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lleva más de 30 años de dedicación a la cobertura de la actualidad internacional, la mitad de ellos vividos en EE UU y América Latina. Actualmente, es corresponsal en Washington.

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Antonio Caño

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El falso Carlos, un ejecutado por error

Por: | 15 de mayo de 2012

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Carlos de Luna, en una imagen de la investigación

Desde el momento de su detención, en 1983, hasta el de su ejecución, seis años después, Carlos de Luna sostuvo siempre su inocencia en el asesinato de Wanda López, del que se le acusaba. Una exhaustiva investigación conducida por el profesor de la universidad de Columbia James Liebmen y publicada ahora en la Human Rights Law Review prueba que tenía razón.

El riesgo de ejecutar a un inocente ha sido siempre uno de los principales argumentos de quienes se oponen a la pena de muerte en Estados Unidos. Nunca ese riesgo había sido certificado de una forma tan concluyente como en el caso de Carlos de Luna.

Carlos de Luna fue arrestado cuando tenía 20 años por la muerte a puñaladas de la joven empleada de una gasolinera en la ciudad de Corpus Christi (Texas). Las pruebas contra él nunca fueron muy contudentes, pero la causa prosperó gracias a algunas lagunas en la coartada del detenido y a los varios antecedentes policiales de De Luna por diversos delitos menores. El acusado creía conocer al verdadero asesino, a quien había visto en el lugar de los hechos momentos antes del crimen, pero en un principio se negó a revelar su identidad por miedo a represalias.

Cuando finalmente lo hizo, su credibilidad era ya escasa, y la fiscalía no tuvo dificultades en obtener un veredicto de culpabilidad. Pero el principal aliado de la acusación no fue el relato contradictorio de De Luna sino su parecido físico con el auténtico culpable, Carlos Hernández. Varios testigos, probablemente ayudados por la dificultad para distinguir las rasgos físicos de otra razas, confundieron a los dos Carlos e identificaron a De Luna aunque, en realidad, habían visto a Hernández.

Durante años, familiares y periodistas han aportado pruebas, tanto de la inocencia de De Luna como de la culpabilidad de Hernández. Una de ellas fue la confesión de éste último a sus compañeros de prisión en los últimos días de su vida. Después del suceso de Corpus Christi, Hernández fue declarado inocente del apuñalamiento de otro mujer, pero finalmente moriría en prisión en 1999 a causa de una cirrosis.

El profesor Liebmen y su equipo han realizado decenas de entrevistas e investigaciones para unir las piezas del rompecabezas de este caso. El resultado es un trabajo de 400 páginas en el que se muestran todas las evidencias que señalan a Hernández, todas las que descartan a De Luna y los númerosos errores cometidos durante el proceso judicial.

Los familiares que le quedan a De Luna creen que ya es demasiado tarde para reabrir una herida cerrada hace tiempo.

Desde que en 1976 se reinstauró la pena de muerte en Estados Unidos, han sido ejecutadas 1.295 personas, 482 de ellas en Texas. ¿Cuántas más serían inocentes?

El Obama más cool

Por: | 14 de mayo de 2012

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Obama en durante un viaje oficial en 2009. (Foto: REUTERS)

Al contrario que muchos de los que siguen al presidente de Estados Unidos, yo prefiero la versión estadista de Barack Obama a la más electoral que estamos viendo estos días y veremos de forma abundante hasta noviembre.

Admito que el Obama electoral, que nos recuerda al que conocimos en 2007 y 2008, es más atractivo, más inspirador, más sugerente, más atrevido y mucho más cool. El Obama que ha gobernado desde 2009 hasta hace poco era más aburrido, más dubitativo y más contenido. Por eso generó una cierta decepción entre sus más apasionados seguidores.

El Obama electoral ha recuperado el ardor de su oratoria y nos regala a diario frases ocurrentes contra los líderes financieros, los sheriffs racistas o sus más econados rivales republicanos.Ya nos ha sorprendido con su respaldo al matrimonio homosexual, y esta misma semana ha lanzado un vídeo-bomba sobre las actividades de Mitt Romney al frente de la empresa Bain Capital. No es que sus decisiones resulten necesariamente equivocadas o que sus críticas no sean, en ocasiones, justas. Pero, desde luego, representan un marcado contraste con su actuación como presidente.

Como presidente, Obama fue un ejemplo de prudencia y moderación. Prometió el primer día el cierre de Guantánamo, pero tuvo que adaptar después su política a la realidad de que eso no estaba enteramente en su mano. Desde la reforma sanitaria hasta la reforma de Wall Street, Obama hizo en todo momento un ejercicio de negociación, de búsqueda del punto de encuentro, de acomodación de sus propósitos a las exigencias de sus rivales. Y si no fue más lejos en la búsqueda del centro, es porque la oposición no le acompañó casi nunca en ese esfuerzo. Lo mismo ocurrió en sus relaciones con Rusia y China, o en la crisis con Irán.

La acomodación política no tiene buena prensa. Y, ciertamente, acomodar principios para salvar el pellejo no es la mejor lección que debe de dar un hombre de Estado. Pero, en estos tiempos de incertidumbre en el que las verdades absolutas escasean, sí parece conveniente respetar el pensamiento contrario y, en la medida de lo posible, atender algunas de sus demandas. Políticamente, EE UU es hoy, como muchos otros países del mundo, una nación partida en dos. La mitad defiende el matrimonio homosexual y la otra mitad se opone. Y así sucede con la gran parte de las grandes causas que ocupan a esta sociedad: los impuestos, los servicios públicos o la inmigración. Ignorar esa división con el argumento de que yo tengo unos pocos votos más que tu, es una equivocada interpretación de los mandatos electorales.

