ALEXANDRE MUNS RUBIOL (*)
Donald Trump, presidente electo de los Estados Unidos.
Durante su campaña electoral, Donald Trump ha formulado ideas aún poco desarrolladas. Ha criticado las intervenciones e invasiones de EEUU en países de Oriente Medio y el norte de África y apuntado la posibilidad de que Washington colabore más estrechamente con Rusia para derrotar al enemigo común que representa el Estado Islámico. Trump entiende que las largas guerras en Afganistán e Irak generan rechazo entre el electorado y descarta el papel de nation-building (construcción nacional) desempeñado durante las presidencias de Bill Clinton (Bosnia, Kosovo, Haití), George W. Bush (Afganistán, Irak) y en menor medida Barack Obama (Afganistán, Libia).
Para conseguir el voto del electorado blanco sin estudios universitarios, Trump ha recurrido durante su campaña a eslóganes patrióticos y no ha elaborado aún una estrategia en materia de política exterior y defensa. Sí ha prometido derogar el acuerdo con Irán concluido por seis potencias internacionales con la República Islámica en 2015 que levanta gradualmente las sanciones impuestas al régimen de Teherán a cambio de la limitación de su programa nuclear a fines exclusivamente civiles. Trump también ha advertido que puede hacer lo mismo en relación con la aproximación a Cuba concretada en el restablecimiento de relaciones internacionales. Dicha perspectiva está causando inquietud entre las empresas estadounidenses que ya están invirtiendo en la isla caribeña.
Trump ha expresado a menudo con ideas simples y vocabulario ingenuo (para los expertos, no sus votantes) su deseo de rebajar la tensión con Rusia, negociar con Corea del Norte y contribuir a la conclusión de un acuerdo de paz entre Israel y los palestinos. Salvando las distancias, la embrionaria doctrina Trump se parece a los postulados de Washington o Jefferson. Desea buenas relaciones con todas las potencias y naciones, siempre y cuando su política comercial o económica no sea perjudicial para los intereses de EEUU.
Trump no critica a China por sus ambiciones y agresividad en el mar de China meridional sino por su supuesta manipulación de su moneda, que hincha el déficit comercial estadounidense con la segunda potencia económica mundial. El único enemigo declarado de Trump es el Estado Islámico y el radicalismo islámico. Las críticas de Trump a la política exterior de Obama y Hillary Clinton (retirada de Irak y Afganistán, operación en Libia) deben leerse en clave electoral. El votante de Trump aspira a un resurgir de su país que pasa por la recuperación de empleos industriales, reducción de los déficits comerciales y la deuda nacional y la expulsión de inmigrantes ilegales.
Tejido industrial
El magnate neoyorquino no tiene ningún interés en reforzar la coalición internacional aún presente en Afganistán. Criticó severamente la retirada por parte de Obama de los efectivos estadounidenses porque encajaba con su guión de que el tándem Obama-Hillary Clinton únicamente suma derrotas (militares, económicas, comerciales) en el escenario internacional. Por consiguiente, la política exterior y de defensa de Trump probablemente estará completamente subordinada a su prioridad de recuperar tejido industrial y competitividad económica mediante la renegociación o derogación de acuerdos comerciales (NAFTA, TPP, AECI).
Trump repite incansablemente que como empresario tiene intereses en casi todo el mundo. Supuestamente anhela relaciones cordiales con todas las naciones, pero después de rectificar unas relaciones comerciales y económicas perjudiciales para EEUU que desde su punto de vista han diezmado a la clase media y trabajadora en EEUU. Otro ejemplo de la subordinación de la política exterior y de defensa a la económica es la advertencia de Trump a los aliados de EEUU de no acudir en su ayuda si no aumentan su gasto en defensa. El próximo presidente recriminó duramente en campaña a Alemania, Japón y Corea por beneficiarse del paraguas protector de EEUU sin contribuir suficientemente a su financiación.
