DIEGO LÓPEZ GARRIDO
60.000.000. Esta es la cifra actual de refugiados en el mundo según Naciones Unidas. Es el número de personas que han abandonado su hogar porque su Estado ya no les protege de la violencia, la guerra, las violaciones, la persecución por la religión, la raza, la nacionalidad, el sexo o las opiniones políticas. No se conoce nada parecido desde la II Guerra Mundial. Solo a causa de la crisis de Siria, doce millones de personas están desplazadas y buscan refugio. Más de la mitad de la población.
No hay una respuesta a la altura por la Comunidad Internacional, que solo cubre la cuarta parte de las necesidades de los refugiados. Tampoco por quienes más podrían hacer, los países occidentales desarrollados, entre los que nos encontramos. La Unión Europea –o, más exactamente, algunos de sus países miembros- están dando un espectáculo inenarrable de egoísmo e hipocresía ante las constantes oleadas de refugiados que llegan a nuestro continente; por dos vías esencialmente: hacia Italia a través del Mediterráneo (1.800 muertos en el mar en el primer semestre de este año) y los Balcanes, tras atravesar Turquía y Grecia.
Europa, sencillamente, no está aplicando el Derecho internacional. No cumple con su obligación de facilitar a los que buscan asilo que lo puedan hacer con seguridad. Está obsesionada con lo contrario: las devoluciones a los países de los que huyen, que los maltratarán o los matarán si vuelven.
Gobiernos como el español han encontrado la expresión perfecta: “efecto llamada”. Lo que quiere decir que si cumplimos la ley internacional y acogemos a los que piden protección, vendrán más. O sea, que hay que vulnerar el derecho constitucional de asilo para que no nos lo demanden.
Seguramente, a causa de esa actitud se adoptó el año pasado la absurda decisión de dar por finalizada la operación Mare Nostrum, dirigida por Italia, que salvó miles de vidas en el mar, y en su lugar desarrollar la mucho más tímida y meramente guardadora de fronteras operación “Tritón”. Por cierto, con ello no se ha apaciguado el “efecto llamada”, sino todo lo contrario. Se ha doblado el número de refugiados que tratan de entrar en Europa en lo que va de año.
Después de la II Guerra Mundial, la cuestión de los refugiados fue impulsada por Europa. Resultado: la Convención de Ginebra de 28 de julio de 1951 (ampliada por el Protocolo de Nueva York de 1967). Pero su espíritu era facilitar la huida de los Estados del telón de acero.
En el siglo XXI estamos en otro momento, que tiene poco que ver con la concepción del asilo o refugio como algo individual y excepcional. El problema ha explotado a causa de conflictos civiles masivos, no solo en Siria e Irak (del que gran parte de responsabilidad recae sobre quienes desencadenaron la ilegal guerra contra Sadam Hussein), sino en África: Sudán, República Centro Africana, Nigeria, Burundi, Somalia, Etiopía, República Democrática del Congo, y otros. Añádase la devastadora acción del terrorismo yihadista.
Vivimos realmente algo que podríamos llamar la Era de los Refugiados. Un fenómeno estructural, no coyuntural. Tan inabarcable, que precisa de una estrategia nacional e internacional de largo alcance. Sin embargo, respecto de los refugiados, los países occidentales actúan como verdaderos “Estados fallidos”, incapaces de darles la protección adecuada, como exige el Derecho Internacional. Ni les salvan la vida, ni les acogen, ni les alimentan, ni les garantizan los derechos sociales básicos.
Es una crisis humanitaria sin precedentes. Según estima ACNUR, requerirá reasentar a 300.000 personas más cada año a lo largo del próximo lustro; y establecer un fondo global, distinto de los destinados a cooperación, simplemente para ayudar a los países pobres que acogen a los millones de refugiados que produce este mundo convulso.
Y en medio de ese panorama dramático, el Gobierno español dice que no puede recibir a más de 2.749 refugiados en dos años. Es la mitad de la ya ridícula cifra que le proponía la Comisión. Fernández Díaz lo ha justificado de forma zafia, rayana con la xenofobia, equiparando a los refugiados con "goteras". Así es exactamente como el Gobierno ve a quienes escapan de la persecución y la destrucción de su hábitat, como una molestia que hay que ahuyentar y disuadir.
Representa la dificultad insalvable de la derecha española para ser solidaria, no ya solo con los inmigrantes, sino con sus propios socios europeos ( Alemania ha examinado en 2014 tantas solicitudes de asilo como España en décadas )
El partido que no sepa afrontar este drama con los valores de los que presumimos los europeos no podrá gobernar en la Unión. Porque es uno de sus mayores desafíos , tal y como advierte el Informe sobre el Estado de la Unión Europea 2015 de la Fundación Alternativas. Un desafío que medirá lo que valoramos los Derechos Humanos en la Era de los Refugiados.
Diego López Garrido es Patrono de la Fundación Alternativas. Catedrático de Derecho Constitucional y Diputado.
Hay 1 Comentarios
En el presente estamos asistiendo perplejos desde el mundo occidental desarrollado, a una oleada de masas de personas empujadas por el terror que propicia una guerra en el mundo musulmán, ramificada a conciencia en varios países y muchos frentes.
De donde sacan ganancias con el transporte de personas los grupos de mafias que se dedican a ello.
Exigiendo a occidente que se responsabilice de los daños del desastre social.
Por el mero hecho de tener leyes promulgadas sobre los derechos humanos que en otros lugares no existen.
Publicado por: Mirafloes | 24/07/2015 18:29:12