Alternativas

Sobre el blog

Crisis de la política, la economía, la sociedad y la cultura. Hacen falta alternativas de progreso para superarla. Desde el encuentro y la reflexión en España y en Europa. Para interpretar la realidad y transformarla. Ese es el objetivo de la Fundación Alternativas, desde su independencia, y de este blog que nace en su XV Aniversario.

Sobre los autores

Nicolás SartoriusNicolás Sartorius. Vicepresidente Ejecutivo de la Fundación Alternativas (FA), abogado y periodista, ha sido diputado al Congreso.

Carlos CarneroCarlos Carnero. Director Gerente de FA, ha sido Embajador de España en Misión Especial para Proyectos en el Marco de la Integración Europea y eurodiputado.

Vicente PalacioVicente Palacio. Director del Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas, Doctor en Filosofía, Visiting Fellow y Visiting Researcher en Harvard.

Sandra LeónSandra León. Profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de York (Reino Unido) y responsable de la colección Zoom Político de la Fundación Alternativas.

Carlos MaravallCarlos Maravall. Doctor en Macroeconomía y Finanzas Internacionales por la Universidad de Nueva York. Ha trabajado como asesor en Presidencia del Gobierno en temas financieros.

Erika RodriguezErika Rodriguez Pinzón. Doctora en relaciones internacionales por la Universidad Autónoma de Madrid y coordinadora de América Latina en la Fundación Alternativas.

Ana Belén SánchezAna Belén Sánchez, coordinadora de Sostenibilidad y Medio Ambiente de la Fundación Alternativas.

Jose Luis EscarioJose Luis Escario. Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y Master de Derecho Internacional y Comunitario por la Universidad de Lovaina. Coordinador del Área Unión Europea de FA.

Kattya CascanteKattya Cascante coordina el área de Cooperación al Desarrollo del Observatorio de Política Exterior de la Fundación.

Enrique BustamanteEnrique Bustamante. Catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad en la UCM. Es un experto de la economía y sociología de la televisión y de las industrias culturales en España.

Alfons MartinellAlfons Martinell. Director de la Cátedra Unesco en la Universidad de Girona y profesor titular en esa misma institución. Codirige el Laboratorio Iberoamericano de Investigación e Innovación en Cultura y Desarrollo.

Carles ManeraCarles Manera. Catedrático de Historia e Instituciones Económicas en la Universitat de les Illes Balears. Es Premio Catalunya de Economía (Societat Catalana d’Economia, 2003).

Stuart MedinaStuart Medina Miltimore. Economista y MBA por la Darden School de la Universidad de Virginia. Es presidente de la Red MMT y fundador de la consultora MetasBio.

Luis Fernando MedinaLuis Fernando Medina. Profesor de ciencia política en la Universidad Carlos III de Madrid. Es autor de 'A Unified Theory of Collective Action and Social Change' (University of Michigan Press) y de "El Fénix Rojo" (Editorial Catarata).

José María Pérez MedinaJosé María Pérez Medina. Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología y en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Funcionario del Estado. Ha sido Asesor en el Gabinete del Presidente del Gobierno entre 2008 y 2011.

José Antonio NogueraJosé Antonio Noguera. Profesor Titular de Sociología en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y director del grupo de investigación GSADI (Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional).

Antonio QueroAntonio Quero. Experto en instrumentos financieros de la Comisión Europea y coordinador de Factoría Democrática. Es autor de "La reforma progresista del sistema financiero" (Ed. Catarata).

Paloma Román MarugánPaloma Román Marugán. Profesora de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid. Autora y coordinadora de distintos libros, artículos en revistas especializadas, artículos divulgativos y artículos de prensa.

Jesús Prieto de PedroJesús Prieto de Pedro. Doctor en Derecho, Catedrático de Derecho Administrativo en la UNED y titular de la Cátedra Andrés Bello de Derechos Culturales.

Santiago Díaz de Sarralde MiguezSantiago Díaz de Sarralde Miguez. Profesor de la URJC y coordinador de Economía en OPEX de la Fundación Alternativas.

Javier ReyJavier Rey. Doctor en Medicina y Cirugía, especialista en Cardiología. Secretario de la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida.

La diversidad es la riqueza del cine europeo

Por: | 31 de mayo de 2017

ESTELA ARTACHO (*)

 

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El director sueco Ruben Östlund, tras recoger la Palma de Oro del Festival de Cannes. AFP

 

El desarrollo tecnológico ha facilitado una globalización que, en el sector cultural, se traduce en la posibilidad de un acceso mucho más rápido y fácil a contenidos culturales en diferentes regiones del mundo.

En este contexto, el reto de conseguir un mercado único digital para la Unión Europea puede tener sentido, pero ha de hacerse bien, desde la colaboración, y midiendo el impacto y las consecuencias que pueden acarrear para los distintos sectores afectados.

El sector cultural europeo es especialmente frágil. Cada obra audiovisual es única, tiene su propio modelo en cuanto a financiación, producción, comercialización y distribución al público, que varía en función del territorio; de los gustos y costumbres, y del marco regulatorio de cada país. La posibilidad de controlar la explotación del contenido audiovisual en varios territorios es una característica del modelo de negocio audiovisual en todo el mundo. Las licencias territoriales son fundamentales para la inversión sostenible en el sector, y gracias a ellas se llegan a acuerdos de coproducción, sin los que muchas de las películas europeas no habrían podido realizarse.

Además, es un negocio de altísimo riesgo: hasta que la obra no se estrena, no se sabe cómo va a funcionar, ni si se va a recuperar la alta inversión que requiere. Hay que hacerle un traje a medida a cada película o serie, en función del mercado al que se ofrece.

Forzar cada obra a ser comercializada y lanzada de la misma manera y al mismo tiempo, en el mercado europeo, con 28 Estados con 24 idiomas oficiales diferentes y muchos más, es una receta para el fracaso.

Así lo entiende el audiovisual europeo en su conjunto, y así han concluido estudios económicos independientes (como el de las consultoras Oxera y O&O, presentado en el 69 Festival de Cannes).

Sin embargo, a pesar de estas advertencias, la Unión Europea sigue adelante con algunas iniciativas que menoscaban la territorialidad y la libertad contractual, y es por ello que en el reciente 70 festival de cine de Cannes, los realizadores de cine, entre ellos grandes nombres españoles, así como los directores de las agencias de cine de 31 países europeos (EFADs), han hecho sendas declaraciones públicas manifestando su preocupación por estas propuestas.

Esperamos que, desde la colaboración, la Comisión escuche al sector y corrija algunas de sus iniciativas, como hemos hecho con la del Reglamento de Portabilidad, gracias al cual, los europeos podremos acceder a nuestros contenidos digitales cuando viajemos por Europa, por turismo, negocios o educación.

Al final, todos compartimos un mismo deseo: que el público europeo pueda seguir disfrutando del variado contenido que le gusta, y los creadores puedan seguir ofreciendo y prosperando con el contenido de alta calidad que se produce en Europa. Esta es la mejor manera de mantener la increíble variedad de creaciones artísticas y la diversidad de películas y series europeas en las culturas de todo el mundo.

