(*) JOSÉ ENRIQUE DE AYALA
Mercadillo de Berlín donde se estrelló el camión.
Las ruinas de la Gedächtniskirche, la iglesia de la memoria, se yerguen en la zona comercial de Berlín oeste, con su torre truncada por las bombas de la Segunda Guerra Mundial, para recordar siempre a los berlineses los horrores de la guerra, y como un monumento a la paz. Justo bajo ella, en la plaza Breitscheid, un camión de 38 toneladas irrumpió el lunes por la noche en uno de los más conocidos mercadillos de Navidad de la ciudad, conducido por un “soldado del Estado Islámico”, según la reivindicación de esta organización terrorista, con un resultado de 12 muertos y 48 heridos, 17 de ellos muy graves.
A la hora de escribir estas líneas hay todavía muchos interrogantes que deberá resolver la investigación en curso, y uno o varios autores libres, que podrían volver a atentar, lo que no hace sino aumentar la sensación de inseguridad en la población alemana y europea. Pero si hay algo razonablemente seguro es que, como en Niza en julio, el terrorismo yihadista ha vuelto a atacar a población civil en su pacífica vida habitual, con un arma tan fácil de conseguir, tan difícil de detectar, y tan letal, como un camión.
La estrategia terrorista es siempre la misma: cuanto peor, mejor. Si sus ataques logran que en Europa crezca la xenofobia y el odio, que triunfe el extremismo, que los musulmanes se sientan, fuera y dentro de nuestro continente, perseguidos, discriminados, odiados, sus posibilidades de extender el conflicto y de conseguir sus objetivos, a través del enfrentamiento total y la radicalización de ambas partes, crecerán en la misma proporción. El objetivo está claro: extender el miedo, amplificado por falsas amenazas y rumores, impedir que millones de personas puedan hacer su vida normal para que ellas presionen a sus Gobiernos. Las contramedidas están también claras: resiliencia y unidad. Ambas son difíciles de conseguir y mantener. La primera, porque no se puede pedir siempre a una población inerme y vulnerable que aguante estoicamente unos ataques que parecen no tener fin.
La unidad política es aún más difícil. Siempre hay buitres dispuestos a alimentarse de los restos de las víctimas. En este caso, el emergente partido ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD) se ha apresurado a calificar a las víctimas como “los muertos de Merkel”, antes incluso de que se confirmara que se trataba de un atentado. Parece ser que para estos antieuropeistas y xenófobos, un puñado de votos en las próximas elecciones al Bundestag justifica cualquier canallada. El miedo se ha utilizado siempre, históricamente, para alcanzar o mantener el poder, pero resulta especialmente repugnante que algunos intenten conseguir réditos políticos de los cuerpos -calientes todavía- de sus conciudadanos. Una buena noticia para los terroristas.
Es muy peligrosa la nada sutil vinculación de los terroristas con los migrantes que proceden de las zonas en conflicto, y consecuentemente la utilización de los ataques como argumento para aumentar el rechazo social a los que, en busca de asilo o por razones económicas, intentan llegar a Europa. Es una tesis que hace mucho daño porque es fácilmente aceptada por capas muy extensas de la población, y por partidos teóricamente moderados como la Unión Social Cristiana (CSU) bávara, coaligada con la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de la canciller Ángela Merkel, que ya ha elevado su voz pidiendo de nuevo una política más restrictiva en este campo. Esa correlación migración-terrorismo no existe, los atentados de Nueva York, Madrid y Londres se produjeron antes de que llegara la oleada de migrantes procedentes de Oriente Medio. Pero si existiera, no podríamos tampoco abdicar de nuestra concepción solidaria, aunque entrañe riesgos, como no podríamos dejar de volar aunque se caigan algunos aviones, sino intentar detectar las averías antes de que se produzcan.
Los europeos no estamos en guerra, eso sería jugar en el campo de los terroristas. Aún no han conseguido matar nuestra memoria de la guerra, de la desolación y la destrucción, simbolizadas en esa torre truncada. Queremos la paz. Eso sí, la queremos en nuestra casa, ordenada y rica. Que ardan Siria, Irak, Yemen o Libia no nos preocupa tanto. Vemos en la televisión, mientras cenamos, como una película tenebrosa, irreal, las ruinas de Alepo, los hospitales destruidos con los enfermos o heridos dentro, las mujeres y los niños masacrados por las bombas, o intentando huir -con hambre y miedo- del horror, sin conseguirlo, e intentamos no pensar en una pregunta turbadora, sin respuesta: ¿son nuestras víctimas más dolorosas que aquellas?
Retraimiento de la Unión Europea
El retraimiento de una Unión Europea débil y disgregada ante las guerras árabes, de las que lo único que nos ha preocupado realmente es que no nos enviasen demasiados migrantes, tiene un aspecto de dejación humanitaria que debería avergonzarnos. Pero además tiene otro de carácter más práctico, egoísta si se quiere, y que se demuestra cada vez que hay atentados terroristas: ese retraimiento no nos libra de los efectos de la guerra, sólo los traslada aquí, sobre las vidas de ciudadanos indefensos. Si no vamos a resolver los problemas de nuestro entorno, los problemas vendrán a nosotros.
No estamos hablando de responder a las bombas con más bombas, que siempre tiene “efectos colaterales”, aunque es evidente que hay veces en las que está justificado el empleo de un mínimo de violencia para evitar una violencia mayor. Hay muchas formas no violentas de prevenir conflictos y de asfixiarlos cuando se producen, si realmente se quiere hacerlo ¿Ha negociado lo suficiente la UE, con su peso económico y político (ya que militar apenas tiene) con Rusia e Irán, por un lado, y con Arabia Saudí y Qatar, por otro, y finalmente con Turquía, una solución definitiva de la guerra civil siria? ¿O estamos –como siempre– esperando a ver qué hace Washington?
Por supuesto, la seguridad interior es prioritaria, y se debe dotar a los cuerpos de seguridad y a los servicios de inteligencia de los medios necesarios para prevenir -dentro de la ley- los atentados y proteger a la población, además de aumentar la cooperación en el seno de la UE y con otros países. Pero la inhibición ante conflictos tan próximos como los de Oriente Medio no es una buena estrategia, el reguero de sangre que están dejando en Europa los terroristas yihadistas es una prueba de ello. La UE necesita tener un peso determinante en la paz, la prosperidad, y la estabilidad de nuestra periferia. Es la única solución a largo plazo, y nadie lo va a hacer por nosotros ya. Claro que para eso hacen falta dos cualidades: unidad y determinación ¿Las tiene la Unión Europea en la actualidad?
(*) José Enrique de Ayala es miembro del Consejo Asesor del Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas