JORGE FERNÁNDEZ LEÓN
Barcelona no tendrá sitio en el Patronato del Hermitage, pero será una subsede del gran fondo artístico ruso para atraer turistas o hacer que nuestros visitantes internacionales se sientan como en casa. En seguida veremos si se trata de una franquicia singular o más una estrategia de mayor alcance, como sugiere razonablemente Judit Carrera. El acuerdo, precipitadamente avanzado por el Alcalde de Málaga, de la futura ubicación de una sede española del Pompidou parisino en la ciudad andaluza, es la consecuencia en cualquier caso de una discutida política cultural que costará unos millones de euros al año al municipio, una ciudad de seiscientos mil habitantes que ya posee una apreciable cantidad de centros artísticos (entre otros el Museo Picasso, el Museo Carmen Thyssen o el Centro de Arte Contemporáneo, que sugiere la necesidad de una urgente ampliación al Ayuntamiento). Nada se ha dicho de otras posibles operaciones urbanas asociadas.
Si Bilbao y su Guggenheim fueron modelo y debate hace casi dos décadas, ahora va llegando una nueva hornada de iniciativas que, basculan menos sobre la idea de la regeneración urbana a través de la cultura y se mueven en el campo de lo que J. Hannigan, en su excelente libro “Fantasy City”(1) denomina Ciudad Fantasía, una idea del espacio urbano tematizado, crecientemente marquista, abierto día y noche, modular e intercambiable, solipsista e ignorante de su entorno de desigualdad o miseria. Una ciudad construida en torno a las tecnologías virtuales de la simulación y hermanada, en su furor de consolidación de marca turístico-creativa, con el espíritu de Casino, otra forma de ocupación brutal del territorio muy de moda.
El goteo de ciertas estrategias territoriales metropolitanas de nuestro tiempo deja ya entrever una confluencia, largamente anunciada por la geografía crítica pero poco visitada por los planificadores culturales: La convivencia íntima entre los intereses de las grandes industrias del entretenimiento global, los megacontenedores patrimoniales globales y las áreas metropolitanas, necesitadas éstas de escenarios de escape ante las crecientes presiones del conflicto que la desigualdad urbana genera. Y aquí está la cultura para actuar de cebo en el reforzamiento de la marca-ciudad, colaborando en la creación de espacios-paraíso en el corazón de la ciudad turismo. Cuando no hay dinero para nada, se cierran los servicios y se ponen en crisis los derechos culturales elementales, nuestros responsables de la cosa artística nos traen el disfrute garantizado. Entretenerse hasta morir.
Nada mejor que dejar hablar a Henri Lefevre para describir las condiciones del escenario de la política cultural en muchas de nuestras ciudades, y cómo las actuales estrategias, conscientes o no, de muchas de las autoridades españolas, apuntan ciegamente a ese destino. En uno de los prólogos a su “Introducción a la Modernidad. Notas sobre la nueva ciudad”, escribe: “Aquí, en la Nueva Ciudad, el aburrimiento está preñado de deseos, delirios frustrados, posibilidades no realizadas. Una vida espléndida está esperándonos a la vuelta de la esquina y muy, muy lejos. (…) Es el ámbito de la libertad. Un ámbito vacío. Aquí el poder magnífico del ser humano sobre la naturaleza le ha dejado solo consigo mismo, impotente. Es el aburrimiento de la juventud sin futuro.”
(1) Hannigan, John (1998). Fantasy City.Pleasure and profit in the postmodern metropolis. Routledge.