ENRIQUE AYALA
Después de años en los que se conocía la situación insostenible del desproporcionado sector bancario chipriota, además de sus prácticas poco ortodoxas en cuanto al control del origen de los fondos, y cercanas a un paraíso fiscal, el 16 de marzo el Eurogrupo y la troika (FMI, BCE y Comisión Europea), dieron a luz una propuesta de rescate bancario para el país mediterráneo completamente descabellada, en la que se exigía la participación de los pequeños ahorradores mediante una quita de los depósitos bancarios incluidos los de menos de 100.000 euros, que están garantizados por la propia Unión Europea. Afortunadamente, el parlamento de Nicosia rechazó tamaña barbaridad y el asunto volvió a la mesa de negociación entre protestas de inocencia de todos los participantes.
La justificación de la troika para exigir la participación en el rescate de accionistas, bonistas y depositantes de los bancos afectados - algo que no se ha requerido en los rescates bancarios de Irlanda o España - es que no deben ser los contribuyentes los que paguen los platos rotos, sino los que han originado el problema. Este es un argumento demagógico y espurio porque ni en ningún caso los depositantes pueden ser considerados causantes del problema, ni son los contribuyentes chipriotas los que van a poner el dinero del rescate, sino los demás socios comunitarios, en una cantidad mucho menor que en los otros casos citados y , además, recuperable en su totalidad en condiciones normales. Lo que esconde esta nueva línea de acción es la creciente insolidaridad comunitaria y la necesidad para algunos gobiernos europeos de presentar ante sus electores una posición de dureza.
Es inevitable pensar que una vez más han prevalecido ciertos intereses nacionales, especialmente los de los países acreedores. En Alemania, los medios sensacionalistas, cuya eurofobia empieza a ser verdaderamente preocupante, han presentado el rescate a Chipre como un mal negocio en el que los honrados y trabajadores alemanes tendrían que salvar con su dinero los fondos de dudoso origen de ciertos oligarcas rusos que habían recibido el triple de intereses por sus depósitos que los propios alemanes y habían pagado una tercera parte de sus impuestos. El efecto de este enfoque sobre una opinión pública, ya fatigada por rescates anteriores, es demoledor, y no ha podido ser obviado por Merkel a seis meses de las elecciones generales, especialmente teniendo en cuenta que el rescate tiene que pasar por el Bundestag donde la canciller puede encontrarse con dificultades en su coalición, e incluso en el seno de su propio partido. Solo unas condiciones severas, y sobre todo que perjudicaran de alguna manera a los impositores rusos, podían salvar la cara al gobierno alemán.