JOSE ENRIQUE DE AYALA
En un nuevo capítulo de la guerra contra el terror, iniciada por la administración Bush en 2001, Estados Unidos lanzó el 8 de agosto los primeros ataques aéreos en Irak contra el autodenominado Estado Islámico (EI) ante la inminencia de la toma por parte de este movimiento yihadista suní de la ciudad de Erbil, lo que hubiera podido desencadenar la caída de todo el Kurdistán iraquí, una región casi independiente de hecho protegida por Washington desde que obtuviera su apoyo para la invasión de 2003. Se trataba, además, de detener la espectacular progresión del EI, que ya controla un cuarto del territorio sirio y un tercio del iraquí, y está en camino de sustituir a Al Qaeda como referencia global del yihadismo radical, convirtiéndose -en consecuencia– en un nuevo origen del terrorismo internacional.
En los márgenes de la cumbre de la OTAN en Newport (Gales), el 4 y 5 de septiembre, EEUU anudó una coalición con nueve miembros de la Alianza (además de Australia), para tratar de internacionalizar un conflicto en el que Washington no quiere actuar solo. En los días siguientes, el secretario de Estado Kerry logró la adhesión a la iniciativa de nueve países árabes (además del propio Irak), un concurso imprescindible por sus intereses en el conflicto y porque sin ellos la propaganda yihadista tendría mejores bazas para presentar esta intervención como un nuevo ataque de los cruzados contra el mundo musulmán. En la reunión inicial de Newport, en la que se puso en marcha la coalición, estaban cinco de los seis países más importantes de la Unión Europea, todos excepto España, algo ciertamente inexplicable teniendo en cuenta que el propio Gobierno español considera al yidadismo como la principal amenaza a nuestra seguridad, como no podía ser de otra manera ya que los mapas del autoproclamado Califato incluyen a Al Andalus, es decir a la mayor parte de la península ibérica, mientras el terrorismo islamista nos ha golpeado ya brutalmente, y puede volver a hacerlo si no se le combate eficazmente.
A diferencia de lo que ocurrió en 2003 (cuyas consecuencias se sufren ahora), la intervención actual en Irak no solo es legítima, pues responde a una amenaza real y de una terrible crueldad, sino que es absolutamente legal, pues es consecuencia de una petición de ayuda de su gobierno, y así lo entendieron Rusia y China aprobando la resolución conjunta de la Conferencia de París, el día 15, en la que hubo ya 30 países adheridos a la coalición (incluida, esta vez sí, España, aunque manteniendo un perfil pasivo). Pero esa resolución no se refería a Siria, puesto que la intervención en este país no está respaldada por una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ni responde a una petición de su Gobierno reconocido internacionalmente, aunque lo cierto es que los bombardeos contra posiciones del EI en Siria, que comenzaron el día 23, gozan hasta ahora de la aquiescencia tácita del régimen de Al Asad, al que benefician enormemente desde un punto de vista político y militar.
Desde el inicio de los ataques, EEUU, Francia y los países árabes que participan en estas acciones (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Qatar y Jordania), han realizado más de 250 misiones aéreas sobre instalaciones o unidades militares del EI, incluidas algunas sobre núcleos de población como Raqa, en Siria, además de otras con misiles Tomahawk, disparados desde buques, la mayoría de gran eficacia ante la falta de defensa del EI contra estos medios. El carácter territorial del EI y su posesión de material pesado como blindados o artillería (arrebatado a los ejércitos sirio e iraquí), le hace más vulnerable a las acciones aéreas, en relación con otros grupos yihadistas que se diluyen más en la población, si bien el día 22 fueron atacadas también en territorio sirio posiciones del grupo Khorasan del Frente al Nusra (la filial de Al Qaeda en Siria, enfrentada también al EI), ante la amenaza de que estuviera preparando atentados contra EEUU o países europeos.
En campo libre, contra instalaciones identificadas, o contra columnas militares, las acciones desde el aire son relativamente sencillas. Pero en las ciudades un ataque aéreo masivo sería impensable, porque causaría daños colaterales inasumibles. Para que fuera eficaz, requeriría una designación de objetivos y control aéreo por parte de fuerzas terrestres especializadas, es decir que -por ejemplo- las fuerzas aéreas de EEUU no podrían llevar a cabo estos ataques (en ciudades) sin la presencia de elementos de ese país sobre el terreno, que a su vez deben ser protegidos, si bien su despliegue iría en contra de las reiteradas declaraciones del presidente Obama. Los drones pueden ser dirigidos sin este requisito, pero requieren una gran cantidad de inteligencia, y sus objetivos son limitados.
