Los desequilibrios de Cataluña y Alemania

Por: | 23 de septiembre de 2015

STUART MEDINA MILTIMORE

La eterna crisis de la Eurozona tiene una de sus causas en los desequilibrios comerciales que han generado dos Europas: la de los acreedores y la de los deudores. Éstos, menos competitivos, sostienen un déficit comercial frente a aquéllos que muestran robustos superávits a cuya cabeza se encuentra Alemania. Todos los años la economía germana produce bienes y servicios por un valor superior a lo que sus propios ciudadanos, empresas y gobiernos son capaces de consumir. Esa diferencia se valora en 220 mil millones de euros, el 7% de su PIB.

 Las reformas introducidas por el gobierno de Gerhard Schröder, que perseguían convertir a Alemania en un país übercompetitivo, consiguieron congelar el crecimiento de los salarios del alemán medio durante cerca de dos décadas. La represión del consumo privado también desincentivó la inversión privada, situación agravada porque el país tiene una de las tasas de inversión pública más bajas entre los de la OCDE. Sólo gracias a un modelo de crecimiento basado en la exportación la economía alemana consiguió mantener el empleo. 

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Ilustración 1. Evolución de los costes laborales unitarios desde 1999 para varios países seleccionados. Elaboración propia a partir de datos publicados por la OCDE.

La economía real está inextricablemente unida a la economía financiera. Cuando un país exporta más bienes y servicios de los que importa del resto del mundo, la diferencia se tiene que financiar de alguna manera. Por eso, un superávit comercial siempre irá acompañado de un flujo financiero.

 El ahorro macroeconómico alemán podía haberse destinado a inversiones dentro del país pero los bancos germanos encontraron más lucrativas las que ofrecía la periferia europea. Parte de la financiación de nuestra burbuja inmobiliaria de principios de siglo provino precisamente del Norte de Europa. Los superávit comerciales alemanes, siguiendo la senda marcada por el flujo de capitales, encontraron su acomodo en los déficits meridionales. De resultas, durante la última década, Alemania ha acumulado una posición financiera neta respecto al resto del mundo gigantesca y que alcanza ya 1,1 billones de euros. El epílogo, en forma de tragedia griega y tragicomedia ibérica, es sobradamente conocido.

 Muchos economistas han observado que una de las soluciones a la crisis de la Eurozona pasa, bien por exigir un aumento de la demanda en Alemania que reduzca su dependencia de las exportaciones, bien por unas transferencias de rentas a los países deficitarios que permitan reducir la carga de su deuda. Tarde o temprano una solución de este tipo será necesario pero, por ahora, Merkel y Schäuble prefieren reprochar a sus socios que no hayan hecho “sus deberes”.

 Comentando esta situación con un colega, éste me advirtió que la situación de Alemania respecto a la del resto de Europa tiene una cierta analogía con la de Cataluña respecto al resto de España. Cataluña, tiene un importante superávit comercial con el resto de España dentro de la misma zona monetaria. Sin embargo, hay una diferencia crítica: el déficit comercial de la periferia europea se ha financiado con préstamos procedentes del Norte, deudas que han crecido hasta la insostenibilidad; Cataluña financia su superávit comercial con transferencias de rentas. Por consiguiente, el superávit comercial catalán es sostenible. Esas transferencias netas no son otra cosa que la famosa balanza fiscal, motivo de acrimoniosos lamentos de los políticos catalanes.

 La relación entre déficit fiscal y comercial se puede demostrar conceptual y empíricamente. Podemos segregar cualquier economía en sectores y construir un balance consolidado para cada uno de ellos. Por ejemplo, podemos distinguir entre un sector exterior; un sector gobierno; y un sector privado, que abarcaría a hogares y empresas. Entre estos sectores se producen unos flujos financieros de tal forma que, si uno consigue un ahorro neto positivo, otro u otros tienen que generar un ahorro neto negativo. Ésta es una identidad contable que fue advertida por economistas postkeynesianos como Wynne Godley. Por tanto, si un territorio mantiene un superávit comercial, otro sector institucional de ese mismo país, ora el privado, ora el público, forzosamente está aportando el ahorro que lo financia[1].

Según el informe Interreg[i] Cataluña exportó en el año 2012 bienes por valor de 43.930 millones de euros al resto de España. A cambió, sus compras del resto de España ascendieron a 25.091 millones, es decir, obtuvo un saldo positivo de 18.839 millones. ¿Quién financia ese saldo comercial? Forzosamente ha de ser el ahorro del sector privado o el del sector público.

 El análisis de las balanzas fiscales autonómicas es complejo y genera animadas discusiones metodológicas entre Madrid y Barcelona. Es difícil saber si un determinado gasto del estado corresponde a una región u otra. Por ejemplo, la construcción de una autovía desde Madrid a Barcelona beneficia a Madrid, Castilla y León, Aragón y Cataluña, pero ¿cómo se distribuiría el gasto entre estas cuatro comunidades? Sin entrar en esta interesante discusión metodológica he optado por seleccionar uno de los cálculos que facilita el Ministerio de Hacienda, el llamado saldo fiscal “no neutralizado”.

