PALOMA ROMÁN MARUGÁN (*)
Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias, el lunes durante el debate a cuatro
Inmersos en el complejo panorama político español, después de dos elecciones generales celebradas en el breve espacio de seis meses, y con el amago de de una nueva cita con las urnas en ciernes, el interés ciudadano sobre el concepto de Gobierno de coalición cobra interés e incluso, fuerza.
Aquella costumbre española de resolver el gobierno de la Nación de forma alternativa entre los dos grandes partidos, bien por mayoría absoluta, bien por mayorías minoritarias de cierta solvencia, parece que declina, y a mucha más velocidad de la esperada. El fin del bipartidismo suena a crónica anunciada, pero con un recambio tan incierto como desconocido, y en algunos momentos, irritante. Parece como si no se supiera dar una salida a la nueva situación, pero todos opinasen al respecto desde una disparidad más ficticia que real, ya que hay momentos en los que se constata que la mentalidad “bipartidista” está firmemente arraigada, y no sólo entre aquellos que pertenecen y/ o votan a los dos grandes partidos.
Sin embargo, el gobierno de coalición, como práctica en situaciones de ausencia clara de mayoría, se encuentra cerca; las unidades territoriales españolas por debajo del modelo estatal, tales como Ayuntamientos y Comunidades Autónomas son ejemplos vivos de este tipo de concertación que a través de negociaciones y pactos, sustentan ejecutivos que gobiernan en su ámbito con una estabilidad aceptable, aunque su evaluación dependerá siempre de a quién preguntemos, como ocurre siempre en materia política.
El Gobierno de coalición por su propia naturaleza implica el reconocimiento de una pluralidad de intereses y formas de acometerlos y darles salida; por tanto, frente a las críticas habituales de que son ejecutivos más débiles que los mayoritarios, demuestran una mayor adaptabilidad a situaciones complejas, facilitando en definitiva la formación y el sostenimiento de un Gobierno, tarea que reclama cualquier sociedad razonable.
Los ejecutivos mayoritarios, y entre ellos los conocidos como de mayoría absoluta, habrán demostrado a lo largo de los años de la democracia españolas su resistencia a cobijo de legislaturas de tres a cuatro años, pero también es verdad, que han creado algunos problemas, fáciles de reconocer por la ciudadanía, y que han sido, como rechazo, fuente tanto del nacimiento como del crecimiento de opciones políticas, inimaginables hace no mucho tiempo.
El diseño acerca del poder ejecutivo que pergeñó nuestra Constitución, está claramente orientado a sostener gobiernos fuertes y estables, en detrimento de un gobierno más representativo; la necesidad de consolidar la etapa democrática que tanto esfuerzo había costado conseguir, aconsejó un proyecto de esa firmeza, y ha funcionado durante años.
La crisis económica que golpeó el mundo entero, y a España de forma muy dura, sirvió para manifestar una crisis institucional que venía larvándose, debido a que la sociedad cambia, aunque silenciosamente; y esa metamorfosis, le iba alejando de los modelos que pudieron servir en otros momentos. De ese modo, la quiebra de una sociedad sonriente, y que se iba acostumbrando de manera fácil a los hábitos de la prosperidad, se dio de bruces con una realidad cruda y despiadada; empezó a buscar referentes, ayuda y sentido a la crisis por parte de sus gobernantes, y crecieron los ciudadanos “huérfanos”.
Todo ello despertó otras posibilidades, aquella de un gobierno de diferentes apoyados en un programa pactado, y apareció la posibilidad o la necesidad de los ejecutivos de coalición. Resulta curioso cómo, no siendo por tanto un desconocido en el panorama español, el gobierno de coalición no acaba de dejar de ser una entelequia imposible de materializar en el ámbito estatal. Bien es cierto que citarle, se le ha citado hasta la saciedad, o hasta desgastarle el nombre, pero solo ha sido retórica, aun dentro de sus variantes o modalidades.
Empecemos con la ya legendaria gran coalición. Cuando uno oye su mención, siempre con el añadido del toponímico alemán, sabe que se están refiriendo a un constructo político llevadero en un país moderno y rico, consistente en que participan del gobierno los partidos secularmente antagónicos, pero que ahora cooperan en un ejecutivo conjunto. La teoría acerca de este modelo está muy bien, música y letra suenan armónicamente, pero la práctica a la española no están sencilla; no se trata solo de importar un modelo, de teletransportarle; es una fórmula de cierto éxito cuando no hay una mayoría clara, pero su construcción y mantenimiento no están ni exentos de dificultades, ni se arma por arte de birlibirloque, o solo sustentado en la idea que uno tiene de que ese sistema es el mejor, y ya lo ha dicho veinte veces…Hay que trabajarlo más que repetirlo como un mantra.
Otra variante es el gobierno de coalición integrado por fuerzas políticas próximas ideológicamente, lo que supone que pueden sentarse alrededor de una mesa, porque se parte de un acervo común, que puede servir de trampolín para llegar a acuerdos que limen las diferencias. Para esta operación hay que situarse en el eje imaginario izquierda –derecha, y situar a las fuerzas políticas, en el entendimiento de que aquellas que se sitúan más cerca en dicho eje, pueden hablar más y mejor, e incluso pueden arrastrar al pacto a aquellas otras que están algo más lejos. Esta fórmula que se ha planteado también el transcurso de las dos últimas legislaturas en España, tampoco ha fraguado porque se está más al cultivo de las archifamosas líneas rojas, que no es que no puedan cruzar los sentados alrededor de una mesa, sino que se levantan como una frontera frente a otras posibles adhesiones.
Al final, pues nada, no hay gobierno de ninguna clase. No se puede decir que ha acabado una etapa, que entramos en otra, que hay que hablar, y dialogar, y hacerlo realmente. Desde hace mucho tiempo, sabemos que las elecciones en los sistemas parlamentarios no forman gobiernos, sino que son los partidos los que los componen a través de sus negociaciones. Hasta ahora no se ha demostrado fehacientemente que el gobierno de coalición sea un ente real a nivel estatal; es una excusa, un mantra, una coartada, es decir todo aquello que lo está convirtiendo en desechable sin tan siquiera un solo uso.
(*) Paloma Román Marugán es profesora de Ciencias Políticas en la universidad Complutense de Madrid