Diego López Garrido
Triunfe el sí o el no el domingo 5 de julio, hay algo que tendrá que superar cualquier futuro gobierno griego: el profundo debilitamiento de la posición de Grecia en el seno de la Unión. Debilitamiento político –no solo económico−, producido por la errónea estrategia que los actores del drama han escogido y desarrollado hasta la fórmula final del referéndum, en sí misma no resolutoria del problema de fondo.
Desde la victoria electoral de Syriza a principios de este año, sustentada en promesas al pueblo griego prácticamente imposibles de cumplir, la Unión tenía dos posibilidades: integrar a Grecia en una constructiva negociación interna de la familia europea, coordinada y mediada por la Comisión, sobre el tramo final del segundo rescate, o configurar una especie de mesa de confrontación de partes separadas, con una lógica de vencedor y perdedor. Optó por esta segunda y le dio a Tsipras el escenario bélico que él y Varoufakis preferían, a falta de un programa de reformas que el gobierno de Syriza nunca ha construido.
Difícilmente se hubiera evitado ese choque de trenes que significa en última instancia un referéndum. Porque en esa batalla final no gana nadie. El sí o el no son posiciones excluyentes del contrario. Ninguna de las dos transmite un acuerdo, única salida positiva de la crisis griega. Pero es la táctica –no llega a la categoría de estrategia− que ha preferido Tsipras para ganar, en última instancia, en el plano interno de su compleja formación política, en la que han surgido protestas contra un hipotético trato con el Eurogrupo.
Tsipras ha lanzado, en realidad, una moción de confianza, utilizando para ello, no al Parlamento, sino al propio pueblo de Grecia. Ante la ininteligible pregunta sobre una supuesta propuesta del Eurogrupo −que este niega que exista ya, y sobre la cual el primer ministro griego ha defendido posiciones contradictorias entre sí− el sentido político de la decisión del domingo es un sí o un no a Tsipras. Para más confusión, el voto no en el referéndum es un sí al Gobierno y el voto sí es un no a este.
La mayor crítica que se le puede hacer al Eurogrupo es su rigidez, haciéndose prisionero de unas reglas inflexibles, o, peor, utilizándolas para salir ganador en una negociación viciada por la necesidad de vencer al otro. Sin embargo, el mayor error –este sí estratégico- de Tsipras ha sido dejarse llevar de una arrogante y épica pretensión aislacionista –yo contra todos- que le conducía inexorablemente a un callejón sin salida, que eso es en definitiva un referéndum improvisado y a la desesperada.
Tsipras ha sido ciego a la única salida que tenía ante sí, que era establecer una corriente de confianza con gobiernos como el francés o el italiano, más proclives a un acuerdo serio y sólido para Grecia, basado en la inversión y el crecimiento y no en el pago religioso de la enorme deuda y en la sempiterna austeridad.
Tsipas no ha sido capaz de leer bien la coyuntura que vive la Unión ahora, que es –aunque esta no lo quiera reconocer- un giro hacia las políticas inversoras, la flexibilización de los déficits y la expansión monetaria. Ahí es donde el gobierno griego tendría que haberse incluido, para formar parte de una tendencia crítica con las políticas meramente de ajuste presupuestario. El gobierno griego no ha querido ver más allá de sus narices, preso también de una campaña electoral llena de demagogia ante una ciudadanía exhausta por los recortes. Con esa actitud de huida hacia delante, de “espléndido aislamiento”, Tispras ha dado todas las bazas a Gobiernos como el alemán, el holandés y los nórdicos, para dirigir la estrategia negociadora del Eurogrupo, apoyado como alumno aventajado por el gobierno español, y por los demás rescatados, el portugués y el irlandés, ávidos de dar una lección a Grecia.
Suceda lo que suceda en el referéndum −convocado apresuradamente y sin un objetivo político claro a los ojos de los griegos, pero que hay que respetar− la deuda impagable (FMI dixit), la economía no competitiva, los exagerados gastos de defensa, la Administración fiscal deficiente y los demás problemas crónicos de Grecia, seguirán exactamente con la misma o mayor intensidad, después de meses desaprovechados para el acuerdo, de ausencia de rescate, de huida de capitales y de una restricción monetaria que no augura nada bueno. Porque es la actitud ante esos problemas lo que la Unión debe cambiar. Es el fracaso de la austeridad suicida lo que subyace en las dificultades de una Unión integradora y solidaria para afrontar sus crisis de modo integrador y solidario. Ojalá que los resultados del 5 de julio ayuden a entenderlo.
Diego López Garrido. Catedrático de Derecho Constitucional. Diputado. Patrono de la Fundación Alternativas.