JUAN CARLOS GONZÁLEZ Y EMILIANO MORENO (*)
Chevron consiguió el premio "Lifetime Public Eye" por contaminar grandes extensiones de selva virgen
Más allá de los escándalos ligados a la corrupción política, ya han dejado de sorprendernos las noticias que se hacen eco de comportamientos irresponsables por parte de las empresas, sobre todo las más grandes (que son las que generan un mayor interés mediático). Y ello a pesar de las cuantiosas inversiones en comunicación y en relaciones públicas que, cada año, realizan estas empresas para tratar de convencer a una sociedad -que tolera cada vez menos los comportamientos autistas- de la “responsabilidad” de estos poderes económicos con y hacia la sociedad.
Si tenemos en cuenta que cada vez son más las evidencias que ponen de manifiesto el boicot de los consumidores hacia las empresas y las marcas irresponsables, cuesta entender, tanto desde el punto de vista económico-comercial como de la propia Responsabilidad Social Corporativa (RSC), por qué grandes corporaciones que han sido capaces de labrarse a lo largo de los años, una buena reputación corporativa, arriesgan todo lo conseguido actuando de manera “irresponsable”.
Resulta difícil creer que, en plena “cuarta revolución industrial” (donde cada día “teras” y “teras” de datos pululan por la nube y donde Internet hace posible que el control del mercado pase de los productores a manos de los consumidores), la falta de transparencia (cuando no el engaño) pueda quedar impune, sin saberse. Por otro lado, desde el punto de vista de la RSC, sorprende que todavía haya ejecutivos de algunas de las grandes multinacionales que continúen infravalorando las consecuencias -tangibles e intangibles- de determinadas malas praxis tratando de justificarlas en base a una visión exclusivamente utilitarista.
Aunque no es fácil encontrar una respuesta que, en pleno siglo XXI (cuando hay un consenso mundial sobre la necesidad de terminar con la pobreza, garantizar una vida digna y la igualdad de oportunidades, así como proteger la integridad del planeta), pueda explicar plenamente la existencia de conductas empresariales irresponsables, algunos de los trabajos y de las publicaciones que vienen realizándose en el campo de la RSC nos permiten vislumbrar dos tipos de razones complementarias para explicarlas.
Una primera razón, de carácter económico, parece (según plantea, entre otros, el economista David de Ugarte) dotar de impunidad (frente a la RSC) a las empresas que alcanzan una cierta dimensión (“Escala”) en tamaño y en dividendos. En base a este razonamiento, los gestores conocerían sobradamente que, a partir de que las empresas adquieren cierto tamaño y sus dividendos consiguen determinados niveles de competitividad, no sólo es que puedan hacer que su gestión sea “opaca”, sino que les permite independizar la misma de la aprobación social (sobre todo, la de las comunidades situadas en su entorno más cercano). Asimismo, serían plenamente conscientes del incremento exponencial de su capacidad de influir en el desarrollo del mercado (gracias al “peso de los lobbies”) y de que son ellos quienes controlan al Consejo de Administración/Junta de Accionistas, en vez de ser éstos supervisados por los citados órganos.
Este “beneficio de la opacidad” -de llegar a ser “irresponsable” sin pagar, al menos de manera inmediata, peaje social y/o económico alguno- consecuencia del tamaño y volumen de negocio, parece ser un objetivo comúnmente perseguido por algunas de las grandes corporaciones empresariales. Así puede inferirse cuando se revisa el resultado de las convocatorias de los “Public Eye Awards”, organizadas por la ONG Declaración de Berna y Greenpeace Suiza para distinguir a las empresas más irresponsables del mundo. Resulta paradójico ver cómo, desde su primera edición, este “galardón negativo” (considerado el “anti Oscar de la RSC”) va a grandes empresas, la mayoría de ellas conocidas por los consumidores y clientes de todo el mundo. Por ejemplo, este año la firma Chevron ha conseguido el premio “Lifetime Public Eye”, por contaminar grandes extensiones de selva virgen en el norte de Ecuador (una responsabilidad que, tras 20 años de litigio, sigue rechazando la compañía) y en 2014 la compañía GAP fue “galardonada” por no haber accedido a firmar el acuerdo vinculante sobre “seguridad en la construcción de edificios y de instalaciones de sistemas contra incendios” en Bangladesh.
Asimismo, el “beneficio de la opacidad” también se justificaría a través del hecho de que casi el 80% de las multinacionales no alcanza el aprobado en una prueba realizada, a nivel mundial, por la ONG Transparencia Internacional (y publicada en noviembre de 2014), en la que se analizó la calidad del reporte financiero y de las acciones contra la corrupción llevadas a cabo por más de 145 grandes empresas. En lo que respecta a nuestro país, el Banco Santander y Telefónica figuran entre las diez empresas mejor posicionadas en esa prueba.
Lo paradójico de esta situación es que, por regla general, los países de origen de estas grandes multinacionales son percibidos por la opinión pública como “limpios o casi limpios” (de corrupción). Sin embargo, según el Mapa de la Corrupción que la OCDE publicó en 2014, de los 427 casos de sobornos internacionales analizados y juzgados en 87 países que han concluido en sentencia judicial, la mayoría se ha producido en lugares con altos o muy altos niveles de desarrollo.
La segunda razón para tratar de explicar el “porqué de estos comportamientos opacos” la encontramos en que la RSC es percibida como una moda pasajera; algo que sólo hay que tener en cuenta en épocas de bonanza ya que, en puridad (¡no nos engañemos!), se trata de un coste que, en el mejor de los casos, es compatible o está alineado con la estrategia de creación de valor para los accionistas. Es, por lo tanto, una visión de la RSC muy alejada de considerarla, en sí misma, generadora de valor ya sea porque contribuye a atraer inversores (“socialmente responsables”) y a generar nuevas oportunidades sociales de mercado (pensemos en la diferenciación que otorga, por ejemplo, la “innovación sostenible”), o ya sea porque sirve para captar, motivar, comprometer y retener el talento.
Esta visión de tolerar la RSC mientras no sea demasiado cara está vinculada al riesgo que entraña el hecho de descubrir la rentabilidad, aunque sea en el corto plazo, de una “gestión insostenible” y quizás este descubrimiento sea el que mueva a ciertos directivos de las grandes empresas a enterrar sus convicciones (¿también sus valores?) sobre la RSC obviando, con ello, el valor innegable que ésta tiene para la sociedad, para el medio ambiente y, en general, para el entorno.
Por ello, todos los hechos que la realidad se empeña tozudamente en demostrar (boicots ciudadanos, vulnerabilidad, etc.) hacen, si cabe, todavía más incomprensible el autismo de algunos líderes empresariales cuyas decisiones resultan muy dañinas tanto para la reputación de sus corporaciones, como para la sociedad en su conjunto. Al fin y al cabo, al igual que la contaminación, las consecuencias de la irresponsabilidad social no tienen fronteras.
(*) Juan Carlos González es Catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Alcalá (UAH) y Emiliano Moreno es Profesor Honorífico Investigador de la Universidad de Alcalá (UAH).
Hay 1 Comentarios
No me parece mal que se sepa quienes son estas empresas irresponsables, a medida que la sociedad se vaya concienciando con el problema medioambiental del planeta, así como, los gobiernos de los países, estas empresas tendrán que empezar a cambiar el chip, de momento aún van aguantando.
Publicado por: loreto | 04/12/2015 0:06:56