Alternativas

Sobre el blog

Crisis de la política, la economía, la sociedad y la cultura. Hacen falta alternativas de progreso para superarla. Desde el encuentro y la reflexión en España y en Europa. Para interpretar la realidad y transformarla. Ese es el objetivo de la Fundación Alternativas, desde su independencia, y de este blog que nace en su XV Aniversario.

Sobre los autores

Nicolás SartoriusNicolás Sartorius. Vicepresidente Ejecutivo de la Fundación Alternativas (FA), abogado y periodista, ha sido diputado al Congreso.

Carlos CarneroCarlos Carnero. Director Gerente de FA, ha sido Embajador de España en Misión Especial para Proyectos en el Marco de la Integración Europea y eurodiputado.

Vicente PalacioVicente Palacio. Director del Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas, Doctor en Filosofía, Visiting Fellow y Visiting Researcher en Harvard.

Sandra LeónSandra León. Profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de York (Reino Unido) y responsable de la colección Zoom Político de la Fundación Alternativas.

Carlos MaravallCarlos Maravall. Doctor en Macroeconomía y Finanzas Internacionales por la Universidad de Nueva York. Ha trabajado como asesor en Presidencia del Gobierno en temas financieros.

Erika RodriguezErika Rodriguez Pinzón. Doctora en relaciones internacionales por la Universidad Autónoma de Madrid y coordinadora de América Latina en la Fundación Alternativas.

Ana Belén SánchezAna Belén Sánchez, coordinadora de Sostenibilidad y Medio Ambiente de la Fundación Alternativas.

Jose Luis EscarioJose Luis Escario. Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y Master de Derecho Internacional y Comunitario por la Universidad de Lovaina. Coordinador del Área Unión Europea de FA.

Kattya CascanteKattya Cascante coordina el área de Cooperación al Desarrollo del Observatorio de Política Exterior de la Fundación.

Enrique BustamanteEnrique Bustamante. Catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad en la UCM. Es un experto de la economía y sociología de la televisión y de las industrias culturales en España.

Alfons MartinellAlfons Martinell. Director de la Cátedra Unesco en la Universidad de Girona y profesor titular en esa misma institución. Codirige el Laboratorio Iberoamericano de Investigación e Innovación en Cultura y Desarrollo.

Carles ManeraCarles Manera. Catedrático de Historia e Instituciones Económicas en la Universitat de les Illes Balears. Es Premio Catalunya de Economía (Societat Catalana d’Economia, 2003).

Stuart MedinaStuart Medina Miltimore. Economista y MBA por la Darden School de la Universidad de Virginia. Es presidente de la Red MMT y fundador de la consultora MetasBio.

Luis Fernando MedinaLuis Fernando Medina. Profesor de ciencia política en la Universidad Carlos III de Madrid. Es autor de 'A Unified Theory of Collective Action and Social Change' (University of Michigan Press) y de "El Fénix Rojo" (Editorial Catarata).

José María Pérez MedinaJosé María Pérez Medina. Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología y en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Funcionario del Estado. Ha sido Asesor en el Gabinete del Presidente del Gobierno entre 2008 y 2011.

José Antonio NogueraJosé Antonio Noguera. Profesor Titular de Sociología en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y director del grupo de investigación GSADI (Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional).

Antonio QueroAntonio Quero. Experto en instrumentos financieros de la Comisión Europea y coordinador de Factoría Democrática. Es autor de "La reforma progresista del sistema financiero" (Ed. Catarata).

Paloma Román MarugánPaloma Román Marugán. Profesora de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid. Autora y coordinadora de distintos libros, artículos en revistas especializadas, artículos divulgativos y artículos de prensa.

Jesús Prieto de PedroJesús Prieto de Pedro. Doctor en Derecho, Catedrático de Derecho Administrativo en la UNED y titular de la Cátedra Andrés Bello de Derechos Culturales.

Santiago Díaz de Sarralde MiguezSantiago Díaz de Sarralde Miguez. Profesor de la URJC y coordinador de Economía en OPEX de la Fundación Alternativas.

Javier ReyJavier Rey. Doctor en Medicina y Cirugía, especialista en Cardiología. Secretario de la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida.

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La Teoría Monetaria Moderna en la gestión municipal

Por: | 26 de octubre de 2016

ÁNGEL CARRASCO y STUART MEDINA (*)

 

Paro

Un demandante del empleo en una oficina del SEPE.

 

En la mayoría de los ayuntamientos de todo el Estado español surgen cada cierto tiempo los mismos problemas que ponen sus gestores ante decisiones sumamente difíciles. Son los planes de empleo en las diferentes comunidades autónomas la base sobre la que la población más desfavorecida accede a un puesto de trabajo durante seis meses. Frente a esta situación los alcaldes se ven en la coyuntura de decidir qué personas van a conseguir un trabajo por encima de otras. En casi todos los casos estas personas ya han acabado cualquier tipo de prestación y se encuentran al borde de la exclusión social. Por si fuera poco todas ellas saben que es imposible que puedan ser contratadas al finalizar el contrato y su salario no supera los 700 euros.

Los alcaldes reciben a estos trabajadores con la esperanza de poder realizar las tareas sobre las que normalmente están más apurados, pero lo que observamos es que a muchos trabajadores simplemente se les da una escoba y pocos medios más. Además, vemos situaciones en las que algunos ayuntamientos ven incrementada su plantilla sustancialmente y los trabajadores del ayuntamiento son incapaces de gestionar a toda esta cantidad de trabajadores, generando tensiones innecesarias entre el funcionariado y los trabajadores del plan de empleo.

Estos planes de empleo, además no están exentos de sufrir lo que comúnmente denominamos 'dedazos', y algunas veces no se cumplen los criterios mínimos establecidos para minorías como los discapacitados o las mujeres que han sufrido violencia de género. Podríamos decir en conclusión que estos planes de empleo sirven para repartir miseria entre los sectores más desfavorecidos, para acallar por un tiempo la agitación, los problemas sociales, para poner parches sobre las tareas de los ayuntamientos ahogados por la regla de gasto, la falta de funcionariado y, sobre todo, para que alcaldes y presidentes de comunidad puedan colgarse medallas sobre la cantidad de trabajo -precario y temporal- que han creado.

Los planes de empleo son ineficientes debido a la incapacidad de los políticos y economistas pertenecientes al paradigma vigente de reconocer el problema de fondo: el abandono del objetivo de pleno empleo a partir de los años 70 del siglo pasado. Desde entonces el paradigma neoliberal vigente asigna al sector privado la responsabilidad de crear empleo bajo la premisa de que las administraciones públicas deben limitarse a crear condiciones favorables al empleo y mejorar la empleabilidad de los trabajadores con programas de formación. Los actuales programas fracasan porque se basan en un planteamiento de incorporación provisional, dentro de las peores tradiciones de la improvisación y creación de empleo precario de las administraciones públicas españolas.

El planteamiento tradicionalmente empleado consiste en esperar a que se recupere la economía con la esperanza de que se reactivará la contratación de trabajadores. Sin embargo, hay cohortes de desempleados que nunca llegarán a beneficiarse de la recuperación económica porque simplemente el sector privado los considera 'inempleables'. Nos referimos a personas en riesgo de exclusión social con bajo nivel de estudios, jóvenes sin experiencia previa, personas mayores que no han alcanzado la edad de jubilación, minorías, etc. El estímulo presupuestario que tendría que acometer el Estado para asegurar el empleo de las personas consideradas menos productivas sería de tal calibre que su impacto podría ser incluso inflacionista.

El trabajo es un derecho humano de primer orden recogido en el artículo 35 la Constitución Española. Sin embargo este derecho se vulnera sistemáticamente desde un estado que ha hecho dejación de sus funciones. El trabajo es fundamental porque asegura un acceso al reparto de las rentas, es el principal vehículo de socialización e integración en la sociedad, refuerza la autoestima y sentimiento de realización del individuo y es el mejor instrumento para luchar contra la exclusión y la pobreza. Los costes del desempleo para la persona, sus familias, sus comunidades y la sociedad son inmensos e incluyen problemas de salud física y mental, mayores tasas de criminalidad, maltrato y abuso en el entorno familiar y ruina de los proyectos individuales.

