Pulsando la protesta callejera en España

Por: | 24 de febrero de 2016

 

KERMAN CALVO Y HUGO GARCIAMARIN (*)

 

 

Barbero

Protesta contra el concejal madrileño José Javier Barbero

El incidente protagonizado por un grupo de policías municipales que, en el marco de una concentración, increparon al Concejal de Seguridad de Madrid invita a volver a reflexionar sobre qué tipo de protesta callejera desarrollamos en España: ¿Cómo protestamos? ¿Sobre qué asuntos? Abordamos éstas y otras preguntas en un reciente trabajo (“¿Qué ha pasado con la movilización social?: Continuidad y cambios en la protesta social en España”) publicado por la Fundación Alternativas en su colección ‘Zoom Político’. El trabajo parte de una legítima curiosidad sobre el estado de la protesta social en España en un contexto de descontento con la austeridad y de indignación con la corrupción y las deficiencias de nuestra democracia; contexto que está, sin embargo, marcado también por la aparición de nuevos partidos políticos que están precisamente actuando sobre la base de ese descontento.

De nuestra investigación rescatamos tres conclusiones. En primer lugar, en España se protesta en la calle más que en otros países europeos, y además de manera más pacífica (a pesar de que en otros países los niveles de asociacionismo son mucho mayores). En este sentido, la Encuesta Social Europea revela que en 2012 en torno al 25% de los españoles había participado al menos una vez en una manifestación, cuando únicamente el 9% de los alemanes o el 11% de los franceses lo habían hecho. Países igualmente afectados por la crisis, como Portugal, exhiben tasas de participación en manifestaciones mucho más bajas que las españolas. Las reacciones sociales ante el terrorismo y la continuidad del conflicto nacional explican esta peculiaridad española en lo que se refiere a los niveles de protesta en la calle; sin embargo, también contribuyen las decisiones de determinados actores políticos y sociales, como la Conferencia Episcopal, por ejemplo, que han recurrido cada vez más a la organización de manifestaciones como arma de presión política.

En segundo lugar, el intensísimo ciclo de movilización puesto en marcha al calor de la lucha contra los recortes y por la regeneración política y democrática está remitiendo. Empleamos diversas fuentes para sustentar esta afirmación. Explotamos, por un lado, datos individuales de participación en manifestaciones a partir del banco de datos del CIS; estos datos revelan un aumento sostenido de la participación entre 2010 y 2013, coincidiendo con las manifestaciones del movimiento 15-M y, posteriormente, de las populares “mareas ciudadanas”. En 2011, el 21% de los españoles recordaba haberse manifestado en algún tipo de manifestación, una cifra muy alta puesta en perspectiva comparada. Estos mismos datos revelan una disminución de este tipo de participación en 2014 y 2015, a cifras en torno al 12%. Por otro lado, se dibuja el mismo patrón, ascendente entre 2010 y 2013, descendente a partir de entonces, cuando exploramos los datos oficiales de manifestaciones proporcionados por el Ministerio del Interior. De acuerdo a estas cifras, en 2010 se registran alrededor de 20.000 manifestaciones, mientras que en 2012 y 2013 se contabilizan aproximadamente 45.000, es decir, más del doble. No obstante, para 2014 (último año con datos disponibles) se registran menos de 40.000 manifestaciones en todo el territorio nacional. Es razonable pensar que esta tendencia se prolongue en 2015.

