CARLOS XABEL LASTRA-ANADÓN (*)
Donald Trump, presidente electo estadounidense, durante una rueda de prensa.
Una de las promesas electorales más sorprendentes del presidente electo de Estados Unidos es la de hacer que vuelva el empleo masivo a las zonas manufactureras y de minería. Zonas como las carboneras de Appalachia, las antiguas siderurgias de Pennsylvania o las fábricas de coches de Michigan. Desde luego no tan diferente a cómo sería el devolver la actividad a los astilleros de Huelva o las cuencas mineras asturianas. E igualmente difícil. A continuación, explico las fuerzas económicas contra las que toda la testosterona de Donald Trump tendrá que librar una batalla casi quijotesca.
Las causas de los problemas de estas regiones son una creciente sustitución de los trabajos tradicionales por tecnología y, en menor medida, el desplazamiento de trabajos a países de menor coste. Medidas públicas tan exitosas en el siglo XX como la inversión en educación en todos los niveles (primero en secundaria y posteriormente en universidades) no parecen, de acuerdo con esta lógica, efectivas.
El resultado principal es el visible incremento de la desigualdad desde los años 80 en Estados Unidos, dejando a un número creciente de ciudadanos y jóvenes con menores perspectivas laborales que las que sus padres tuvieron. La gran mayoría está estancada: frente al incremento de ingresos de ejecutivos, financieros y rentistas, para el 90% de la población americana los ingresos han crecido menos de un 0.5% anual entre 1979 y 2013 (Bivens et al., 2014).
La historia principal del crecimiento de rentas medias en Estados Unidos desde 1900 hasta 1980, consistió en que el aumento de tecnologías, en principio, hacía a los trabajadores cada vez más productivos. La automatización de tareas es obvia en muchas industrias. Pero incluso en servicios permitió, por ejemplo, que los empleados de banca no tuviesen que realizar operaciones de contabilidad, asentamientos o transferencias manualmente, pudiendo dedicar tiempo a tareas más productivas como las ventas o la resolución de problemas con los clientes.
La universalización de la educación secundaria y luego universitaria permitió también una simbiosis o complementariedad clara entre el progreso tecnológico y la productividad humana. Trabajadores cada vez más cualificados operaban maquinaria cada vez más sofisticada. El avance de la educación hizo, por tanto, aumentar las rentas medias, beneficiando a una gran masa de trabajadores, lo cual disminuyó la desigualdad.

Cambio en número de empleos por profesión en Estados Unidos 1980-2005, ordenados en el eje de las x por nivel de salario medio en la profesión en 1980. Fuente: Autor, D. y Dorn, D. (2013): “The Growth of Low-Skill Service Jobs and the Polarization of the U.S. Labor Market”. American Economic Review 103.
El problema es que esa época ha concluido. Como se puede ver en el gráfico, recientemente sólo han aumentado (en porcentaje, aunque las masas son muy diferentes) los trabajos de alta y de baja remuneración, pero no los de niveles medios. Los técnicos y operarios de máquinas están desapareciendo. Los trabajos disponibles en Appalachia (al fin y al cabo, Estados Unidos aún hoy tiene pleno empleo) no son ya la minería de interior de gran ocupación laboral: para la mayoría son trabajos de servicios en hospitales, restaurantes y centros de mayores. Para los más afortunados, hay un puñado de trabajos bien pagados en fracking.
Esta polarización, sin embargo, puede estar anticuada en unos años: de acuerdo con estimaciones recientes, el 47% de los empleos será automatizable en las próximas una o dos décadas (Frey and Osborne, 2017). Más allá aún, es probable que avances en inteligencia artificial hagan que los trabajos imposibles de automatizar hoy también desaparezcan: por ejemplo, cada vez más startups intentan introducir tecnología para la elaboración y distribución de comida en restaurantes[1] y robots que ya hoy realizan muchas de las labores de auxiliares de enfermería en Japón.
Al mismo tiempo, en el extremo de los que hasta ahora se han beneficiado más de tecnología cada vez más potente que permite hacer más con menos están igualmente amenazados: Google prevé que una parte sustancial de sus desarrolladores de software sea sustituida por su supercomputadora ‘Deep Mind’ que pretende “resolver el problema de la inteligencia”, sustituyendo la humana por algo más barato que los muy inteligentes trabajadores que hoy tiene. No necesita seguir programas linealmente, sino que podrá plantear sus propios problemas y establecer nuevas formas de resolverlos, desde probar teoremas hasta repensar cadenas de montaje. En resumen, sólo quedarán los dueños o diseñadores de unas máquinas que se operan a sí mismas, además de aquellos que trabajen en servicios para este grupo.
Comercio internacional
El horizonte del presidente Trump son cuatro, acaso ocho años, si es reelegido. Sus políticas de protección contra el comercio internacional pueden funcionar en esos horizontes cortos. Pero me temo que las fuerzas de largo recorrido sólo pueden ser aplacadas temporalmente y necesitarán de otras soluciones. La de dar más y mejor educación, parece hoy menos relevante. Sí, habrá un grupo pequeño que necesite estar muy preparado para desarrollar tecnologías infinitamente productivas, frente a la inversión actual en estudios superiores, universitarios o profesionales para la mayoría o incluso la totalidad de la población. La mejor enseñanza supondrá sólo un billete para una lotería que tiene, para un grupo muy pequeño, un premio o retorno muy alto.
Imaginemos el caso de los fundadores de Google, ambos por entonces estudiantes de doctorado en Informática por Stanford, con un billete ganador que combinaba su conocimiento, trabajo e ideas brillantes. Sus compañeros menos afortunados en esa lotería pudieron trabajar como desarrolladores en el propio Google o empresas similares. En el futuro, los afortunados serán los dueños de las máquinas, pero el resto no podrán ser desarrolladores o diseñadores de segundo nivel, pues muchos de esos trabajos se automatizarán también.
Esto hace imperativo el replantearse la función y el contenido de unos sistemas educativos que hoy ya muestran señales de escasa efectividad: el premio económico de tener un grado o un máster está decreciendo desde el año 2000 y es ya muy desigual incluso para gente con el mismo título (Autor, 2014). Una educación universal, en este mundo cambiante, deberá acercar a más gente a la posibilidad de ser emprendedores de alta productividad, en definitiva a aumentar el número de billetes de lotería con premio. No está nada claro cómo se puede conseguir eso y está bastante claro que el tipo de educación actual no lo está consiguiendo. Pero las soluciones que Trump ha propuesto hasta ahora harán muy poco por cambiar la tendencia de fondo.
[1] Spyce, por ejemplo, ganó una de las categorías del MIT 100K Competition el año pasado, http://www.digitaltrends.com/cool-tech/spyce-robot-kitchen-mit/.
Referencias
Autor, D. (2014). Skills, education, and the rise of earnings inequality among the “other 99 percent”. Science, 344
Bivens, J., Gould, E., Mishel, E., Shierholz, H. (2014). “Raising America’s Pay” Economic Policy Institute Briefing Paper 378.
Frey, C.B., Osborne, M.A. (2017): "The future of employment: How susceptible are jobs to computerization?”. Technological Forecasting and Social Change 114.
(*) Carlos Xabel Lastra-Anadón es estudiante de doctorado en Políticas Públicas en la Universidad de Harvard.