Para una sociedad envejecida como la española que se enfrenta a una crisis demográfica causada por el envejecimiento dejar a una generación de jóvenes sin empleo no es solo un acto de extrema crueldad sino que además es un suicidio porque impide la formación de nuevos hogares y socava la natalidad. Una sociedad que tolera elevadas tasas de desempleo en su seno simplemente no merece ser tenida entre las naciones civilizadas. Estamos pues hablando de atender una situación de urgencia.

La Teoría Monetaria Moderna, una doctrina económica que reconoce la capacidad que tiene el estado dotado de soberanía monetaria para movilizar todos los recursos ociosos de la economía lleva años proponiendo una alternativa superior a los planes de empleo. El plan de empleo de transición propone ofrecer un empleo de duración indeterminada, sin condicionalidad, dentro del régimen general de la Seguridad Social, con un salario digno a toda aquélla persona apta para el empleo. El puesto de trabajo debe estar dotado de contenido e ir vinculado a un programa o proyecto definido desde las administraciones públicas o incluso ONGs y entidades sin ánimo de lucro.

Existen numerosas necesidades desatendidas en nuestra sociedad y por tanto los programas podrían incluir el desarrollo de actividades culturales, proyecto de rehabilitación medioambiental, reforzamiento del cuarto pilar del estado de bienestar o soporte a los sistemas públicos de salud. Los programas del New Deal bajo el mandato de Roosevelt, que llegaron a emplear a más de 13 millones de personas y dejaron un legado de obras públicas que ayudaron a transformar y modernizar los EEUU, son un buen ejemplo de los beneficios y la potencia de un programa de este tipo. Un programa de empleo de transición acabaría con el uso del empleo como variable de ajuste en los ciclos a la baja y a la vez asegura la estabilidad de precios al evitar las tensiones inflacionistas asociadas a las tradicionales políticas keynesianas de estímulos fiscales empleadas hasta los años 70.

Supongamos por un momento que el equilibrio de fuerzas cambia en favor de los defensores de la Teoría Monetaria Moderna y a partir de mañana el programa de Trabajo de Transición fuera implantado en la totalidad de los ayuntamientos del estado español. Obviando la parte que le corresponde al Estado de contratación para educación y sanidad pública y centrándonos en lo municipal es importante ver algunas de las diferencias con los actuales planes de empleo que los diferentes gobiernos del bipartidismo han realizado durante estos años.

Para empezar los ayuntamientos serían, a ser posible mediante procesos participativos entre los vecinos, los que decidirían los proyectos que se desarrollarían en cada municipio. Así podríamos ver ejemplos de proyectos como: limpieza de zonas boscosas para evitar incendios en verano, plantación de arbolado y zonas verdes, apoyo a la ayuda a domicilio para personas mayores, acompañamiento a niños y personas discapacitadas, servicios de guarderías, apoyo al turismo, actividades culturales, etc.. Es decir, serían los vecinos directamente los que verían las necesidades de su municipio y mediante trabajadores directamente sacados de las listas del paro se irían cubriendo progresivamente estas necesidades.

La seguridad de que estos proyectos tendrían continuidad en el tiempo haría que los problemas entre el funcionariado y los empleados del Trabajo De Transición disminuyeran, siendo incluso necesaria la contratación de más funcionariado municipal para gestionar al nuevo personal. Todos los parados tendrían la seguridad de poder trabajar en un futuro cercano lo que ayudaría a motivar el personal participante en los programas de Empleo de Transición. La naturaleza universal e incondicionada de la prestación acabaría con los enchufismos y las discriminaciones.

Por parte de los trabajadores las mejoras son claramente visibles, ya que cumpliendo con el trabajo jamás serán despedidos, con lo cual la perspectiva de futuro cambia totalmente. Además, el salario sería algo mayor, no inferior a 800€. Por tanto, es importante resaltar que los problemas de exclusión social y las enfermedades que provienen de la falta de perspectiva y futuro por no tener las condiciones mínimas de vida garantizadas acabarían. Adicionalmente estas personas tendrían mayor facilidad para encontrar un empleo en el sector privado ya que están demostrando día a día con su trabajo su capacitación, mejorando con ello las condiciones de vida de una gran parte de la población que precisamente es la que más está sufriendo durante todos estos años. Asimismo, el empleo de transición ayuda a convertir a las personas participantes en empleables por el sector privado al darles un curriculum vitae y una formación en el puesto de trabajo de forma que se genera un pool de trabajadores productivos que está a su disposición cuando la economía se recupera.

Franklin Delano Roosevelt dijo que «Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social.»

 

(*) Ángel Carrasco Fernández es concejal de Ganemos Torrijos y Stuart Medina Miltimore es economista. Ambos son miembros de la Asociación por el Pleno Empleo y la Estabilidad de Precios

¿Y si Donald Trump no creyese en la democracia?

Por: | 24 de octubre de 2016

NICOLÁS SARTORIUS (*)

 

Trump

                               El presidente estadounidense, Donald Trump.

 

Hace 4 años escribí, en este mismo blog, un artículo que se titulaba ¿y si ganase Rick Santorum? Seguro que a la inmensa mayoría de ustedes no les dice nada este nombre y, sin embargo, pudo haber sido presidente de los EE.UU. Se presentó a las primarias del Partido Republicano frente a Romney y estuvo a punto de ganar la nominación y enfrentarse al candidato del Partido Demócrata, Barak Obama, que fue el que a la postre ganó la presidencia. Lo escribí porque todo el discurso de Santorum estaba impregnado de religiosidad alucinada, como la de los talibanes pero en versión, según él, “católica”. Llegó a decir que “Satán tiene puesta su mirada en EE.UU... y está atacando a las grandes instituciones de América, utilizando esos grandes vicios de la codicia, la vanidad y la sensualidad”. Ante tamaño disparate yo me preguntaba qué pasaría si una persona con estas ideas llegase a ser presidente de los EE.UU. En aquel entonces no nos quedaba otra opción que confiar en el buen sentido de la mayoría de los ciudadanos americanos y que, en realidad, Satán no existiese. En efecto, el Maligno no existía y ganó las elecciones Obama.

         Ahora, unos años después, ha ganado las primarias del partido Republicano -¡el de Lincoln, hay que fastidiarse!- un personaje atrabiliario, bufonesco y lenguaraz que se llama Donald Trump y que puede llegar a ser el próximo presidente de los EE.UU. Este individuo no sé si cree en Satán, pero parece que no cree, en serio, en la democracia, lo que es mucho más grave. Todo lo que dice es como para que se le pongan a uno los pelos como escarpias, solo de pensar que puede llegar a liderar a la primera potencia -también nuclear- del mundo. A su machismo y xenofobia inaceptables, se le suma ahora lo que le descalifica absolutamente para tan importante responsabilidad cuando declara, sin ambages, que solo aceptará el resultado electoral... si gana, pues en el caso de perder pensará que ha sido amañado el resultado, no lo aceptará y lo impugnará, se supone que ante los tribunales. Nunca se ha conocido similar ataque al principio democrático en un país que no fuese una dictadura.

Ya sabemos que han existido presidentes, en diferentes países y épocas, estúpidos, medio delincuentes y hasta criminales enteros. Generalmente en países no democráticos, aunque de todo ha habido en la viña del Señor. Mas la cuestión inquietante es que mientras la mayoría de los líderes, en la actualidad, pueden hacer un daño limitado, el estropicio que puede provocar un presidente de los EE.UU. es casi ilimitado. ¿Ustedes se imaginan a Donald Trump manejando las múltiples guerras de Oriente Medio, el cambio climático, la lucha contra el terrorismo o el drama de los refugiados? Todo el mundo piensa, quizá con razón, que lo más probable es que gane Hilary Clinton; pero cuidado, porque en los últimos tiempos, el resultado de estas consultas suele ser el contrario del que todo el mundo piensa. Véase, sin ir más lejos, lo ocurrido con el ‘Brexit’ en Gran Bretaña o con el referendo sobre la paz en Colombia.