 

(*) Estela Artacho es presidenta y directora general de FEDICINE

Felipe González y el rumbo de Europa

Por: | 29 de mayo de 2017

DANIEL LEGUINA (*)

 

1469988725_481172_1469988832_noticia_normalEl ex presidente del Gobierno Felipe González. / ULY MARTÍN

 

Austria, Holanda y, sobre todo, Francia. Tres momentos cruciales en los que Europa contuvo la respiración con el aliento del populismo en el cogote. Ahora parece que las aguas bajan más calmadas tras la victoria de Macron, pero todavía falta el premio gordo: Alemania, donde en las elecciones de septiembre se juega la estabilidad del continente.

2016 ha sido el ‘annus horribilis’ para la UE con el Brexit, la llegada de Trump a la Casa Blanca y el no de Italia, y el examen que tiene Merkel por delante no es baladí, con la amenaza de los populistas de Alternativa para Alemania, liderados por Frauke Petry, las críticas que aún retumban a su gestión por la crisis de los refugiados, y los líos internos en su propio partido (CDU).  

Algunos europeístas han visto en Macron poco menos que al mesías, pero ya lo advirtió Felipe González recientemente en el acto ‘Brexit pero no Frexit’: ¿Adónde va Europa? -organizado por la Fundación Alternativas y El País-, cuando afirmó que el nuevo mandatario francés no va a mover un dedo hasta los comicios alemanes. Esta es la realidad, le pese a quien le pese, de la Europa actual: Alemania manda y los demás bailan al son de su música.

En principio, la pugna por la Cancillería estará entre Merkel y Martin Schulz -bipartidismo histórico de democristianos y socialdemócratas-, aunque este escenario es acogido con cautela por los expertos ya que el atentado de Berlín en diciembre provocó una subida en las encuestas de los radicales, y la posibilidad de nuevos ataques es muy real. En este caso, el discurso de Petry basado en la islamofobia y en las críticas a la política de acogida de Merkel volvería a sonar con fuerza y podría restar votos a los europeístas.

Por otro lado, los británicos se caen del tablero europeo, algo que según González es un error. Sin embargo, el ex presidente destacó a su favor la “solidez de su aparato institucional y su unidad de criterio”, mientras que en los 27 esa unidad brilla por su ausencia. La disparidad de criterios y falta de sintonía entre los Estados miembro ha sido sin duda uno de los motivos de la desafección ciudadana hacia las instituciones europeas; la crisis hizo el resto y entonces llegaron los Farage, Wilders, Le Pen o Hofer a intentar sacar réditos del desaguisado.  

Vías de cohesión

Con este panorama, está por ver si la UE es lo suficientemente inteligente para buscar las vías de cohesión necesarias para volver a enganchar a la ciudadanía: seguir cada uno por su lado está claro que ha sido un desastre y el mejor antídoto contra la desafección es remar todos en la misma dirección.

Macron ha salvado los muebles por ahora -una victoria de Le Pen hubiera dejado herida de muerte a la UE-, pero González fue claro al respecto: “Me preocupa que fracase, porque en ese caso la polarización a los extremos será imparable”. Evitar esa polarización pasa en primera instancia por que Petry no saque un buen resultado en septiembre, ya que de lo contrario volvería a dar alas al populismo europeo, algo que Trump y Putin desean fervientemente.

“El Brexit va a ser delicado para todos”, dijo González, pero lo más importante en estos momentos es que el resultado de los comicios alemanes sea de un europeísmo contundente, para que no haya más dudas sobre el rumbo de unidad y colaboración que Europa debe tomar, mientras los británicos se bajan de un tren que nunca debieron abandonar.  

 

(*) Daniel Leguina es responsable de Comunicación de la Fundación Alternativas

El negocio artístico de las 'criptomonedas'

Por: | 24 de mayo de 2017

STUART MEDINA MILTIMORE (*)

 

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La semana pasada numerosas empresas de países occidentales sufrieron el ataque de hackers que pidieron un rescate en Bitcoins para liberar los servidores que habían secuestrado. Seguramente veremos cada vez más episodios como este, por lo que conviene entender para qué sirven las ‘criptomonedas’.

¿Qué son las ‘criptomonedas’? Cualquier sistema monetario —ya sea el euro, el dólar o el del Bitcoin— es una especie de cuenta de mayor en la que queda registrada una posición acreedora y una deudora. Un billete físico de banco es una cuenta en la cual se registra el nombre del deudor (el banco central) con la particularidad de que (a diferencia de lo que ocurre con el dinero digital) el acreedor, el tenedor de este título, permanece en el anonimato.

Una ‘criptomoneda’ descentralizada, es decir, al margen de toda autoridad central, es un sistema distribuido donde un algoritmo permite crear los registros contables a una tasa predefinida no determinada por una autoridad central. La comunidad de informáticos genera la moneda de forma colectiva.

La seguridad y la integridad de estos registros que constituyen el balance de la ‘criptomoneda’ se basan en la desconfianza mutua entre los participantes en el sistema. Estos son conocidos como ‘mineros’ que realizan tareas de validación y fechado de las transacciones que quedan registradas en lo que se conoce como ‘cadena de bloques’. Estas validaciones se van a añadiendo a la cuenta de mayor de la moneda y requieren que una mayoría de los participantes muestren su acuerdo.

Cuando alguien confirma un bloque, éste se añade a la cadena y se comunica a todos los demás participantes. Una vez que la transacción ha sido certificada por consenso queda inscrita en el registro de forma inmutable y permanente. La forma de asegurar de que los ‘mineros’ trabajan en interés de la comunidad es que tengan un incentivo financiero recibiendo unidades de la ‘criptomoneda’ cada vez que comprueban un bloque de la cadena.

La más conocida de las ‘criptomonedas’ es el Bitcoin, la autoría de cuyo algoritmo es un tanto misteriosa y disputada, pero existen varias decenas de imitadoras. La capitalización actual en el mercado de ‘criptomonedas’ es de unos nada desdeñables 52 mil millones de dólares. El sistema de verificación está basado en ‘cadenas de bloques’ cuyo procesamiento requiere un masivo poder de computación con su correspondiente coste energético.

La naturaleza distribuida de la información implica que todas las transacciones pueden ser examinadas por todos los participantes, lo cual plantea dudas acerca de la garantía de privacidad y anonimato que alegan los defensores del Bitcoin. La producción está limitada a un máximo de 21 millones de unidades. Debido a su altísima cotización, los ‘mineros’ obtienen fracciones de Bitcoin cada vez menores por su trabajo. Al acercarse el momento en que no se emitirán más unidades nadie tendrá un incentivo de seguir haciendo tareas de minería y en ese momento supongo que esa actividad se abandonará completamente.

Crédito fiscal

La tradición ‘chartalista’ describe la moneda como una institución social originada desde el Estado. En esencia la moneda es un crédito fiscal entregado por el Estado a cambio de los recursos reales que obtiene del sector privado. Los agentes aceptan la moneda del Estado porque previamente éste obliga a los ciudadanos a pagar impuestos con ella.