Un presidente tiene que liderar. Así lo reclama el sistema político norteamericano. Pero también tiene que conciliar y sumar. También así lo quiere el mismo sistema político, diseñado para garantizar el respeto a las minorías.

Tengo la impresión de que a Obama se le ha valorado poco en esta última faceta. Al ser elegido como un presidente transformador, se esperaba de él una audacia que, en realidad, no es su mejor cualidad. Su mejor cualidad es la reflexión y su instinto para satisfacer a las mayorías, no a los suyos. El verdadero Obama no es el que declaró su apoyo a las bodas gay, sino el que tardó tres años en "evolucionar" en esa materia y llamó a los principales pastores protestantes para darles una explicación a las pocas horas de que su declaración fuera hecha pública. Quizá veamos más de eso en un segundo mandato. Pero, de momento, y para que eso sea posible, tendremos al Obama más cool.

Periodistas y su relación con las élites

Por: | 07 de mayo de 2012

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El secretario de Defensa, Leon Panetta y el cineasta Steven Spielberg, durante la cena de corresponsales celebrada hace dos semanas. Foto: AFP.

Tom Brokaw, el antiguo conductor del principal informativo de la cadena NBC y una autoridad nacional en materia de periodismo, ha creado estos días cierto revuelo en el Ala Oeste al poner el dedo en la llaga de uno de los asuntos más controvertidos y delicados de esta profesión: la vinculación, a veces excesiva, entre los periodistas y las élites.

Refiriéndose a la serie de personalidades y famosos que cada año desfila por la cena de corresponsales en la Casa Blanca, la última de ellas celebrada el pasado 28 de abril, Brokaw decía este domingo en su propia emisora: "Mira, yo creo que George Clooney es un gran tipo, y me encanta estar con Charlize Theron, pero yo no creo que el gran acontecimiento de la prensa en Washington tenga que ser esta especie de evento glamuroso, donde todas las conversaciones giran sobre la marca del champán, la última recepción en la embajada italiana, quién tiene la mejor fiesta y quién conoce a gente más importante. Eso está lejos de lo que se supone que tenemos que hacer y de lo que la gente espera que estemos haciendo. Creo que el cuerpo de prensa en Washington debería de reflexionar acerca de ello, y, por cierto, yo soy miembro del grupo de corresponsales en la Casa Blanca, he estado en esas cenas y he disfrutado de ellas, pero creo que esto ha ido demasiado lejos".

La cena de la Asociación de Corresponsales en la Casa Blanca es una tradición que se remonta a hace casi un siglo. En su origen, era una oportunidad de hacer contactos y de representar la vigencia del cuarto poder. Pero en los últimos años ha ido convirtiéndose exclusivamente en un gran acontecimiento social, una gala de etiqueta en la que el presidente de turno cuenta los chistes que le ha escrito para la ocasión un humorista profesional y en la que cada medio de comunicación compite por el nivel de los invitados que sienta a su mesa. Es una cita de esas que nadie que sea alguien en esta ciudad quiere perderse.

En estos tiempos de crisis y de dudas sobre el futuro del periodismo, tanta ostentación y derroche comienza, sin embargo, a hacerse algo extravagante. Las palabras de Brokaw, no solo ponen sobre el tapete esa inoportuna exhibición, sino el ángulo, aún más polémico, sobre los límites en la relación de los periodistas con los personajes que son objeto de su cobertura.

Los periodistas, en nuestra obligación de acercarnos a quienes con más frecuencia producen las noticias, vivimos próximos a líderes políticos, hombres de negocios, actores y deportistas famosos. De esa proximidad, en ocasiones, surge una vinculación que no es estrictamente profesional. Quienes cubren la política acaban haciendo amigos entre los políticos, quienes cubren la economía terminan intimando con banqueros y quienes se dedican a la información cultural desarrollan amistad con escritores, actores y directores relevantes. Igualmente ocurre entre los corresponsales y los embajadores o los funcionarios de los ministerios de asuntos exteriores. Nada que criticar al hecho de que un periodista trate de obtener el mejor acceso posible a las mejores fuentes existentes. Pero es evidente el riesgo que eso entraña. El roce hace el cariño, o el odio, que también es posible, y ambas cosas son malos ingredientes para un juicio riguroso e imparcial.

Esto constituye un viejo problema deontológico con el que los profesionales tratamos de lidiar con más o menos éxito. Pero lo que Brokaw plantea tiene que ver más bien con un problema de imagen que es conveniente cuidar. En una época en la que una parte de la sociedad desconfía de los medios de comunicación tradicionales, en parte por su proximidad al poder, es recomendable mantener las formas. Algunos de los medios supuestamente alternativos que se presentan como portavoces periodísticos de los ignorados me despiertan tantas sospechas como esos políticos populistas que justifican su ignorancia y banalidad por su identificación con los humildes. Pero tampoco vendría mal preguntarnos en el Ala Oeste, o en otros ámbitos en los que corresponda, si no estamos observando con demasiada frecuencia la realidad desde el mismo lado del cristal opaco desde el que la miran los poderosos. 

El País

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