     Moraleja: Haría bien la Unión Europea en unirse al máximo posible y lo antes que pueda para no tener que depender de líderes disparatados con confusas ideas sobre la democracia, y así servir de contención o contrapeso a los desaguisados que puedan venir de uno u otro lado. Siempre, claro está, que impidamos que en nuestros países lleguen al poder personas que crean en Satán o no crean en la democracia.

 

(*) Nicolás Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas

Ni rotación regional, ni rotación de género

Por: | 19 de octubre de 2016

PALOMA ROMÁN MARUGÁN (*)

 

Anton

Antonio Guterres acaba de ser elegido secretario general de Naciones Unidas

 

Ya tenemos nuevo secretario general de las Naciones Unidas, y estrenará su cargo en enero próximo. Se trata de Antonio Guterres, portugués, ex primer ministro de su país, ex Alto Comisionado de dicha organización para los Refugiados (ACNUR) durante los últimos diez años. Méritos no le faltan, y sus reconocidas capacidades se van a poner pronto a prueba, ya que en el puesto conseguido no se garantizan ni los cien primeros días de sosiego para el aterrizaje. Según comentaba recientemente The Washington Post, vivimos el momento en que más barreras se han puesto a las fronteras de toda la historia moderna. Si bien la globalización, en algunos de sus aspectos contrajo el mundo, las nuevas vicisitudes, tales como las migraciones (tanto económicas como políticas), las guerras (inter e intraestatales), o la amenaza global del terrorismo, han propiciado un escenario donde se ha instalado el miedo y por tanto, una reacción autoprotectora.

Pero no es de este mundo tan inseguro como se retrata (y el resultado también depende tanto de los pinceles como del pintor), sobre lo que se pretende reflexionar, sino sobre el proceso de selección del primer funcionario de la organización de Naciones Unidas, en un mundo complejo y agitado como en el que vivimos. Dos cuestiones aparecen centrales, el procedimiento de selección, y la nueva (más bien antigua) situación en que el puesto es ocupado por un hombre; después de ocho, llegó el noveno.

Cuando los escenarios políticos atraviesan por momentos de cambio, de respuesta a sociedades que mudan y precisan responder a nuevos retos, como ocurre en el momento actual, se abre un debate que cobra cada vez más impulso, acerca de aquellas instituciones alejadas de la gente debido a su institucionalización supranacional y donde la participación democrática de los ciudadanos a través del ejercicio del voto, brilla por su ausencia. Ahí tenemos, sin ir más lejos, la sensación del habitante europeo frente a la política de recortes ordenada por Bruselas, donde poco más se sabe sobre quien toma de la decisión; las noticias que nos llegan son a medias, entre topográficas, y rostros de personas (en el mejor de los casos) pero a las que no hay forma humana de exigir media responsabilidad.

Esa percepción con respecto a las Naciones Unidas presenta una óptica algo diferente. Si la Unión Europea es distante, la ONU es remota. Bien es cierto que hay una serie de publicidades sobre ella que la gente de a pie conoce: el edificio de la sede de Nueva York, los “cascos azules”, el consejo de seguridad, etc…. Datos a los que hay que convenir que por ejemplo, ha ayudado mucho el cine, precisamente americano, desde películas tales como Con la muerte en los talones, hasta La intérprete. Estos canales divulgativos han contribuido a señalarla como una institución conocida, pero epidérmicamente.

Pero cuando se trata de conocer y evaluar su función intrínseca, ya empiezan los peros, o los pesimismos, cuando no el descreimiento absoluto con respecto a la solución de conflictos y la preservación de la paz como metas loables de la organización. Y todo ello, como se puede comprobar en cuanto a los relacionado con lo más visible; si nos adentramos en los vericuetos más profundos, ya no sabemos nada de nada prácticamente. Quién y cómo estamos representados en la ONU, cuánto pagamos por ello, que beneficios nos trae…. Complicado estar al día siempre y en todo.

Como muestra el botón de este año: la sustitución de Ban Ki-Moon después de sus dos mandatos al frente de la institución, lo que se podría denominar una sucesión rutinaria, no como la de algunos de sus predecesores; el procedimiento parecía algo distinto a las tradicionales negociaciones a puerta cerrada de siempre, ya que los candidatos se someterían a unas entrevistas más abiertas donde expondrían su visión, sus planes (esto es mucho decir, ya se sabe), su curriculum, etc… Lo cierto es este proceso no ha despertado mucho entusiasmo, pero sí ha propiciado una mayor abundancia sobre el proceso, y por tanto también la apertura de un debate, y la toma de posiciones frente a él; lo cual es bastante refiriéndonos a este tipo de megaorganizaciones. Eso ha hecho posible que a día de hoy este todo más removido, y que podamos titular este escrito de la manera que lo hemos hecho.

Más de ocho candidatos se postularon a lo largo del proceso; con todas las limitaciones que se presumen han ido defendiendo sus postulaciones, mientras que también se ha ido conociendo la trastienda, es decir los apoyos, y los vetos de quienes en realidad siguen eligiendo, o mejor dicho, siguen componiendo la imagen del candidato capaz de generar un compromiso (dato que no es negativo en sí mismo, pero no hay que olvidar que se trata de un acuerdo a la baja, es decir encontrar el que presente menos aristas ante los grandes electores); todo ello nos conduce a esa perspectiva de domesticación de un cargo, que siendo políticamente muy relevante, se queda en el de un alto funcionario –como alguien recordaba, el secretario general de la ONU, tiene mucho de lo primero y muy poco de lo segundo- .

Gracias por tanto a este proceso de miniapertura, estábamos en las cábalas de que había dos criterios sobre la mesa: la rotación regional (en el entendimiento de que “tocaba” una persona procedente de la Europa del Este), y la rotación de género -esa que se suele encasquillar habitualmente-, es decir que por fin una mujer fuera elevada a la distinción en juego. Está claro que han operado estas dos variables tanto en la presentación de candidatos y candidatas por zona geográfica; creo que han sido al menos tres mujeres postuladas de ese ámbito geográfico y con un curriculum potente, aunque también según parece este surtido ha jugado en su contra. Aun así, llama poderosamente la atención que se desconsidere el papel activo que tiene la mujer en los conflictos como sufridora de primera clase, pero también su acción beneficiosa por su intenso conocimiento del mismo. Sin ir más lejos, hay un número importante de mujeres galardonadas con el Premio Nobel de la Paz -que junto con el de Literatura, parece ser los ámbitos propios-; pero más importante sin duda, es la postura que implica respecto a las propias disposiciones , como la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad del año 2000, que, al repasarse, queda palmaria su desatención.

En definitiva…, las negociaciones (término relativamente neutro) y los juegos de poder (término absolutamente realista), han conducido al resultado consignado al principio de estas líneas, y que sin menoscabo del elegido, el hecho incontestable es que la secretaria general de la ONU se sigue conservando intacta con 70 años.

 

(*) Paloma Román Marugán es profesora de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid

Ciudades, hubs, comunidades y gentrificación (y II)

Por: | 17 de octubre de 2016

Raúl Oliván Cortés (*)

 

 

Zara

La Colaboradora, coworking 2p2 de Zaragoza

 

Hace unos días participé en el lanzamiento de la Red Europea de Hubs Creativos ECHN, los hubs son espacios de trabajo compartido y proyectos colaborativos, donde miles de jóvenes de todas las ciudades están buscando refugio al desempleo, y a la falta de valores, en el contexto de la incipiente cuarta revolución industrial. Este post es la segunda y última parte, puedes consultar la primera aquí

En todos los hubs, con mayor o menor intensidad, lo más interesante es la comunidad que se genera dentro de ellos. Agotados y frustrados de la deriva individualista de esta posmodernidad que no termina, indignados o como poco decepcionados con el sueño roto del capitalismo sin matices, millones de jóvenes formulan nuevos modelos de vida y construyen nuevas éticas colectivas. Fueron sobre todo jóvenes los que ocuparon las plazas desde Madrid a Sao Paulo, o los que votaron mayoritariamente para que Reino Unido se quedara en la Unión Europea, son jóvenes los que están más sensibilizados con el drama de los refugiados, y son jóvenes los que están construyendo estas nuevas arquitecturas organizacionales que llamamos hubs. Comunidades más horizontales, más democráticas, basadas en redes de afectos.

