Por Yve Ramírez
Comenzando el siglo XX, King Gillette se jactaba de ser capaz de producir unas hojillas de afeitar tan económicas que el usuario podría comprarlas en gran cantidad y, en lugar de afilarlas, tirarlas conforme fueran perdiendo el filo.
La propuesta -como sabrás- triunfó, y era señal de un nuevo modelo de consumo: gracias a la revolución industrial, el hombre había comenzado a olvidar el verdadero valor de las cosas. Unas décadas más tarde la amnesia se disparó, tomó fuerza la cultura de usar y tirar, y nos dejamos convencer de que los desechables “nos hacían la vida más llevadera”.