El Ministerio de Hacienda publica cada cierto tiempo unas estimaciones de estos saldos fiscales por comunidades autónomas. He incluido en la columna (3) de la tabla siguiente el cálculo realizado para el ejercicio 2012. En ese año las administraciones públicas generaron un déficit fiscal por valor de 38,8 mil millones de euros. Sin embargo, en algunas comunidades autónomas, el gasto total del estado fue menor de lo que recaudó, es decir, en ellas las administraciones públicas experimentaron un superávit fiscal. Ésos fueron los casos de Madrid, Cataluña y Baleares.

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Tabla 1. PIB per cápita y balanzas fiscales del ejercicio 2012. Obsérvese que los signos están cambiados en la tabla de forma que un superávit fiscal se muestra con un signo negativo y viceversa. Fuente: Informe sobre la dimensión territorial de la actuación de las Administraciones Públicas, Ejercicio 2012. Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas. Julio de 2015.

 La ecuación es muy sencilla de comprender. Primero entendamos lo que significan los símbolos usados en la ecuación. “S” (inicial del inglés “Savings”), es el ahorro del sector privado, es decir, lo que le queda al sector privado de su renta después de emplear pare de ella en consumo. “I” significa inversión de los empresarios —compras de maquinaria y otro equipamiento y aumentos de las existencias en sus almacenes. “T” (inicial del inglés “Taxes”) representa los ingresos fiscales del gobierno y “G” el gasto público. “M” representa las importaciones y “X” las exportaciones.

La expresión (S-I) dice que el ahorro neto del sector privado, una vez deducidas las inversiones, deja un residuo que es la capacidad o necesidad de financiación que tienen hogares y empresas respecto a otros sectores. Si el ahorro es mayor que la inversión, el sector privado estará dando préstamos al gobierno o al resto del mundo. La expresión (T-G), los impuestos menos los gastos, no es más que el déficit o el superávit del estado. Si el gobierno tiene déficit estará emitiendo deuda pública que los otros sectores habrán aceptado como un instrumento de colocación de su ahorro positivo neto. Finalmente (M-X) es el saldo comercial con el resto del mundo. Si el resto del mundo nos vende más mercancías de las que le compramos, es decir, si M>X, entonces estaremos recibiendo préstamos del extranjero; y viceversa. Por identidad contable los saldos netos de cada sector tienen que sumar cero.

La relación entre saldo comercial y fiscal es evidente. Lo que no resulta tan evidente es que, si una región rica, por ejemplo Cataluña, consiguiera eliminar su superávit fiscal, sería casi inevitable que, simultáneamente, eliminara su superávit comercial con el resto de España. La razón es que desaparecería la fuente de financiación de sus exportaciones.

Podemos imaginar varios mecanismos por los que una reducción de un superávit fiscal resultaría en un menor superávit comercial.  Supongamos que una región consiguiera menguar el saldo fiscal mediante una reducción de los tipos impositivos en ese territorio sin una reducción equivalente del gasto público. En este caso, la renta disponible de los habitantes de esa región aumentaría y, por consiguiente, también podría hacerlo su consumo. Una mayor parte de la producción de la región no sería destinada a la exportación sino que se quedaría en casa. Pero no podemos asumir necesariamente que la causalidad vaya del saldo fiscal al saldo comercial. Puede ocurrir a la inversa. Una reducción de las exportaciones puede producir una caída de las ventas de las empresas y por tanto un aumento del desempleo. No es difícil entender que estos fenómenos provocarían caídas en la recaudación de impuestos y un aumento del gasto público en concepto de ayudas al desempleo. Lo que es seguro es que, si la brecha fiscal de las regiones superavitarias con el resto de España se cierra, también lo hará la comercial; a no ser que el sector privado estuviera dispuesto a aumentar su ahorro.

 Una reducción del superávit fiscal podría ser negativo si se asocia con una caída de las exportaciones que no se viera compensada con un aumento equivalente de la demanda dentro de la región. Los políticos nacionalistas catalanes podrían llevarse un chasco si, prometiendo el fin del superávit fiscal, consiguieran un aumento del desempleo en Cataluña en lugar de una mejora en los niveles de vida. No sería raro que así ocurriera pues los aumentos de renta disponible no se trasladan en su integridad al consumo y los políticos podrían decidir no aumentar el gasto público en la medida suficiente como para compensar la caída en la demanda efectiva. Podría ocurrir que un aumento de la renta disponible de los catalanes llevara a un aumento inicial del ahorro y que, por tanto, la caída de las exportaciones fuera mayor que el aumento del consumo de los hogares y el gasto público. La consecuencia podría ser que los empresarios decidieran reducir la inversión, la producción y el empleo al año siguiente.

