ÁLVARO DE LA PAZ
Engullen la crisis económica y la extendida corrupción la intención de voto de los dos grandes partidos en España. Ni el PP, ahora en el Gobierno, ni el PSOE, que lo estuvo hasta finales de 2011, se libran del desgaste de sus medidas anticrisis y de ser las formaciones sustentadoras de un modelo bipartidista de facto que ha dejado de seducir a la ciudadanía. Si en las elecciones generales de 2008 ambos partidos obtuvieron el 84% de los votos, su perspectiva conjunta si hoy hubiera cita con las urnas rondaría el 60%. Se escapan millones de votos desde el núcleo de los partidos con posibilidades de formar gobierno hacia otras alternativas. Parte del porcentaje que abandona a conservadores y socialdemócratas españoles lo recogen otras formaciones de ámbito estatal o partidos nacionalistas y regionalistas. Otra porción recala en la abstención y en votos blancos o nulos. Sin embargo, la grieta abierta podría permitir la entrada de nuevas fuerzas políticas, partidos que podrían tener un discurso desconocido, también en los aspectos vinculados a la relación afectiva y efectiva de España con la Unión Europea.
La entrada en la UE en 1986 está vinculada a un período de estabilidad y crecimiento, de inversiones recibidas y modernización de las estructuras sociales y económicas del país. Sin embargo, la actual crisis, el rechazo ciudadano a las medidas de austeridad propugnadas desde diferentes organismos comunitarios y la percepción del sometimiento de las instituciones europeas a Alemania han erosionado una imagen que siempre fue positiva.
En la primavera de 2007 la sociedad española era fervorosamente europeísta. Un 64% de la población manifestaba que la Unión le transmitía una opinión (muy o bastante) positiva. Sólo Irlanda y Rumania superaban a España en la clasificación de los más entusiastas de la construcción europea. La media comunitaria quedaba lejos de la tan favorable valoración de los españoles: el 52% de los europeos aprobaba a la UE, porcentaje que disminuía hasta el 50% de Francia, el 41% de Suecia o el pírrico 29% de Finlandia. Desde la primavera de 2004, la nota que recibían las instituciones europeas por parte de los españoles no había dejado de mejorar.
Sin embargo, el Eurobarómetro de la pasada primavera, seis años posterior al comienzo de la crisis económica, mostraba una desilusión creciente entre la población española con las instituciones comunitarias. Sólo el 17 % de los encuestados manifestó tener confianza plena en la UE, mientras que la media continental se situó en el 31%. Respecto a la anterior encuesta, realizada en el otoño del 2012, el porcentaje de ciudadanos españoles que creen en el entramado de la Unión disminuyó un 3%, caída superior a la del resto los 27 países. Tres de cada cuatro españoles recelan abiertamente de los organismos europeos. También es inferior la confianza que expresa la sociedad española, en contraposición con la de sus vecinos, en el potencial de la UE para resolver los problemas actuales. Sólo el 19% de los españoles cree que Europa es el actor internacional que puede liderar la salida definitiva de la crisis. En los demás países miembros la cifra sube hasta el 22%. Sorprende que la ciudadanía española confíe más en el liderazgo del Fondo Monetario Internacional y de Estados Unidos que la media de los europeos.
Según el barómetro del Real Instituto Elcano del pasado mes de febrero, la Unión Europea seguía gozando de una aceptable simpatía entre los españoles. Era la única organización de carácter supranacional que aprobaba con claridad, obteniendo una nota de 5,9. En el lado opuesto, la sociedad española suspendía a todos los organismos económicos mundiales. Solo uno de cada tres ciudadanos afirmaba que tendría sentido plantear en España un referéndum sobre la permanencia o salida de la UE similar al propuesto desde el Reino Unido.
La actuación de la UE en la crisis de España fue una de las preguntas que incluyó el barómetro de junio del Real Instituto Elcano. Más del 85% de los encuestados calificaron como insuficiente el papel jugado por las instituciones comunitarias. El abrumador resultado indica que sólo uno de cada diez españoles cree que Europa ayuda a un país que atraviesa su sexto curso consecutivo de dificultades económicas y paro. Además, la buena nota que había obtenido la Unión en el sondeo de febrero (5,9) cayó casi un punto, quedándose en un exiguo 5,1 al borde del suspenso. Naciones Unidas fue entonces el organismo internacional mejor valorado, con una puntuación de 5,6.
