Las formaciones euroescépticas –archienemigos por excelencia de la Unión Europea- se han esforzado en los últimos tiempos en esgrimir toda una retahíla de ataques al inmigrante comunitario, en quien ven encarnados los males que agravan la crisis económica en la Unión. Y es que a la vista está que dichas formaciones han ganado esta batalla a través de dos flancos:
Por un lado, han conseguido consolidar su peso en las pasadas Elecciones al Parlamento Europeo de 2014, pues ya representan algo más del 22% del total de escaños y en algunos Estados miembros se han posicionado como la fuerza política más votada. Por otro lado, han suscitado un miedo a los partidos de gobierno de amplia trayectoria proeuropea a perder un jugoso número de votos. Países como Francia, Alemania, Bélgica y el Reino Unido, entre otros, auspiciados por este temor, han adquirido en cierta medida este discurso y han llevado a cabo medidas que ponen en duda el cumplimiento de la legislación comunitaria en materia de libre circulación en la Unión, o han puesto en marcha reformas o proyectos de reforma que desincentivan o podrían desincentivar estos derechos; ya sea al requerir a los ciudadanos de otros Estados miembros unos ingresos mínimos para poder residir que no se ajustan a los máximos legales exigibles (en el caso de Bélgica), bien estableciendo unos supuestos de expulsión que no están previstos en el marco legal comunitario (Alemania), o directamente procediendo a la expulsión de ciudadanos comunitarios sin atenerse a los supuestos por los que se puede proceder a la misma (Francia).
Cabe plantearse ahora si este discurso, así como todas estas medidas y proyectos de reforma, responden a una realidad o si por el contrario se acercan más a una idea enormemente errada pero muy beneficiosa de cara a unos comicios.
A finales del año 2013, las empresas consultoras ICF GHK y Milieu, a petición de la Comisión Europea, elaboraron un extenso informe –de casi trescientas páginas- acerca del impacto que los inmigrantes comunitarios residentes y no activos sujetos a subvenciones especiales no contributivas y a cobertura sanitaria suponen para los sistemas de seguridad social de los Estados miembros.
A través de datos proporcionados por las administraciones públicas de los diferentes Estados miembros y Eurostat, y otros de elaboración propia, se analiza en el informe la realidad acerca de la inmigración comunitaria. Entre las conclusiones que arroja encontramos las siguientes:
1. El inmigrante comunitario se desplaza a otros Estados miembros con la intención de trabajar;
2. Este representa un pequeño porcentaje con respecto al total de la población nacional de los Estados miembros en los que reside (entre el 2 y el 2,7%), del que a su vez un ínfimo porcentaje se encuentra inactivo (entre el 0,7 y el 1%);
3. A pesar de la crisis, desde el año 2005 el número de inmigrantes inactivos en otros Estados miembros se ha reducido y el de activos ha aumentado (del 48 al 54%);
4. El 64% de aquellos que se encuentran inactivos había trabajado previamente en su país de origen;
5. Los inmigrantes comunitarios son en suma contribuyentes netos a los sistemas de seguridad social y los servicios sociales;
6. Perciben en prestaciones sociales menores cuantías de aquello que aportan al sistema;
7. No se benefician en mayor medida de estas prestaciones que los nacionales de los Estados miembros;
8. El valor medio del gasto sanitario que destinan los Estados miembros de acogida a la población inmigrante comunitaria residente en los mismos es del 0,2% sobre el total del gasto sanitario, lo que equivale al 0,01% del PIB.
Pero quizás, la conclusión más reveladora que arrojan todas las anteriores en su conjunto es que no existe una relación estadística entre la generosidad de los sistemas de bienestar de los Estados miembros y la movilidad de los inmigrantes comunitarios. Reveladora no solo porque deconstruye una idea preconcebida absolutamente errónea, sino porque confirma la intención partidista de aquellos que hacen uso de ella. Han ganado una batalla, pero aún no han ganado la guerra.
*Adrián Altafaj es experto en Relaciones Internacionales, en el Observatorio de Política Exterior (OPEX) de la Fundación Alternativas.