Alternativas

Sobre el blog

Crisis de la política, la economía, la sociedad y la cultura. Hacen falta alternativas de progreso para superarla. Desde el encuentro y la reflexión en España y en Europa. Para interpretar la realidad y transformarla. Ese es el objetivo de la Fundación Alternativas, desde su independencia, y de este blog que nace en su XV Aniversario.

Sobre los autores

Nicolás SartoriusNicolás Sartorius. Vicepresidente Ejecutivo de la Fundación Alternativas (FA), abogado y periodista, ha sido diputado al Congreso.

Carlos CarneroCarlos Carnero. Director Gerente de FA, ha sido Embajador de España en Misión Especial para Proyectos en el Marco de la Integración Europea y eurodiputado.

Vicente PalacioVicente Palacio. Director del Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas, Doctor en Filosofía, Visiting Fellow y Visiting Researcher en Harvard.

Sandra LeónSandra León. Profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de York (Reino Unido) y responsable de la colección Zoom Político de la Fundación Alternativas.

Carlos MaravallCarlos Maravall. Doctor en Macroeconomía y Finanzas Internacionales por la Universidad de Nueva York. Ha trabajado como asesor en Presidencia del Gobierno en temas financieros.

Erika RodriguezErika Rodriguez Pinzón. Doctora en relaciones internacionales por la Universidad Autónoma de Madrid y coordinadora de América Latina en la Fundación Alternativas.

Ana Belén SánchezAna Belén Sánchez, coordinadora de Sostenibilidad y Medio Ambiente de la Fundación Alternativas.

Jose Luis EscarioJose Luis Escario. Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y Master de Derecho Internacional y Comunitario por la Universidad de Lovaina. Coordinador del Área Unión Europea de FA.

Kattya CascanteKattya Cascante coordina el área de Cooperación al Desarrollo del Observatorio de Política Exterior de la Fundación.

Enrique BustamanteEnrique Bustamante. Catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad en la UCM. Es un experto de la economía y sociología de la televisión y de las industrias culturales en España.

Alfons MartinellAlfons Martinell. Director de la Cátedra Unesco en la Universidad de Girona y profesor titular en esa misma institución. Codirige el Laboratorio Iberoamericano de Investigación e Innovación en Cultura y Desarrollo.

Carles ManeraCarles Manera. Catedrático de Historia e Instituciones Económicas en la Universitat de les Illes Balears. Es Premio Catalunya de Economía (Societat Catalana d’Economia, 2003).

Stuart MedinaStuart Medina Miltimore. Economista y MBA por la Darden School de la Universidad de Virginia. Es presidente de la Red MMT y fundador de la consultora MetasBio.

Luis Fernando MedinaLuis Fernando Medina. Profesor de ciencia política en la Universidad Carlos III de Madrid. Es autor de 'A Unified Theory of Collective Action and Social Change' (University of Michigan Press) y de "El Fénix Rojo" (Editorial Catarata).

José María Pérez MedinaJosé María Pérez Medina. Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología y en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Funcionario del Estado. Ha sido Asesor en el Gabinete del Presidente del Gobierno entre 2008 y 2011.

José Antonio NogueraJosé Antonio Noguera. Profesor Titular de Sociología en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y director del grupo de investigación GSADI (Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional).

Antonio QueroAntonio Quero. Experto en instrumentos financieros de la Comisión Europea y coordinador de Factoría Democrática. Es autor de "La reforma progresista del sistema financiero" (Ed. Catarata).

Paloma Román MarugánPaloma Román Marugán. Profesora de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid. Autora y coordinadora de distintos libros, artículos en revistas especializadas, artículos divulgativos y artículos de prensa.

Jesús Prieto de PedroJesús Prieto de Pedro. Doctor en Derecho, Catedrático de Derecho Administrativo en la UNED y titular de la Cátedra Andrés Bello de Derechos Culturales.

Santiago Díaz de Sarralde MiguezSantiago Díaz de Sarralde Miguez. Profesor de la URJC y coordinador de Economía en OPEX de la Fundación Alternativas.

Javier ReyJavier Rey. Doctor en Medicina y Cirugía, especialista en Cardiología. Secretario de la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida.

Matar la memoria

Por: | 21 de diciembre de 2016

(*) JOSÉ ENRIQUE DE AYALA

 

BerlínMercadillo de Berlín donde se estrelló el camión.

 

Las ruinas de la Gedächtniskirche, la iglesia de la memoria, se yerguen en la zona comercial de Berlín oeste, con su torre truncada por las bombas de la Segunda Guerra Mundial, para recordar siempre a los berlineses los horrores de la guerra, y como un monumento a la paz. Justo bajo ella, en la plaza Breitscheid, un camión de 38 toneladas irrumpió el lunes por la noche en uno de los más conocidos mercadillos de Navidad de la ciudad, conducido por un “soldado del Estado Islámico”, según la reivindicación de esta organización terrorista, con un resultado de 12 muertos y 48 heridos, 17 de ellos muy graves.

A la hora de escribir estas líneas hay todavía muchos interrogantes que deberá resolver la investigación en curso, y uno o varios autores libres, que podrían volver a atentar, lo que no hace sino aumentar la sensación de inseguridad en la población alemana y europea. Pero si hay algo razonablemente seguro es que, como en Niza en julio, el terrorismo yihadista ha vuelto a atacar a población civil en su pacífica vida habitual, con un arma tan fácil de conseguir, tan difícil de detectar, y tan letal, como un camión.

La estrategia terrorista es siempre la misma: cuanto peor, mejor. Si sus ataques logran que en Europa crezca la xenofobia y el odio, que triunfe el extremismo, que los musulmanes se sientan, fuera y dentro de nuestro continente, perseguidos, discriminados, odiados, sus posibilidades de extender el conflicto y de conseguir sus objetivos, a través del enfrentamiento total y la radicalización de ambas partes, crecerán en la misma proporción. El objetivo está claro: extender el miedo, amplificado por falsas amenazas y rumores, impedir que millones de personas puedan hacer su vida normal para que ellas presionen a sus Gobiernos. Las contramedidas están también claras: resiliencia y unidad. Ambas son difíciles de conseguir y mantener. La primera, porque no se puede pedir siempre a una población inerme y vulnerable que aguante estoicamente unos ataques que parecen no tener fin.

La unidad política es aún más difícil. Siempre hay buitres dispuestos a alimentarse de los restos de las víctimas. En este caso, el emergente partido ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD) se ha apresurado a calificar a las víctimas como “los muertos de Merkel”, antes incluso de que se confirmara que se trataba de un atentado. Parece ser que para estos antieuropeistas y xenófobos, un puñado de votos en las próximas elecciones al Bundestag justifica cualquier canallada. El miedo se ha utilizado siempre, históricamente, para alcanzar o mantener el poder, pero resulta especialmente repugnante que algunos intenten conseguir réditos políticos de los cuerpos -calientes todavía- de sus conciudadanos. Una buena noticia para los terroristas.

Es muy peligrosa la nada sutil vinculación de los terroristas con los migrantes que proceden de las zonas en conflicto, y consecuentemente la utilización de los ataques como argumento para aumentar el rechazo social a los que, en busca de asilo o por razones económicas, intentan llegar a Europa. Es una tesis que hace mucho daño porque es fácilmente aceptada por capas muy extensas de la población, y por partidos teóricamente moderados como la Unión Social Cristiana (CSU) bávara, coaligada con la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de la canciller Ángela Merkel, que ya ha elevado su voz pidiendo de nuevo una política más restrictiva en este campo. Esa correlación migración-terrorismo no existe, los atentados de Nueva York, Madrid y Londres se produjeron antes de que llegara la oleada de migrantes procedentes de Oriente Medio. Pero si existiera, no podríamos tampoco abdicar de nuestra concepción solidaria, aunque entrañe riesgos, como no podríamos dejar de volar aunque se caigan algunos aviones, sino intentar detectar las averías antes de que se produzcan.

Los europeos no estamos en guerra, eso sería jugar en el campo de los terroristas. Aún no han conseguido matar nuestra memoria de la guerra, de la desolación y la destrucción, simbolizadas en esa torre truncada. Queremos la paz. Eso sí, la queremos en nuestra casa, ordenada y rica. Que ardan Siria, Irak, Yemen o Libia no nos preocupa tanto. Vemos en la televisión, mientras cenamos, como una película tenebrosa, irreal, las ruinas de Alepo, los hospitales destruidos con los enfermos o heridos dentro, las mujeres y los niños masacrados por las bombas, o intentando huir -con hambre y miedo- del horror, sin conseguirlo, e intentamos no pensar en una pregunta turbadora, sin respuesta: ¿son nuestras víctimas más dolorosas que aquellas?

Retraimiento de la Unión Europea

El retraimiento de una Unión Europea débil y disgregada ante las guerras árabes, de las que lo único que nos ha preocupado realmente es que no nos enviasen demasiados migrantes, tiene un aspecto de dejación humanitaria que debería avergonzarnos. Pero además tiene otro de carácter más práctico, egoísta si se quiere, y que se demuestra cada vez que hay atentados terroristas: ese retraimiento no nos libra de los efectos de la guerra, sólo los traslada aquí, sobre las vidas de ciudadanos indefensos. Si no vamos a resolver los problemas de nuestro entorno, los problemas vendrán a nosotros.