También insinuó que no protegería a las repúblicas bálticas (miembros de la OTAN) ante una hipotética agresión rusa si no cumplían con el requisito de destinar como mínimo un 2% de su PIB a inversión en defensa. Después de su triunfo, Trump ha matizado muchas de sus promesas electorales. Parece dispuesto a no abandonar el acuerdo sobre cambio climático alcanzado en París y ha tranquilizado a las repúblicas bálticas y otros aliados.
Los nombramientos de Trump no confirman claramente su voluntad de evitar conflictos militares y centrar su política de defensa en la lucha contra el Estado Islámico. Su compromiso de modernizar las fuerzas armadas de EEUU e incrementar el gasto en defensa parece también un instrumento de su política económica irónicamente keynesiana. Su futuro consejero de seguridad nacional, el ex teniente general Michael Flynn, ha categorizado sin matices la religión islámica como una amenaza y fue apartado del liderazgo de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA) en 2014 por su supuesta gestión caótica y malos modos hacia el personal. Él atribuyó su defenestración a la negativa de la administración Obama a escuchar opiniones y analizar informes contrarios a la narrativa de la derrota de Al-Qaeda. El radicalisno de Flynn es preocupante.
Líderes musulmanes
Pero su nombramiento puede obedecer a un deseo de recompensar su lealtad inicial. El candidato para dirigir la CIA, el congresista por Kansas Michael Pompeo, es un conservador elegido en 2010 como parte de la ola del Tea Party. Defiende el uso de la tortura, los métodos más discutibles del NSA, se opone al cierre de Guantánamo y declaró que los líderes musulmanes que no condenan ataques terroristas son cómplices indirectos en su ejecución. La actual gobernadora por Carolina del Sur, Nikki Haley, será la embajadora de EEUU ante la ONU. Carece de experiencia internacional y su selección refleja el deseo de cautivar al establishment del partido republicano, al nombrar a una mujer.
El aspirante a ministro de Defensa, el ex general de los Marines James Mattis, es una figura de mucho más calado. Mandó a tropas en las dos guerras del Golfo y Afganistán. Desempeñó el cargo de comandante supremo aliado de Transformación de la OTAN en 2007-2009 y entre 2010 y 2013 fue el comandante del Comando Central responsable de las operaciones militares de EEUU desde el cuerno de África hasta Pakistán. También pertenece al grupo de militares que se opuso a la retirada de Irak e incremento relativamente pequeño del contingente en Afganistán ordenado por Obama. Se ha ganado una imagen de general duro pero apreciado por los mandos medios y las tropas. A Trump le encandiló con su lenguaje directo (le convenció de la inutilidad de la tortura), y el magnate inmobiliario le compara con el general George Patton. Trump se caracteriza por su ambigüedad y pragmatismo. Su lenguaje belicista es probablemente un recurso para mantener la movilización de sus bases y no un reflejo de un deseo intervencionista.
En las quinielas finales para ministro de Asuntos Exteriores figuran Mitt Romney, Rudy Giuliani, el ex general y director de la CIA David Petraeus y John Bolton. Los dos primeros serían puentes con el establishment del partido republicano. La designación de Petraeus sería preocupante, situando a tres ex generales en altos cargos. Aún más alarmante sería la apuesta por Bolton, un neocon partidario de eliminar el FMI, privatizar el Banco Mundial y los bancos multilaterales de desarrollo y recortar drásticamente la financiación a las Naciones Unidas.
En cualquier caso, Trump haría bien en comparar a Mattis no con el general Patton sino con los generales Douglas MacArthur y George Marshall. El primero superó a Patton en el ámbito militar y fue el responsable de la liberalización y modernización de Japón después de 1945. Marshall es la única persona que ocupó el cargo de ministro de Asuntos Exteriores y de Defensa. En junio se cumplirá el septuagésimo aniversario del anuncio del plan que lleva su nombre, una inteligente y eficaz iniciativa que contribuyó a la recuperación económica de Europa occidental y fomentó su integración económica. El próximo presidente tiene la potestad de designar a 4000 cargos gubernamentales. Por ahora su política exterior se perfila como un instrumento de su objetivo de replantear las relaciones económicas y comerciales de EEUU con sus aliados y rivales.
(*) Alexandre Muns Rubiol es profesor de la EAE Business School
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