En cualquier caso, los ataques aéreos pueden detener temporalmente el avance del EI pero no van a acabar con él, ni siquiera con su ocupación de algunas ciudades, que tendrán que ser recuperadas por fuerzas terrestres. En Irak este papel correspondería al ejército regular iraquí, mal preparado y desmoralizado, y a las milicias chiíes como Badr. No parece que haya ningún país de la región dispuesto a enviar fuerzas terrestres, como no fuera Irán en el caso de estar en peligro Bagdad o los lugares sagrados chiíes de Nayaf y Kerbala, lo que tampoco sería bien recibido por el resto. En estas condiciones, la reconquista puede llevar años, a no ser que se produzca una descomposición interna del EI.
En Siria, el panorama es aún más confuso. Con los países occidentales y árabes enfrentados por igual tanto al EI como a al presidente Al Asad, las opciones terrestres se reducen a apoyar a la llamada oposición moderada, que está casi exclusivamente constituida, en el aspecto militar, por un Ejército Sirio Libre en sus horas más bajas -débil y desorganizado–, pues el resto está formado por una sopa de organizaciones más o menos potentes y más o menos radicales, pero de carácter yihadista, con las que no se puede contar, pues prestarles cualquier apoyo, aunque estén enfrentadas al EI, (como ya se ha hecho desgraciadamente en ocasiones en su lucha contra Al Asad), es jugar con fuego. Es inevitable que la lucha contra el EI refuerce la posición de Al Asad, pero cuando hay más de una amenaza es necesario priorizarlas, y ahora la amenaza más grave es el pretendido Califato.
Tan importante como las acciones militares es cortar la financiación del EI, una de las claves de su éxito, cuya fuente principal es el contrabando de petróleo. Actualmente tienen el control de diez campos petrolíferos (seis en Siria y cuatro en Irak), de los que podrían estar extrayendo 80.000 barriles diarios que se comercializan en los países vecinos –especialmente en Turquía– a bajo precio, 40 dólares el barril, lo que les aportaría más de 3 millones diarios. En la madrugada del día 25, aviones de EEUU y sus aliados árabes bombardearon 12 refinerías en Siria, en un intento de dificultar esta actividad, pero es casi imposible erradicarla por completo. Hay otras fuentes de financiación como el dinero obtenido por secuestros u ocupación de bancos, los impuestos que recaudan en las zonas que controlan, y -sobre todo- las donaciones procedentes de países árabes y musulmanes, que pueden ser interceptadas con un seguimiento de las cuentas a través de las que circulan, aunque no es sencillo.
Sería necesario involucrar más directamente a Turquía, cuyos intereses en la zona son ciertamente ambiguos, y a Irán, enemigo acérrimo del EI. La implicación iraní es relativamente sencilla en Irak – donde los intereses de todos son casi coincidentes– pero mucho más difícil en lo que respecta a Siria pues Teherán defiende al régimen de Al Asad mientras que los países del Golfo y Arabia Saudí desean ardientemente que sea derribado, y no harán nada que pueda ayudar a mantenerlo. Sobre todo, es necesario que Irán y Arabia Saudí aprovechen la oportunidad que les ofrece tener un enemigo común para emprender el camino de un acuerdo que permita desactivar el sangriento enfrentamiento entre suníes y chiíes, que está llenando de dolor y muerte el mundo musulmán.
Al final, la solución tendrá que ser regional, promovida, aceptada e implementada por los países de la zona. La intervención militar internacional tendrá que terminar lo antes posible, puesto que no va a resolver el problema, aunque deba mantenerse la ayuda humanitaria y la reconstrucción de los estados afectados. El mejor servicio que EEUU y la UE pueden hacer a largo plazo a la paz y la estabilidad Oriente Medio es estimular y sostener, con medios políticos, diplomáticos y económicos, el camino hacia un desarrollo equitativo y una democracia real en estos países, compatible con sus tradiciones, pues esta será la única vía para evitar la proliferación y auge de grupos radicales. Políticas como el apoyo, durante ocho años, al gobierno sectario de Al Maliki en Bagdad, o al golpista General Al Sisi en El Cairo, no son precisamente la mejor manera de conseguir este objetivo.
*José Enrique de Ayala es miembro del Consejo de Asuntos Europeos de la Fundación Alternativas.