No estamos hablando de responder a las bombas con más bombas, que siempre tiene “efectos colaterales”, aunque es evidente que hay veces en las que está justificado el empleo de un mínimo de violencia para evitar una violencia mayor. Hay muchas formas no violentas de prevenir conflictos y de asfixiarlos cuando se producen, si realmente se quiere hacerlo ¿Ha negociado lo suficiente la UE, con su peso económico y político (ya que militar apenas tiene) con Rusia e Irán, por un lado, y con Arabia Saudí y Qatar, por otro, y finalmente con Turquía, una solución definitiva de la guerra civil siria? ¿O estamos –como siempre– esperando a ver qué hace Washington?

Por supuesto, la seguridad interior es prioritaria, y se debe dotar a los cuerpos de seguridad y a los servicios de inteligencia de los medios necesarios para prevenir -dentro de la ley- los atentados y proteger a la población, además de aumentar la cooperación en el seno de la UE y con otros países. Pero la inhibición ante conflictos tan próximos como los de Oriente Medio no es una buena estrategia, el reguero de sangre que están dejando en Europa los terroristas yihadistas es una prueba de ello. La UE necesita tener un peso determinante en la paz, la prosperidad, y la estabilidad de nuestra periferia. Es la única solución a largo plazo, y nadie lo va a hacer por nosotros ya. Claro que para eso hacen falta dos cualidades: unidad y determinación ¿Las tiene la Unión Europea en la actualidad?

 

(*) José Enrique de Ayala es miembro del Consejo Asesor del Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas 

El mundo según Donald Trump

Por: | 14 de diciembre de 2016

ALEXANDRE MUNS RUBIOL (*)

 

TrumpDonald Trump, presidente electo de los Estados Unidos.

 

Durante su campaña electoral, Donald Trump ha formulado ideas aún poco desarrolladas. Ha criticado las intervenciones e invasiones de EEUU en países de Oriente Medio y el norte de África y apuntado la posibilidad de que Washington colabore más estrechamente con Rusia para derrotar al enemigo común que representa el Estado Islámico. Trump entiende que las largas guerras en Afganistán e Irak generan rechazo entre el electorado y descarta el papel de nation-building (construcción nacional) desempeñado durante las presidencias de Bill Clinton (Bosnia, Kosovo, Haití), George W. Bush (Afganistán, Irak) y en menor medida Barack Obama (Afganistán, Libia).

Para conseguir el voto del electorado blanco sin estudios universitarios, Trump ha recurrido durante su campaña a eslóganes patrióticos y no ha elaborado aún una estrategia en materia de política exterior y defensa. Sí ha prometido derogar el acuerdo con Irán concluido por seis potencias internacionales con la República Islámica en 2015 que levanta gradualmente las sanciones impuestas al régimen de Teherán a cambio de la limitación de su programa nuclear a fines exclusivamente civiles. Trump también ha advertido que puede hacer lo mismo en relación con la aproximación a Cuba concretada en el restablecimiento de relaciones internacionales. Dicha perspectiva está causando inquietud entre las empresas estadounidenses que ya están invirtiendo en la isla caribeña.

Trump ha expresado a menudo con ideas simples y vocabulario ingenuo (para los expertos, no sus votantes) su deseo de rebajar la tensión con Rusia, negociar con Corea del Norte y contribuir a la conclusión de un acuerdo de paz entre Israel y los palestinos. Salvando las distancias, la embrionaria doctrina Trump se parece a los postulados de Washington o Jefferson. Desea buenas relaciones con todas las potencias y naciones, siempre y cuando su política comercial o económica no sea perjudicial para los intereses de EEUU.

Trump no critica a China por sus ambiciones y agresividad en el mar de China meridional sino por su supuesta manipulación de su moneda, que hincha el déficit comercial estadounidense con la segunda potencia económica mundial. El único enemigo declarado de Trump es el Estado Islámico y el radicalismo islámico. Las críticas de Trump a la política exterior de Obama y Hillary Clinton (retirada de Irak y Afganistán, operación en Libia) deben leerse en clave electoral. El votante de Trump aspira a un resurgir de su país que pasa por la recuperación de empleos industriales, reducción de los déficits comerciales y la deuda nacional y la expulsión de inmigrantes ilegales.

