica proporcional al tamaño de su cuerpo, la presencia de Mark Knoller se hace notar enseguida. No porque sea uno de esos periodistas que buscan el lucimiento en sus preguntas, sino porque cada vez que levanta la mano, el pobre portavoz se echa a temblar.

El País

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