Por Philip Bruchner, promotor de la iniciativa Bosquescuela
Cuando empecé a trabajar en Educación Infantil al aire libre no lo pude creer: estar en plena naturaleza caminando por el bosque con el sol en la cara y descubrir cada día cosas que nunca había visto en mi vida. Una mañana cuando llegué a la escuela me encontré con hojas de diferentes colores congeladas por el frío de la noche, y entre ellas una mariquita a quien ya no le daba tiempo a buscarse un refugio porque se había quedado como el cristal, congelada. Mi propia curiosidad y la del niño dentro de mí despertaron nuevamente enardecidos por el entorno: los arroyos, las rocas, el monte, el bosque, árboles de 60 metros de altura con troncos gigantes y 20 niños y niñas de 3 a 6 años. Estos niños de edades diferentes junto a mí, su maestro, vamos de excursión todos los días, dos horas de juego libre explorando nuevas posibilidades motrices, iniciando nuevas actividades y descubriendo los secretos de los entornos salvajes.
Impartir clases con los materiales que el medio nos ofrece, clases que se iluminan por aquellos temas que surgen en el camino y al acabar el día contar un cuento de forma improvisada incluso con una representación de títeres. Mi sorpresa al trabajar además sin ningún estrés acústico es disfrutar cada día de ver la satisfacción en niños y niñas, con sus necesidades básicas cubiertas así como aquellas necesarias para su desarrollo. Valores como vivir con cierta integridad, aceptación, participación, expresión, movimiento y sobre todo contemplar el mundo y comprenderlo al aire libre son aspectos fundamentales para este tipo de educación. ¿Y todo esto dentro de una educación reglada?