RUBÉN RUIZ-RUFINO
Desde hace tiempo, la modificación de las listas electorales ha cobrado fuerza en el debate político. El tipo de papeleta que los votantes usan cuando van a las urnas es un componente importante para entender la relación de los ciudadanos con sus representantes políticos. En líneas generales, el debate gira a si deberíamos o no permitir la apertura de las listas que usamos para elegir a los Diputados del Congreso. Las listas electorales no son tan relevantes para corregir la proporcionalidad como el tamaño de la circunscripción o la fórmula electoral; pero sí resultan determinantes para explicar la legitimidad de quienes resultan elegidos por los ciudadanos. Entendidas así, las listas, cuando son abiertas, pueden ser herramientas útiles a disposición de los ciudadanos en cuanto permiten a éstos seleccionar a los representantes más capaces o con mayor apoyo social. Esto ocurre porque este tipo de listas, frente a las cerradas y bloqueadas que usamos en la actualidad, permite cierta flexibilidad a los votantes, que pueden escoger de entre una lista de candidatos el más próximo, o los más próximos, a sus verdaderas preferencias.
Es cierto que no hay evidencia empírica concluyente a favor o en contra de las listas cerradas o abiertas. A favor de las primeras existen argumentos sólidos que relacionan la sencillez de su funcionamiento con tasas de participación más altas además de destacar su naturaleza más igualitaria. Precisamente porque las listas abiertas permiten a los votantes elegir no solo entre partidos sino también entre candidatos, los costes de información de los ciudadanos que usan listas abiertas son mayores que los costes asociados a las listas cerradas. Ante esta circunstancia, los sectores sociales menos educados pueden sentirse en desventaja con respecto a ciudadanos más educados aumentando así la probabilidad de abstenerse en las elecciones. Otros argumentos, aunque empleando evidencia empírica menos concluyente, relacionan las listas abiertas con una mayor conflictividad dentro de los partidos e incluso con incrementos de prácticas clientelares. Los casos de Brasil, Italia o Japón durante los años 90 del pasado siglo suelen ser los ejemplos más usados para ilustrar la fragilidad de las listas abiertas frente a las cerradas.
En mi opinión, estas críticas no son suficientes para desechar del debate público la posibilidad de dar voz a los ciudadanos que quieran expresar con su voto una preferencia concreta por un candidato en particular. Estudios recientes demuestran que la satisfacción con la democracia es mayor donde las listas son más flexibles. Las listas abiertas también parecen influir en la percepción de los votantes para distinguir candidatos rivales. Usando datos de encuesta en un alto número de democracias occidentales, se observa que allí donde las listas son abiertas los votantes perciben con mayor nitidez una diferencia reseñable entre políticos con programas distintos. Las listas abiertas también se asocian con una mayor tasa en la re-elección de candidatos que, de forma más efectiva, hacen suyas las preferencias de sus votantes. Esta relación entre mantener la reputación personal y profesional por parte del representante político y la capacidad de los ciudadanos para premiarla o castigarla ha demostrado también ser un mecanismo eficaz para prevenir comportamientos corruptos y otras prácticas ilegales.
En un momento en el que los ciudadanos demandan más democracia, considero que el debate sobre el tipo de papeleta electoral es importante. Dar más voz a los ciudadanos que lo deseen para que puedan decidir quién los representa es una forma de acercar la política a los ciudadanos.