Hyman Minsky decía que el problema no es crear una moneda —cualquiera puede hacerlo—, sino que te la acepten. Existen monedas privadas y un ejemplo es el dinero bancario. Éste es universalmente aceptado porque el Estado respalda sus emisiones y porque los bancos siempre estarán dispuestos a redimir su deuda entregando dinero del Estado por su valor nominal. Las ‘criptomonedas’ no disfrutan de estos privilegios. Pocos comerciantes aceptan en pago Bitcoins y ciertamente no se pueden utilizar para pagar impuestos.

El valor del dinero queda determinado por las decisiones de gasto del Estado. El Estado disfruta una posición de monopolio en la creación de la moneda y, como todo monopolista, puede decidir su precio. Lo hace decidiendo qué deben entregar a cambio los ciudadanos para conseguir una unidad monetaria. Es el acto de gastar el que define el valor de la moneda mientras que los impuestos generan la demanda por ella.

En cambio, nadie está obligado a pagar impuestos en Bitcoins u otras ‘criptomonedas’ ni existe ningún deudor que respalde estas emisiones. Lo cierto es que no existe ningún sostén para el valor de las ‘criptomonedas’. Siendo honestos, su justiprecio es exactamente cero. Sin embargo, el siguiente gráfico muestra cómo la cotización del Bitcoin ha ido subiendo exponencialmente.

 

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La otra característica de los precios de las ‘criptomonedas’ es que experimentan variaciones muy bruscas de un día para otro. El siguiente gráfico muestra cómo han variado diariamente en porcentaje los precios de algunas de ellas durante el mes de mayo. Bitcoin, la más líquida, presenta menos volatilidad, pero en mayo ha experimentado caídas de hasta un 7% en una sola jornada.

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Esta volatilidad en los precios y la apreciación exponencial sugieren que las ‘criptomonedas’ serían de dudosa utilidad como dinero. Como herramienta para conservar el ahorro tienen un elevado riesgo. Su uso como medio de pago está limitado a muy pocas transacciones y es mejor convertirlas a dinero real si se quiere comprar algo. Si una economía funcionara con Bitcoins la limitación al crecimiento de su oferta la llevaría a la deflación.

El comportamiento de las cotizaciones de las ‘criptomonedas’ se asemeja al de determinados activos de oferta inelástica como algunas obras de arte o el oro. En 1961 el artista italiano Piero Manzoni produjo una obra conocida como Merda d’Artista, una serie de latas numeradas que contenían heces del autor. En la subasta más reciente una de estas latas alcanzó una cotización superior a los 275.000 euros.

Nos queda la duda de saber qué ocurrirá con el precio de los Bitcoins en dos o tres años. ¿Seguirá apreciándose como la obra de Manzoni o se acabará deshinchando como un globo? Mi apuesta es que tarde o temprano, cuando el modelo haya agotado su vida útil, algunos de los inversores con posiciones fuertes se desembarazarán de ellas convirtiéndolas en dinero real, tumbando el mercado de paso y dejando a algún inocente con su monedero electrónico repleto de monedas virtuales sin valor.

La locura de las ‘criptomonedas’ recuerda demasiado a la de los tulipanes en la Holanda del siglo XVII. El nombre ‘criptomoneda’ es pues un tanto engañoso. Sería más útil llamarlas ‘criptoactivos’, ‘criptotesoros’ e incluso ‘criptofraudes’ en algunos casos.

Control estatal

Las redes sociales están llenas de entusiastas de las ‘criptomonedas’ atraídos por el anonimato que supuestamente permiten y por estar al margen del control estatal. Pero el episodio de hackeo de la semana pasada sugiere un escenario distópico con ‘ciberestados’ pirata con la capacidad de extraer tributos de empresas en ‘criptomonedas’. Quizás los entusiastas de la utopía ‘criptomonetaría’ deberían dejar de hacerse ilusiones libertarias. Pueden ser los tontos útiles sobre los que se construye un estado criminal.

Quien escribe estas líneas es partidario del Estado nacional dotado de plena soberanía, una de cuyas manifestaciones es la moneda fiduciaria. Los grandes logros democráticos, los avances en los derechos sociales o la creación de un cuerpo de derecho son victorias de una institución que es hija de la ilustración y de las grandes revoluciones emancipadoras: el Estado de Derecho democrático y social.

En mi opinión, actualmente los Estados necesitan más que nunca utilizar el poder que les otorgan los sistemas monetarios para afrontar los graves problemas que acucian a nuestras sociedades: el desempleo, la amenaza del cambio climático, los retos migratorios… Todos estos retos deben ser abordados por instituciones democráticas sometidas a controles y a procesos de deliberación. Las ‘criptomonedas’ sólo pretenden socavar este poder entregándoselo a especuladores, delincuentes, mafiosos y narcotraficantes.

 

(*) Stuart Medina Miltimore es presidente de la Red MMT y fundador de la consultora MetasBio.

Los ODS no incorporaron la cultura

Por: | 18 de mayo de 2017

ALFONS MARTINELL (*)

 

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Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la agenda 2030 no incorporaron un objetivo específico para la cultura, a pesar de las diferentes propuestas a favor de su inclusión. La Resolución de las Naciones Unidas “Transformar nuestro mundo: La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible” no contempló en 2015 la cultura en sus objetivos y lo hizo tímidamente en algunas de sus metas. Es difícil entender que una finalidad tan amplia, transformar nuestro marco de vida y convivencia a nivel internacional, no tenga en consideración las aportaciones de la cultura o las culturas que están incidiendo enormemente en nuestras realidades globales;  a pesar de que la iniciativa “El futuro que queremos incluye a la cultura” movilizó a numerosas organizaciones de la sociedad civil y miles de personas y expertos de más de 120 países, consiguiendo un movimiento global en el campo de la cultura sin precedentes, ya que nunca se había movilizado con tanto entusiasmo y capacidad de convocatoria.

Podemos lamentarnos o analizar críticamente las preocupantes razones de esta ausencia, pero una vez decididos lo más importante es analizar todas las posibilidades para conseguir los mejores resultados en estos objetivos de la comunidad internacional.

El objetivo 17 de los ODS establece la importancia de crear alianzas para lograr sus objetivos y en esta línea es básico movilizar todos los recursos disponibles para conseguir estos fines en el campo de la cooperación al desarrollo a nivel internacional. Por esta razón es fundamental que los diferentes ámbitos del sector cultural se incorporen activamente a luchar por estos ODS, aportando su particular perspectiva al desarrollo y la lucha contra la pobreza.

Recientemente la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo celebró los diez años de la Estrategia sectorial de Cultura y Desarrollo (2007-2017) con un seminario y una exposición en su sede, manifestando su interés de seguir en esta línea que tanto le ha caracterizado.  Quizás ahora sea el momento de convocar a la cultura para los ODS con la intención de trabajar conjuntamente con otros sectores en estas finalidades que nos unen. Una movilización de los agentes culturales que pretenden cooperar conjuntamente en la transformación de nuestro mundo y superar ciertas posiciones clásicas que sitúan la cultura fuera de este campo.

En diferentes foros se ha considerado la necesidad de promover una Alianza de la Cultura para los ODS como un espacio de movilización y de contribución que integre la acción y experiencia existentes, asumiendo más responsabilidades en esta aspiración común. En este sentido proponemos que en las estrategias locales, autonómicas y estatales se tenga en cuenta la contribución de la cultura.