Tejido industrial

El magnate neoyorquino no tiene ningún interés en reforzar la coalición internacional aún presente en Afganistán. Criticó severamente la retirada por parte de Obama de los efectivos estadounidenses porque encajaba con su guión de que el tándem Obama-Hillary Clinton únicamente suma derrotas (militares, económicas, comerciales) en el escenario internacional. Por consiguiente, la política exterior y de defensa de Trump probablemente estará completamente subordinada a su prioridad de recuperar tejido industrial y competitividad económica mediante la renegociación o derogación de acuerdos comerciales (NAFTA, TPP, AECI).

Trump repite incansablemente que como empresario tiene intereses en casi todo el mundo. Supuestamente anhela relaciones cordiales con todas las naciones, pero después de rectificar unas relaciones comerciales y económicas perjudiciales para EEUU que desde su punto de vista han diezmado a la clase media y trabajadora en EEUU. Otro ejemplo de la subordinación de la política exterior y de defensa a la económica es la advertencia de Trump a los aliados de EEUU de no acudir en su ayuda si no aumentan su gasto en defensa. El próximo presidente recriminó duramente en campaña a Alemania, Japón y Corea por beneficiarse del paraguas protector de EEUU sin contribuir suficientemente a su financiación.

También insinuó que no protegería a las repúblicas bálticas (miembros de la OTAN) ante una hipotética agresión rusa si no cumplían con el requisito de destinar como mínimo un 2% de su PIB a inversión en defensa. Después de su triunfo, Trump ha matizado muchas de sus promesas electorales. Parece dispuesto a no abandonar el acuerdo sobre cambio climático alcanzado en París y ha tranquilizado a las repúblicas bálticas y otros aliados.

Los nombramientos de Trump no confirman claramente su voluntad de evitar conflictos militares y centrar su política de defensa en la lucha contra el Estado Islámico. Su compromiso de modernizar las fuerzas armadas de EEUU e incrementar el gasto en defensa parece también un instrumento de su política económica irónicamente keynesiana. Su futuro consejero de seguridad nacional, el ex teniente general Michael Flynn, ha categorizado sin matices la religión islámica como una amenaza y fue apartado del liderazgo de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA) en 2014 por su supuesta gestión caótica y malos modos hacia el personal. Él atribuyó su defenestración a la negativa de la administración Obama a escuchar opiniones y analizar informes contrarios a la narrativa de la derrota de Al-Qaeda. El radicalisno de Flynn es preocupante.

Líderes musulmanes

Pero su nombramiento puede obedecer a un deseo de recompensar su lealtad inicial. El candidato para dirigir la CIA, el congresista por Kansas Michael Pompeo, es un conservador elegido en 2010 como parte de la ola del Tea Party. Defiende el uso de la tortura, los métodos más discutibles del NSA, se opone al cierre de Guantánamo y declaró que los líderes musulmanes que no condenan ataques terroristas son cómplices indirectos en su ejecución. La actual gobernadora por Carolina del Sur, Nikki Haley, será la embajadora de EEUU ante la ONU. Carece de experiencia internacional y su selección refleja el deseo de cautivar al establishment del partido republicano, al nombrar a una mujer.

El aspirante a ministro de Defensa, el ex general de los Marines James Mattis, es una figura de mucho más calado. Mandó a tropas en las dos guerras del Golfo y Afganistán. Desempeñó el cargo de comandante supremo aliado de Transformación de la OTAN en 2007-2009 y entre 2010 y 2013 fue el comandante del Comando Central responsable de las operaciones militares de EEUU desde el cuerno de África hasta Pakistán. También pertenece al grupo de militares que se opuso a la retirada de Irak e incremento relativamente pequeño del contingente en Afganistán ordenado por Obama. Se ha ganado una imagen de general duro pero apreciado por los mandos medios y las tropas. A Trump le encandiló con su lenguaje directo (le convenció de la inutilidad de la tortura), y el magnate inmobiliario le compara con el general George Patton. Trump se caracteriza por su ambigüedad y pragmatismo. Su lenguaje belicista es probablemente un recurso para mantener la movilización de sus bases y no un reflejo de un deseo intervencionista.

En las quinielas finales para ministro de Asuntos Exteriores figuran Mitt Romney, Rudy Giuliani, el ex general y director de la CIA David Petraeus y John Bolton. Los dos primeros serían puentes con el establishment del partido republicano. La designación de Petraeus sería preocupante, situando a tres ex generales en altos cargos. Aún más alarmante sería la apuesta por Bolton, un neocon partidario de eliminar el FMI, privatizar el Banco Mundial y los bancos multilaterales de desarrollo y recortar drásticamente la financiación a las Naciones Unidas.

