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lleva más de 30 años de dedicación a la cobertura de la actualidad internacional, la mitad de ellos vividos en EE UU y América Latina. Actualmente, es corresponsal en Washington.

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Los últimos días del embargo a Cuba

Por: | 26 de noviembre de 2012

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Entre los cambios históricos que se registraron en las elecciones presidenciales norteamericanas del 6 de noviembre, uno de los más notables fue el de la victoria, por primera vez, de un candidato del Partido Demócrata, entre la comunidad cubana de Florida. Eso, unido a las tímidas medidas aperturistas puestas en marcha por el régimen cubano en los últimos meses y al mayor margen de maniobra de que dispone en Washington un presidente que no puede ser reelegido, crea el mejor escenario que se ha conocido nunca para el levantamiento del embargo económico de Estados Unidos a Cuba, una reliquia de la política exterior norteamericana que ha sobrevivido hasta ahora pese a su ineficacia y su falta de apoyo internacional.

La semana pasada, en la ritual votación anual en la Asamblea General de las Naciones Unidas, todos los países condenaron ese embargo, con excepción del propio Estados Unidos, que solo tuvo el apoyo de Israel y Palau. La impopularidad de esa medida es evidente desde hace tiempo. También es obvio que, después de 50 años en vigor, no solo no ha servido para obligar al Gobierno cubano a adoptar medidas democratizadoras, sino que muchas veces ha sido la excusa para no tomarlas.

Si el embargo ha sobrevivido hasta ahora ha sido, simplemente, porque tenía el apoyo del exilio cubano, de fuerte influencia en el sur de Florida, un estado fundamental en la pugna electoral en este país. Pero eso ha cambiado ya. Nuevas generaciones de cubanos nacidos o crecidos en Estados Unidos no se sienten obligados a ser fieles al Partido Repúblicano como la única garantía frente al comunismo ni creen que la batalla contra Fidel Castro deba de ser el motivo de sus vidas. Por primera vez, un cubano-americano del Partido Demócrata, Joe García, ha sido elegido para ocupar un escaño por Florida en la Cámara de Representantes. Educados más en la solidaridad con sus familiares y compatriotas de la isla que en el odio a quienes obligó a sus antepasados al exilio, esa generación simpatiza con las medidas para facilitar el intercambio tomadas por Barack Obama y tiene el deseo de aumentarlo todo lo posible.

Esa corriente se ve, igualmente, favorecida por todos aquellos, sobre todo en Florida, que ven oportunidades económicas en Cuba y quieren que sus posibilidades de negocio no se vean limitadas por decisiones políticas que, además, resultan anacrónicas. Estados Unidos favorece la relaciones económicas con otro país comunista, como China, y, hasta hace poco, ha permitido cierto intercambio comercial con naciones rivales, como Irán, y continúa permitiéndolo con otras, como Venezuela. Los empresarios están desde hace tiempo entre los sectores que favorecen el levantamiento del embargo.

Siguen existiendo algunos que se resisten a dar ese paso. Los representantes republicanos de la comunidad cubana en el Congreso aún estiman que el levantamiento del embargo serviría para dar oxígeno al régimen de los hermanos Castro, precisamente en el momento en que ambos se aproximan al final de sus vidas.

Ese argumento, sin embargo, es débil ante el potencial que un mayor intercambio tendría para agilizar la transición democrática y estimular a los reformistas. El levantamiento del embargo podría, efectivamente, mejorar las condiciones económicas de los cubanos. Pero también facilitaría la presencia en Cuba de los grupos de oposición que actúan desde Florida y, sobre todo, pondría en manos de la oposición interna instrumentos de movilización de los que ahora mismo carecen. Con más dinero, más ordenadores, más teléfonos móviles, acceso a Google y a Twitter, las posibilidades de comunicar la realidad sobre el sistema político cubano se ampliarían considerablemente. Por otra parte, es dudoso que una población menos angustiada por la economía no estuviera también más interesada en la democracia. 

