ÁLVARO DE PAZ
Menos de un año resta para que se celebre el referéndum que decidirá si Escocia debe ser un país independiente. El 18 de septiembre de 2014 es la fecha elegida por las autoridades británicas para la consulta popular. Los últimos sondeos alejan la posibilidad de que triunfe el ‘sí’. Los partidarios de la permanencia dentro del Reino Unido superan en unos 20 puntos a quienes desean la escisión. Crece el voto contrario a la separación en el norte de la isla de Gran Bretaña. Y lo hace alejándose del sentimiento, de la identidad. La cuestión económica determina la decisión de los escoceses en esta cuenta atrás.
En Cataluña el proceso que busca una consulta similar a la británica sigue su curso. La reciente Diada volvió a convertirse en una jornada reivindicativa en la que miles de manifestantes reclamaron la independencia. Pese al éxito de participación en los dos últimos 11 de septiembre, la sociedad catalana considera la relación entre Cataluña y España sólo como su cuarto problema principal. Un exiguo 10,2% de catalanes creen que el encaje dentro del actual estado es la mayor dificultad que afrontan, según el último barómetro del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO). Por delante de esta cuestión se encuentran el paro y la precariedad laboral, el funcionamiento de la economía y la insatisfacción política.
Ambos procesos tienen en la economía un factor decisivo. En Escocia la independencia pierde partidarios por la preocupación que genera un futuro lejos del abrigo de Londres. Cataluña sin embargo, encuentra en la misma cuestión un punto de encuentro donde confluye mayoritariamente su sociedad: antes que la separación, la mejora económica. La idea del pacto fiscal sí cala entre los catalanes. Según el CEO, tres de cada cuatro desean que la administración autonómica recaude y distribuya los impuestos que pagan ciudadanos y empresas establecidos en el Principado.
Tanto Escocia como Cataluña comparten argumentos históricos, culturales y de identidad pero divergen en dos cuestiones fundamentales: la previsión de una consulta ciudadana y el enfoque económico. Respecto a la segunda, existen diferencias de origen (Cataluña es uno de los motores de España; Escocia no es una región británica especialmente rica) y de destino. Mientras que los escoceses recelan de la ruptura por las dificultades que le auguran a un futuro en solitario, los catalanes apoyan una reforma tributaria que les asemeje a vascos y navarros.
La sociedad del Principado desea que se reformule su relación fiscal con el resto del Estado, lo que ahondaría en un desequilibrio ya existente dentro del modelo autonómico actual. Los catalanes perciben que la economía propia marcha peor que la del Estado, pero que su situación política es mejor. En la última oleada del CEO, más del 85% de los encuestados consideraba mala o muy mala la situación de la economía de España, porcentaje que se incrementaba hasta casi el 88% con Cataluña. Respecto al contexto político, un 95% afirmaba tener una opinión mala o muy mala de la situación estatal, guarismo que disminuía hasta el 72% cuando se les preguntaba por su realidad más próxima.
Fracción similar de escoceses y catalanes, por debajo del 50%, desean la independencia. La supervivencia de los dos territorios, siempre que se escindieran, marca el futuro en ambos procesos. La cuestión económica es decisiva: para Escocia parece un freno, para Cataluña un acelerador. Poseer una hacienda propia reforzada es el aspecto que más consenso genera entre los catalanes, aunque el modelo territorial y la identidad sean los temas que encienden el debate público en una y otra orilla del Ebro. Por su parte, Reino Unido ha señalado a Escocia la dificultad de emprender el camino en solitario. Financiación más cara, carencia de divisa, riesgo bancario y salida de la Unión Europea serían contrapartidas que acarrearía la separación. Escenario similar afrontaría una Cataluña independiente.
Ambas demarcaciones no sólo quedarían fuera del resto de su estructura estatal actual; también lo harían de la comunitaria y su libre mercado. La situación de la economía catalana, preocupación decisiva para su opinión pública, encontraría más obstáculos para prosperar lejos del marco de Europa. La negociación de un nuevo encaje que actualice la relación territorial y fiscal con España podría responder a la demanda que la clase dirigente recibe de su ciudadanía.
La economía, ligada con la riqueza y el bienestar social, es la pieza imprescindible en los dos procesos y el factor que determinará tanto su éxito como su futuro. Fuera del continente, Escocia y Cataluña perderían capacidad exportadora y comercial. Los dos nuevos países se toparían con un mercado interior pequeño y menos atractivo para la inversión foránea. El coste de ambos proyectos también se mide en euros. La secesión de ambas regiones quedaría marcada, en un primer estadio, por el restablecimiento de aranceles y el aislamiento.
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