No es casualidad, que uno de los principales reclamos de un hub creativo sea el ambiente de buen rollo que tiene su comunidad. Un hub es el escenario ideal para quien llega nuevo a la ciudad, donde poder hacer amigos e incluso donde poder ligar, porque un hub es una opción mucho más cálida para establecer una relación que el Tinder, esa aplicación online en la que vas filtrando posibles ligues, descartando sus fotos con el dedo, y que retrata tan bien la dictadura del aquí y el ahora. Pero más allá de la anécdota, la construcción de una comunidad cohesionada, que coopera y que establece afectos, que crea ecosistemas confortables como respuesta a la hostilidad del mundo exterior, me parece un fenómeno increíblemente interesante porque tiene una capacidad enorme de impacto social. Un hub es además todo lo contrario que el apartamento turístico de bajo coste. El hub atrae talento, lo ancla en la ciudad, produce valor a medio/largo plazo; el apartamento, cuando llega a niveles como Barcelona, tan solo atrae turismo de borrachera, con su inversión efímera que alimenta la ciudad de cartón piedra y menoscaba el encanto de su identidad, arruinando su capital simbólico.

De alguna manera, estas nuevas comunidades que se crean en torno estos espacios de trabajo compartido y proyectos colaborativos, representan para la generación perdida, lo que supuso para sus abuelos aquellas redes sociales de autoayuda vecinales, que se diluyeron en los barrios conforme aumentaba la escala de las ciudades. Y es imposible no pensar en la conexión de estas comunidades de emprendedores, que instalan sus hubs en las fábricas recuperadas, y aquellas comunidades gremiales del siglo XIX, cuya unidad y capacidad de cooperación supuso el principal sostén de buena parte de la clase trabajadora durante la primera revolución industrial. Un relato que tan bien han reflejado Las Indias en sendos ensayos genealógicos sobre La comunidad y sobre La abundancia.

Es una vuelta a la comunidad. Un resurgimiento de los principios comunitaristas, pero protagonizado en este caso, no por los que han sido sus tradicionales defensores, los movimientos sociales, sino por jóvenes emprendedores, también por makers, hackers... Esos jóvenes que el relato neoliberal ha usado como epítome de sus teorías, se rebelan ahora contra el pensamiento único, y reivindican un nuevo modelo de relaciones, que supera la competencia pura, para practicar la colaboración entre iguales, con la confianza como principal divisa.

Ejemplo radical de esto que narro, es el proyecto La Colaboradora que presentamos en el foro de la ECHN. La Colaboradora está integrado en ese ecosistema público de emprendimiento e innovación social que es Zaragoza Activa (cuya sede también es un espacio fabril recuperado, La Azucarera del Rabal) donde una comunidad de más de 200 personas comparte espacio de trabajo e intercambian servicios bajo la lógica de un banco del tiempo (los miembros de La Colaboradora prestan como mínimo 4 horas al mes). Personas, muchos de ellos emprendedores, la mayoría autónomos, que ponen su tiempo y su talento al servicio de la comunidad y del bien común; pues además de intercambiar servicios entre ellos, también realizan sesiones formativas abiertas a toda la ciudad, o retos sociales a favor de los refugiados o los desempleados.

La clave de este tipo de proyectos no es el hardware (la parte dura: el edificio, la fábrica), tampoco lo es el software (el contenido, el modelo de funcionamiento: público – privado, artesanía – digital...) Lo realmente clave es, como lo ha definido mi compañero José Ramón Insa, coordinador del ThinkZAC el laboratorio de Zaragoza Activa, el transware, es decir, la comunidad, los afectos, los conectomas.

El impacto social que puede producir todo esto a medio-largo plazo, considerando la dimensión global del fenómeno, sumando todos los modelos aunque tengan sensibilidades muy diversas, incluso admitiendo que hay mucha más impostura que vocación; en una generación entera que crece y se desarrolla en estos nuevos ecosistemas colaborativos, me resulta emocionante.

Aquella noche en la terraza de Nova Iskra en Belgrado, rodeada de aquella gente tan joven y con tantas utopías por delante, pensé que me gustaría volver unos años atrás en el tiempo, quizá para haber montado proyectos como La Colaboradora mucho antes. Y pensé también que me encantaría tener una de aquellas mochilas recicladas, aunque esté muy contento de todo lo que he ido metiendo en la mía.

(*) Raúl Oliván Cortés es director de Zaragoza Activa y mentor en Innovación Ciudadana (SEGIB)

El PJD vence en Marruecos: ¿ahora qué?

Por: | 14 de octubre de 2016

Thierry Desrues (*)

 

MarruEl líder de los islamistas del PJD, Abdelilá Benkirán, se dirige a la prensa tras los primeros resultados preliminares

El islamista Partido Justicia y Desarrollo (PJD) es el indiscutible vencedor de las elecciones legislativas celebradas el pasado 7 de octubre en las que se impuso con 125 escaños (mejorando los 102 obtenidos en 2011). No obstante, requerirá apoyos para conformar el gobierno ya que se queda lejos de la mayoría absoluta en el Parlamento que tiene 395 diputados. El oficialista Partido Autenticidad y Modernidad (PAM), con 102 representantes (duplicando los 47 que obtuvo en 2011), se postula como única alternativa a los islamistas, visto el pronunciado descenso de las fuerzas políticas tradicionales (el Istiqlal ha pasado de 60 a 46 escaños y, peor aún, la Unión Socialista de Fuerzas Populares de 39 a 20 escaños).

De acuerdo con el artículo 47 de la Constitución (reformada en 2011 bajo la presión de las movilizaciones populares de la “Primavera Árabe”), el rey Mohamed VI ha encargado a Abdelilah Benkirán, como líder del partido más votado, la formación del nuevo gobierno. Este desenlace era previsible, aunque durante la campaña electoral circularon rumores en torno a que el Ministerio del Interior podría favorecer la victoria de su principal adversario: el monárquico PAM, lo que demuestra que la desconfianza sigue aún vigente entre los actores políticos marroquíes. Este sentimiento de desconfianza es un rasgo propio de regímenes políticos híbridos, como el de Marruecos, en los que, a pesar de la consolidación institucional de los dispositivos electorales y representativos, existe una autoridad estatal (en este caso, la Corona) que ejerce amplios poderes ejecutivos y participa activamente en el juego político.

De acuerdo con esa estrategia de intervención en el sistema de partidos, y ante el riesgo de hegemonía del PJD, la Monarquía impulsó ya en 2009 la creación del PAM, con el propósito de que este partido se convirtiera en el rival de aquel y candidato alternativo a liderar el gobierno. Las movilizaciones del Movimiento del 20 de Febrero en 2011 supusieron un alto en el camino en dicha estrategia al permitir la victoria del PJD y frenar el ascenso del PAM. Es cierto que fomentando este bipartidismo alrededor del PJD y el PAM, la Monarquía asumía un riesgo, ya que rompía el equilibrio inestable que el multipartidismo confería a las mayorías gubernamentales y que durante un largo periodo de tiempo le había permitido al Rey actuar como árbitro sin que sus decisiones fueran cuestionadas por la clase política.

   

Los límites del proceso electoral: una oferta política sesgada y una participación muy relativa

Estos dispositivos electorales presentan, sin embargo, ciertos límites, como lo evidencia la débil tasa de participación (43%), una elevada abstención que, no obstante, es considerada aceptable por las autoridades para así legitimar el escrutinio ante los observadores internacionales y los aliados del país (Unión Europea y Estados Unidos).