En cualquier caso, Trump haría bien en comparar a Mattis no con el general Patton sino con los generales Douglas MacArthur y George Marshall. El primero superó a Patton en el ámbito militar y fue el responsable de la liberalización y modernización de Japón después de 1945. Marshall es la única persona que ocupó el cargo de ministro de Asuntos Exteriores y de Defensa. En junio se cumplirá el septuagésimo aniversario del anuncio del plan que lleva su nombre, una inteligente y eficaz iniciativa que contribuyó a la recuperación económica de Europa occidental y fomentó su integración económica. El próximo presidente tiene la potestad de designar a 4000 cargos gubernamentales. Por ahora su política exterior se perfila como un instrumento de su objetivo de replantear las relaciones económicas y comerciales de EEUU con sus aliados y rivales.

 (*) Alexandre Muns Rubiol es profesor de la EAE Business School

Italia o las fortalezas de la democracia

Por: | 09 de diciembre de 2016

CARLOS CARNERO (*)

 

Renzi_selfieMateo Renzi se hace un selfie con un grupo de seguidores.

 

El día después del referéndum italiano sobre la reforma constitucional no ha sido un cataclismo ni en el país ni en la Unión Europea (UE), como se pronosticaba si vencía el NO. La pregunta, por lo tanto, es si no se ha exagerado sobre las consecuencias del rechazo a la propuesta formulada por Mateo Renzi.

Mi respuesta es que probablemente se ha exagerado, pero no tanto sobre los males del NO, sino sobre las debilidades de la democracia italiana y de la UE. Leyendo las crónicas y análisis posteriores, se nota un cierto resentimiento a que, esta vez, la realidad ha frustrado una buena noticia.

No se trata de minusvalorar los peligros que acechan en estos tiempos a las democracias, porque Trump y los populismos no son tigres de papel, sino realidades electas y tangibles. Pero tampoco de obviar la capacidad de resistencia que la democracia representativa ha construido a lo largo de décadas y que no va a desaparecer de un plumazo.

Italia ha votado NO a modernizar su sistema político con un margen amplio y una participación elevada en el referéndum. Una vez más, la ocasión la han pintado calva para expresar el rechazo a lo sometido a votación y/o a quien lo proponía o a cualquier otro asunto que pasara por allí.

Cuando escribo este post, no se sabe aún cuál será el siguiente paso: si habrá elecciones casi inmediatas o se formará un gobierno técnico o de unidad nacional que termine llevando a unos comicios a medio plazo. Es lo de menos.

Lo que sí creo es que Renzi volverá a ser el candidato del Partito Democrático (PD) y que tiene amplias posibilidades de retornar al despacho de presidente del Consejo de Ministros por mandato de las urnas.

Porque cuando se estudia la estructura del voto emitido en el referéndum, el dato más llamativo es que el 80 % de los electores del PD se decantó por el SÍ, una base más que suficiente para que los líderes del partido crean que hacerse con el 40 % del electorado que apoyó la reforma constitucional no es tan difícil, sobre todo porque la coalición del NO es en sí misma inconsistente.

Es verdad que el PD se dividió en la consulta, tan milimétricamente que el 20 % que se atribuye orgánicamente a los partidarios del NO es el mismo porcentaje de los electores del partido que les siguieron en las urnas. Pero Renzi puede sustituir ese porcentaje con votantes de otras formaciones empeñados en la modernización política del país.

Italia, a la vista está, no se ha hundido y las posibilidades de que Grillo y sus huestes ganen unas elecciones son más bien remotas. La democracia representativa es compleja y ahí reside su fuerza: en la capacidad de buscar soluciones que huyan del simplismo y la exageración.

Mecanismos de intervención

Tampoco la UE se ha parado ni los mercados han huido despavoridos: las primas de riesgo italiana y de los países del sur están igual que antes del referéndum y las bolsas han subido. La razón se puede buscar en Mario Draghi, que tiene buena parte de la ‘culpa’. Pero lo que hoy hace el BCE es uno más –fundamental, claro- de todos los mecanismos de intervención frente a las crisis que la UE ha construido desde 2010 y que han perfilado una unión económica mayor y mejor que la existente en 2008.

Unión económica a la que le falta todavía mucho por recorrer, sin duda, pero que se irá completando paso a paso, sin saltos en el vacío y sin retrocesos. En ese camino, sustituir la austeridad a secas por una política de inversiones que promuevan el crecimiento y la creación de empleo será imprescindible para recuperar la confianza ciudadana y para que la democracia funcione a pleno rendimiento en un entorno socioeconómico más favorable.

Al norte de Italia está Austria, por cierto, donde el presidente electo derrotó el mismo día del referéndum al candidato de la derecha extrema (aunque por poco margen) con un discurso que él resumió en tres palabras tras el voto: “libertad, igualdad y Europa”. Bien dicho.