En tercer lugar, exponemos la estrecha relación que existe entre la evolución del ciclo de movilización y la evolución específica de las protestas contra la austeridad. Estas protestas, que son las más numerosas en el conjunto de la movilización, han seguido el patrón anteriormente descrito, y están, por lo tanto, en claro retroceso desde 2014. Las protestas de carácter político, que en el contexto español son muy variadas y tocan temas centrales para el movimiento 15-M, pero también cuestiones relativas a la independencia de Cataluña o a la situación carcelaria de los presos de ETA, siguen una pauta diferente, habiendo aumentando tímida, pero sostenidamente desde 2014. El gráfico 1 resume el resultado de un análisis de eventos de protesta, a partir de la cobertura realizada por ‘El País’, entre 2013 y 2015. Se distinguen en el gráfico tanto el número global de eventos como aquéllos que clasificamos como protestas contra la austeridad. Permítannos indicar que un evento de protesta es diferente a una unidad de observación en la estadística oficial del Ministerio del Interior: el primero hace referencia a una actividad de protesta contenciosa que ha sido objeto de información por parte de un determinado medio de comunicación. Una manifestación, en términos oficiales, es en realidad cualquier petición oficial cursada al amparo del Derecho Constitucional a la manifestación. Vemos en el gráfico cómo la protesta experimenta variaciones muy abruptas dentro de un mismo año. Vemos también el peso destacado de los eventos vinculados con la austeridad, así como su evolución descendente a medida que se va instalando la idea de superación de la crisis económica.

Gráfico 1: eventos de protesta, 2013-2015

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Fuente: Datos propios a partir de la cobertura de la protesta por ‘El País’

Para el final dejamos la pregunta más delicada: ¿Cuánta gente participa? Nuestros datos sobre eventos de protesta nos permiten identificar aquellas protestas con una participación más numerosa. Hemos recogido un total de 37 eventos significativos para 2013, es decir, protestas con al menos 1.000 participantes. Estos eventos congregaron para ese año en torno a los 630.000 participantes en todo el territorio. La cifra es notable, pero ha ido descendiendo con los años: encontramos 23 eventos significativos para 2014, que aglutinaron a 467.000 asistentes; y para 2015, la cifra es de 20 eventos y 283.000 manifestantes. Nuestros datos señalan que son precisamente los eventos contra la austeridad los que mayor número de manifestantes están perdiendo. En suma, es necesario mantener la observación del ciclo de la protesta; la sensación de recuperación económica no elimina las razones que avivaron la protesta estrictamente política en 2011, y es evidente que el enquistamiento del conflicto catalán será motivo de nuevas y previsiblemente muy numerosas protestas ciudadanas, en uno o en otro sentido.

 

(*) Kerman Calvo y Hugo Garciamarín son profesor de Sociología en la Universidad de Salamanca y estudiante de posgrado en la Universidad de Salamanca, respectivamente

 

Hay 1 Comentarios

Interesante trabajo.

Sociedad civil frágil. La sociedad española está muy politizada, no hay vida, o muy poca vida, al margen de los partidos políticos.


Curiosamente las movilizaciones sociales que habían comenzado en a finales del 2010, con relativa poca participación pero con mucho apoyo mediático, perdieron fuerza a partir de la creación de Podemos y su entrada en la vida política española. También es evidente que en los últimos años, por diferentes razones, los principales sindicatos españoles han sufrido un importante desgaste, perdiendo capacidad reivindicativa.


Estoy a favor de las manifestaciones con fines reivindicativos laborales, no opino lo mismo de aquellas que tienen por objeto reivindicaciones puramente políticas, por ejemplo presionar al Gobierno de turno. Creo que las manifestaciones sociales con fines políticos distorsionan el sentimiento político de la sociedad, pues no se da a conocer la opinión de aquellos que no acuden a las concentraciones, un colectivo muchas veces mayoritariamente contrario a lo que se está reivindicando, como luego demuestran los resultados de las elecciones.


Soy de la opinión de que en una democracia las movilizaciones sociales con fines políticos no solo no tienen sentido sino que son inaceptables, pues es en las urnas, con el voto, y no en la calle, donde los ciudadanos deben manifestar sus opiniones, su ideología, sus preferencias políticas.


La celebración de referéndums consultivos creo que sería una buena forma de conocer la opinión mayoritaria de los ciudadanos sobre temas importantes, y no por el contrario considerar que una opinión es mayoritaria en la sociedad simplemente porque la defienden los que más gritan.

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