ANA BELÉN SÁNCHEZ (*)
Finalmente, Trump cumplió lo prometido. La semana pasada firmó otra de sus órdenes ejecutivas. Esta vez pretende poner patas arriba la política climática aprobada por Obama. La orden plantea la retirada del Plan de Acción del Clima que tenía por objetivo reducir el 30% de las emisiones de CO2 de las centrales energéticas del país en el año 2030. La Agencia de Protección Ambiental (EPA, en inglés) revisará también el Plan de Energías Limpias, ley que ya había sido contestada por los republicanos en los tribunales.
Y es que como casi siempre en cambio climático, reducir las emisiones pasa por revisar el mix energético. Aunque cumplir las leyes aprobadas en la era Obama suponía poner coto al uso de carbón y aumentar renovables para producir electricidad, el declive del carbón comenzó hace tiempo. La necesidad de sustituir tecnología antigua y poco eficiente ha sido una de las principales razones detrás del declive.
Otros factores que han entrado en juego: aumento del precio de las nuevas instalaciones térmicas de carbón frente a la reducción de costes de tecnología de gas y renovable, menor crecimiento de la demanda energética, mayor conciencia por parte de la ciudadanía del impacto de la contaminación del aire en la salud.
Trump asegura que los límites a las emisiones de gases contaminantes, gases de efecto invernadero especialmente, impiden la creación de empleo. Pues bien, Trump se equivoca. Las energías renovables crean más empleo que el sector de los combustibles fósiles en prácticamente todos los Estados del país. No hablamos de números pequeños. Las renovables emplean a 5 veces más personas que el carbón y el gas, las dos energías que saldrán beneficiadas por la nueva orden Trump. La eólica y la solar son, de hecho, dos de sectores que más empleo crean en toda la economía: 12 veces más que el resto de los sectores económicos. Sólo la eólica empleó en 2016 a 4 millones más de personas que en 2011. El empleo en la industria fósil se redujo en un 4,5.
Trump también se equivoca cuando afirma que los objetivos de reducción perjudican a la economía. El coste de las renovables, y en general de la tecnología limpia, continúa en descenso. Las cifras publicadas por el Departamento de Energía de Estados Unidos así lo demuestran. El coste de la eólica terrestre se redujo en un 41%, el de la solar fotovoltaica entre un 54 y 64%, las baterías (claves para el uso de vehículos eléctricos y para el autoconsumo energético) en un 73% y la tecnología LED de iluminación en un 94%.
Fuente: Departamento de Energía de Estados Unidos (DOE)
Muchos se preguntan qué impacto tendrá esta decisión en el Acuerdo de París sobre cambio climático firmado en 2015. Todo parece indicar que el impacto será relativo. La carrera por descarbonizar la economía de Estados Unidos no va a terminar aquí. Muchas empresas, ciudades y Estados han dado un paso al frente y continúan con sus compromisos de producción y uso de energía limpia. Es de sobra conocido el caso de Google, que este año 2017 logrará su objetivo de ser abastecida totalmente de energías renovables. Muchas otras compañías americanas, Apple, Facebook, CocaCola, Banco de América o Goldman Sachs le siguen.
Alrededor del 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero se producen en las ciudades, lo que las sitúa en el centro de la política climática. Así lo han entendido Austin, Boston, Chicago, Los Ángeles, San Francisco o Washington entre otras, que están trabajando por reducir el consumo energético de sus edificios, aumentar el uso de renovables o reducir la huella ambiental del transporte urbano. Además, la mayor parte de los ciudadanos estadounidenses apoyan la regularización de la producción de emisiones de CO2 (75%).
Gases de efecto invernadero
Estados Unidos representa aproximadamente el 16% por de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global. Es una parte muy importante del problema, pero desde luego no la única. El resto de los responsables continúan con su intención de cumplir sus obligaciones bajo el Acuerdo, independientemente de lo que haga EEUU. La Unión Europea ha sido muy clara al respecto al igual que China, dos de los grandes emisores a nivel global.
Y lo importante es que lo hacen por motivos no sólo ambientales, sino económicos (más innovación y desarrollo económico sostenible) y sociales (más empleo verde, mejoras en los niveles de salud de los ciudadanos) que ya poco tienen que ver con haber firmado el acuerdo internacional más ambicioso de la historia.
La situación actual difiere enormemente de la que el mundo vivió hace varias décadas, cuando Estados Unidos decidió no ratificar el Protocolo de Kioto. Esta decisión abocaba directamente al fracaso del Protocolo, ya que el acuerdo sólo incluía compromisos de reducción de emisiones de los que entonces se entendía por países desarrollados, y por tanto situaba a EEUU a la cabeza del compromiso. El Acuerdo de París es muy diferente. En primer lugar porque implica a todos los países, independiente del nivel de desarrollo. Cada uno con diferente nivel de compromiso en función de responsabilidad y capacidad, eso sí. Pero la retirada de una parte del acuerdo no repercute en el resto. En definitiva, serán los ciudadanos estadounidenses los grandes perdedores de esta decisión.
(*) Ana Belén Sánchez es coordinadora del Área de Sostenibilidad de la Fundación Alternativas
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