JUAN PABLO DE LAIGLESIA
Imagen: J. BARRETO (AFP)
La situación en Venezuela ha tomado los derroteros que nadie deseaba pero que muchos temían y anticipaban. La ola de protestas que recorre el país desde hace diez días y que ya ha provocado 6 muertos, más de un centenar de heridos y numerosos detenidos y en las que han irrumpido los temidos "colectivos" irregulares de defensa del régimen ante la pasividad de las Fuerzas del orden, no son sino fiel reflejo y la expresión de la crispación en que está sumida una sociedad profundamente dividida y polarizada en la que parecen haberse cerrado todos los canales de diálogo político y no se atisba la menor voluntad de entendimiento para superar esas graves divisiones.
Más allá del detonante que han sido las protestas estudiantiles, y del progresivo descontento social ante la precaria situación económica del país, la causa real de estos graves episodios hay que buscarla en la mala digestión que tanto el Chavismo como la oposición han hecho de los resultados de los procesos electorales del pasado año que redujeron sensiblemente las distancias entre ambos bloques y sus apoyos sociales y dibujaron un escenario de profunda división social. Para el Chavismo, la victoria obtenida en ambos procesos, una más de la ininterrumpida cadena de victorias electorales que jalonan el surgimiento y desarrollo de la Revolución Bolivariana, fue el aval (y coartada) para una nueva vuelta de tuerca en la criminalización de los perdedores y dio alas a una retórica agresiva, descalificadora y victimista/conspirativa; el terreno ganado por la oposición, por su parte, fue respondido con la profundización de la revolución, medidas más populistas que eficaces en materia económica y seguridad ciudadana, la aparición de nuevas pulsiones autoritarias dificultando el trabajo de los medios de comunicación y la utilización del rodillo parlamentario. La victoria, como aval de la huida hacia adelante.
No fue más equilibrada la digestión de los resultados por la oposición al chavismo, que habiendo planteado ambas elecciones, más acusadamente las locales de diciembre, como plebiscitos contra el régimen, han optado por sobrevalorar sus moderados avances en los resultados globales y minusvalorar en cambio que la mayoría ha continuado apoyando la permanencia del Chavismo y que Maduro fue legítimamente electo Presidente. Coherentemente, desde entonces todas las acciones de la oposición han ido en la dirección de deslegitimar las credenciales democráticas del Chavismo y de tratar de obtener por la movilización social lo que no lograron en las elecciones pasadas. Es suficientemente expresivo que el slogan movilizador de las últimas protestas haya sido "la Salida", en referencia inequívoca al objetivo que persiguen.
Hay dos elementos nuevos que destacan en la situación actual. Uno interno y otro externo. El primero, el aparente agotamiento del anterior líder de la oposición Henrique Capriles y la aparición de Leopoldo López como nueva referencia y con él, nuevos lemas, mayor capacidad movilizadora, nuevas esperanzas y nuevos métodos. En esta primera fase de su liderazgo lo más notable es la desaparición de las llamadas al diálogo tan habituales en el discurso precedente de la Mesa de la Unidad Democrática y la articulación de un método de movilización constante para enfrentar al chavismo en la calle ante el bloqueo de las instituciones políticas. Apuesta arriesgada por cuanto si la movilización social no encuentra salida en el diálogo político no hará sino llamar a su control mediante la fuerza y provocar una escalada de enfrentamientos sociales que hará más profunda y difícil de salvar la brecha que divide al país.
La segunda novedad ha sido la reacción externa, particularmente la de América Latina, ante estos acontecimientos. No ha salido esta vez inmediatamente y en tromba en apoyo de la legitimidad democrática del Presidente y del régimen venezolano como estábamos acostumbrados. Ha sido mucho más matizada. De hecho, ha sido solo MERCOSUR, actualmente bajo presidencia rotatoria venezolana, la única instancia que ha hecho referencia explícita a la intencionalidad desestabilizadora de las movilizaciones, mientras UNASUR y CELAC preferían poner el acento en la condena de la violencia y el llamamiento a la apertura de vías de diálogo político para la superación de la crisis. Un enfoque que revela la honda preocupación que recorre la región por la evolución de los acontecimientos y el riego que percibe de un mayor deterioro si no se abren vias políticas entre las dos mitades de la sociedad venezolana. Es el mismo enfoque del Secretario General de Naciones Unidas y del Presidente Obama, aunque la vía que éste último ha sugerido, la OEA, el más moribundo de los organismos multilaterales regionales, sea a todas luces una via muerta.
Es urgente frenar la escalada y sacar de la calle el debate político. La noticia de que la fiscalía ha retirado los cargos de terrorismo y homicidio que había contra Leopoldo López puede ser un principio para una nueva dinámica, pero seguramente no será suficiente. Serán necesarios pasos creíbles en la dirección de una recuperación real del mutuo respeto y es muy dudoso que haya capacidad y estrategia suficientes, tanto por el chavismo como por la oposición, para asumir los costes y las cesiones de una reorientación del actual escenario de escalada de la confrontación hacia el diálogo político y el normal juego democrático de las instituciones. Por ello la ayuda de los países de la región se hace imprescindible e insustituible para dar cobertura a los movimientos que ambas partes tendrán que hacer. Buena ocasión para que la CELAC, presidida actualmente por Costa Rica, diera una primera prueba del papel que se supone está llamada a jugar como nuevo y central actor regional.
De otra forma el futuro de Venezuela se presenta más que sombrío.
Hay 1 Comentarios
sois unos golpistas
Publicado por: jesus | 22/02/2014 18:20:32