PALOMA ROMÁN MARUGÁN (*)
Uno de los heridos es trasladado tras el atentado en Barcelona. / Quique García (EFE)
El mes de agosto tradicionalmente resulta ser de sequía informativa. Es el momento en que la mayoría del país desconecta, salga o no de casa, del bullicio y del engranaje cotidiano y se ‘oxigena’ variando de costumbres, rechazando el reloj, cambiando de caras y de actividades. Eso hace que los medios de comunicación oscilen entre noticias más o menos irrelevantes o ‘refrescantes’, según se mire.
Pero este mes de agosto ha cambiado el patrón con los atentados en Cataluña; lógicamente, o al menos, dentro de la lógica a la que estamos acostumbrados, porque haber, hay otras. El trauma social e individual que se produce supone un proceso de recogimiento personal y colectivo que oscila desde el susto a la impotencia, incluso el llanto, y una dependencia importante de los medios de comunicación, hoy en día incrementada por la facilidad de conexión casi en cualquier momento y casi en cualquier lugar.
Se inicia por tanto en cada uno de nosotros una agitación interna que fluctúa entre el desgarro, el miedo, la duda y, cuando se pueda, algo de reflexión más allá. El proceso consiste en que la persona busca información en tiempo real, y en ese formato se la van facilitando, abundando en la interiorización de los sentimientos más arriba señalados; además las emisoras de radio y las cadenas de televisión se apuntan también a este despliegue informativo constante que acaba por servir de combustible para alimentar el recorrido.
El derecho a la información es vital para una sociedad democrática; los ciudadanos somos seres adultos que debemos conocer qué ocurre a nuestro alrededor; ello nos permite actuar y tomar decisiones responsables –o a veces, no-, pero cuando ocurre una tragedia como la que estamos viviendo estos días, diversos elementos del ‘catálogo’ informativo se mezclan de una manera que habría que analizar más detenidamente, o quizá en otro momento de mayor serenidad.
Tenemos necesidad de saber qué ha pasado. En todos los manuales de gestión de crisis se especifica la necesidad de construir un relato de lo ocurrido. No es sencillo en estos momentos tan confusos para el ciudadano-espectador (del que ya hemos hablado en otras ocasiones). La acción policial de investigación trabaja a destajo intentando reconstruir el puzzle; no es fácil, hay noticias contradictorias, leyendas urbanas; no olvidemos el ruido que se crea en las redes sociales tan visitadas continuamente, bulos, bromistas pesados, etc…
Pero luego hay otro tipo de informaciones que crean adicción por su profusión en los medios de comunicación sobre todo televisivos, donde se exponen los sentimientos descarnados tanto de víctimas como de afectados, así como de transeúntes tan aturdidos como abatidos. Historias personales desgarradas que se alejan de la necesidad de obtener un relato por parte de los ciudadanos, y que contribuye más al efecto perseguido por los terroristas de causar miedo y espanto que promover la solidaridad colectiva, que por cierto se ha vuelto a demostrar, como ocurrió en el 11-M, de forma espontánea por parte de los ciudadanos, sin tener que saber demasiados detalles.
Otro ingrediente presente, de forma oscilante eso sí, es la confrontación política dentro del escenario catalán actual, y su contienda con el Estado. Si bien es verdad que no es prioritaria, sí emerge en algunas ocasiones de forma deliberada tanto en la ordenación de medios de comunicación en torno al conflicto como en declaraciones de los tertulianos habituales, otro ingrediente curioso –es cierto que estos días, diferentes especialistas en seguridad han ilustrado el asunto con sus comentarios, pero los habituales tampoco han faltado-. Este tipo de comentarios son importantes porque rompen el relato sobre la unidad, que es uno de los rasgos más significativos de respuesta positiva frente a un enemigo común como el que ha actuado en estos momentos.
La tormenta interior que se produce dentro de nosotros ante la avalancha de acontecimientos y cómo se están contando lleva a intentar salir, aunque sólo sea por precaución e higiene mental, y buscar otras situaciones, otras informaciones, pero también es cierto que resulta imposible no comparar. Los hechos acaecidos no dejan de ser terribles, pero no son únicos. Empiezan también a manifestarse otras cuestiones, toman la forma de reflexiones al hilo de lo que transcurre, pero de lo que está pasando en otros lugares o en otro momento.
Reflexión y noticia
No sólo hay atentados en Europa; los hay, y enormemente sangrientos, a los que no se dedica ningún tiempo casi de noticia y menos de reflexión; sólo nos sacudimos cuando nos afecta vecinalmente. No sólo no hay reflexión, sino que ni siquiera existe la preocupación suficiente para encontrar una línea de conexión entre lo que ha pasado en Cataluña estos días pasados y lo que lamentablemente viene ocurriendo un día sí y otro también.
Otros ingredientes conectados que ahora reaparecen y que te remueven el ánimo son la venta de armas, las guerras ilegales que se desarrollan gracias a aquellas, o las ‘amistades peligrosas’ con determinados Estados sostenedores de la ideología extremista que actúan como savia de estos actos terroristas, y que castigan sobre todo a los que los sufren a diario.
Y cómo no, otra reflexión tan inevitable como recurrente. No se puede medir el hachazo terrorista por número de víctimas, pero volvemos a pensar que vuelve a haber muertos de primera y fallecidas de segunda. El goteo de muertes por esa amenaza cierta de nuestra sociedad que es la violencia machista es insoportable –hasta el momento son casi cuarenta las asesinadas este año-, pero no genera la conmoción que suponen las muertes por terrorismo; ¿cuál es la razón de esta diferencia?
En definitiva, es obvio que los acontecimientos violentos que sacuden una sociedad son oportunidades para abrir debates pendientes que lleven a conocer mejor los peligros que nos acechan, y cómo conjurarlos socialmente. No se han podido evitar los ataques, hemos sufrido su efecto, hemos decidido que no nos van a amedrentar, que los perpetradores no conseguirán sus objetivos, porque somos más fuertes y nuestros valores son más sólidos, pero debemos de ir más allá y aprovechar el luto para reflexionar sobre todas esas debilidades de las que hacemos gala sin enterarnos apenas.
(*) Paloma Román Marugán es directora del Centro Superior de Estudios de Gestión de la Universidad Complutense
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