JOSÉ ENRIQUE DE AYALA (*)
Emmanuel Macron, presidente electo de Francia, saluda a sus seguidores.
Tal como anticipaban todas las encuestas, el liberal Emmanuel Macron será el octavo (y más joven) presidente de la V República Francesa, al haber ganado ampliamente (66,06% del voto válido), en la segunda vuelta, a la candidata del ultraderechista Frente Nacional (FN), Marine Le Pen (33,94%).
Macron, que hace tres años era prácticamente un desconocido para la mayoría de los franceses, llega a la presidencia gracias a su tenacidad y carisma, pero aupado también por la creciente fragmentación política y por una serie de circunstancias que le han favorecido y le han permitido disputar la segunda vuelta, en la que casi cualquier candidato habría ganado a Le Pen. En la derecha, la imputación de François Fillon en un asunto de nepotismo, que de no haber existido (o si Fillon hubiera cedido la candidatura de la derecha a Alain Juppé), hubiera llevado probablemente al candidato de Los Republicanos (LR) a la segunda vuelta.
En la izquierda, el hundimiento del Partido Socialista (PS), desunido y lastrado por el quinquenio de políticas liberales bajo la presidencia de François Hollande, y el ascenso –insuficiente– del candidato de la izquierda radical de Francia Insumisa (FI), Jean-Luc Melenchon, han dejado también mucho campo libre al candidato centrista, que ha contado con el estimable apoyo del Movimiento Demócrata (MoDem) de François Bayrou (9,13% en la primera vuelta de 2012), y con el movimiento En Marcha! (EM), que él mismo creó hace un año para respaldar su candidatura, pero que no tiene aún una implantación territorial efectiva.
La elección de Macron no es fruto del entusiasmo, sino de la resignación ante el mal menor. Su porcentaje en la primera vuelta fue del 24,01%, muy lejos del 28,63 que obtuvo Hollande en 2012, o del 31,18 de Nicolas Sarkozy en 2007. En la segunda vuelta, la abstención ha sido del 25,3% -la más alta desde 1969-, y los votos en blanco y nulos han alcanzado el 12% -el doble que en 2012-, mostrando una buena cantidad de franceses descontentos con las dos opciones que se les ofrecían. El porcentaje de su voto en la segunda vuelta se ha incrementado en 42 puntos y 12 millones de votos, hasta la respetable cifra de 20,6 millones, pero en buena parte se debe al rechazo que suscita Marine Le Pen.
Si comparamos esta elección con la más parecida, la de 2002, el voto a Jacques Chirac -que se enfrentaba en la segunda vuelta a Jean-Marie Le Pen (padre de Marine)- aumentó en la segunda vuelta más de 62 puntos, hasta el 82,2% y 25,5millones de votos. Por su parte, Marine Le Pen ha sumado en la segunda vuelta casi 13 puntos y tres millones de votos más, que la han acercado a los 11 millones, duplicando prácticamente los resultados obtenidos en 2012 por su padre, que tuvo sólo 700.000 votos más (0,8%) en la segunda vuelta que en la primera.
El presidente electo presenta un programa liberal en lo económico y progresista en lo social, que supone una continuidad con las políticas de Hollande y de Manuel Valls. Se hace cargo de un país en el que el Estado tiene aún un peso enorme, y que sale de la crisis herido social y económicamente, con una desigualdad creciente, una precariedad laboral en aumento, una tasa de paro superior al 10%, y con un crecimiento del Producto Interior Bruto insuficiente (1,2 % en 2016 y bajando) para corregirlo.
Las recetas que propone Macron: bajadas de impuestos a las empresas y a los rendimientos del capital, recorte del gasto público, mayor flexibilización del mercado de trabajo, no parece que vayan a mejorar la situación actual, de la cual él mismo es en parte responsable pues fue entre 2012 y 2014 el principal asesor económico de Hollande, y entre 2014 y 2016 su ministro de Economía.
Negocios bancarios
No es probable tampoco que tenga mucho interés en la regulación de los negocios bancarios y los mercados financieros o de los instrumentos especulativos, cuya actitud voraz y sin trabas llevaron a la gran recesión que aun sufrimos. Más bien al contrario: el mundo de las finanzas –y no solo el francés- está más feliz hoy que ayer.
Esta elección se planteaba entre la idea globalizadora, abierta, desregulatoria, teóricamente modernizadora de un Estado sobredimensionado, a la que se apuntan los más favorecidos por la globalización y en general capas sociales de mayor nivel económico o cultural, frente a los perjudicados por la competencia abierta y las deslocalizaciones industriales, obreros o campesinos que no saben cómo adaptarse a ese mundo feroz e insolidario, temerosos de perder su identidad y sus referencias, y que demandan protección.