 

(*) Carlos Carnero es director gerente de la Fundación Alternativas.

Las uvas amargas de los socialdemócratas

Por: | 07 de diciembre de 2016

JOSÉ ANTONIO NOGUERA (*)

 

OlofOlof Palme durante un discurso.

 

Son tiempos amargos para los socialdemócratas sinceros, y muy especialmente en España. En cualquier partido y movimiento político siempre es posible encontrar, en proporciones variables, personas honestamente comprometidas con los objetivos declarados del movimiento, junto a otras cuyo compromiso es sencillamente nominal y oportunista, al servicio de otros objetivos personales o de la captación de cuotas de poder para su camarilla. En los partidos socialdemócratas, esta tensión existe desde hace mucho tiempo, y hoy en día es particularmente enconada en países como el nuestro. Para más complicación, la divisoria se entrecruza con otras, como puede ser la mayor o menor identificación con “las siglas” del partido independientemente de su política real: tanto entre socialdemócratas sinceros como oportunistas, habrá quien considere al partido como algo puramente instrumental, que puede y debe abandonarse si deja de ser útil para las auténticas metas (sean estas unos determinados ideales políticos o prebendas personales y grupales), junto a quien tiene con él un vínculo emocional e identitario comparable al de un hincha de club de fútbol.

Es normal que en este contexto abunden los debates sobre “qué es la socialdemocracia” y quiénes son los “auténticos socialdemócratas”. Pero en esa discusión pública a menudo se confunden fines con medios (¿qué hace de alguien un “socialdemócrata”, los primeros o los segundos?), vínculos identitarios de partido con compromisos político-ideológicos, definiciones históricas con otras más presentistas (¿qué entendían por “socialdemocracia” Marx o Lenin, y qué tiene que ver con las políticas concretas de los “socialdemócratas” de hoy?), y conceptos nominales vacíos con otros más sustantivos (socialdemocracia como “aquello que hacen los partidos socialdemócratas, sea ello lo que sea” vs. algún tipo de política concreta, la hagan esos partidos u otros). Es inevitable entonces que la discusión, como diría algún filósofo analítico, está plagada de esencialismos y errores categoriales.

No obstante, me atrevería a decir que la socialdemocracia, como ideal o doctrina política, se ha caracterizado básicamente por dos fines y un gran medio. El primer fin sería combatir (e incluso tender a erradicar) la pobreza y las desigualdades sociales, sobre todo las de renta y riqueza; el segundo, hoy muy olvidado, es alterar la balanza del poder social a favor de los trabajadores. El significado original de la “socialdemocracia” no era otro que el de ampliar la “democracia” de lo meramente político a lo social: democracia económica (participación de los trabajadores en las decisiones y la gestión de los medios de producción) y democracia social (igualdad en la distribución de la renta y la riqueza). Y hacerlo de forma progresiva y paulatina mediante un gran medio: la conquista pacífica del poder estatal de forma democrática y el consecuente uso de ese poder legislativo y económico dentro de los límites de la democracia liberal.

En realidad, esa fue la gran diferencia original entre la socialdemocracia y el movimiento comunista: más que los objetivos, el medio para conseguirlos y el ritmo en su consecución, y especialmente la preocupación por si esos medios eran o no compatibles con la democracia liberal. Si uno oye, por ejemplo, este famoso discurso de Olof Palme, caben pocas dudas de ello. A la postre, la mayoría de los socialdemócratas sinceros veían como horizonte final una sociedad que mereciese el nombre de “socialista”, donde el control público (social) de la economía fuese la norma dominante. Los comunistas diferían en que el socialismo se pretendía conseguir de forma más inmediata mediante medios revolucionarios, incluso a veces violentos, y no necesariamente compatibles con la democracia liberal, que ellos consideraban como inextricablemente ligada a los intereses de la clase capitalista.

 Reformar el capitalismo

Como convincentemente exponía en 1985 Adam Przeworski (en su Capitalism and Social Democracy), durante mucho tiempo el dilema de la socialdemocracia fue precisamente ese: si participar o no en la “democracia burguesa” para reformar paulatinamente el capitalismo en dirección al socialismo, u optar por la ruptura con el primero para la inmediata instauración del segundo. De ahí que los socialdemócratas fuesen durante largo tiempo reticentes a la participación electoral, la alianza con otras organizaciones, o la aceptación de las instituciones “burguesas”, y prefiriesen la creación de una “sociedad obrera” separada, con sus propios medios autónomos de provisión y distribución; de hecho, los socialdemócratas alemanes y de otros países rechazaron los primeros pasos del Estado del bienestar precisamente porque eran vistos como una expropiación de sus recursos organizativos por parte del “Estado burgués”.