Ahora bien, si en lugar de coger como referencia el número de personas inscritas realmente en los censos electorales (15 millones), consideramos el número de ciudadanos mayores de 18 años con derecho a inscribirse en las listas electorales (alrededor de 23 millones), resulta entonces que un poco más de dos tercios de los ciudadanos marroquíes se han quedado en sus casas. De ahí, el hecho de que el primer partido, el PJD, ni siquiera haya alcanzado los 2 millones de votos. Esto demuestra que la existencia de una amplia oferta partidista no acaba de seducir a los electores.

Dicha oferta puede reagruparse alrededor de unas pocas categorías: 1) los partidos con una amplia base de militantes (PJD, Istiqlal, USFP y FGD); 2) los partidos de cuadros o “notables” (PAM, RNI, UC y MP) y 3) los pequeños partidos de familias (MDS, PEDD, etc.). Si consideramos la ideología de los partidos que la han hecho explícita en su discurso y programa político, resulta que la oferta ideológica se reparte en cuatro tipos: 1) un conservadurismo-islámico-democrático (encarnado en el PJD); 2) un seguidismo monárquico modernizador y tecnocrático (encarnado en el PAM, el RNI, la UC y el MP); 3) un nacionalismo populista (representado por el histórico Istiqlal); y 4) una izquierda social-demócrata (en torno a la USFP, el PPS y el FGD, y que oscila entre un discurso social-liberal, un discurso obrerista y una discurso anti-globalización o alter-mundialista). Dentro de estas categorías y tendencias, pocas son las que reclaman abiertamente el establecimiento de un verdadero régimen de monarquía parlamentaria, similar al de las monarquías europeas, y, en cambio, son muchos los que se acomodan al rol intervencionista que asume el Rey en Marruecos.

El éxito del PJD: un partido de militantes con una estrategia coherente

Independientemente de los límites mencionados más arriba, la progresión del PJD en estas elecciones confirma el arraigo de los islamistas en el conjunto del país. El número de sus militantes se ha incrementado notablemente (de 16.000 en 2011 a 23.000 en 2012) y durante el congreso extraordinario del partido en mayo de 2016 éstos mostraron una disciplina y una capacidad de movilización que después se evidenció durante la campaña electoral. En las elecciones locales de 2015, triplicaron sus resultados de 2009. Estos datos respaldan el acierto de su estrategia de participación en el marco de las instituciones a pesar de las concesiones (auto-limitación del número de candidaturas a un determinado número de circunscripciones electorales) que ha tenido que hacer a demanda de Palacio desde su creación en 1996.

El PJD se presenta como un partido con referencial islámico o, en otras palabras, un partido islamista moderado, entendida la moderación (wasat) como la aceptación de concesiones y el gradualismo electoral. No obstante, durante su paso por el gobierno, el PJD no ha sido capaz de llevar a cabo su programa y se ha mostrado en términos generales continuista, bien por convicción o bien por necesidad o imposición desde Palacio. Sin embargo, el acatamiento de decisiones tomadas tanto dentro, como fuera del gobierno sin que diera su visto bueno o en contra de sus convicciones, no le ha impedido comunicar sus discrepancias e impotencia ante la opinión pública.

Escenarios posibles de futuras coaliciones gubernamentales

El PJD tiene que buscar los 73 escaños que le faltan para formar una mayoría parlamentaria entre las 11 formaciones que componen la Cámara de Representantes. Los escenarios y coaliciones que proponemos a continuación descansan, primero, en la aritmética, que manda a la hora de alcanzar los 198 escaños requeridos, y luego, en una serie de hipótesis que aluden a las estrategias de supervivencia de los dirigentes de los partidos políticos, vista su trayectoria, al mayor o menor descalabro de los resultados obtenidos, y a su sensibilidad ante las consignas o supuestos deseos de Palacio, ya que, en efecto, la formación del gobierno seguirá siendo una transacción entre el Jefe del Gobierno y el Rey.

Hay cuatro escenarios que nos parecen más probables.

 Primer escenario: Abdelilah Benkirán privilegia la participación de los partidos que formaron su último gobierno (2013-2016): RNI, MP y PPS. Prefiere descartar al impredecible Istiqlal y apostar por un RNI debilitado. Ello le permite apostar por el agravamiento de la crisis interna del primero, y por dar satisfacción a Palacio con la presencia de los ministros procedentes del segundo. No obstante, dispondría de una mayoría muy corta (201/198).

Segundo escenario: el PJD reconduce la coalición formada cuando Benkirán llegó al gobierno en 2011. Con el MP, el Istiqlal y el PPS, el PJD dispondría de una mayoría cómoda (210/198). Este escenario tomaría cuerpo debido a la ambición de Hamid Chabat de ser ministro y a la necesidad que tiene de contentar a su oposición interna con la distribución de varios ministerios.

Tercer escenario: el PJD se decide por resucitar el Bloque Democrático (Kutla al-dimuqratiya) formado por el Istiqlal, el PPS y la USFP. Este bloque se formaría en nombre de la democracia y en contra del “Estado profundo”. Proporcionaría una fuerte carga simbólica a la experiencia gubernamental, pero con un total de 203 escaños otorgaría sólo una mayoría corta de cinco escaños. La dificultad radica en convencer a la USFP, un partido a la deriva, que optó por quedarse en la oposición en 2011 y cuyos militantes son generalmente anti-PJD. No obstante, su cúpula es escasamente predecible y podría decantarse por esta opción para obtener varias carteras a sabiendas de que esta decisión pueda provocar una nueva escisión.

Cuarto escenario: el PJD opta por una síntesis del segundo y tercer escenario. Con la incorporación de los antiguos partidos del Bloque Democrático que condujeron el gobierno de la alternancia de 1998 a 2002, y la suma del MP, se aseguraría una coalición que dispondría de una mayoría cómoda de 230 escaños. Queda por ver cómo el PJD evaluará el riesgo de dejar el monopolio de la oposición al PAM.

 

(*) Thierry Desrues es Investigador del CSIC y colaborador de Opex de Fundación Alternativas

 

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José María Pérez Medina (*)

 

Blair

                                                    Tony Blair fue líder del partido Laborista entre los años 1997 y 2007


Con las peculiaridades propias de cada caso, la mayoría de los países de Europa Occidental se dotó tras la Segunda Guerra Mundial de un sistema pluripartidista ordenado en torno a las cinco grandes familias ideológicas: conservadora, liberal, demócrata-cristiana, socialista y comunista. Estas fuerzas políticas, además, representaban las posiciones ideológicas de las potencias vencedoras en el conflicto armado, lo que cimentó su aceptación y prestigio social.

Como quiera que los parlamentos nacionales apenas contaron con representantes de otros grupos políticos y que los partidos comunista fueron perdiendo eco elección tras elección, la paz trajo consigo un sistema político estable, que rápidamente se consolidó y que era muy raramente cuestionado en el interior de cada país.

Este sistema monopolizó la representación política durante un periodo de algo más de treinta años, sin más sobresaltos que la llegada al gobierno del SPD alemán en 1966, el triunfo del socialista Mitterrand en 1981 y la vía libre para el acceso de los partidos socialdemócratas al poder conforme los temores de la Guerra Fría se iban alejando y se incrementaban las exigencias de una población que pedía más bienestar y mejor reparto de la riqueza.

Todo ello llevó a la época dorada de la socialdemocracia europea, que podemos situar en los años setenta y en buena parte de los ochenta del siglo pasado.

A partir de 1983 aparecen novedades en la estabilidad del panorama, y ello como consecuencia del cambio social experimentado por la sociedad europea desde 1945. La sociedad de la postguerra empieza a quedar atrás y es en ese año en que los Verdes acceden al Bundestag alemán con un discreto 5,6% de los votos. Esta noticia sirvió de pistoletazo de salida para que en otros países se desplegaran nuevas fuerzas que cuestionaban el orden postbélico y que ofrecían soluciones alternativas, sobre todo atendiendo las demandas ecopacifistas que encontraron su espacio en el panorama de distensión y entendimiento con el bloque socialista.

