LUIS FERNANDO MEDINA SIERRA (*)
Pedro Sánchez conversa con el cabeza de lista por Madrid de Unidos Podemos, Pablo Iglesias
Aunque falta más de un mes para las elecciones y todavía los resultados pueden cambiar en cualquier sentido, hay un escenario que adquiere cada vez más plausibilidad: el surgimiento de la coalición Unidos Podemos como la segunda fuerza política. Ante esa posibilidad, es bien probable que los demás partidos se unan, acudiendo tal vez a la abstención, permitiendo así un nuevo gobierno del Partido Popular. No es un prospecto inédito. De hecho, desde la irrupción de Podemos en el escenario político, muchos han contado con que tarde o temprano el PSOE, respondiendo a aquellos sectores dentro de sus filas más comprometidos con el orden político existente, opte por ese tipo de alianza.
En ajedrez se conoce con el término alemán de zugzwang una situación en la que todas las opciones que se le presentan a un jugador conducen a la derrota. A veces incluso, la partida se podría salvar si solo le correspondiera mover al otro jugador, para mala fortuna de quien se encuentra en zugzwang. Tal podría ser la suerte del PSOE en caso de quedar de tercero.
Pero, más allá de si una alianza anti-Unidos Podemos le conviene o no al PSOE, conviene reflexionar sobre qué efectos tendría sobre el sistema político en su conjunto. Si se trata de un cálculo coyuntural que se puede deshacer en pocos años, esto no pasaría de ser una de las tantas veleidades típicas de una democracia multipartidista. Pero si, por el contrario, esta alianza se erige como doctrina fundamental, puede tener profundas consecuencias.
En varias democracias se ha utilizado este recurso de formar alianzas con el fin de excluir a un partido del gobierno. El caso más prominente en nuestro tiempo es el de Francia donde todos los partidos se unen a la hora de impedir la llegada al poder del ultra-derechista Frente Nacional. En Grecia está claro que ningún partido está dispuesto a entrar en coalición con Aurora Dorada aunque, claro está, en este caso las cifras electorales de ese partido lo mantienen muy alejado del poder de modo que se trata de un escenario hipotético.
Es probable que en ambos casos este tipo de vetos democráticos hayan servido para preservar la salud del sistema. Pero la historia está llena de ejemplos en los que esto ha resultado contraproducente a largo plazo.
El caso más notable es el de Italia después del fin de la Segunda Guerra Mundial hasta 1989 cuando tanto demócrata-cristianos como socialistas hacían las coaliciones que fueran necesarias para impedir que gobernara el Partido Comunista Italiano, con todo y que éste alcanzaba porcentajes electorales muy elevados, a veces superiores incluso a los de sus contrincantes, y había aceptado los fundamentos del sistema democrático. Tras la caída de la dictadura de Pérez Jiménez en Venezuela, socialdemócratas (AD) y democristianos (COPEI), junto con la Unión Revolucionaria Democrática (un partido de centro-izquierda menor) firmaron el llamado Pacto de Punto Fijo que contemplaba entre sus cláusulas una clara exclusión del Partido Comunista de Venezuela, que había combatido frontalmente la dictadura derrocada. Aunque no contemplaba ninguna exclusión explícita, el acuerdo del Frente Nacional en Colombia (1958-1974) iba aún más lejos en la práctica ya que unía a los dos grandes partidos, el Liberal y el Conservador, en el reparto del poder tanto en la legislatura como en la Presidencia de la República mediante un mecanismo de alternación.
No es difícil ver el patrón común que emerge en estas situaciones: la creación de un bloque de partidos articulado en torno al veto a fuerzas políticas disidentes diluye la claridad programática de la competencia política, ofreciendo a los ciudadanos opciones que no difieren sino en sus rótulos, todo lo cual crea un clima de apatía e incluso, especialmente cuando llegan tiempos adversos, deslegitimación. Además, el resultado es un caldo de cultivo perfecto para la corrupción política.
