Destrozos en la costa de Nueva Jersey tras el paso de Sandy. Foto: MARK WILSON, AFP
Cuando se te inunda la casa es preciso llamar al 911, donde la policía y los bomberos, pagados con el dinero de los contribuyentes, acuden al rescate. Cuando un desastre natural se acerca, los ciudadanos atienden las instrucciones de su alcalde, su gobernador y su presidente, quienes, si actúan con corrección, son los únicos capaces de paliar los daños.
La iniciativa privada y, sobre todo, el espíritu solidario de los individuos, siguen teniendo un papel importante en una catástrofe como la del huracán Sandy, pero nadie puede sustituir el papel del estado como coordinador y aglutinador de los esfuerzos colectivos.
Una catástrofe como la del Sandy pone a los ultra liberales a la defensiva y reivindica a quienes insisten en mantener un aparato estatal poderoso, aunque también ágil y limitado. Un estado excesivo es, por su burocracia y lentitud, ineficaz. Pero un estado minúsculo deja desasistidos, en circunstancias como las actuales, a quienes no poseen recursos para valerse por sí mismos, los más pobres, los inválidos, los marginados.
Como en cada oportunidad en que se mezclan política y dolor humano, el Sandy dará oportunidad a toda clase de demagogia. Todos intentan barrer para casa. Pero es poco probable que Mitt Romney repita ahora su propuesta anterior de reducir, incluso privatizar, los fondos de la Agencia Federal para Emergencias (FEMA).
En uno de los debates durante las elecciones primarias del Partido Republicano, Romney dijo, respecto a una pregunta sobre el futuro de FEMA, que “siempre que se pueda devolver alguna competencia a los estados hay que hacerlo, y si se puede devolver al sector privado, mejor”, y que el estado federal (central) debía replantearse qué servicios podía mantener.
La gente, por supuesto, solo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. Así como únicamente se valora el trabajo de algunos empleados públicos cuando se les requiere, también es sencillo eliminar servicios públicos cuando no parecen necesarios. Una tragedia natural, como demostró dramáticamente el Katrina, demuestra hasta qué punto algunos lo son.
Es difícil anticipar cuánto influirá todo esto en la campaña electoral. Pero la doctrina del drástico recorte del aparato estatal que propicia Romney y, sobre todo, su compañero de candidatura, Paul Ryan, se encuentra, por unos minutos, desmentida por la cruda realidad de una gigantesca tormenta.