Le Pen ha sabido hacer evolucionar el partido de extrema derecha que heredó de su padre hacia un populismo que se presenta como defensor de los débiles y esa es la clave de su relativo éxito. El PS no ha sabido o podido ofrecer una alternativa real al aumento de la desigualdad y al deterioro del estado de bienestar, y sufre las consecuencias, igual que las sufrieron los partidos socialdemócratas en Grecia, Irlanda, Holanda, y por la misma razón. Las opciones que han llegado a la segunda vuelta eran neoliberalismo o neofascismo. Ha ganado el primero, pero los desheredados perdían con cualquiera de los dos.
Buena noticia para Europa
La elección de Macron supone, en principio, una buena noticia para la Unión Europea (UE) ya que era el más europeísta de todos los candidatos, y sobre todo porque la elección de Le Pen hubiera sido letal para el proyecto comunitario. No obstante, nunca ha definido un proyecto europeo diferente al que existe actualmente, incapaz de reducir las desigualdades entre Estados miembros y dentro de ellos y origen de la creciente desafección de amplias capas de población.
Su presidencia solo aportará valor en el ámbito europeo en la medida que sea capaz de equilibrar el enorme peso de Alemania liderando a los países del sur, y logre cambiar la política de sólo austeridad por otra que priorice el crecimiento y la protección social de los ciudadanos, desmintiendo a los que le acusan de seguir acríticamente las políticas de Angela Merkel.
El interés político se dirige ahora en Francia hacia las elecciones legislativas que tendrán lugar, a doble vuelta, el 11 y el 18 de junio, porque ellas son las que van a marcar realmente el futuro político del país. La gran pregunta es si el presidente electo conseguirá sacar casi de la nada una mayoría presidencial, o si tendrá que aceptar una cohabitación con un Gobierno de otro signo, como ya sucedió en 1986, 1993 y 1997, aunque nunca desde que se redujo el mandato presidencial a 5 años y se hizo coincidir las elecciones presidencial y legislativa con un mes de diferencia.
Macron tendrá que encontrar rápidamente candidatos para las 577 circunscripciones electorales, con gente de EM y de MoDem, además de los que puedan sumarse procedentes de LR o del PS, pero será extraordinariamente difícil que consiga mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. En la primera vuelta los ciudadanos pueden elegir de nuevo entre todas las opciones. Los Republicanos no están muertos ni mucho menos y podrían ganarla.
Juego de alianzas
Ni siquiera se puede despreciar al PS, que podría sufrir una debacle como la de 1993 (bajaron de 260 escaños a 53), pero que tiene actualmente 280 escaños y muy buenos candidatos. Lo determinante será el juego de alianzas para la segunda vuelta, que está menos claro que nunca. ¿Hacia quién se inclinarían los socialistas en una circunscripción en la que se enfrentaran, en segunda vuelta, un candidato de EM y otro de FI? ¿Y los seguidores de Macron si los que pasan son el candidato de LR y el del PS?
Si no hay acuerdos claros, que es lo más probable, al final el FN podría conseguir 40 o 50 diputados y FI aún más sobre las cenizas del PS, con lo que se formaría una Asamblea Nacional muy fragmentada en la que sería difícil formar alianzas estables. La presidencia de Macron sería entonces bastante débil.
El aspecto más positivo de la elección presidencial francesa para todos los europeos es que la extrema derecha, que tanto ha prosperado al hilo de la crisis económica, sufre su tercera derrota relevante en Europa, tras la elección presidencial en Austria (diciembre 2016) y las generales en Holanda (marzo 2017). No obstante, la amenaza no ha desaparecido. Le Pen casi ha duplicado sus apoyos.
Si se imponen las políticas neoliberales, y la desigualdad y la precariedad continúan aumentando, si los grandes poderes financieros siguen escapando al control democrático, si en la Unión Europea se mantienen las políticas antisociales de austeridad sin límite y la insolidaridad entre Estados Miembros, si no se establecen mecanismos para regular la globalización, y –sobre todo– si los partidos de la izquierda democrática no son capaces de liderar las transformaciones del sistema que la población más desfavorecida demanda, el apoyo a estos partidos extremistas seguirá creciendo como lo ha hecho en los últimos años, y podría ser que en la próxima elección presidencial francesa, o en otras en diferentes países, nos encontremos con resultados muy distintos y extraordinariamente dañinos para la convivencia y la paz.
(*) José Enrique de Ayala es miembro del Consejo Asesor de Asuntos Europeos de la Fundación Alternativas
Hay 0 Comentarios