JOSÉ ENRIQUE DE AYALA (*)
Heridos en el atentado de Londres son evacuados por la policía. / REUTERS
Exactamente un año después de los atentados en el aeropuerto y el metro de Bruselas que costaron la vida a 32 personas y causaron más de 320 heridos, y casi doce años después de los que sufrió Londres, en julio de 2005, con el macabro resultado de 52 muertos y más de 700 heridos, la capital británica se ha visto sacudida por un nuevo ataque que deja un balance de cuatro muertos -tres víctimas y el asaltante- y veintinueve heridos, incluidos menores, siete de ellos muy graves.
Aunque aún no se ha dado a conocer la identidad del autor, ni hay ninguna reivindicación conocida, los investigadores trabajan -según el Comisionado de la policía metropolitana de Londres- con la hipótesis de terrorismo relacionado con el islamismo, y en principio con un único autor, si bien no se puede descartar todavía la existencia de cómplices.
El ataque de este lobo solitario, o loco solitario (o ambas cosas, que es lo más probable), ha consistido en esta ocasión en lanzar su todo terreno contra los viandantes en el puente de Westminster y agredir a un policía de los que guardan el Parlamento con dos cuchillos, antes de ser abatido.
El uso de vehículos y armas blancas ha sido habitual en atentados de palestinos contra israelíes. En 2004, un portavoz del Estado Islámico (EI) animó a usar vehículos como arma en los países occidentales. Las consecuencias fueron los atropellos masivos de Niza (85 muertos, 303 heridos) el pasado 14 de julio, y de Berlín (12 muertos, 56 heridos) el 19 de diciembre, ambos reivindicados por el EI. Esta clase de atentados, cada vez más frecuentes, no requieren infraestructura ni células que los apoyen, ni apenas preparación, ni permite un seguimiento del tráfico de armas o explosivos, y por eso su detección preventiva se hace extraordinariamente difícil.
Andrew Parker, jefe del MI5 –la agencia británica de seguridad interior–, advirtió en noviembre que era cuestión de tiempo que hubiera un nuevo ataque terrorista en el país. La contrastada eficacia de este servicio, y de la policía británica, han permitido abortar doce atentados terroristas en los últimos tres años, pero no el decimotercero. Ni los servicios de seguridad del Reino Unido ni los de ningún otro país del mundo tienen recursos suficientes para hacer un seguimiento 24 horas al día de todos los posibles sospechosos, y tienen que limitarse a los que presentan un riesgo más inminente.
Sólo a través de redes de información, tupidas y eficaces, de la colaboración ciudadana y, sobre todo, de un trabajo exhaustivo y persistente, se pueden evitar la mayoría de los atentados. Pero, lamentablemente, deberemos acostumbrarnos a que no todos lo serán.
Hay, además, una enorme labor que hacer en el largo plazo para neutralizar en lo posible las causas profundas del odio irracional que mueve a los asesinos. En el interior de nuestros países para reducir las bolsas de marginación existentes, integrar a los jóvenes musulmanes, controlar a los incitadores de la violencia, religiosos o no, y promover una educación en valores democráticos que llegue a todos.
En el exterior para ayudar a los países árabes y musulmanes a vencer al terrorismo allí donde nace y se consolida, y para acercar sus estándares políticos y económicos a los nuestros, reduciendo así las tensiones que son fuente de frustración y enemistad, y se proyectan en violencia. Pero, seamos realistas, nada de esto -con ser muy necesario- va a detener a corto plazo los atentados en nuestros países. Tenemos el derecho y el deber de defendernos.
Cuna de la democracia
La premier británica, Theresa May, ha declarado que el lugar de este ataque -al que ha calificado de enfermo y depravado- no es casual. Más allá de ser una zona turística con mucha afluencia de público, el atentado se ha dirigido contra la cuna de la democracia, el Parlamento de Westminster, precursor y símbolo de todos los parlamentos posteriores, donde se aprobó en 1689 la declaración de derechos (bill of rights), considerada la primera Constitución democrática del mundo.
No sólo se ataca a las personas, sino también a los valores en los que se funda nuestra convivencia. La intención es, claramente, intimidar y causar miedo, impedir la vida normal de la gente, y presionar así a los gobiernos. Después, entre nosotros, muchos amplían -consciente o inconscientemente- este efecto, transmitiendo a través de las redes sociales rumores, falsedades y alarmas injustificadas que hacen mella en los menos formados o informados.
También pretenden los terroristas incrementar la desconfianza de los ciudadanos en la eficacia de las instituciones y los servicios de seguridad, y crear discordia en nuestras sociedades en cuanto a la forma de combatir estas amenazas, objetivo que secundarán gustosamente los extremistas que se aprovechan del dolor de las víctimas para conseguir sus objetivos políticos.
No tardaremos en ver a Donald Trump, o a su entorno, y también a los políticos y partidos de extrema derecha en Europa -en particular al Frente Nacional de Marine LePen ante las inminentes elecciones presidenciales-, aprovechar este nuevo atentado para justificar sus tesis antiinmigración, en realidad islamófobas, y alentar el odio, que es su mayor rédito electoral, y el mejor alimento de los terroristas.
Vincular la inmigración y el terrorismo, además de ser éticamente repugnante, es falso. Muy probablemente el autor del ataque de Londres sea ciudadano británico, si no nacido en Reino Unido, igual que han sido nacidos en Europa la mayoría de los autores de los atentados anteriores en nuestro continente. No podemos caer en esa trampa.
Poco después del atentado, la etiqueta #WeAreNotAfraid se hizo viral en las redes. Esta es la única actitud posible. Mantener la calma y seguir con nuestra vida. Rechazar las interpretaciones espurias, las mentiras transmitidas anónimamente, confiar en las instituciones democráticas y en los medios de comunicación consolidados. No ceder a la tentación del odio, resistir el asalto del miedo. Si los terroristas no consiguen cambiar nuestra vida, debilitar nuestra cohesión, habrán perdido. Respondamos al terror con una actitud reflexiva, precavida, pero firme: No tenemos miedo.
(*) José Enrique de Ayala es miembro del Consejo Asesor de Asuntos Europeos de la Fundación Alternativas
Hay 0 Comentarios