PALOMA ROMÁN MARUGÁN (*)
Antonio Guterres acaba de ser elegido secretario general de Naciones Unidas
Ya tenemos nuevo secretario general de las Naciones Unidas, y estrenará su cargo en enero próximo. Se trata de Antonio Guterres, portugués, ex primer ministro de su país, ex Alto Comisionado de dicha organización para los Refugiados (ACNUR) durante los últimos diez años. Méritos no le faltan, y sus reconocidas capacidades se van a poner pronto a prueba, ya que en el puesto conseguido no se garantizan ni los cien primeros días de sosiego para el aterrizaje. Según comentaba recientemente The Washington Post, vivimos el momento en que más barreras se han puesto a las fronteras de toda la historia moderna. Si bien la globalización, en algunos de sus aspectos contrajo el mundo, las nuevas vicisitudes, tales como las migraciones (tanto económicas como políticas), las guerras (inter e intraestatales), o la amenaza global del terrorismo, han propiciado un escenario donde se ha instalado el miedo y por tanto, una reacción autoprotectora.
Pero no es de este mundo tan inseguro como se retrata (y el resultado también depende tanto de los pinceles como del pintor), sobre lo que se pretende reflexionar, sino sobre el proceso de selección del primer funcionario de la organización de Naciones Unidas, en un mundo complejo y agitado como en el que vivimos. Dos cuestiones aparecen centrales, el procedimiento de selección, y la nueva (más bien antigua) situación en que el puesto es ocupado por un hombre; después de ocho, llegó el noveno.
Cuando los escenarios políticos atraviesan por momentos de cambio, de respuesta a sociedades que mudan y precisan responder a nuevos retos, como ocurre en el momento actual, se abre un debate que cobra cada vez más impulso, acerca de aquellas instituciones alejadas de la gente debido a su institucionalización supranacional y donde la participación democrática de los ciudadanos a través del ejercicio del voto, brilla por su ausencia. Ahí tenemos, sin ir más lejos, la sensación del habitante europeo frente a la política de recortes ordenada por Bruselas, donde poco más se sabe sobre quien toma de la decisión; las noticias que nos llegan son a medias, entre topográficas, y rostros de personas (en el mejor de los casos) pero a las que no hay forma humana de exigir media responsabilidad.
Esa percepción con respecto a las Naciones Unidas presenta una óptica algo diferente. Si la Unión Europea es distante, la ONU es remota. Bien es cierto que hay una serie de publicidades sobre ella que la gente de a pie conoce: el edificio de la sede de Nueva York, los “cascos azules”, el consejo de seguridad, etc…. Datos a los que hay que convenir que por ejemplo, ha ayudado mucho el cine, precisamente americano, desde películas tales como Con la muerte en los talones, hasta La intérprete. Estos canales divulgativos han contribuido a señalarla como una institución conocida, pero epidérmicamente.
Pero cuando se trata de conocer y evaluar su función intrínseca, ya empiezan los peros, o los pesimismos, cuando no el descreimiento absoluto con respecto a la solución de conflictos y la preservación de la paz como metas loables de la organización. Y todo ello, como se puede comprobar en cuanto a los relacionado con lo más visible; si nos adentramos en los vericuetos más profundos, ya no sabemos nada de nada prácticamente. Quién y cómo estamos representados en la ONU, cuánto pagamos por ello, que beneficios nos trae…. Complicado estar al día siempre y en todo.
Como muestra el botón de este año: la sustitución de Ban Ki-Moon después de sus dos mandatos al frente de la institución, lo que se podría denominar una sucesión rutinaria, no como la de algunos de sus predecesores; el procedimiento parecía algo distinto a las tradicionales negociaciones a puerta cerrada de siempre, ya que los candidatos se someterían a unas entrevistas más abiertas donde expondrían su visión, sus planes (esto es mucho decir, ya se sabe), su curriculum, etc… Lo cierto es este proceso no ha despertado mucho entusiasmo, pero sí ha propiciado una mayor abundancia sobre el proceso, y por tanto también la apertura de un debate, y la toma de posiciones frente a él; lo cual es bastante refiriéndonos a este tipo de megaorganizaciones. Eso ha hecho posible que a día de hoy este todo más removido, y que podamos titular este escrito de la manera que lo hemos hecho.
Más de ocho candidatos se postularon a lo largo del proceso; con todas las limitaciones que se presumen han ido defendiendo sus postulaciones, mientras que también se ha ido conociendo la trastienda, es decir los apoyos, y los vetos de quienes en realidad siguen eligiendo, o mejor dicho, siguen componiendo la imagen del candidato capaz de generar un compromiso (dato que no es negativo en sí mismo, pero no hay que olvidar que se trata de un acuerdo a la baja, es decir encontrar el que presente menos aristas ante los grandes electores); todo ello nos conduce a esa perspectiva de domesticación de un cargo, que siendo políticamente muy relevante, se queda en el de un alto funcionario –como alguien recordaba, el secretario general de la ONU, tiene mucho de lo primero y muy poco de lo segundo- .
Gracias por tanto a este proceso de miniapertura, estábamos en las cábalas de que había dos criterios sobre la mesa: la rotación regional (en el entendimiento de que “tocaba” una persona procedente de la Europa del Este), y la rotación de género -esa que se suele encasquillar habitualmente-, es decir que por fin una mujer fuera elevada a la distinción en juego. Está claro que han operado estas dos variables tanto en la presentación de candidatos y candidatas por zona geográfica; creo que han sido al menos tres mujeres postuladas de ese ámbito geográfico y con un curriculum potente, aunque también según parece este surtido ha jugado en su contra. Aun así, llama poderosamente la atención que se desconsidere el papel activo que tiene la mujer en los conflictos como sufridora de primera clase, pero también su acción beneficiosa por su intenso conocimiento del mismo. Sin ir más lejos, hay un número importante de mujeres galardonadas con el Premio Nobel de la Paz -que junto con el de Literatura, parece ser los ámbitos propios-; pero más importante sin duda, es la postura que implica respecto a las propias disposiciones , como la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad del año 2000, que, al repasarse, queda palmaria su desatención.
En definitiva…, las negociaciones (término relativamente neutro) y los juegos de poder (término absolutamente realista), han conducido al resultado consignado al principio de estas líneas, y que sin menoscabo del elegido, el hecho incontestable es que la secretaria general de la ONU se sigue conservando intacta con 70 años.
(*) Paloma Román Marugán es profesora de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid
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