La acción cultural exterior en Europa

Por: | 30 de enero de 2015

DiplomaciaculturaJOSÉ ANDRÉS FERNÁNDEZ LEOST

La aparición de una opinión pública global ha provocado que, en el campo de las relaciones internacionales, las cuestiones de seguridad y defensa hayan cedido parte de su protagonismo a otro tipo de cuestiones, entre ellas las relaciones culturales.

Expresiones como diplomacia pública o cultural evidencian esta tendencia, a las cuales ha venido a sumársele la noción de soft power, la cual alude a las capacidades de persuasión que puede desplegar un Estado a través de elementos simbólicos. Diversas administraciones públicas han institucionalizado tales prácticas, dotándolas de un marchamo estratégico: en Europa, dicho papel ha sido asumido por instituciones adscritas en su mayor parte a los ministerios de Asuntos Exteriores: el Goethe-Institut (Alemania), el British Council (Reino Unido), la Alliance Française (Francia) o el Instituto Sueco(Suecia). Pero un examen sobre las diferentes actividades que se desarrollan en Europa estaría incompleto sin la incorporación de las dimensiones académica y de cooperación al desarrollo.

Los efectos de la crisis han relegado a un segundo plano la inversión pública en los activos culturales del país y el despliegue de una estrategia exterior en el ámbito europeo. Frente a esta situación, se hace preciso que las instituciones nacionales y comunitarias apuesten por renovar la dimensión exterior de los factores blandos, apoyando aquellas iniciativas que contribuyan a internacionalizarlos.

La Fundación Alternativas ha publicado un documento que describe los sistemas de diplomacia cultural de seis países europeos: Alemania, España, Francia, Italia, Reino Unido y Suecia, escogidos en función de su representatividad regional, con el objetivo de explorar la posibilidad de articular una diplomacia pública comunitaria y perfeccionar los rasgos de nuestro sistema de acción cultural exterior.

El modelo británico se presenta como un caso referencial, en virtud de la magnitud de sus recursos, la independencia de sus organismos (simbolizados por el British Council) y el tratamiento estratégico que recibe la cuestión. No obstante, la cuantiosa presencia del sector privado, a menudo pertinente, podría desvirtuar la naturaleza pública de su acción exterior.

La cultural exterior francesa ofrece una estructura consistente y bien definida, producto de los esfuerzos acometidos en los últimos años. El volumen de los recursos invertidos da cuenta de la apuesta del Gobierno, quizá aún excesivamente presente desde un punto de vista orgánico. 

El caso alemán combina el celo por la independencia de sus instituciones (Goethe-Institut, DAAD, etcétera) con una fuerte financiación pública, y destaca por el énfasis que otorga a la movilidad académica y a la consolidación de la identidad cultural europea.  La potencia cultural de Italia carece de un adecuado soporte institucional que optimice su proyección exterior. No obstante, el reputado sistema italiano de patrimonio y restauración, sumado a su implicación en proyectos comunitarios merecería una renovación atenta de su diplomacia cultural. 

La cultura sueca alcanza, por fin, una gran visibilidad internacional gracias al buen trabajo inter-institucional articulado por el NSU y a la coherencia sostenida de su política exterior y de cooperación: diferentes componentes diplomático-públicos (académicos, de marca y de cooperación) se coordinan bajo la batuta del Instituto Sueco. 

En España, la estructura de su diplomacia cultural contiene elementos necesarios para convertirse en una plataforma de difusión y diálogo internacional de envergadura, aunque requiere de una consolidación de su arquitectura institucional y financiera. 

El análisis comparativo revela divergencias de enfoque, fruto de la falta de un consenso establecido sobre lo que es la diplomacia cultural. De ahí que el posicionamiento de la cultura al mismo nivel diplomático que los factores de seguridad, económicos o de cooperación no resulte evidente. Con todo, es preciso señalar la existencia, en la práctica totalidad de los casos, de un interés compartido por trabajar en cuestiones de innovación, creatividad, emprendimiento, interculturalidad, desarrollo sostenible y fortalecimiento institucional. 

Ante la pujanza cultural de las economías emergentes, es previsible que a medida que retomen el crecimiento, los países europeos perfeccionen sus modelos de acción cultural exterior: depurando duplicidades, clarificando competencias, abriéndose a la sociedad civil, diseñando estrategias tradicionales y digitales y respetando la independencia funcional de las instituciones culturales. Concediendo, en definitiva, una consideración de política Estado a una esfera cuyo impacto solo evaluable a medio y largo plazo.

En el plano europeo el surgimiento del SEAE puede interpretarse como una oportunidad para orquestar una diplomacia cultural común, siempre que actúe en coordinación con las DG de Educación y Cultura y de Desarrollo y Cooperación de la Comisión Europea, además de con las delegaciones de la UE en el exterior. El éxito del programa Erasmus (redimensionado a escala internacional) unido a la puesta en marcha en el seno de la Comisión de una Acción preparatoria destinada a presentar propuestas que definan una estrategia de cultural exterior, resultan indiciarios de la importancia que está cobrando el asunto

 *José Andrés Fernández Leost es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, e investigador en la Fundación Carolina,

 

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Interesante, gracias.

No a la cooperación exterior, no a los parasitos

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