Por Carol Gasca, área de campañas y activismo de Oxfam Intermón
Sábado, 10 de la mañana, me subo a mi Fiat y me dirijo a IKEA, necesito reponer vasos porque los míos sienten una irresistible tendencia al suicidio colectivo y, a día de hoy, en casa nos echamos a suertes a quien le toca vaso y a quien taza desportillada. De camino, hago parada estratégica en Starbucks y me pido un café latte tall. Antes de salir, en la app de Google Maps de mi IPad he buscado el recorrido porque nunca recuerdo la salida exacta.
Mientras trascurre mi sábado, las empresas que han diseñado y/o producido el coche que conduzco, los vasos que compraré, el café que voy tomando y el dispositivo que tiene instalada la app que consigue que no me pierda, han tomado unos cuantos sándwiches holandeses y/o unos cuantos dobles irlandeses. ¿De qué hablo? Pues de los geniales nombres que reciben las prácticas igualmente geniales, pero éticamente inaceptables, que ponen en marcha a diario para eludir el pago de los impuestos que les corresponden fruto de su actividad.