España, sin haber entrado por la vía de tales vetos, ya padece algunos de estos síntomas. Las encuestas consistentemente registran un inquietante desprestigio de la clase política y la lectura más desprevenida de los titulares de prensa revela la magnitud de la corrupción. Pues bien, si los dos partidos tradicionales de la era democrática optaran por unirse a cualquier costo en el propósito de bloquear a otras fuerzas políticas, es de esperar que estos males vayan a peor.
En teoría, puede haber buenas razones para que en un país los principales partidos se unan con el fin expreso de excluir a otros. Vistas las congratulaciones mutuas que se extienden los franceses a la hora de vetar al Frente Nacional, parece ser éste un caso, por así decirlo, virtuoso. Pero aún así, su viabilidad de largo plazo no es clara. Más pareciera una medida provisional que puede ser una buena idea si se vieran ya en camino las soluciones de fondo. Pero, por el contrario, los partidos tradicionales siguen sin ofrecer alternativas que inviten a los ciudadanos a alejarse del Frente Nacional, mientras éste sigue creciendo en forma paulatina pero certera. Parece que no por casualidad es francés el aforismo aquel según el cual “nada dura tanto como lo provisional.”
Por lo mismo, quienes quieran defender un mecanismo de vetos similar en España deberían pensar muy bien en las circunstancias específicas del país, muy distintas de las de Francia en este sentido. Quienes esgrimen esta clase de vetos siempre tienen el recurso de la retórica alarmista según la cual sus adversarios representan una amenaza contra los más caros principios del Estado, la democracia, la civilización, o lo que sea. Pero el político responsable sabe no caer presa de su propia retórica sobre todo porque a veces los peores daños a las instituciones los causan quienes dicen defenderlas.
(*) Luis Fernando Medina Sierra es profesor de Ciencias Políticas en la universidad Carlos III
Hay 1 Comentarios
El ajedrez es una buena filosofía para enfocar la vida, y en concreto cosas como la política. En ajedrez Desde que se percibe que una partida está perdida hasta que cae el Rey a veces todavía se producen muchas jugadas, jugadas que se cobran importantes piezas, y en la vida a lo contrario de en el ajedrez la perdida de importantes piezas puede hacer revertir situaciones que parecían irreversibles. El ajedrez es sobre todo cálculo, la vida y la política no son solo cálculo.
Si en Italia hubiera gobernado el Partido Comunista Italiano seguramente en 1989 ese país se encontrara en una situación similar a la de la Republica Democrática Alemana, en cambio gobernando otras opciones políticas paso a ser uno de los países más industrializados del mundo. Además, en plena Guerra Fría, no creo que Italia hubiera podido compatibilizar un Gobierno comunista con su permanencia tanto en la NATO como en la CEE. Solo hace falta seguir un poco a Podemos para comprobar que no es retórica alarmista, sino una realidad. Podemos representa una amenaza ideológica, una amenaza para la democracia, la civilización, la economía española, el empleo, la seguridad ciudadana y la estabilidad del país. Podemos lleva ya un año al frente de los ayuntamientos de las principales ciudades españolas, deberíamos preguntarnos ¿Ha logrado solucionar alguno de sus problemas? ¿Ha logrado mejorar las economías locales? ¿Ha logrado crear algún empleo que no sea público? ¿Ha logrado mejorar la vida de algún ciudadano sin que sea a través de una subvención? La respuesta a todas esas preguntas es no. Entonces, ¿Para qué arriesgarnos a que gobierne España?
Cuando hay certeza de la existencia de un mal, por ejemplo de una epidemia, y Podemos es un mal ideológico, hay que adoptar todas las medidas posibles para evitar que se extienda, logrando así que cause el menor daño posible. Es mucho lo que está en juego si Podemos se hace con el control del Gobierno, en este caso es mejor ponerse la venda antes de la herida.
Publicado por: ECO | 27/05/2016 1:36:09