 

(*) Alfons Martinell es director honorífico de la Cátedra UNESCO de la Universidad de Girona

CETA: Luces y sombras del comercio mundial

Por: | 16 de mayo de 2017

JUAN ANTONIO PAVÓN (*)

 

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Ante la imposibilidad del cerrar el TTIP en la era Trump, se ha decidido lanzar el plan B para la globalización en el siglo 21. CETA (Comprehensive Economic and Trade Agreement) es un acuerdo internacional entre Canadá y la UE; quienes ostentan el monopolio de la política comercial en sus respectivos territorios, y tienen competencias exclusivas en la materia para negociar este tipo de medidas.

Este acuerdo, como el TTIP aunque menos ambicioso, pretende eliminar el 98% de los impuestos sobre los bienes y servicios importados de una de estas regiones a la otra. Además, CETA es de nueva generación, yendo más allá de la reducción de aranceles e innova a través de la eliminación de ‘obstáculos técnicos’ para relanzar el comercio, y así la economía y el empleo.

Estos obstáculos son normas consideradas innecesarias por los negociadores, que obstaculizan el comercio y afectan al desarrollo de soluciones a retos globales, particularmente en el campo ambiental y social. Uno de los mecanismos que más oposición está levantando será el reconocimiento mutuo de la certificación. Es decir, hacer valer los estándares propios para poder comerciar productos y servicios (algunos públicos) en territorio ajeno.

Las denominaciones de origen como ejemplo práctico

CETA sólo contempla protección excepcional para 140 denominaciones de origen europeas en el mercado canadiense, de las casi 300 existentes. Esto haría que el resto de productos no protegidos pudiera producirse en Canadá sin los estándares de calidad europeos, por lo general más altos. Esto daría lugar a una concentración de la agroindustria en Canadá, que obligaría a otra concentración de la agroindustria en la UE, con grandes desventajas para las cooperativas, productores, ganaderos y consumidores.

Indudablemente, empeoraría la distribución y redistribución de beneficios, dando lugar a dos nuevas realidades que afectarían sobre todo al medio rural en Europa: 1) Una carrera hacia abajo en la eliminación de ‘obstáculos’ en favor de la competitividad. 2) Jamón de Saskatchewan, Jerez de Winnipeg, o Pimientos de Vancouver, entre las posibilidades.

Esto es lo que sucedería, por norma general, con el reconocimiento mutuo. Además, CETA crearía una corte paralela a las diferentes jurisdicciones europeas en la que, profesionales ‘independientes’, resolverían las demandas que los inversores podrían poner de manera exclusiva si las autoridades de turno actuaran en legítima defensa de los derechos sociales, ambientales o económicos de sus ciudadanos. Esto se llamaría ICS (Invertors Court Settlement). El ICS no permitiría a ciudadanos, regiones ni a agentes sociales presentar reclamaciones cuando una empresa viole cualquiera de las normas ambientales, de trabajo, de salud, o de seguridad en vigor.

Otras características del CETA que generan dudas

Exceso de normas jurídicas: aunque el acuerdo se justifica por la eliminación de normas innecesarias, el acuerdo establece multitud de normas (1600 paginas entre texto central y anexos) en defensa del comercio, las inversiones y los derechos de las compañías transnacionales.

Servicios públicos: la apertura, de más servicios públicos a capitales privados, limitaría la capacidad de los gobiernos para gestionar estos servicios, haciendo de la liberalización de los servicios la norma y la regulación del interés público la excepción, favoreciendo la acción de lobbies en el diseño de políticas públicas.

Empleo: basándonos en la experiencia de otros acuerdos comerciales, y en la propia opinión del Parlamento Europeo, como el propio Mercado Único Europeo, la deslocalización producida por CETA provocaría una destrucción de empleos que obstaculizaría el crecimiento previsto y favoreciendo la concentración del beneficio, generando más desigualdad con el CETA que sin él.

Protección Ambiental: el acuerdo UE-Canadá tendrá repercusiones medio-ambientales reconocidas por las partes. Un mayor grado de intensificación y uso de químicos, o el aumento de la producción agrícola o de carne de vacuno, que conduciría a un mayor tamaño del rebaño y en consecuencia de la producción de metano descontrolado.

Lobby y puertas giratorias: las empresas mineras canadienses, las primeras del mundo, han sido muy activas en su trabajo de lobby. Petroleras canadienses y europeas, Repsol entre ellas, han presionado para diluir la Directiva sobre calidad de los combustibles, prevista en un inicio para garantizar la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, en función de los objetivos de lucha contra el cambio climático.

Los nombres de Viviane Reding, Karel de Gutch o del expresidente Durao Barroso se asocian a las empresas líderes de los sectores que saldrán beneficiados por el acuerdo: Goldman Sachs (Barroso), CVC y Merit Capital (de Gutch) o la minera Nyrstar (Reading); o el caso del actualmente funcionario de la Comisión Europea, Eoin O'Malley, quien antes fue consejero senior de BussinessEurope, la principal patronal europea, donde se encuentran, entre otras la española CEOE.

 Gran atractivo para las empresas

En definitiva, si bien es cierto que el acuerdo representa un gran atractivo para las empresas de ambos lados del Atlántico y la Unión Europea vería reforzada su imagen en el exterior (cuando los EEUU de Trump no pasan por su mejor momento en cuanto a imagen exterior), llama la atención la precisión y la claridad conceptual con la que CETA protege a las grandes compañías transnacionales mientras se hace el despistado con las garantías en defensa de los servicios públicos, los derechos ambientales o sociales.

CETA se convierte en una lista, de varios miles de páginas, de lo que los gobiernos y los parlamentos ya no podrán hacer, cerrando el círculo del cambio de modelo económico europeo y mundial.

Para contrarrestar esta falta de nobleza que se le intuye, se debería revisar o eliminar el capítulo de protección de la inversión y de resolución de conflictos inversor-estado, que ataca directamente al interés público legítimo. Por otro lado, CETA debería incluir un lenguaje claro para proteger y promover políticas sostenibles a todos los niveles, priorizando frente a los excesos empresariales.

Como nota positiva, al tocar materias en las que la UE no tiene competencias exclusivas, CETA requerirá la ratificación en todos los Estados miembros de la UE, el acuerdo seguirá requiriendo votos en los parlamentos nacionales antes de entrar en pleno efecto, y podrá dar lugar a una amplia reforma o bloquearlo de manera permanente.

Juan Antonio Pavón es colaborador de la Fundación Alternativas y fundador de Euronautas.com

El ciudadano espectador

Por: | 12 de mayo de 2017

PALOMA ROMÁN MARUGÁN (*)

 

IgIgnacio González sale hacia la Audiencia Nacional de la comandancia de la Guardia Civil. / S. B.

 

La situación política española es un ejemplo de situación extrema; las noticias que cada día se nos inoculan con respecto a la corrupción de quienes nos han gobernado, van fraguando un escenario dantesco de lo que ha sido nuestro inmediato pasado. La vida democrática nos proporciona, gracias a la libertad de expresión y de prensa, la condición de sabedores (siempre tarde, desde luego) de la ingrata situación en que hemos (¿y seguimos?) estado los ciudadanos de este país. Y luego nos asombramos, y nos quejamos de la desafección entre los que mandan y los que obedecen en España.