Barack Obama, que inició su presidencia con gestos de buena voluntad hacia el Gobierno de La Habana parecía compartir ese punto de vista. Pero, frustrado por la poca receptividad del régimen, y acuciado, como sus antecesores, por el calendario electoral, abandonó enseguida ese camino. Ahora, más preocupado por su legado histórico, tiene una gran oportunidad de hacer algo que, probablemente, sería recordado como el principio del fin del comunismo en Cuba. El levantamiento del embargo tendría, junto a sus repercusiones previsibles, un efecto político y sicológico que serviría para marcar un antes y un después en las relaciones de Estados Unidos con Cuba y con toda América Latina. En estos momentos, eso es posible sin dejar sobre el siguiente candidato presidencial demócrata el pesado lastre de una derrota segura en Florida. Más bien, todo lo contrario.

La apuesta de Obama en Oriente Próximo

Por: | 21 de noviembre de 2012

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Clinton y Obama a su llegada a Myanmar. Foto: Soe Than WIN / AFP

Hillary Clinton estaba en Camboya, acompañando a Barack Obama en la última gira que harán juntos como presidente y secretaria de Estado, cuando tuvo que cambiar precipitadamente de itinerario para atender la llamada urgente de Gaza. Siempre es así, siempre hay una urgencia en Oriente Próximo que obliga a reacomodar la agenda de Estados Unidos. Obama pensaba en un viaje tranquilo para fotografiarse en Birmania como una de las grandes heroínas contemporáneas y reafirmar la prioridad de Asia en la estrategia norteamericana, pero Gaza le robó el escenario y le obligó a estar contantemente al teléfono para tratar de contener la crisis. Cuando Obama, con su victoria electoral aún fresca, pensaba todavía en cuáles serían los prioridades de su segundo mandato, Gaza se le cruzó en su camino para recordarle que Oriente Medio sigue ahí, tan inestable y violento como siempre.

Finalmente, optó por una acción arriesgada y significativa. Exponer al principal responsable de la política exterior y figura más visible de su Administración a los riesgos de un conflicto tan espinoso como el de israelíes y palestinos es, al margen del aparente éxito inicial de su gestión, una clara apuesta de Obama: este asunto figurará entre sus prioridades en los próximos cuatro años. "Estados Unidos trabajará con nuestros socios en Israel y en toda la región para conseguir seguridad para el pueblo de Israel, mejorar las condiciones del pueblo de Gaza y avanzar hacia una paz global para todos los pueblos de la región", dijo Clinton a su llegada a Jerusalén.

Obama entendió desde el principio de su presidencia que la solución del problema palestino-israelí es crucial para un nuevo entendimiento entre Estados Unidos y el mundo árabe y musulmán. Intentó una aproximación y se estrelló, como cada uno de sus antecesores, con la variante esta vez de que Obama chocó con un primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, particularmente tenaz, que se negó a detener los asentamientos.

Ahora vuelve a intentarlo en condiciones algo más favorables. Obama ya no tiene por delante más elecciones. No necesita, por tanto, la complicidad de Netanyahu para mantener el voto de los judíos norteamericanos. Ahora es Netanyahu quien está próximo a las urnas y expuesto al riesgo de un electorado que quiere que sus gobernantes se lleven bien con Estados Unidos, su última garantía de supervivencia. Eso le da algo más de margen a Obama para intentar un nuevo acercamiento al conflicto desde una posición algo más equilibrada.

Para Estados Unidos es imprescindible que en este viaje no se le descuelgue Egipto. El presidente Mohamed Morsi necesita el apoyo norteamericano para mejorar su economía, que es el terreno principal en el que se decide el futuro de la incipiente democracia egipcia. Pero Estados Unidos necesita a Morsi para hacer viable cualquier intento de mediación en el conflicto palestino-israelí.

