JONÁS FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, director del Servicio de Estudios de Solchaga Recio & asociados.
Este nuevo curso se inicia en Europa con las elecciones alemanas del próximo 22 de septiembre, que anteceden a la esperada sentencia del Tribunal Constitucional germano sobre el programa OMT del Banco Central Europeo, y terminará con los comicios europeos de finales de mayo, que darán lugar a una renovación del conjunto de instituciones comunitarias. Así pues, los próximos meses marcarán el devenir de Europa durante un nuevo lustro y existen algunos indicios para ser algo más optimistas que en el pasado.
En primer lugar, las elecciones alemanas se han planteado como el rubicón necesario de cruzar antes de revisar la hoja de ruta reformista en la eurozona. En los últimos meses, demasiadas decisiones han sido pospuestas a la espera de ese resultado electoral. A priori, los datos disponibles no son muy halagüeños. Según una reciente encuesta, elaborada por YouGov a instancias del think-tank Open Europe, el 52 por ciento de los alemanes rechaza otorgar nuevos préstamos a otros miembros de la eurozona, el 57 por ciento no compartiría ningún tipo de quita sobre la deuda pública de los países periféricos, el 56 por ciento afirma que el gobierno no tendrá ningún mandato para configurar un fondo común en el eurozona de respaldo a las entidades bancarias y el 70 por ciento está en contra de cualquier tipo de transferencia fiscal. Así pues, a la vista de estos resultados parece que el proyecto de integración se encuentra en una posición de bloqueo. Además, los programas electorales de los principales partidos en liza, aun con matices, parecen bastante cercanos a ese votante mediano que en Alemania parece desconfiar de mancomunar riesgos e instituciones, paso esencial para superar esta recesión. Ahora bien, si realizamos una encuesta similar en los países del sur de Europa preguntando a la ciudadanía hasta qué punto estarían dispuestos a ceder soberanía fiscal, transfiriendo parte de la responsabilidad sobre el control presupuestario a Bruselas, muy probablemente nos encontraríamos con un resultado parecido. De algún modo, estos ya cinco años de crisis han despertado a la bestia nacionalista en Europa (también en España) y la desconfianza se ha extendido por todo el continente.
Sin embargo, y aún a un ritmo demasiado lento, la eurozona ha dado señales para la esperanza habida cuenta del impulso, aunque sea incipiente, a la unión bancaria que ya ha comenzado a dar sus primeros pasos. Esta semana se aprobaba en el Parlamento Europeo el mecanismo único de supervisión tras un acuerdo entre Schulz y Draghi. Esa unión bancaria conducirá a una supervisión europea de los propios bancos, elevando la credibilidad de la eurozona y, con ello, la transmisión de la política monetaria, lo que permitirá rebajas adicionales de las primas de riesgo. Por consiguiente, los déficits públicos serán menos gravosos en términos de sus costes de intereses, facilitando así una suavización de los procesos de consolidación fiscal. Todo ello confluirá, a su vez, en un control comunitario de la política presupuestaria nacional, abriendo la puerta a nuevas medidas de unión fiscal, necesarias por otra parte para dar coherencia a la propia unión bancaria. Sin duda, la velocidad y la profundidad de tal agenda dependerán críticamente del resultado de los distintos hitos de este curso político. En este sentido, sería necesario que la futura coalición de gobierno en Alemania tuviera un amplio respaldo y una notable capacidad de pedagogía política ante las necesidades de la eurozona, que responden también a los propios intereses de los alemanes. La mejor manera de evitar nuevos rescates, quitas u otras políticas de apoyo y, a su vez, garantizar el cobro de sus activos pasa también por acelerar el proceso de integración de la eurozona.
En segundo lugar, y también en Alemania, Europa está pendiente de la decisión de su Tribunal Constitucional sobre el programa del BCE que habilitaría la compra ilimitada de deuda pública en el mercado secundario tras la petición de un país y bajo un programa de condicionalidad (OMT). Este instrumento ha permitido rebajar las primas de riesgo en este último año y especialmente ganar tiempo a la espera del consenso político necesario para impulsar una agenda de reformas que profundice en la unión económica de la eurozona. Pues bien, por una parte, todo parece indicar que el Constitucional alemán dará el visto bueno a la OMT y, por otra parte, la única vía de solución permanente para esta crisis, que pasa por esa aceleración de la agenda europeísta, se está abriendo paso ya de la mano de los avances en la unión bancaria.
Por último, los comicios europeos en el próximo mayo terminarán de reconstruir el nuevo entramado institucional comunitario. Además, de ese resultado dependerá también el perfil del próximo Presidente de la Comisión, tal y como recoge el Tratado de Lisboa. Y, por supuesto, el papel del próximo Europarlamento será central en la revisión institucional del futuro de Europa. En el lado negativo, hay que situar algunas encuestas que adelantan un peso notable en el Parlamento Europeo de fuerzas eurófobos. Ahora bien, si esto se confirma, ese resultado debería ser el acicate para impulsar con mayor fuerza la agenda europeísta. Quizá ese reparto de escaños pudiera ser la vacuna que permita acentuar y acelerar la integración de Europa.
Ciertamente, el panorama que presento en este artículo muestra un elevado grado de optimismo, que algunos podrían señalar como ingenuo. Sin embargo, el contra-factual es tan negativo que no puedo considerarlo más probable que el lento camino de las reformas. Hace apenas unos días conmemorábamos el 50 aniversario del fallecimiento de Robert Schuman. Merece la pena recordar ahora sus palabras en su declaración del 9 de mayo de 1950: “Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho". Seguimos, pues, en ese camino que en este momento nos exhorta a tomar nuevas y profundas decisiones.
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