Autor invitado: Álvaro Porro (redactor de la revista de consumo consciente y transformador Opciones)
Plantear transformar nuestro mundo exclusivamente desde el consumo puede ser ingenuo e incluso peligroso. Pero pretender transformarlo sin tocar el consumo puede ser ilusorio e irreal. El consumo consciente puede ser transformador, siempre que conozca sus límites y potencialidades.
Existen muchas nociones de lo que es el consumo consciente. Una de ellas, quizá la más extendida inicialmente y más asociada con el término consumo ético, entiende que consiste básicamente en ir sumando personas que en sus decisiones de compra escruten entre las distintas opciones de manera que se vayan desplazando desde las "empresas negativas" y se potencien las "empresas positivas", hasta un punto en que las empresas que no actúen con respeto por el medio ambiente y las personas no tengan casi cabida.
Pero a la hora de consumir estamos condicionados por las opciones reales que tenemos. Por ejemplo, no es lo mismo replantearte tu uso del coche en un modelo de ciudad que favorezca la movilidad sostenible, que en un modelo de ciudades con un transporte público deficiente y donde peatones y ciclistas son marginados. El entorno nos condiciona.
Nuestra naturaleza psicosociológica nos limita. La forma en que funciona nuestra percepción y nuestra acción como seres humanos tiene unas características que hacen difícil funcionar las 24 horas del día en base a decisiones calculadas que manejan infinidad de variables y aspectos morales.
Si ignoramos los dos puntos anteriores, es decir, el peso de las estructuras socioeconómicas en el proceso de consumo, el planteamiento del consumo consciente transfiere toda la responsabilidad de los problemas sociales y ecológicos al nivel individual, queriendo dar respuestas individuales a problemas que son colectivos.
En realidad no se trata de sobrevalorar el poder del consumidor, sino de destapar la debilidad del consumismo. Estamos hablando de un cambio de valores, de ideal de bienestar, de estilos de vida y de prácticas cotidianas. Todo ello requiere un cambio cultural de gran magnitud y un cambio de muchos elementos estructurales. Necesitamos reflexión, conocimiento, educación, políticas, construcción de alternativas, acción, cooperación, nuevas leyes, regeneración democrática, una apasionante aventura.
Así pues, ¿basta con caminar por la vía del consumo consciente para cambiar el mundo? ¡En absoluto! El consumo consciente se inserta junto con gran cantidad de movimientos y líneas de pensamiento en la acción colectiva que persigue la transformación: ideas como el decrecimiento, la agroecología, la soberanía alimentaria, la relocalización de las economías, la justicia en el comercio internacional o no, la protección y desarrollo de los servicios públicos, la regulación de empresas y mercados, la democracia participativa, la renta básica, la potenciación de la cultura libre, la reducción de la jornada laboral, las políticas en defensa del territorio...
El consumo consciente y transformador tal y como lo concebimos desde Opciones puede ser efectivo en la transformación como fuelle que avive toda una serie de cambios estructurales que necesariamente pasan por la arena política pura y dura, ya sea institucional o de movimientos sociales. Es por lo tanto necesario generar propuestas especialmente en esos ámbitos donde el Consumo Consciente actúa para que los vacíos que dejan políticas fracasadas se llenen con políticas transformadoras. Es el momento de ayudar a pensar esos otros mundos posibles. Un ejemplo de lo dicho: si con la crisis baja un 40% la venta de coches, es el momento de apostar por el transporte público (más y mejor) o por la extensión de las iniciativas de compartir coche antes que por un enésimo plan renove que no es precisamente sostenible. Y es el momento de reconducir esa industria y esos empleos hacia las energías renovables. Y como consumidores y ciudadanos tenemos mucho que decir en esto.
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