El euroescepticismo no ha germinado en España pero puede encontrar caminos para hacerlo. Paralelo al discurrir de la economía nacional camina el desarraigo hacia lo europeo. En muchos países del Viejo Continente esta opción contestataria ha sido propugnada por partidos nacionalistas, fascistas o ultraderechistas (algunos abiertamente eurofóbicos), formaciones con escasa implantación e influencia en el nuestro. Grecia ha vivido una trayectoria política similar a la española durante el último siglo. Las condiciones económicas y educativas son similares en ambas sociedades. Después de las medidas de austeridad impuestas por la troika para rescatar al país, brota en la ciudadanía helena el rechazo hacia la Unión. Además del preocupante crecimiento de alternativas que canalizan este sentimiento (como el partido filonazi Amanecer Dorado), la propia actuación política de la UE ayuda a la propagación del desencanto.
Sirva como ejemplo la irrupción del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) en la escena política británica. Se ha consolidado como tercera opción y su discurso, que cuestiona la permanencia en la UE, ha obligado al resto de fuerzas tradicionales a posicionarse sobre la cuestión. El propio premier británico, el conservador David Cameron, se ha comprometido a celebrar un referéndum en 2017 preguntando si su país “debe seguir” la aventura comunitaria. En el arco parlamentario español no hay, hasta la fecha, –tampoco en otras instituciones de menor alcance territorial– ninguna formación euroescéptica similar al UKIP.
Europa es uno de los ejes de la acción exterior española junto con las relaciones con Latinoamérica y el Mediterráneo. El pacto por la UE, suscrito en junio después del acuerdo entre PP y PSOE y que secundaron UPyD, CiU y PNV, reafirmó la necesidad de tener una voz fuerte en el continente. La última cumbre se cerró con un éxito parcial; la reunión del Consejo Europeo sólo abordó superficialmente alguno de los debates más urgentes. Ni certificó el final de las políticas de austeridad ni encaró el problema del desempleo juvenil, lastre en los países del Sur y muy especialmente en España donde la tasa de parados menores de 25 años supera el 50%.
Alrededor de la idea que sugiere la UE entre los ciudadanos cabe también una posible transformación generacional. Desde los propios jóvenes, recién incorporados al censo electoral o que lo harán próximamente, puede crecer un distanciamiento con el viejo anhelo de sus antepasados. A menos de un año para la celebración de las elecciones europeas, probable acontecimiento abstencionista (es la cita electoral con menor participación en España: locales, autonómicas y generales siempre gozan de mayor concurso popular), no puede descartarse la apertura de un debate que cuestione todas las aristas que rodean la aventura española en Europa. Los meses venideros medirán la vigencia de aquel maná que terminó con décadas de aislamiento social y político. El lugar paradisíaco que desearon intelectuales como Ortega y Gasset se juega su futuro.
Hay 1 Comentarios
Nos pasa a todo el mundo a la hora de valorar, que solo tenemos un punto de partida, el nuestro.
Y creemos que todo el mundo camina al mismo son, pero que no siempre es así.
En nuestro horizonte inmediato tenemos un nivel marcado de optimización, y nos vemos bajo mínimos.
Con razón.
Porque las pifias son abultadas y además para más inri, a todas luces evitables.
Teniendo suerte de que solo nos afecta la mala gestión o la pésima, destapada siempre a destiempo.
Y pagando religiosamente la factura, siempre la gente ciudadana y democrática.
Claro que estamos desencantados y confusos.
Nos sostiene, el que no hay nada mejor por donde tirar, y que todo lo posible es igual, como mucho y casi siempre peor o muy peor.
Ante la poderosa influencia de don dinero, cuya tentación a todos los niveles es insuperable, y desde la certeza de que somos todo el mundo personas y criaturas de carne y hueso.
Por lo tanto, no queda más remedio que intentar mejorar paso a paso aun a disgusto de las medianías y los pobres resultados.
Porque allende los mares el ejemplo que se ve, aun pone más el vello de punta.
Siendo la insolvencia una moneda corriente, es mejor el refugio ante la sinrazón con fallos, que desembocar todos juntos y directamente indefensos ante una piratería sin tregua y sin normas.
Además sin posibilidad de escape, en esta bola de cristal en que vivimos.
Donde la vida son solo tres pasos en una dirección, y durante cuatro días mal contados.
Siendo historia y arrepentimiento en un plis plas.
Publicado por: Paniagua | 25/09/2013 16:40:21