 La queja nacionalista sobre las balanzas fiscales no está exenta de justificación. Frente a la visión mercantilista que hoy impera, hay que reconocer que las exportaciones son un coste y las importaciones un beneficio. Imaginemos a unos trabajadores que han pasado horas montando un coche en su planta de Badalona para destinarlo a la exportación a Sevilla. ¿Qué ha recibido a cambio Cataluña? En términos reales nada; ese automóvil exportado es la contrapartida a una transferencia fiscal. En cambio, la región importadora está disfrutando de un excelente vehículo sin haber dedicado recursos a su producción.  Desde ese punto de vista cabe concluir que lo deseable es que ese doble superávit interregional —fiscal y comercial— se cerrara con el tiempo. El reto está en conseguirlo sin dejar a los trabajadores catalanes y madrileños en el paro.

 En un país con un elevado grado de integración económica la peor manera de cerrarlo es reduciendo las exportaciones de bienes y servicios catalanes. Parece más inteligente aumentar el nivel de vida de los catalanes por otra vía que no sea una mera reducción de sus transferencias netas al resto de España vía impuestos. Para este propósito habría que conseguir una convergencia real de los niveles de vida en todo el estado recurriendo a un instrumento de política económica abandonado desde que el neoliberalismo impuso su dominio ideológico: me refiero a la política industrial. Una política de desarrollo industrial de las regiones más atrasadas aumentaría sus niveles de rentas, una reducción de su déficit fiscal y un aumento de sus exportaciones a Cataluña y Madrid. Entonces los ciudadanos de estas comunidades autónomas experimentarían una mejoría de sus niveles de vida gracias al consumo de bienes y servicios producidos en otras partes de España.

Las economías que basan su crecimiento en un superávit fiscal están introduciendo un sesgo deflacionista en la economía mundial. La razón es que los países que padecen prolongados déficits comerciales acaban acumulando fuertes niveles de endeudamiento. Cuando estos se tornan insostenibles deben soportar el coste de la corrección ya sea reduciendo sus déficits fiscales, ya sea devaluando sus monedas. Cuando un país no puede devaluar su moneda el peso del ajuste recae aún más pesadamente sobre los presupuestos públicos. Una política más solidaria llevaría a las naciones superavitarias a compartir el coste del ajuste aumentando su gasto público o incentivando la demanda privada. Esto facilitaría a los países con problemas de balanza de pagos afrontar el ajuste y, de paso, mejoraría el nivel de vida de los ciudadanos de todos los países. La economía no es un juego suma cero.

 


[i] Informe trimestral sobre el comercio interregional de España. Intereg. http://www.c-intereg.es/informe_trimestral_cintereg_12_2013.pdf

Hay 3 Comentarios

Sería interesante conocer cuál es el saldo comercial de las otras CC.AA. para contrastar la validez de la hipótesis.

De hecho, si se ve la balanza de pagos de un país desde un punto de vista internacional SÍ es un juego de suma cero: para que Alemania incurra en sostenidos superávits comerciales, debe haber alguien diapuesto a incurrir en déficits comerciales. Y para financiare se desequilibrio debe haber una trasferencia de capitales de un país a otro, que permitan que el país con déficit pueda financiar las importaciones de países con superávit.


Eso sucede entre Alemania y la periferia europea, y también entre China y EEUU. En ambos casos hay un país ultracompetitivo que tiene enormes superávits comerciales y transferencias de capitales hacia otro(s) país(es) que incurre(n) en constantes déficits comerciales, financiados con deuda que proviene del país exportador.


Esos desequilibrios llevan más de dos décadas, y son cada vez más insostenibles. Para reequibrar los flujos comerciales y financieros mundiales, China y Alemania deberían aumentar su demanda interna a través de mayores salarios y -en el caso de China- un mayor acceso a la seguridad social. Eso les haría perder competitividad y al mismo tiempo ayudaría a los países deudores (EEUU en el primer caso, y la periferia europea en el segundo) a mejorar su posición financiera y comercial.


Pero hay varios problemas. En el caso de Alemania, ellos no sólo son competitivos gracias a que mantiene deprimidos sus salrios, sino también gracias a que la periferia euroepa les subsidia el tipo de cambio. Si Alemania se saliera del euro y volviera al marco, su moneda se revaluarpia de manera enorme y perderían automáticamente competitividad. Si no fuera por el euro los desquilibrios comerciales y financieros al interior de la UE no habrían durado tantos años. En el caso de Alemania, el euro ha provocado que el tipo de cambio para Alemania se mantenga en un nivel artificialmente alto, mientras que para el caso de Grecia o España sucede lo contrario, ya que si volvieran a sus monedas nacionales éstas se depreciarían inmediatamente.


Grecia y España están subsidiando a Alemania vía tipo de cambio. Eso es algo evidente, pero que nadie se atreve a decir en voz alta. Y mientras persista ese subsidio cambiario -a través de la unión monetaria- sin que haya transferencias fiscales que lo compensen, los desequilibrios en la eurozona se mantendrán.

Desde mi punto de vista, es una lástima que la economía no sea un juego de suma cero. Pero no soy economista.

Un saludo

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