En la posguerra europea, y superado ese debate, dirigentes socialdemócratas como Brandt, Kreisky y Palme continuaban viendo el reformismo socialdemócrata como un medio para operar cambios estructurales en el capitalismo en la dirección al socialismo, la paz y el crecimiento ecológicamente sostenible, no simplemente (que también) para corregir defectos del primero y hacerlo “más humano”. El problema no era tanto para ellos la “propiedad” como el “control democrático” de los medios de producción en sectores clave de la economía (como la energía), asegurado mediante planeamiento estatal en esos sectores y democracia económica con amplia participación de los trabajadores.

En este sentido, si bien hubo mucho wishful thinking en la tradición comunista occidental, no es menos cierto que la historia de la socialdemocracia es una historia de uvas amargas, una distorsión psicológica habitual por la cual las preferencias se van adaptando a lo que se cree que es posible conseguir: cuando la zorra no puede alcanzar las uvas, se convence de que están verdes y de que el esfuerzo no vale la pena. Los socialdemócratas han ido adaptando sus preferencias sin cesar a los estrechos límites que las sociedades capitalistas les imponían, empezando por la renuncia a la abolición del capitalismo, pasando por el abandono de vías más reformistas hacia el socialismo como la democracia económica, y terminando por volverse más que tímidos en sus políticas de simple redistribución de la renta y la riqueza.

 Objetivos finales

Lo curioso de esa evolución es que, a diferencia de otros partidos de izquierda que también han ido adaptando sus programas en términos de viabilidad pero sin renunciar a los objetivos finales, los socialdemócratas han consumado alegremente el mecanismo de las uvas amargas para convencerse a sí mismos de que todas esas renuncias son en el fondo deseables, más que un second-best impuesto por difíciles circunstancias, y susceptible de revertirse cuando éstas cambien.

Como resultado de toda esta evolución histórica, hoy asistimos a una paradoja política: quienes se reclaman a sí mismos como orgullosos “socialdemócratas” intentan convencernos de la bondad de todas esas renuncias y de que las asumamos como un first-best, mientras que otros partidos con vocación transformadora plantean programas de gobierno que entroncan mucho más con lo que ha sido los “modelos ejemplares” socialdemócratas, aunque nos los presenten como un second-best, en coherencia con sus ideales. Desde el punto de vista de la consistencia en la formación de preferencias políticas, y a la vista de la ruptura del “pacto social” de la posguerra, no parece que la socialdemocracia nominal lleve las de ganar en este debate.

 

(*) José Antonio Noguera es profesor titular de Sociología en la Universidad Autónoma de Barcelona y director de Investigación del Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional

De París a Marrakech: última llamada para la acción climática

Por: | 02 de diciembre de 2016

RICARDO GARCÍA MIRA (*)

 

Cambio

 

El pasado mes de octubre se alcanzó el requisito que permitía la entrada en vigor del Acuerdo de París (adoptado en diciembre de 2015 por 195 países), es decir, la aceptación formal por parte de 55 países que dan cuenta de un mínimo del 55% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEIs). Al cierre de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP22), celebrada en Marrakech durante el pasado mes de noviembre, ya habían ratificado el acuerdo un total de 111 países que representan más de tres cuartas partes de las emisiones globales.

A lo largo de la COP22, la incertidumbre generada, tras tener conocimiento de que durante su transcurso Trump había ganado las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos, no impidió que más de 200 países firmaran, con el más alto nivel de compromiso político, la conocida como Declaración de Marrakech (Marrakech Action Proclamation), para combatir el cambio climático y reducir sus impactos. No se trata de un documento que vincule de forma inmediata a las partes, sino que servirá para orientar la acción política hacia la redacción de un texto normativo que permitirá la aplicación práctica del Acuerdo de París.

El Reglamento de Paris (The Paris Rulebook)

A pesar de las incertidumbres que sobrevolaron Marrakech después de la elección de Trump y sus declaraciones críticas con el cambio climático, la reunión de mandatarios fijó ya el plazo de 2018 para poner en marcha las normas que pondrán a andar el acuerdo. La conferencia sirvió así para comprender mejor las numerosas cuestiones que entrañaban el perfeccionamiento de la arquitectura de asuntos contenida en el Acuerdo de París, delinear las áreas de convergencia y divergencia, y adoptar un plan de trabajo (The Paris Rulebook) comprensivo de una amplia gama de temas, que incluyen la mitigación, la adaptación, las finanzas y la transparencia, así como mecanismos de mercado, aplicación y cumplimiento de compromisos, sobre el que adoptar decisiones definitivas a partir de 2018, en que el IPCC, el grupo de expertos de la ONU, avanzará su nuevo informe sobre el efecto del cambio climático y el aumento de las temperaturas.

