ANA BELEN SÁNCHEZ (*)
Chimeneas de una planta de carbón alemana emiten humo junto a un molino de viento
Esta semana tiene lugar la última ronda de negociaciones antes de la Conferencia sobre cambio climático de Paris, la COP21. En ese momento, los 196 países (contando a la Unión Europea como uno sólo) que acordaron luchar contra el cambio climático en 1992 se reunirán de nuevo para renovar su compromiso.
Atrás quedan intentos fallidos de lograr un acuerdo global que involucre a todos los países y que asegure esfuerzos de acuerdo a sus capacidades y sus responsabilidades. Aún nos acordamos de la reunión que tuvo lugar en Copenhague en 2009. Los líderes mundiales reunidos allí no fueron capaces de encontrar un lugar común que aunara los esfuerzos de todos en esta lucha. ¿Por qué Paris será diferente? ¿Qué ha cambiado desde entonces?
En Copenhague se planteó un acuerdo que replicaba el enfoque del Protocolo de Kioto, por el que se establecía un objetivo global de reducción de emisiones y se repartían los esfuerzos entre países para cumplir este objetivo. Además, se dividían los países en dos categorías: aquellos países que ya estaban industrializados, responsables en gran parte de las emisiones que se acumulan en la atmósfera debido a la utilización de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas) y aquellos países aún en proceso de desarrollo, mucho menos emisores pero con perspectivas futuras de crecimiento.
Ambas ideas han cambiado: el enfoque de arriba-abajo no ha funcionado. Los países quieren tener la libertad de decidir en qué sectores pueden actuar y qué medidas se deben implantar. Unos optan por usar más energías renovables (la mayoría), otros por reducir la deforestación, otros por reducir el consumo de energía en las ciudades y otros promocionar una agricultura más sostenible. También ha cambiado el estado de desarrollo de los países. China, Brasil o Sudáfrica pueden hoy difícilmente considerarse como países en desarrollo. China sobrepasó a Estados Unidos como primer emisor a nivel mundial ya en 2009. Sus emisiones per cápita (6,8 t/per cápita) superaron a muchos países desarrollados, entre ellos España (5,8 t/per cápita[1]). Sin embargo aún existen países como Bangladesh, Haití o Mali prácticamente no emisores pero altamente vulnerables a los impactos del cambio climático. Inundaciones, olas de calor, subida del nivel del mar, sequías y otros. Sus pequeños avances en dejar atrás la pobreza son borrados en pocos días, cuando alguno de estos (frecuentes) eventos asola alguno de estos países.
Es por todo esto que las negociaciones sobre cambio climático han evolucionado. El Acuerdo Paris definirá un nuevo marco de acción en política climática que entrará en vigor en 2020 y que plantea una responsabilidad de acción climática compartida por todos los países, sin olvidar las necesidades de los países más vulnerables al cambio climático y donde son los propios países los que deciden qué están dispuestos a hacer y se comprometen a hacerlo. Tres elementos deben darse para poder considerar la COP21 un éxito.
En primer lugar el efecto agregado de todos los planes nacionales en términos de reducción de emisiones debe asegurar un futuro seguro para la humanidad. De acuerdo a la comunidad científica internacional, este futuro se sitúa en un aumento máximo de temperatura media de entre 1,5-2ºC frente a los niveles preindustriales. Con este incremento de temperatura los impactos del cambio climático son considerados como ‘manejables’, aunque costará muchos recursos económicos y humanos luchar contra ellos. ¿En qué se traduce en términos de emisiones este objetivo? Según las conclusiones de los científicos, la manera más efectiva en términos económicos de reducir estas emisiones sería, logrando que el máximo de producción de emisiones a nivel global se diera alrededor del 2020 (en sólo 5 años) para reducirse después gradualmente y llegar a una producción cero de emisiones alrededor de 2070[2]. Un éxito de la reunión de París sería un objetivo en esta línea.
Hasta el momento 146 países han presentado un avance de sus planes climáticos. En total cubren un 87% de las emisiones mundiales[3] y su cumplimiento supondría un aumento de la temperatura media de 3º C, es decir, nos sitúan en la zona de peligro, en un escenario de impactos inmanejables, donde los más vulnerables, también dentro de cada país, serán los que más sufran.
En este punto aparece el segundo punto clave del Acuerdo. ¿Qué hacer si los compromisos de los países no son suficiente? Según el nuevo Acuerdo, estos planes tendrán que revisarse periódicamente, probablemente cada 5 años, siempre para aumentar su ambición. Estas revisiones se harán posiblemente por un panel de expertos que evaluarán hasta qué punto el país podría hacer más, de acuerdo a sus capacidades y responsabilidades. Quedan abiertas sin embargo cuestiones como qué principios se utilizarán para hacer esta revisión, qué uso se hará de las recomendaciones del panel de expertos, qué ocurrirá si algún país decide no actuar más allá aunque tenga la capacidad económica, política y social de hacerlo.
La sociedad civil ha presentado esta semana una propuesta de revisión en la que propone que ésta se haga de acuerdo a criterios de responsabilidad histórica y capacidades tomando como datos de partida para el reparto de emisiones la cantidad de emisiones producidas por cada país en las últimas décadas y los ingresos per cápita medios[4]. Según su estudio, son los países en desarrollo lo que, en la actualidad, están haciendo un esfuerzo de reducción de emisiones por encima de sus capacidades. El Acuerdo por tanto debe dar suficiente seguridad de que el mecanismo de revisión funcionará y se logrará la ambición necesaria, aún en base a acuerdos voluntarios.
El tercer elemento clave del Acuerdo es la financiación climática o en otras palabras que dineros acordarán desembolsar los países ricos (con una mayor responsabilidad climática) para ayudar los países más vulnerables a adaptarse a los efectos del cambio climático. La promesa de financiación climática no es nueva. Ya en Copenhague los países desarrollaron se comprometieron a dar 100 mil millones de dólares al año a partir del 2020 y 30 mil millones al año entre 2010-2012. Se estima que en ese periodo se distribuyeron 35 mil millones de dólares, 5 más del objetivo, pero sólo el 20% fue de financiación nueva, el resto era dinero ya comprometido bajo programas de cooperación al desarrollo[5]. Además, sólo el 30% se utilizó en medidas de adaptación, que es la mayor necesidad de los países en desarrollo. Sin financiación suficiente la lucha climática no será posible. Y no sólo es importante la cantidad, también como se distribuirá en y entre países. De nuevo hablamos de categorizar a los países según su grado de vulnerabilidad y capacidad de acción. Difícil tarea.
Nos jugamos mucho. Un mundo seguro y próspero. Necesitamos un acuerdo ambicioso que mantenga al mundo en un escenario de seguridad climática que evite un aumento en el número de desastres climáticos y que impida más inversiones públicas y privadas en sectores del pasado, que nos anclen a un futuro que ni queremos ni podemos permitirnos.
[1] Según datos del Banco Mundial de 2011 http://datos.bancomundial.org/indicador/EN.ATM.CO2E.PC
[3] Unprecedented Global Breadth of climate action plans ahead of Paris, UNFCCC, 2015 http://newsroom.unfccc.int/unfccc-newsroom/indcs-unprecedented-global-breadth-of-climate-action-plans-ahead-of-paris/
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