La gravedad de estos hechos, que sin duda alguna, en cualquiera otra democracia de nuestro entorno habría sido insoportable, y por tanto con unas consecuencias rápidas e higiénicas en torno a la exigencia de la responsabilidad política, aquí no se nota del mismo modo. En una primera aproximación al problema, pudiera pensarse que la sorpresa paraliza a unos (los que mandan) y a otros (los que obedecen), pero esta afirmación no pasaría un segundo de ser tildada de cínica, a la altura que nos encontramos.

Mucho se ha hablado, casi ya es un lugar común, de lo refractarios que son los políticos españoles a rendir cuentas políticamente, es decir a dimitir cuando es esta la máxima expresión de la responsabilidad (y no de la irresponsabilidad, como parece bullir en la mente de algunos); es un lastre pesadísimo de una cultura política autoritaria, aún muy presente en el país. Pero también llama la atención la pasividad de los que obedecen ante esta situación. Ya no se puede hablar de sorpresa, de haberse quedado desmarcado ante lo inesperado; no, ya no. Entonces, a qué responde esta segunda quietud, esta desmovilización ante tamaña circunstancia.

Cuando se comenta, generalmente aparece la idea de que la abundancia de casos de corrupción acaba por anestesiar al ciudadano-espectador; es como, se añade, cuando uno permanece impertérrito ante las escenas de violencia que los noticiarios nos evidencian todos los días; es decir que al final, quedamos inermes, incapaces de reaccionar y nos convertimos en ciudadanos pasivos, que por cierto es una de las condiciones más apetecibles para los poderosos.

A esta calificación hay que añadir, sin mucha discusión, que la rutina vertiginosa del día a día anula la capacidad de acometer aquellos actos que se desvían de los absolutamente necesarios para mantener nuestro ritmo de vida, y que casi ni nos queda un respiro para el puro ocio. También es cierto, lo podemos firmar casi todos. Pero esto no es de recibo, no sólo para la conciencia particular de cada uno de nosotros, ciudadanos, sino también al menos para la ciudadanía española colectivamente hablando. Y no lo es, porque la situación es insostenible, y porque de seguir así, con una pasividad pasmosa, tampoco se va a arreglar nada.

La varita mágica que modifique este escenario de inmovilidad no es fácil de encontrar, y sobre todo, si se pretende que sea de la noche a la mañana. La fórmula no es nueva, pero casi es la única, más educación. Hay que aprender a ser y a comportarse como ciudadanos, no se nace sabiendo. Somos ciudadanos informados, pero no necesariamente formados.

La política no es precisamente una actividad transparente, y que con una sola mirada se capten todos sus recovecos. Frente a otras actividades del género humano, y siendo la política tan importante para el mantenimiento del consenso, nos encontramos con que, o bien es un deporte que se contempla sólo desde la grada, gracias a una creciente ‘teatralización’, o conversión en espectáculo de la misma, o nos topamos con aquellos intereses (muy poderosos) que envuelven a la política que tienen como objetivo que ésta no se explique nunca con claridad.

El caso es que entre la intuición y el desdén se mueven todos los días, no las opiniones que todo el mundo puede albergar, sino las de otros que con el mismo fuste se elevan a categorías. Ya es difícil de entender la complejidad del mundo moderno, para que alguien pueda opinar de todo, y constantemente, pero esta dinámica no es extraña en el ámbito de lo político. Con el añadido sabido de que de política también sentencian aquellos que previamente han confesado que ellos no saben nada del asunto, pero…

Información y formación

Necesitamos informarnos, pero también formarnos; los intereses, las necesidades y las disponibilidades de tiempo no son las mismas, y no tienen porque serlo para cada uno de nosotros, pero habría que poner algo más de interés en esa formación. Y no estoy hablando de que cada ciudadano tenga que cursar un master en la materia, sino aplicarse con algo más de interés, y que también por parte de las administraciones públicas, de los partidos políticos, es decir dentro del ámbito de los protagonistas de la política, se vea que hay una preocupación por el tema, que figure aunque sea, en algún programa electoral, y desde luego, que no sea desde esas mismas instancias donde se tiren piedras sobre su propio tejado, porque luego las tejas vuelan y caen sobre nuestras cabezas.

Llama poderosamente la atención, por ejemplo, y aun sabedores de todo lo que suponía ese debate, las diatribas que se generaron en este país, por la famosa asignatura de Educación para la Ciudadanía en el curriculum de los alumnos no universitarios. Sin entrar en los contenidos de forma específica, el simple hecho de que una materia con ese título fuese puesta en la picota, resulta muy expresivo de lo que estamos tratando hoy.

En conclusión, necesitamos cultivar una virtud cívica que es nuestra tabla de salvación para regenerar debidamente la democracia española (los partidos hablan de ello pero, de momento, no están llegando muy lejos como se va viendo, tanto por parte de unos como de otros); esa virtud cívica no aparecerá por arte de magia desde la nada, ni siquiera crecerá tímidamente, porque las raíces no han agarrado en la tierra, es preciso el ánimo y el coraje ciudadano para que no nos sigamos sorprendiendo a nosotros mismos todos los días con esta dormidera.

(*) Paloma Román Marugán es profesora de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid

Macron, la esperanza europea

Por: | 10 de mayo de 2017

DOMENEC RUIZ DEVESA (*)

 

EmmanuMacron y Hollande, en el primer acto oficial del presidente electo. 

 

A fuerza de caer en el fetichismo de las efemérides, el 7 de mayo un candidato fervientemente europeísta fue elegido presidente de la República Francesa, derrotando con un 65 por ciento de los votos a la ultraderecha, el 8 de mayo se celebraba en este país el fin de la Segunda Guerra Mundial, y hoy día 9 del mismo mes se cumplen 67 años desde el lanzamiento del Plan Schuman para el establecimiento de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, como primer paso, no lo olvidemos, de una ‘federación para Europa’.

En efecto, un ‘hilo rojo’ une estas tres fechas, pues Marine Le Pen es la encarnación más perfecta de las fuerzas que en su día dieron lugar al cataclismo de la última guerra civil europea, es decir, el nacionalismo, la xenofobia, el cierre de fronteras, el esencialismo de las patrias, el miedo y desprecio al diferente (islamofobia) etc.

En cambio, Emmanuel Macron ha hecho bandera, incluso en sentido literal, al enarbolar la enseña de la Unión en su mitin de cierre de campaña de la primera vuelta, de justo lo contrario, a saber, apoyo incondicional al proyecto de integración, apertura al mundo, liberalismo progresista, inclusión de la diferencia, etc. Fue especialmente simbólico ver al presidente-electo caminar en solitario hacia el estrado para ofrecer su primer discurso en tal calidad en la noche del domingo, mientras sonaban los acordes de la novena sinfonía de Beethoven.

La victoria electoral del joven ex ministro de Economía supone un freno importante a la amenaza nacionalista en Europa, tras el fracaso de Wilders en Holanda, y mientras implosiona la nueva ultraderecha alemana por sus divisiones internas. Está fuera de toda duda que una presidencia de Le Pen en Francia hubiera puesto en cuestión la continuidad del proyecto comunitario.

Con todo, es cierto que Macron no debe su victoria solamente, quizás ni siquiera principalmente, a su europeísmo sin complejos. Su atractivo personal y su apuesta reformista en un país donde los bloqueos políticos son corrientes han sido indudablemente factores de peso en su éxito electoral, junto con el escándalo de la esposa de François Fillon, el candidato conservador.

Pero el hecho de derrotar precisamente a la fuerza más anti-europea del espectro político francés haciendo gala de su adhesión intelectual y emocional a la idea de Europa, lo que podría haber obviado en un país de tradición soberanista, demuestra que aunque ni la Comisión ni el Consejo se hayan caracterizado por un especial dinamismo frente, por ejemplo, a la cuestión de los refugiados y otros temas urgentes, la recuperación económica en la zona euro, y sobre todo el miedo a perder todo lo logrado por la Unión en casi siete décadas de integración, ha movilizado a una parte de la ciudadanía en favor de este candidato, y en general de la construcción europea (véase la gran manifestación del 25 de marzo de 2017 en Roma convocada por la Unión de los Federalistas Europeos, o las concentraciones dominicales de ‘Pulso de Europa’).

Estado de la economía

También en Holanda los electores premiaron a aquellos partidos que se declararon abiertamente europeístas, como los liberales de izquierda o los verdes. Por contra, los socialistas de este país, siempre temerosos de aparecer como demasiado ‘federalistas’ cayeron a la séptima posición, a pesar de que su ministro de Finanzas debiera haber capitalizado el buen estado de la economía.

Como era de esperar, las instituciones europeas han celebrado la elección de Macron como presidente de Francia, quien se sentará en el Consejo Europeo y donde podrá tratar de desarrollar su ambiciosa agenda en materia de reforma del Pacto de Estabilidad, inversiones comunitarias e incluso la mutualización de una parte de la deuda pública, aun cuando no disponga de una mayoría clara en la Asamblea Nacional. Pero todo eso tendrá que esperar a las elecciones alemanas de septiembre, y su puesta en práctica será más complicado si continúa Angela Merkel en la cancillería, y si Macron no convence a su opinión pública de que no es posible hacer la unión económica y fiscal sin unión política.

 

(*) Domènec Ruiz Devesa es miembro del Consejo de Asuntos Europeos de la Fundación Alternativas y vocal del Buró Ejecutivo de la Unión de los Federalistas Europeos

Francia en marcha… ¿Hacia dónde?

Por: | 08 de mayo de 2017

JOSÉ ENRIQUE DE AYALA (*)

 

Em2Emmanuel Macron, presidente electo de Francia, saluda a sus seguidores.

 

Tal como anticipaban todas las encuestas, el liberal Emmanuel Macron será el octavo (y más joven) presidente de la V República Francesa, al haber ganado ampliamente (66,06% del voto válido), en la segunda vuelta, a la candidata del ultraderechista Frente Nacional (FN), Marine Le Pen (33,94%).

Macron, que hace tres años era prácticamente un desconocido para la mayoría de los franceses, llega a la presidencia gracias a su tenacidad y carisma, pero aupado también por la creciente fragmentación política y por una serie de circunstancias que le han favorecido y le han permitido disputar la segunda vuelta, en la que casi cualquier candidato habría ganado a Le Pen. En la derecha, la imputación de François Fillon en un asunto de nepotismo, que de no haber existido (o si Fillon hubiera cedido la candidatura de la derecha a Alain Juppé), hubiera llevado probablemente al candidato de Los Republicanos (LR) a la segunda vuelta.

En la izquierda, el hundimiento del Partido Socialista (PS), desunido y lastrado por el quinquenio de políticas liberales bajo la presidencia de François Hollande, y el ascenso –insuficiente– del candidato de la izquierda radical de Francia Insumisa (FI), Jean-Luc Melenchon, han dejado también mucho campo libre al candidato centrista, que ha contado con el estimable apoyo del Movimiento Demócrata (MoDem) de François Bayrou (9,13% en la primera vuelta de 2012), y con el movimiento En Marcha! (EM), que él mismo creó hace un año para respaldar su candidatura, pero que no tiene aún una implantación territorial efectiva.

La elección de Macron no es fruto del entusiasmo, sino de la resignación ante el mal menor. Su porcentaje en la primera vuelta fue del 24,01%, muy lejos del 28,63 que obtuvo Hollande en 2012, o del 31,18 de Nicolas Sarkozy en 2007. En la segunda vuelta, la abstención ha sido del 25,3% -la más alta desde 1969-, y los votos en blanco y nulos han alcanzado el 12% -el doble que en 2012-, mostrando una buena cantidad de franceses descontentos con las dos opciones que se les ofrecían. El porcentaje de su voto en la segunda vuelta se ha incrementado en 42 puntos y 12 millones de votos, hasta la respetable cifra de 20,6 millones, pero en buena parte se debe al rechazo que suscita Marine Le Pen.

Si comparamos esta elección con la más parecida, la de 2002, el voto a Jacques Chirac -que se enfrentaba en la segunda vuelta a Jean-Marie Le Pen (padre de Marine)- aumentó en la segunda vuelta más de 62 puntos, hasta el 82,2% y 25,5millones de votos. Por su parte, Marine Le Pen ha sumado en la segunda vuelta casi 13 puntos y tres millones de votos más, que la han acercado a los 11 millones, duplicando prácticamente los resultados obtenidos en 2012 por su padre, que tuvo sólo 700.000 votos más (0,8%) en la segunda vuelta que en la primera.

El presidente electo presenta un programa liberal en lo económico y progresista en lo social, que supone una continuidad con las políticas de Hollande y de Manuel Valls. Se hace cargo de  un país en el que el Estado tiene aún un peso enorme, y que sale de la crisis herido social y económicamente, con una desigualdad creciente, una precariedad laboral en aumento, una tasa de paro superior al 10%,  y con un crecimiento del Producto Interior Bruto insuficiente (1,2 % en 2016 y bajando) para corregirlo.

Las recetas que propone Macron: bajadas de impuestos a las empresas y a los rendimientos del capital, recorte del gasto público, mayor flexibilización del mercado de trabajo, no parece que vayan a mejorar la situación actual, de la cual él mismo es en parte responsable pues fue entre 2012 y 2014 el principal asesor económico de Hollande, y entre 2014 y 2016 su ministro de Economía.

Negocios bancarios

No es probable tampoco que tenga mucho interés en la regulación de los negocios bancarios y los mercados financieros o de los instrumentos especulativos, cuya actitud voraz y sin trabas llevaron a la gran recesión que aun sufrimos. Más bien al contrario: el mundo de las finanzas –y no solo el francés- está más feliz hoy que ayer.

Esta elección se planteaba entre la idea globalizadora, abierta, desregulatoria, teóricamente modernizadora de un Estado sobredimensionado, a la que se apuntan los más favorecidos por la globalización y en general capas sociales de mayor nivel económico o cultural, frente a los perjudicados por la competencia abierta y las deslocalizaciones industriales, obreros o campesinos que no saben cómo adaptarse a ese mundo feroz e insolidario, temerosos de perder su identidad y sus referencias, y que demandan protección.

Le Pen ha sabido hacer evolucionar el partido de extrema derecha que heredó de su padre hacia un populismo que se presenta como defensor de los débiles y esa es la clave de su relativo éxito. El PS no ha sabido o podido ofrecer una alternativa real al aumento de la desigualdad y al deterioro del estado de bienestar, y sufre las consecuencias, igual que las sufrieron los partidos socialdemócratas en Grecia, Irlanda, Holanda, y por la misma razón. Las opciones que han llegado a la segunda vuelta eran neoliberalismo o neofascismo. Ha ganado el primero, pero los desheredados perdían con cualquiera de los dos.

Buena noticia para Europa

La elección de Macron supone, en principio, una buena noticia para la Unión Europea (UE) ya que era el más europeísta de todos los candidatos, y sobre todo porque la elección de Le Pen hubiera sido letal para el proyecto comunitario. No obstante, nunca ha definido un proyecto europeo diferente al que existe actualmente, incapaz de reducir las desigualdades entre Estados miembros y dentro de ellos y origen de la creciente desafección de amplias capas de población. 

Su presidencia solo aportará valor en el ámbito europeo en la medida que sea capaz de equilibrar el enorme peso de Alemania liderando a los países del sur, y logre cambiar la política de sólo austeridad por otra que priorice el crecimiento y la protección social de los ciudadanos, desmintiendo a los que le acusan de seguir acríticamente las políticas de Angela Merkel.

El interés político se dirige ahora en Francia hacia las elecciones legislativas que tendrán lugar, a doble vuelta, el 11 y el 18 de junio, porque ellas son las que van a marcar realmente el futuro político del país. La gran pregunta es si el presidente electo conseguirá sacar casi de la nada una mayoría presidencial, o si tendrá que aceptar una cohabitación con un Gobierno de otro signo, como ya sucedió en 1986, 1993 y 1997, aunque nunca desde que se redujo el mandato presidencial a 5 años y se hizo coincidir las elecciones presidencial y legislativa con un mes de diferencia.

Macron tendrá que encontrar rápidamente candidatos para las 577 circunscripciones electorales, con gente de EM y de MoDem, además de los que puedan sumarse procedentes de LR o del PS, pero será extraordinariamente difícil que consiga mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. En la primera vuelta los ciudadanos pueden elegir de nuevo entre todas las opciones. Los Republicanos no están muertos ni mucho menos y podrían ganarla.

Juego de alianzas

Ni siquiera se puede despreciar al PS, que podría sufrir una debacle como la de 1993 (bajaron de 260 escaños a 53), pero que tiene actualmente 280 escaños y muy buenos candidatos. Lo determinante será el juego de alianzas para la segunda vuelta, que está menos claro que nunca. ¿Hacia quién se inclinarían los socialistas en una circunscripción en la que se enfrentaran, en segunda vuelta, un candidato de EM y otro de FI? ¿Y los seguidores de Macron si los que pasan son el candidato de LR y el del PS?

Si no hay acuerdos claros, que es lo más probable, al final el FN podría conseguir 40 o 50 diputados y FI aún más sobre las cenizas del PS, con lo que se formaría una Asamblea Nacional muy fragmentada en la que sería difícil formar alianzas estables. La presidencia de Macron sería entonces bastante débil.

El aspecto más positivo de la elección presidencial francesa para todos los europeos es que la extrema derecha, que tanto ha prosperado al hilo de la crisis económica, sufre su tercera derrota relevante en Europa, tras la elección presidencial en Austria (diciembre 2016) y las generales en Holanda (marzo 2017). No obstante, la amenaza no ha desaparecido. Le Pen casi ha duplicado sus apoyos.

Si se imponen las políticas neoliberales, y la desigualdad y la precariedad continúan aumentando, si los grandes poderes financieros siguen escapando al control democrático, si en la Unión Europea se mantienen las políticas antisociales de austeridad sin límite y la insolidaridad entre Estados Miembros, si no se establecen mecanismos para regular la globalización, y –sobre todo– si los partidos de la izquierda democrática no son capaces de liderar las transformaciones del sistema que la población más desfavorecida demanda, el apoyo a estos partidos extremistas seguirá creciendo como lo ha hecho en los últimos años, y podría ser que en la próxima elección presidencial francesa, o en otras en diferentes países, nos encontremos con resultados muy distintos y extraordinariamente dañinos para la convivencia y la paz.

(*) José Enrique de Ayala es miembro del Consejo Asesor de Asuntos Europeos de la Fundación Alternativas

JOSÉ MARÍA PÉREZ MEDINA (*)

 

Emmanuel_Macron_(3)Emmanuel Macron, vencedor en la primera vuelta de las elecciones francesas. 

 

Las elecciones presidenciales francesas del pasado día 23 de abril han merecido un interés excepcional en todos los países de la Unión Europea. En España este interés tiene razones propias. En nuestra historia política se ha visto a Francia como la fábrica de ideas políticas en Europa y el exportador de movimientos sociales que luego han cruzado sus fronteras. Si a esto le añadimos las simpatías manifiestas por la candidatura de Macron por parte de Ciudadanos, la cercanía de Melenchon a los postulados de Unidos Podemos y el paralelismo entre la debilidad de la candidatura de Hamon y la crisis socialista, es fácil reconocer en la campaña electoral francesa buena parte del escenario político español, eso sí con la llamativa ausencia en España de un movimiento similar al Frente Nacional francés.

Además, se trata de elecciones que pueden servir de barómetro de los tiempos que corren. Dado el contexto de malestar ciudadano, de pérdida de prestigio de la vida política y de incertidumbres sobre la continuidad de la integración europea, a lo cual se suman los triunfos del Brexit británico y de Trump en Estados Unidos, puede decirse que los votantes franceses ponen sobre la mesa un estado de ánimo y unas explicaciones válidas para buena parte de Europa que se detallan a continuación.

  1. Los actores políticos priorizan la estrategia y la coyuntura frente a la coherencia y continuidad ideológicas, llevando la opinión política a una máxima volatilidad. En el caso francés, en los tres meses transcurridos desde el final de las primarias en enero, Fillon perdió el 6% de sus expectativas de voto, Le Pen el 5% y Hamon el 3%. Macron subió el 6%, Melenchon el 4% y Dupont-Aignan el 2%, unas variaciones que parecen excesivas para un periodo tan breve de tiempo. Aún más incertidumbre: el 27% de los votantes ha tomado su decisión de voto en el último momento, e incluso el 15% el mismo día de las elecciones.
  1. Los ciudadanos conservan su interés por la política pero con un desánimo y un pesimismo muy arraigados. Las críticas del día a día no quieren decir indiferencia ante los problemas políticos. Más bien al contrario, en Francia se aprecia una sólida participación en el proceso electoral, con un relevante 77,8%, aunque hace cinco años fuera del 79,5%. Si se considera sólo el voto de la Francia metropolitana la participación en 2017 sube al 79,6%. Entre las causas de la abstención se cita la falta de confianza en los candidatos (45%) y la falta de expectativas sobre sus resultados (36%).
  1. La inseguridad y el miedo se han convertido en trascendentales móviles del voto. El individualismo y el desclasamiento social han generado un cambio en la motivación del voto. Muchos indicios llaman la atención sobre la importancia del miedo y la percepción de inseguridad, tanto pública como económica, como elementos determinantes del voto. Los estudios post-electorales sobre los temas cruciales destacan la lucha contra el terrorismo, la delincuencia y la inmigración clandestina (votantes de Le Pen y de Fillon), junto a la lucha contra la precariedad y el mantenimiento de los servicios públicos (votantes de Melenchon y de Hamon) o la recuperación salarial y del poder de compra (Melenchon y Le Pen). Menor interés merecen los valores colectivos, como los asuntos político-judiciales (más destacados por los votantes de Melenchon y de Macron), el medio ambiente (votantes de Melenchon y de Hamon) o la educación (votantes de Hamon). Como casos especiales, los votantes de Fillon se interesan por el control de los impuestos y los de Le Pen por la mejora de las condiciones de vida en la periferia de las ciudades.
  1. Los ciudadanos ganadores y los ciudadanos perdedores de la crisis manifiestan preferencias electorales muy diferentes y diametralmente opuestas. Las nuevas prioridades de seguridad apuntan a una identificación que separa a los ciudadanos que se sienten ganadores o, al menos, supervivientes de la crisis, y a los ciudadanos que se perciben como perdedores de la crisis y la globalización. El termómetro de esta dualidad se aprecia respecto de la integración comunitaria: federalista o soberanista. Es claro que Le Pen recibe los votos de las personas con menos ingresos y que antes de la primera vuelta el 43% de los obreros franceses manifestaron su intención de votar por Le Pen, que podría ascender en la segunda vuelta al 60%.
  1. Se reivindica el papel del Estado como garante de la seguridad y protector de los más desfavorecidos. La reinterpretación de la soberanía nacional y de la capacidad del Estado para adoptar por si sólo sus opciones principales, y al margen de la UE, es una demanda creciente. Esto quiere decir que una buena parte del electorado reclama la acción del Estado al margen del aparato comunitario, que es visto con desconfianza y contrario a los intereses de los ciudadanos.
  1. Se ha extendido la desconfianza e incluso el rechazo al sistema comunitario de integración europea. La crisis del sistema de integración parece irreversible, y su percepción empieza a ser más negativa que positiva. La suma del 46% de los votantes franceses (Le Pen, Melenchon, Dupont-Aignan) que de una manera u otra ponen en cuestión la forma de realizar la integración europea no puede ser ignorada. Formalmente, la Unión Europea puede seguir adoptando decisiones y sus instituciones pueden seguir funcionando en el día a día, pero su déficit de confianza ciudadana es ya insostenible.
  1. El sistema tradicional de partidos políticos sufre una profunda crisis. Los votantes ya no depositan sus papeletas en la urna en función de su ideología, sus creencias o su concepción de las relaciones sociales, sino en función de sus intereses personales, su situación económica, su inserción social y sus expectativas para el futuro. Los partidos políticos, considerados como agrupaciones ideológicamente coherentes y disciplinadas que proporcionan una estabilidad al gobierno y un relato alternativo a la oposición han perdido gran parte del papel que les reconoció el sistema representativo. En Francia sólo el 40% de los votantes ha tenido en cuenta la etiqueta ideológica del candidato, mientras que el 80% valoraba sus proyectos y el 59% su capacidad personal.

 La socialdemocracia ha entrado en una profunda crisis al agotarse su programa reformista y mostrarse incapaz para limitar el poder del mercado, y por ello ha perdido la bandera del cambio en beneficio de otras opciones de izquierda que los votantes perciben como más sinceras. Así lo demuestran la preferencia que antiguos votantes del PS expresan ahora en favor de Melenchon y la irrupción de Le Pen en el voto obrero.

De forma más discreta, la derecha tradicional también muestra síntomas de agotamiento y sus apoyos sociales comienzan a ser insuficientes. En Francia el pensamiento conservador parte de una fidelidad elevada de voto y de una firme decisión de apoyar al candidato propuesto; pero, al igual que ocurre en España, se enfrenta a un serio problema generacional, con votantes muy envejecidos y excesivo peso de los jubilados. Las coincidencias de esta derecha con el Frente Nacional en algunos temas de interés para sus electores la convierte en el objetivo-caladero de votos principal para la extrema derecha.

  1. La opción del centro político como respuesta equilibrada frente al descontento social y la presión de los extremos se presenta ante los electores como una vía tentadora. Ante la debilidad electoral de los partidos tradicionales, se ha abierto la vía de los gobiernos de gran coalición o de unidad democrática, con la esperanza de formar un sólido bloque frente a los partidos que pretenden reformar o cambiar radicalmente las reglas del sistema político. Esta puede ser la línea de la candidatura triunfante de Macron, un producto improvisado, carente de coherencia y disciplina de partido, así como de estructura territorial, y que alerta sobre los riesgos de sustituir el papel del partido por el del líder que emerge en momentos de dudas para salvar los valores republicanos. Ciertamente esta solución tiene antecedentes en el pasado de Francia, pero la sustitución de los viejos partidos políticos por movimientos efímeros que sustentan a un candidato puede ser tan inquietante como el funcionamiento clientelar de los partidos. En este sentido, la gran duda a día de hoy es si Macron, probable futuro presidente, logrará consolidar un partido propio, tendrá que gobernar con el apoyo de diputados prestados por el PS o Los Republicanos o, sencillamente, abrirá las puertas por primera vez durante la V República a un gobierno de gran coalición.
  1. Los partidos tradicionales han desatendido la protección de los más desfavorecidos y este espacio ha sido ocupado por el populismo nacionalista. Por el momento, conviven en la realidad francesa diferentes motivaciones: las que en Francia se califican como línea conservadora-identitaria y línea soberanista-social. Es decir, que mientras que una parte de sus votantes tienen motivaciones nacionalistas y antiinmigración; otros se movilizan para reclamar al Estado un papel más activo que les garantice mayor protección, sobre todo en el empleo y el mantenimiento de las condiciones de vida que Francia ha conocido en los últimos decenios. Por ello, en Europa no asistimos en sentido estricto a un nuevo auge nacionalista, sino a una reclamación de raíz soberanista de mayor intervención del Estado en un escenario que los ciudadanos perciben como inseguro y lleno de incertidumbres.

En todo caso, el avance del voto del Frente Nacional parece que tiene sus límites. En parecidas circunstancias, en 2002 el candidato de este partido obtuvo el 16,86% de los votos. En 2017 ha obtenido el 21,53%, por lo que el avance es significativo pero no espectacular, sobre todo si se considera la intensidad de la crisis del sistema político. El verdadero test para el FN será conocer cuántos votos puede recoger en la segunda vuelta en los caladeros de votantes de otros candidatos ya eliminados, como Fillon, Melenchon o Dupont-Aignan. En 2002 apenas subió al 17,79% de los votos, pero ahora los sondeos apuntan a un porcentaje cercano al 40%. La confirmación de este resultado en la segunda vuelta supondría, eso sí, un salto cualitativo importante y, desde luego, una nueva perspectiva para el futuro y respetabilidad del Frente Nacional.

 

(*) José María Pérez Medina es politólogo e historiador

El País

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