La caída del bloque socialista a partir de 1990 no alteró sustancialmente el panorama. Es más, en cierto sentido reforzó el escenario de 1945: los antiguos partidos comunistas se reconvierten a la socialdemocracia y se reavivan las posturas más conservadoras que el este de Europa ya había conocido antes de la guerra.

Pero el nuevo escenario duró, una vez más, en torno a los treinta años. Y el punto de referencia para el cambio puede encontrarse en el año 2010, cuando la crisis económica hace tambalearse una seguridad que se creía eterna y se esfuma la idea del progreso constante de las condiciones de vida. La crisis impulsa simultáneamente a los partidos situados a la izquierda de la socialdemocracia y a los movimientos nacionalistas y xenófobos que ahora llamamos populistas.

En el nuevo escenario la socialdemocracia aparece como la gran perdedora. Los viejos partidos conservadores, liberales y demócrata cristianos de la postguerra se han reconvertido sin mayores dificultades en entusiastas defensores del liberalismo económico y parecen abandonar las políticas sociales que la democracia cristiana animó en los años cincuenta y sesenta. Pero esta adaptación no se produce en el espacio socialdemócrata. Los partidos socialdemócratas se encuentran inmersos en un indudable declive y observa retrocesos electorales constantes por toda Europa, enfrentados al cambio demográfico, al paso de la sociedad industrial a la de servicios y a las dificultades para gestionar los efectos de la globalización y de una inmigración masiva que atemoriza a sus votantes tradicionales, ahora más atentos a la seguridad que a la solidaridad. En suma, se encuentran ante un nuevo escenario social hasta ahora desconocido y que les cuesta comprender en su totalidad.

El resultado es la división de la izquierda, e incluso la atomización. La socialdemocracia no monopoliza ya el voto de la izquierda y su hegemonía es cuestionada cada vez con mayor insistencia y desde posiciones más exigentes.

Si el SPD alemán no bajó del 40% entre 1969 y 1980, desde 2005, cuando obtuvo el 34%, no ha vuelto a superar la barrera del 30%. En parecida situación está el SPD austriaco, que no ha vuelto a mejorar el 35% de votos obtenido en 2006. El PvDA, partido socialista  holandés, no se acerca al 30% de votos desde 1998. La última vez que el Partido socialdemócrata sueco superó el 35% de votos fue en 2006. En Dinamarca el Partido socialdemócrata no supera el 30% desde 1998. Mejores resultados ha obtenido el Partido socialdemócrata noruego, con un 35% en 2009. El último triunfo de Tony Blair en el Reino Unido, en 2005, lo fue con un discreto 35% de los votos, ocho puntos menos que en su primer mandato de 1997.

El efecto de estos cambios es un debilitamiento de la socialdemocracia. En la actualidad sólo cuatro partidos socialdemócratas han superado el 30% de votos en las últimas elecciones nacionales: en Portugal (32,3), Suecia (31,0%), Noruega (30,8%) y Reino Unido (30,4%). Si nos ceñimos a los principales países europeos el resultado es aún más desalentador: el Partido Democrático italiano obtuvo el 25,4%, el Partido Socialista francés el 29,4% y el SPD alemán el 25,7%.

Pues bien, es en este contexto en el que hay que situar los últimos resultados electorales del PSOE y las expectativas de voto en un futuro inmediato. Como se puede comprobar, no se trata de una situación excepcional.

Como consecuencia de la fuerte tendencia al descenso electoral, hace ya once años que el Partido Laborista británico perdió el poder, lo que es destacable si tenemos en cuenta que desde entonces no ha habido gobiernos socialdemócratas en solitario en las democracias consolidadas de Europa occidental.

Y es que los resultados electorales de la socialdemocracia en prácticamente ningún país europeo son suficientes por sí solos para acceder al gobierno, sino que obligan a buscar acuerdos y pactos con otras fuerzas.

Esta necesidad ha encontrado dos tipos de respuesta: la alianza con fuerzas conservadoras, que ahora llamamos “gran coalición”, o el acercamiento a otras opciones de izquierda para recuperar en forma de apoyos parlamentarios los votos perdidos en las urnas. La primera opción ha sido la elegida por la socialdemocracia en Alemania, Austria, Países Bajos o incluso en Suecia, por no hablar de Bélgica, donde esa colaboración tiene una larga experiencia. Los resultados a largo plazo de esta estrategia están por verse, pero por el momento los electores no han agradecido el sacrificio de la colaboración socialdemócrata en aras de la anhelada gobernabilidad, algo que ya se vio en las elecciones europeas de 2014 y en lo que insisten las últimas encuestas de intención de voto procedentes de estos países.

Y hablando de expectativas de voto, resulta llamativo que si en Grecia las encuestas pronostican una fuerte caída de Syriza, este arrastre en su caída al Pasok, con lo que sus pérdidas electorales sólo son aprovechadas por el Partido Comunista o por el grupo ultranacionalista de Amanecer Dorado.

La otra opción, la búsqueda de mayorías de izquierda con fuerzas políticas con planteamientos ideológicos más cercanos, ha llevado al gobierno al Partido Socialista portugués, y ello con la ayuda del Bloco d´Esquerdas y del PCP. En Italia, Renzi gobierna gracias al apoyo parlamentario de un amplio abanico de grupos de centro-izquierda; y lo mismo puede decirse de la presidencia francesa del socialista Hollande, que ha contado hasta hace poco con el apoyo más o menos activo de ecologistas y demás grupos de izquierda. Ciertamente en estos dos últimos casos el sistema electoral empuja a la formación de dos grandes coaliciones, pero queda fuera de duda que las expectativas de continuidad de la presidencia socialista francesa o de la mayoría italiana de izquierdas serían impensables sin los votos verdes, comunistas o del Front de la Gauche en Francia, o de Sinistra, Ecologia e Libertà, l´Italia dei Valori o los grupos de centro izquierda en Italia. Un nuevo ejemplo lo conoceremos en pocas semanas: la única esperanza de que la presidencia austriaca no recaiga en un miembro del xenófobo FPO es un triunfo del candidato verde con el apoyo socialdemócrata. En España, esta es la opción que hemos vivido tras las elecciones autonómicas y municipales de 2015.

Constantemente se habla de la urgencia de rearmar ideológicamente a la socialdemocracia, pero estos buenos deseos pueden no ser realistas ni suficientes. Un vistazo a la realidad europea más cercana apunta a que la única vía realista para que la izquierda recupere o mantenga el poder es que sea capaz de sumar otras opciones electorales progresistas; pues, hoy por hoy, es impensable que uno de los partidos socialdemócratas citados en estas líneas alcance por sí sólo más de ese 37 o 40% de votos que pueden ser necesarios para desarrollar un proyecto ideológico en solitario.



(*) José María Pérez Medina es politólogo e historiador

Ciudades, hubs, comunidades y gentrificación (I)

Por: | 10 de octubre de 2016

RAÚL OLIVÁN CORTÉS (*)

 

 

Imagen el pais

La Colaboradora, coworking 2p2 de Zaragoza

 

Era viernes por la noche, a finales de septiembre, en medio de un cóctel en la terraza de una nave transformada en un coworking -esos espacios donde se comparte sitio de trabajo entre pequeñas empresas y autónomos-, rodeado de gente cool, entre los que abundaban jóvenes con aire interesante, con su ropa a la última moda y mochilas de diseño nórdico. Me llamaron mucho la atención todas esas mochilas bonitas hechas de materiales reciclados, en cuyo interior, pensé mientras observaba a aquellos jóvenes cargados de futuro, debían de llevar todo lo necesario para cambiar el mundo.

El coworking se llamaba Nova Iskra y estaba en Belgrado, Serbia, pero con su estética industrial, con esa nueva arquitectura que pone en valor las cicatrices de los edificios, con sus sillas vintage y sus pizarras llenas de postits de colores, podría haber sido cualquier espacio de Nueva York, Shenzhen, Helsinki, Madrid o Buenos Aires. Tuve la misma sensación que cuando te encuentras en un McDonalds en cualquier metrópoli del mundo, aquel coworking era un espacio global y aquellos jóvenes eran individuos globales.