Dentro del diario drama humano y los enormes riesgos de la situación -incrementados por la guerra en marcha en Siria-, algunas cosas han mejorado lo suficiente como para alimentar cierto optimismo: Obama ha fortalecido su posición en casa, Morsi es un socio más díscolo pero también más creíble que Hosni Mubarak, el régimen sirio no está en una posición como para estorbar demasiado, los palestinos están menos divididos, Hamás ha demostrado su fuerza pero también su debilidad y Netanyahu puede acabar de entender estos días en Gaza que no hay solución militar para el conflicto y que el tiempo y la demografía juega a favor de la población árabe, en los territorios ocupados y en el mismo Israel.

Tan tentador como puede ser para Obama intentar un acuerdo de paz que diera sentido a su premio Nobel, así es de peligroso también. Todos esos factores que hoy pueden conducir al optimismo pueden verse superados por una fuerza mayor, la proverbial intransigencia de los principales protagonistas del conflicto. La falta de verdadera voluntad de paz ha sido el principal problema siempre y sigue siendo el gran obstáculo ahora. Obama intentar coronar su presidencia con una gran éxito, como lo intentó Bill Clinton, pero puede encontrarse con un monumental fracaso que oscurezca toda su gestión.

El perdedor de las elecciones es Ronald Reagan

Por: | 20 de noviembre de 2012

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Desde las elecciones del 6 de noviembre la derecha norteamericana no ha cesado de preguntarse quién es el responsable de la derrota. En la jerarquía republicana, gobernadores, congresistas y otras figuras relevantes, se ha creado un cierto consenso para culpar al candidato presidencial, Mitt Romney, quien, con sus errores y dudosas convicciones, habría desperdiciado una oportunidad de oro. Desde fuera, analistas y observadores, se acusa preferentemente al Partido Republicano mismo, que, con su extremismo e inflexibilidad, habría espantado al electorado. Más cerca de la segunda posición, yo resumiría este resultado electoral en la derrota de Ronald Reagan.

Reagan ha sido un protagonista de esta campaña. Desde la Convención Republicana hasta el último mitin, no ha habido ocasión en la que la figura del legendario ex presidente no fuera invocada o recordada de alguna forma. Reagan es, en realidad, la fuente de inspiración del conservadurismo estadounidense desde hace décadas. Admirado por una gran parte de la sociedad y respetado también por sus rivales -Barack Obama lo ha mencionado como ejemplo de liderazgo en alguna ocasión-, Reagan es el Kennedy de la derecha, su estrella más carismática.

Nunca, sin embargo, su recuerdo ha estado tan presente como en estos últimos años, en los que la irrupción de un conservadurismo radicalmente contario a la función social del Estado ha cambiado el perfil del Partido Republicano. Fue Reagan quien dijo aquello de que "el Estado es el problema, no la solución". Y, con ese lema, el Tea Party y otros que se le aproximan, han tratado de justificar la desarticulación del cualquier atisbo de red de protección estatal, olvidando, por otra parte, las subidas de impuestos que Reagan firmó y los programas de ayuda social que Reagan mantuvo.

Esa visión está hoy en plena reconsideración. Varios de los principales republicanos con aspiraciones presidenciales, como Bobby Jindal o Jeb Bush, han hablado de la necesidad de mantener algunos instrumentos de apoyo social a la clase media. Otros han advertido que, defender el libre mercado, no significa defender exclusivamente a los ricos. Un conservador tan reputado como William Kristol, del Weekley Standard, dijo recientemente que "subirle algo los impuestos a los ricos tampoco sería un desastre".

En un artículo titulado El Futuro Conservador, David Brooks, un conservador centrista, mencionaba el martes en The New York Times una serie de nombres que, según él, diseñarán el futuro de la derecha estadounidense. Pocos de ellos son los rostros que habitualmente han defendido hasta ahora las ideas del Partido Republicano en las tertulias de televisión. No está, desde luego, Karl Rove, el motor de toda campaña electoral republicana en lo que va de siglo. Todos ellos proponen una ruptura con el pasado reciente. "Desde el 6 de noviembre, el Partido Republicano ha experimentado una epidemia de mentalidad abierta", afirma Brooks.

Eso exige dejar atrás a Ronald Reagan como modelo a copiar. Reagan será siempre un icono del conservadurismo en este país. Su firmeza frente a la Unión Soviética y la sinceridad de sus convicciones seguirán siendo motivo de reconocimiento. Pero es, precisamente, como eso, como icono, como seguirá teniendo valor, no como ideológo para un tiempo moderno. Sus consignas contra el Estado fueron útiles a principios de los ochenta, cuando la sociedad salía de varias décadas de expansionismo del sector público, no ahora, cuando los ciudadanos son víctimas del descontrol del sector privado. Esos lemas fueron válidos contra un Partido Demócrata que era todavía el sucesor de los grandes creadores del aparato estatal, Roosevelt y Johnson, no del actual Partido Demócrata, a quien Clinton -"la era del gran Estado se ha acabado"-, y después Obama, trasladaron definitivamente al centro. Esa transición, aunque en sentido contrario, es la que ha empezado ahora el Partido Republicano.

Bloomberg desnuda a Romney

Por: | 01 de noviembre de 2012

Lo más grave para Mitt Romney de la decisión del alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, de apoyar a su rival en esta campaña electoral no es el hecho en sí ni lo votos que pueda robarle. Es el significado de esa decisión lo que debe preocuparle, y mucho, a Romney. Con su respaldo a Barack Obama, Bloomberg, un conservador por naturaleza, ha dicho no al Partido Republicano a cuyo frente está Romney y a las ideas que éste representa.

Por mucho que ahora se identifique como independiente, Bloomberg es un republicano, los colores por los que fue elegido para su primer mandato como alcalde. Es un hombre que cree firmemente en la economía liberal y cuya filosofía esencial, la del mercado y la iniciativa privada como fuerzas predominantes, son las del conservadurismo tradicional. Pero Bloomberg es un republicano que ha evolucionado al ritmo de los tiempos y que, en sus últimos años, ha defendido bravamente causas impopulares en la derecha como el control de las armas de fuego y la inmigración. En ambos asuntos es hoy una de las voces más autorizadas del país.

En ese mismo proceso, el republicano Bloomberg se ha puesto a favor de los derechos de los mujeres, de la igualdad de los homosexuales ante el matrimonio, la atención social a los menos favorecidos o la lucha contra el cambio climático, la razón principal por la que explica su apoyo a Obama. Entiende que ninguna de esas causas tendría por qué ser patrimonio de los demócratas o de la izquierda o es incompatible con el pensamiento de un conservadurismo compasivo y moderno.

Al negarle ahora su voto, Bloomberg deja en evidencia que Romney y el partido bajo cuyas siglas compite no han hecho esa misma transición. Ustedes son la vieja derecha -o la nueva y extremista derecha del Tea Party, según se quiera ver-, con quienes yo no me puede identificar, viene a decirles el célebre alcalde. Algo similar les dijo la semana pasada otro republicano moderado, en este caso, un héroe militar, el general Colin Powell.

Lo de Powell lo explicó rápidamente la campaña de Romney con el bajo argumento de que el general apostaba por el de su misma raza. En el caso de Bloomberg, ni siquiera podrán decir que apuesta por el de su misma clase, puesto que Bloomberg pertenece también al reducido grupo de multimillonarios del que forma parte el candidato republicano. La decisión de Bloomberg es una simpe bofetada al esfuerzo que Romney había hecho en las últimas semanas por presentarse como un candidato de centro. Una bofetada que, a cinco días de las elecciones y unas horas después de que otro emblema del capitalismo, el semanario The Economist, se pronunciara igualmente por Obama, debe de haberle dolido mucho.

El País

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