RAÚL OLIVÁN CORTÉS (*)
Pabellones de la Exposición Internacional de Zaragoza de 2008.
Desde que Eva probara la fruta prohibida, los humanos hemos construido nuestras sociedades a partir de la gestión de la escasez. Escasez de alimentos, de vivienda, de empleo o de dinero. Y sin embargo, dos cambios estructurales permiten empezar a cambiar las reglas del juego. De una parte, la producción de bienes con coste marginal cercano a cero, pues gracias a la eficiencia de la tecnología cada día es más barato fabricar, almacenar y conectar. De otra, el nuevo ADN colaborativo de la sociedad red, basado en la lógica de intercambio, que habrá de imponerse por completo cuando los jóvenes millennials gobiernen el destino de la sociedad.
Esta transición hacia la abundancia no es absoluto baladí. El problema de la escasez, aun cuando no es endémico sino autoinducido, es la mejor coartada del capitalismo. En un escenario de escasez se impone el paradigma de la competición y la selección de los mejores. Mientras que en abundancia, el instinto de conservación se diluye y la concentración de capitales deja de tener sentido, generando una ola de redistribución.
Más allá del análisis económico que este cambio de Era puede acarrear, la gestión de la abundancia se revela como una potente línea de trabajo en los contextos urbanos, especialmente en los ámbitos de la movilidad, la cultura o las políticas sociales. Si miramos alrededor nuestro, observamos que la ciudad es un gran repositorio de abundancia. Es la consecuencia de haber producido mucho más de lo que necesitábamos, y sobre todo, de no haber tenido las herramientas para gestionar de forma eficiente todo ese excedente: ¿Cuántos coches parados la mayor parte del tiempo? ¿Cuántos residuos útiles que apenas se reciclan? ¿Cuántos edificios públicos sin usar? ¿Cuánto saber en las personas mayores ? ¿Cuánto tiempo libre? ¿Cuántas personas en desempleo sin ocupación?...
Lo único que nos separa de esa gran fuente de abundancia es un cambio definitivo de mentalidad y una maraña de leyes que nos impiden aprovechar todo el ancho de banda disponible. Cuando ambas barreras desaparezcan. el cambio será indefectible.
Hoy, por ejemplo, todavía nos cuesta mucho pensar que dejaremos de tener coche propio dentro de unas décadas. La serpiente, que es el abogado del diablo, nos preguntará qué pasará con toda la economía que genera la industria del automóvil. La respuesta es que las opciones de movilidad serán abundantes y dedicaremos el excedente de capital a bienes que sí son realmente escasos, como escuchar una ópera en directo.
(*) Raúl Oliván Cortés es director de Zaragoza Activa. Licenciado en Publicidad y Diplomado en Trabajo [email protected]
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