De hecho, se trataba de un centenar de representantes de coworkings de toda Europa, y el cóctel era la guinda a una jornada intensa, en la que habíamos estado trabajando para lanzar una Red Europea de Hubs Creativos (ECHN por sus siglas en inglés). Un hub es un dispositivo electrónico que sirve como puerto de conexiones, y que resume muy bien el objetivo de los coworkings creativos. Este tipo de espacios han brotado como setas por todas las ciudades de Europa en lo últimos cinco años, y la UE, que en ocasiones nos sorprende con señales de vida inteligente, ha estado ágil detectando el fenómeno e impulsando una estrategia de cooperación y desarrollo, como parte de los planes globales de transición hacia una economía del conocimiento.

No en vano, estos hubs creativos se han convertido en los principales muelles urbanos de talento, atrayendo a profesionales muy especializados y a prometedoras startups -empresas de rápido crecimiento-, que encarnan de forma paradigmática el relato de la cuarta revolución industrial. Son los nuevos knowmad (conocimiento + nómada, un juego de palabras en inglés) es decir, nómadas globales cuya fuerza de trabajo se basa en la explotación de su propio conocimiento. O emprendedores de sí mismos, en su versión más crítica, como los retrata Jorge Moruno, en su ensayo La fábrica de emprendedores, aportando una mirada demasiado parcial de un fenómeno que está lleno de potencialidades positivas. En lo que sí que acierta Moruno, desde mi punto de vista, es en el diagnóstico: el caldo de cultivo de estos hubs son los millones de jóvenes con muchísima formación bloqueados generacionalmente. Como Pepe Peralta, el arquitecto malagueño de veintipico años que se había marchado a Rumanía a montar su propio coworking, y que aquella noche me contó su periplo vital.

Sea como fuere, la realidad ahora es que toda ciudad que aspire a ser creativa, ese concepto ya rancio que lanzó Richard Florida hace una década, debería de contar con muchos hubs en sus barrios. Número de hubs como índice de desarrollo económico urbano. Londres por ejemplo, suma ya más de 800, para que se hagan una idea de la dimensión del fenómeno. Aún me acuerdo cuando un periodista me preguntó si dos coworkings en Zaragoza no sería mucho.

El impacto de estos espacios ha sido tan grande en algunas ciudades que algunos urbanistas críticos, los han culpabilizado por haber estado al servicio de procesos de especulación. En la narrativa de la gentrificación (el desplazamiento de los vecinos tradicionales por la subida de los precios de los pisos, como consecuencia de que un barrio se ponga de moda, como los conocidos casos de Malasaña en Madrid, el Born en Barcelona, Prenzlauer Berg en Berlín o el Lower East Side de Nueva York) el coworking, junto a las tiendas de diseño, los apartamentos tipo loft y los supermercados vegetarianos, han jugado -a su pesar- un papel protagonista. El joven hípster (la tribu urbana que engloba difusamente esa estética que relataba antes) llegando en bici al hub creativo tiene la erótica y el atractivo del bohemio del siglo pasado. Ahí está el caso del Creative Edinburgh, que ha desencadenado una revalorización tan espectacular de su entorno, en los muelles de Leith (Edimburgo), que ha acabado por gentrificarse a sí mismo, y como ahora ya no pueden pagar la renta de su propia sede, están obligados a mudarse. Procesos que en su versión más nociva pueden llegar a convertirse en una disneyficación de la ciudad, el concepto con el que David Harvey identifica a aquellas ciudades que están perdiendo su identidad, desbordadas por un turismo voraz que pone en peligro la sostenibilidad del modelo a medio y largo plazo, como está sucediendo en Barcelona.

Pero para mí, este retrato, en lo que concierne a los hubs y coworkings en general, está demasiado caricaturizado. El fenómeno es mucho más amplio, tiene dimensiones mucho más complejas y genera bondades indudables. Más allá de los modelos, estos hubs creativos, que basculan entre los ejes público-privado, innovación social-emprendimiento y artesanía-tecnología, comparten un denominador común que les aporta muchísimo valor: La comunidad.

 

(*) Raúl Oliván Cortés es director de Zaragoza Activa y mentor en Innovación Ciudadana (SEGIB)

CARLOS CARNERO (*)

 

Global

 

Días antes de que el Fondo Monetario Internacional advirtiera de que la crisis puede provocar una ola de populismo en todo el Planeta, 85 Think Tanks de todo el mundo, reunidos en Montreal en su III Cumbre Global, abordaron cómo responder a la globalización y a sus descontentos.

Teniendo como anfitriones al Programa de Think Tanks y Sociedad Civil de la Universidad de Pensilvania (TTCSP), que lidera Jim McGann, y al Centro por la Innovación en la Gobernanza Internacional (CIGI) de Canadá, representantes de centros de pensamiento venidos de todos los continentes (España estuvo representada por la Fundación Alternativas y el Real Instituto Elcano) coincidieron en constatar que el populismo, el nacionalismo y el proteccionismo son hoy una amenaza global.

Amenaza a la que es preciso responder con ideas y argumentos, porque las fuerzas representativas de esas corrientes utilizan precisamente eslóganes y verdades a medias que tratan de evitar la reflexión serena sobre los problemas y la búsqueda racional y consensuada de soluciones a los mismos.

La falta de respuesta de los gobiernos, las instituciones y los partidos hunde sus raíces en la incapacidad para comprender las consecuencias de la globalización y empeñarse en recetas que no son ni eficaces ni justas, como por ejemplo la austeridad a ultranza en los países desarrollados, que tiene consecuencias catastróficas en términos de ausencia de crecimiento, desempleo y desigualdad en el Norte pero también en el Sur del mundo.

Diversas investigaciones manejadas durante la Cumbre afirman científicamente que la desigualdad se ha multiplicado por decenas de dígitos en muchos países desde el inicio de la crisis, con la consiguiente desesperación ciudadana, caldo de cultivo imprescindible para el populismo.

En ese marco, se comprenden resultados como el del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE, el crecimiento de las fuerzas xenófobas y racistas en Europa, el auge electoral de Donald Trump o la victoria electoral de candidatos como el actual presidente filipino.

La peor reacción posible ante esos avances del populismo es la asunción de parte de sus postulados por parte de los partidos y los gobiernos democráticos. Por el contrario, deberían centrarse en la puesta en marcha de políticas económicas centradas en la cohesión social, la creación de empleo y la reducción de la desigualdad, en las que lo público debe jugar un papel esencial. Como señaló el Ministro de Asuntos Exteriores de Canadá al dirigirse a los participantes en la Cumbre de Montreal, la clave es la INCLUSIÓN. Su país, con Justin Trudeau como primer ministro, es un buen ejemplo de ello.

La difícil coyuntura por la que atraviesan las democracias frente a la amenaza populista requiere de un pensamiento fuerte, que los Think Tanks pueden contribuir a definir junto a otros actores. Su papel, por tanto, es clave en la confrontación ideológica que se está librando entre quienes consideran que la apertura y la inclusión son positivas y quienes propugnan el cierre de fronteras, la exclusión y la demagogia. Seguramente, porque los centros de pensamiento representan la palabra frente al grito.

 

 

 

(*) Carlos Carnero es director gerente de la Fundación Alternativas

Partidos en tiempo extra

Por: | 05 de octubre de 2016

 

LUIS FERNANDO MEDINA (*)

 

May

Theresa May, a su llegada al 10 de Downing Street

En una semana de tantas noticias, tomémonos una pausa y hablemos un poco sobre otros temas. Historia, por ejemplo. Corría el año 1918 cuando, justo un día después de la firma del armisticio con Alemania que ponía fin a la Primera Guerra Mundial, el entonces Primer Ministro británico David Lloyd George optó por llamar a elecciones. Eran tiempos confusos. Lloyd George había llegado a su cargo como Liberal, tras haber desplazado al también Liberal Asquith, pero gobernaba en una coalición de guerra con el Partido Conservador. De hecho, prácticamente se trataba de un gobierno conservador; muchos parlamentarios liberales se encontraban en la oposición.