La conferencia, que reunió en Marrakech a más de 500 políticos, empresarios, ONGs y sociedad civil, urgió a Trump a actuar en beneficio del planeta, llamando a su colaboración. Sin embargo, el liderazgo de Trump ya ha empezado a no ser tan importante, si tenemos en cuenta que la lucha contra el cambio climático ya está configurándose como un asunto de responsabilidad social a nivel planetario que ya ha empezado a generar elementos de identidad social e implicación sociopolítica a su alrededor. A ello se une el compromiso y la organización de los municipios, ciudades y regiones del mundo en torno a foros y asociaciones que fortalecen esa identificación social a nivel local. Además, China o la Unión Europea ya pugnan por ejercer un nuevo liderazgo en la lucha contra el cambio climático, si Estados Unidos se apea de la misión. China, por ejemplo, no se ha movido en su compromiso con el Acuerdo de París, y seguirá en la lucha contra el calentamiento global.

Asuntos pendientes de resolver

La adaptación y mitigación del impacto del cambio climático necesitará, sin duda, fondos adicionales. Por ejemplo, la firma de un convenio para concretar el fondo de adaptación al cambio climático, que sigue en suspenso y necesitará de más negociaciones. Otro asunto pendiente es la dotación del Fondo Verde para el Clima, que precisará más financiación.

Finalmente, científicos y políticos, ciencia y sociedad, afrontamos una responsabilidad en el tratamiento y en la provisión de conocimiento para apoyo a la adopción de decisiones en la lucha contra el cambio climático. Junto con los medios de comunicación, resistimos también la presión de fuertes ‘lobbies’, tanto de grandes empresas como de gobiernos que presionan con los resultados del informe para tomar una dirección a favor de sus intereses. Además, unos y otros, observamos con preocupación el flujo de dinero con el que el gran capital provee a negacionistas y escépticos del cambio climático para desacreditar los resultados y el trabajo científico.

Compromisos en marcha

En conclusión, algunas iniciativas han sido puestas en marcha, como la Cooperación Transfronteriza en el Mediterráneo (Iniciativa 5+5 por el Agua), y otras propuestas relacionadas con la energía. La Organización de Aviación Civil Internacional está creando un mecanismo de reducción de CO2 de los aviones, grandes productores de huellas de carbono. Hasta 48 países del Foro de Vulnerabilidad Climática se han comprometido a mantener sus sistemas de tal modo que la temperatura global no supere los 1,5 grados centígrados, y se han comprometido a impulsar medidas para lograr un suministro eléctrico 100% renovable, a corto o medio plazo. Alemania, Reino Unido y Canadá, entre otros, han anunciado su objetivo de reducción de CO2 del 80% en 2050. La Unión Europea se ha manifestado en el mismo sentido. Aunque algunos países no muestran una estrategia clara en otros aspectos como, por ejemplo, en el del carbón.

En definitiva, estamos ante acuerdos técnicos que ponen en marcha políticas y protocolos para actuar en la perspectiva de los próximos dos años de cara a diseñar los procedimientos financieros y de transparencia que han de permitir llevar el compromiso a la implementación de la acción de aquí a 2050, incluyendo responsabilidades para los países firmantes como: a) Construir la arquitectura normativa necesaria para implementación de la acción política; b) Cumplir con los compromisos del Acuerdo; c) Promover e implementar políticas nacionales tendentes a reducir emisiones de CO2 en todos los sectores de la economía, y las herramientas para cumplirlos; d) Establecer un marco de ecoeficiencia en la gestión energética, incluido en el sector residencial; e) Impulsar la adaptación eficiente al cambio climático, promoviendo el escalamiento hacia estilos de vida más sostenibles y menos dependientes del carbono.

Marrakech como un “tipping point”

Identificar estas políticas requerirá también combinarlas en el modo en que resulten más efectivas en términos de mitigación y reducción de impactos, dado el carácter trasversal del modo en el que debe operarse contra el cambio climático. Marrakech puede verse como un “tipping point” que señala el momento en que la idea de la lucha contra el cambio climático se convierte ya en una tendencia social irreversible, que se vuelca esparciéndose a nivel planetario como si se tratara de un gran incendio forestal.

 

(*) Ricardo García Mira es profesor de Psicología Social y Ambiental de la Universidad de La Coruña

El País

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