Europa contempla incrédula los acontecimientos que se están precipitando en Ucrania. Y no tanto porque recuerdan a episodios de otros tiempos, sino por lo que nos anticipan del futuro. De hecho, si lo analizamos cuidadosamente, ponen en entredicho dos de las principales premisas de la política exterior europea: el no cuestionamiento de las fronteras, al menos en su periferia, así como la cuestión de la interdependencia (en este caso ruso-europea) como el mejor medio para protegerse de los eventuales impulsos “expansionistas”. Además, la anexión de Crimea y la cuestión pendiente sobre lo que va a ocurrir en el resto de Ucrania han despertado a Europa de un ensueño, en el que unas ambiguas esperanzas de asociación/integración podían sustituir sine die a una política exterior, y de vecindad, estructurada.
Todas estas cuestiones que emergen a propósito de Ucrania pueden ser extrapoladas a las diferentes regiones que constituyen la vecindad europea. En el caso de los Balcanes, región considerada “candidata natural” a la integración, estas preguntas son hoy más pertinentes que nunca. En primer lugar, la crisis de Ucrania ha reabierto la cuestión sobre el status y la legitimidad de Kosovo justo en un momento en el que, por fin, ambas partes se han comprometido a avanzar en un proceso de normalización de las relaciones. La situación es paradójica para todas las partes: aquellos que no reconocen Kósovo como Estado independiente, comenzando por la misma Rusia, se apoyan en el precedente de Kósovo para legitimar la acción de Crimea; aquellos que lo reconocen y que lo avalaron en su momento tienen, al menos, que asumir que con ello abrieron la caja de Pandora y que era solo cuestión de tiempo que una situación así ocurriese. En todo caso, la independencia de Crimea puede dar alas a una opción que hace poco había sido descartada: la partición de Kosovo.
Pero es sin duda también un precedente para Bosnia, que tras casi veinte años desde la firma de los acuerdos de Dayton, sigue sufriendo de fuertes tensiones separatistas, con una República Serpska que, el mejor de los casos, busca la secesión de la Federación de Bosnia-Herzegovina y, en el más extremo, su adhesión a Serbia. Recientemente el líder del mayor partido croata de Bosnia –Unión Democrática Croata- ha llamado a la creación de una tercera entidad croata enla Federación. De hecho, la revisión de los acuerdos de Dayton fue defendida hace unos días por el ex-presidente de Croacia Stjepan Mesic, quien solicitó una conferencia internacional para establecer un “Dayton 2”. Pero la posibilidad de cambiar la constitución es muy delicada por los intereses tan divergentes entre las diferentes partes. Dayton fue posible para parar la guerra, pero en el contexto actual es temida, y evitada, particularmente por la comunidad internacional que ve en ella una excusa para la desintegración.
También el caso de Macedonia, las recurrentes tensiones inter-étnicas unida a la inestabilidad política han estancado a un país que hasta hace no mucho era un ejemplo para la región y uno de los países de los Balcanes más avanzados en el proceso de integración europeo. Para todos ellos, la independencia de Crimea y su posible adhesión a Rusia constituyen un precedente muy tentador en un contexto en el que los desplazamientos de fronteras habían sido excluidos de Europa. En todo caso y particularmente tras lo ocurrido en Ucrania, es probable que Europa tenga que enfrentarse a ello en un futuro no muy lejano.
En segundo lugar, el dique de contención hasta ahora en todos estos casos ha sido la perspectiva de adhesión a la UE. En el caso de la disputa sobre el status de Kosovo, por ejemplo, es solo cuando Serbia ha comprendido que el único obstáculo para su integración (y la salida de la crisis que arrastra desde el inicio de la guerra) es Kosovo, que se ha sentado a la mesa de negociaciones para resolver un asunto que considera ilegal. Y en el que, todo sea dicho de paso, está respaldada por cinco Estados Miembros de la UE.
Sin embargo, en este punto cabe preguntarse sobre la realidad de estas esperanzas y hasta cuánto pueden ser mantenidas en el tiempo: ¿Está la UE preparada y dispuesta para una nueva ola de integración? Responder a esta pregunta ahora ya no es posible con un “quizás, veremos dentro de un tiempo”. La UE tiene que ser clara con las expectativas de adhesión de su periferia y, particularmente, consecuente con sus políticas: si las negociaciones de adhesión de Serbia ala UE se iniciaron el pasado enero, ¿por qué Serbia ha debido de pedir a los Emiratos Árabes un préstamo de mil millones de euros para hacer frente a la quiebra?
La frustración de unas expectativas que nunca se alcanzan puede ser muy peligrosa para la región y, por ende, para la UE. El año 2014 se ha iniciado con protestas en Bosnia contra la clase política (protestas que fueron prematuramente calificadas de “primavera Bosnia”) y que traslucen un profundo malestar de una población que, desde el fin de la guerra, está cansada de esperar una mejora de la situación material y política. En Serbia, la abrumadora mayoría con que el Partido Progresista ha ganado las elecciones celebradas el pasado 16 de marzo (los mejores resultados electorales que ha recibido un partido en Serbia desde la era de Milosevic, ganando alrededor de 160 escaños de los 250 que componen el Parlamento), con un programa centrado en la austeridad, las reformas y la lucha contra la corrupción es un signo claro de la voluntad de la sociedad para hacer frente a los problemas endémicos del país. Aquí Europa tiene que estar a la altura de sus compromisos y ahora más que nunca.
La UE no puede sustituir a los gobiernos, pero se puede convertir en un socio clave, que traduzca sus compromisos en hechos y en políticas. Si toda crisis es también una oportunidad de cambio, este es sin duda un buen momento.
Raquel Montes es analista.