Lloyd George tomó el paso inusual de conceder avales a algunos parlamentarios específicos, en su mayoría conservadores, a nombre de los dos partidos en coalición. Posiblemente Lloyd George tenía muy claro lo que se proponía pero aún si no fuera así, el efecto fue inequívoco: la sepultura del Partido Liberal. Uno de los grandes partidos ingleses, columna vertebral del sistema político durante buena parte del siglo XIX quedaba relegado a la irrelevancia; nunca más volvería a gobernar.

Para los politólogos la caída del Partido Liberal británico es una anomalía muy instructiva, uno de los famosos “cisnes negros” que hacen avanzar el conocimiento. En principio, el sistema político británico parecía diseñado para evitar ese tipo de cataclismos. Se supone que su regla electoral mayoritaria (“first pass the post”) con distritos uninominales genera enormes incentivos al bipartidismo. El argumento es muy sencillo: como cada elección local tiene un único ganador, todos los agentes, votantes, partidos, grupos de interés, tienen incentivos para concentrar sus recursos en solo dos candidatos viables, generando así pequeños bipartidismos locales. Si a esto se le suma el hecho de que los partidos nacionales pueden usar sus recursos con más eficiencia mientras más grandes sean sus maquinarias, tenemos que esos pequeños bipartidismos locales terminan aglomerándose en un bipartidismo nacional. Tan convincente ha sido este argumento que los politólogos se han atrevido a darle el nombre de “ley de Duverger,” posiblemente la única “ley” que existe en una de las ciencias más inexactas jamás concebidas por la mente humana. Sin embargo, la ley de Duverger no pudo salvar al Partido Liberal británico lo cual resulta aún más curioso si tenemos en cuenta que, por ejemplo, en Estados Unidos, otra democracia con sistema uninominal, los dos grandes partidos han resistido los embates del tiempo.

El episodio encierra varias lecciones. Primera, los sistemas electorales influyen sobre los sistemas de partidos pero no son lo único. La Primera Guerra Mundial era una de las grandes crisis de la historia y afectó muy directamente a Gran Bretaña. Era casi imposible que ante semejante choque el sistema de partidos hubiera sobrevivido intacto.

La segunda lección es que los partidos se enfrentan permanentemente a fuerzas centrífugas que deben controlar para sobrevivir. En el caso del Partido Liberal, esas fuerzas centrífugas acabaron por destruirlo, llevando a varios de sus miembros al Partido Conservador y a otros al en ese entonces incipiente Partido Laborista. Los cambios estructurales de la sociedad británica de entonces hicieron que surgiera una alternativa a la izquierda del Partido Liberal que, a pesar de su bisoñez, se convirtió muy pronto en la alternativa que terminó por desplazarlo.

Estudios posteriores han ratificado esa lección. Por ejemplo, América Latina ha sido tierra fecunda para colapsos de partidos. Como ha argumentado Noam Lupu en un estudio reciente, cuando un partido diluye su identidad ideológica, por ejemplo, adoptando políticas contrarias a sus esencias, se vuelve más impredecible para sus simpatizantes que, por lo tanto, empiezan a evaluarlo más por su desempeño en el poder que por su oferta ideológica. De este modo, si en medio de esas veleidades, el partido tiene la mala fortuna de estar en el poder cuando le estalla una crisis económica, puede entrar en una fase acelerada de colapso. Que lo diga la Unión Cívica Radical de Argentina, por ejemplo.

América Latina tiene sistemas electorales muy distintos al británico. Al tratarse de sistemas proporcionales, los costos fijos de crear partidos parecieran ser menores que en un sistema uninominal. Pero, como ya vimos, los sistemas electorales no evitan el colapso de los partidos. A lo sumo, pueden cambiar su dinámica temporal. Podría pensarse en una conjetura: en un sistema electoral con altos costos fijos, por ejemplo porque la ley castigue mucho a los partidos pequeños, la pérdida de identificación de los simpatizantes con el partido puede avanzar por más tiempo de manera subterránea hasta que se manifieste como un aluvión cuando ya sea incontenible. Es decir, el proceso podría ser una especie de cáncer silencioso que mata al paciente sin darle tiempo de reaccionar.

Es difícil saberlo ya que se trata de un tema en el que los estudios comparativos escasean y, en todo caso, son difíciles de conducir. Pero bueno, el objetivo de estas líneas era simplemente distraer al lector por un rato, hablando de cosas que no tienen nada que ver con la situación española.

(*) Luis Fernando Medina es profesor de Ciencias Políticas en la universidad Carlos III

 

Modernizando los derechos de autor en el entorno digital

Por: | 03 de octubre de 2016

IGNASI GUADANS (*)

 

Junc

Jean Claude Juncker es el presidente de la Comisión Europea 

El pasado 14 de septiembre la Comisión Europea (CE) presentó por fin su muy esperado paquete de reformas de la propiedad intelectual en la Unión Europea. Ya en Diciembre de 2015 la CE presentó una Comunicación que adelantaba los temas de los que pretendía ocuparse, centrándose en tres áreas: mejorar el acceso a los contenidos digitales en el conjunto de la Unión Europea, también de forma transfronteriza siempre que sea posible; la situación de las llamadas “excepciones” a los derechos de autor para adaptarlas a la realidad del entorno digital y a la dimensión transfronteriza, especialmente en apoyo de la investigación, la educación, y la inclusión de las personas con discapacidad visual; y -usando sus términos- mejorar el funcionamiento del mercado digital para los creadores y los medios de prensa.

En términos formales, el paquete de medidas presentado por la CE se compone de varios instrumentos distintos. Primero, de una Comunicación que presenta el conjunto de medidas planteadas, las contextualiza, y anticipa (o promete) otra serie de iniciativas de apoyo y de diálogo que no tienen propiamente naturaleza jurídica.

Y junto a ello, están los textos legales que comenzarán ahora su larga tramitación legislativa hasta incorporarse al Derecho europeo con las enmiendas que debatan y acuerden tanto los parlamentarios como los representantes de los Estados Miembros actuando como co-legislador en el Consejo de Ministros de la UE. Estos textos son:

  1. a) Una Directiva “sobre los derechos de autor en el mercado único digital” (todavía sin traducción a todas las lenguas oficiales). Este texto, que requerirá un análisis que estas breves líneas no permiten, es importante tanto por los cambios que introduce, como por lo que ha decidido no cambiar.
  2. b) Un Reglamento que tiene como objetivo promover el acceso transfronterizo a los programas que los operadores de radiodifusión transmiten on line al mismo tiempo que por tv, así como de los servicios de televisión diferida que deseen ofrecer on line en otros Estados miembros.
  3. c) Una Directiva sobre ciertos usos autorizados de las obras y otras prestaciones protegidas por los derechos de autor en beneficio de las personas ciegas, con discapacidad visual o con otras dificultades para acceder al texto impreso. Con ella se incorporan al Derecho europeo los acuerdos internacionales del Tratado de Marrakech sobre este tema.
  4. d) Un Reglamento sobre el intercambio transfronterizo entre la UE y terceros países de obras accesibles a personas ciegas o con discapacidad visual, también relacionado con ese mismo Tratado.

En el entorno de los que seguimos estas cosas europeas, esta materia ha sido considerada durante años como poco menos que radioactiva: la propiedad intelectual levanta pasiones, y cualquier reforma legal puede causar serios perjuicios políticos a quien la plantee. Pasiones más o menos fundadas según los casos, puesto que en muchas ocasiones se basan en una contundente ignorancia de la compleja realidad jurídica y económica que está detrás del derecho que protege la creación. Pero eso no supone descalificar todas las críticas al imperfecto marco legal actual, y al hecho indiscutible de que el mundo digital y la comunicación online plantean nuevas realidades a las que es urgente dar respuesta.

Por el momento, las propuestas, que merecen una presentación detallada, no han contentado del todo a nadie. En un asunto así, eso no es mal principio. Queda mucho camino por delante. Pero las cartas están sobre la mesa, y los términos del debate serán ya éstos, y no otros.

 

 

(*) Ignaci Guardans es doctor en Derecho

El País

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