LUIS FERNANDO MEDINA SIERRA (*)
Donald Trump y Hillary Clinton, candidatos a la Casa Blanca.
Cuando cumpla una semana de haber iniciado su nuevo mandato, el próximo martes, muy seguramente Mariano Rajoy estará pendiente de las noticias procedentes de Estados Unidos para conocer quién será su próximo interlocutor en la Casa Blanca. En un año que parece empecinado en avergonzar a las empresas encuestadoras es prematuro decir cuál será el resultado, pero el rango de opciones se ha mantenido constante desde el comienzo. Las posibilidades van desde una abrumadora victoria de Hillary Clinton hasta una victoria de Donald Trump por muy estrecho margen, siendo este último escenario el menos probable. Sea cual sea el resultado, su coincidencia en el tiempo con el inicio de la segunda legislatura de Rajoy invita a varias reflexiones.
La Gran Recesión del 2008 se ensañó con particular dureza con Estados Unidos y España. A diferencia de lo que ocurrió en otros países, tanto en España como en Estados Unidos la crisis financiera estuvo muy estrechamente ligada al detonante inicial: la burbuja inmobiliaria. En ambos casos, el partido político que gobernaba al momento de estallar la crisis fue derrotado. En ambos casos la ciudadanía reaccionó airada, movilizándose en el 15-M en España y en Occupy Wall Street en Estados Unidos. Pero con el correr del tiempo esas coincidencias han dado paso a trayectorias divergentes tanto en lo político como en lo económico.
La recuperación económica de Estados Unidos ha sido más rápida que la de España (y que la de buena parte de la zona euro). A pesar de que el crecimiento económico americano ha sido un tanto anémico en los años después de la crisis, ya está cerca de recuperar los niveles de empleo de antes del 2008. Mientras tanto, en España, con su crecimiento repuntando, el desempleo sigue siendo un duro flagelo al que no se le ve fin inmediato.
Los efectos políticos también difieren entre los dos países. En Estados Unidos el Partido Republicano, derrotado en el 2008, recuperó sus mayorías legislativas solo dos años después, mayorías que aún conserva. Esto es algo que difícilmente va a cambiar el próximo martes. Dejando de lado las elecciones presidenciales, cada partido tiene probabilidades muy cercanas al 50% de controlar el Senado, mientras que parece prácticamente imposible que los Republicanos pierdan sus mayorías en la Cámara.
Dicho de otra manera, aún si se produce una estrepitosa derrota de Trump, el Partido Republicano seguirá siendo viable, con muchísimo poder de control de la agenda y opciones reales de volver a gobernar en un futuro próximo. En cambio, no puede decirse lo mismo del PSOE, para el cual los años post-crisis han sido un constante ‘via crucis’ de reveses electorales, culminando en el caos institucional de las últimas semanas.
¿A qué se debe este contraste? Sería irresponsable aventurar un diagnóstico completo sin conocer los resultados del próximo martes. Pero sí se pueden ofrecer algunos elementos de juicio para cuando esos resultados estén disponibles. En España la pertenencia al euro impone un brete muy severo sobre las opciones políticas de cualquier partido, tanto en el gobierno como en la oposición. Desde que salió del gobierno, el PSOE ha tenido serias dificultades (algunas de ellas de su propia creación) para presentarse como una alternativa creíble a las políticas del PP.
En cambio, el Partido Republicano ha sido capaz de presentar una oposición frontal al gobierno Obama, en especial a su reforma sanitaria. Aunque estas elecciones han estado dominadas por las peculiaridades de un candidato como Trump, es innegable que existen serias divergencias en las plataformas económicas de los dos partidos y, más aún, no hay razón para dudar de que, en caso de ganar Trump, estaría en plena capacidad de implementar su agenda de recortes de impuestos, de desregulación, de desmantelamiento del estado del bienestar y de proteccionismo económico, éste último una herejía en los círculos más tradicionales de su partido.
Los años pasados a la intemperie han sido duros para ciertas élites del Partido Republicano. Por ejemplo, sus dos últimos candidatos presidenciales (John Mc Cain y Mitt Romney) parecen abocados a la irrelevancia política. Pero también han sido años de movilización de bases que ahora, precisamente indignadas ante lo que percibían como la pasividad de sus líderes, han optado por un ‘outsider’ como Trump. No ha sido para nada un espectáculo edificante. Como si de un baúl en el ático se tratara, en estos años, aún antes de la campaña de Trump, habían venido aflorando toda clase de demonios atávicos de la derecha americana que se creía estaban ya superados.
Pero, gústenos o no, el Partido Republicano ha mostrado mucha más receptividad que el PSOE a la presión de sus bases. En Estados Unidos los indignados de la derecha convergen gustosos hacia el Partido Republicano mientras que en España los indignados de la izquierda han terminado por abandonar en forma definitiva (¿irreversible?) al PSOE. Sin duda, la fórmula electoral influye: en Estados Unidos el costo de operar por fuera de uno de los partidos tradicionales es prohibitivo. Pero tal vez haya otros factores, como por ejemplo, el papel de los poderes económicos que se hace sentir mucho más en un partido de centro-izquierda. A veces en política hay que saber sacar lecciones incluso de partidos antagónicos.
(*) Luis Fernando Medina Sierra es coordinador del Zoom Económico de la Fundación Alternativas
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